La investigación en torno a posibles fraudes en la negociación de la vacuna india contra la COVID-19 ha estrechado el cerco sobre el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, quien vive su peor momento de popularidad, en medio de la grave crisis sanitaria y económica provocada por la pandemia.
La sombra de la corrupción se cierne sobre el Gobierno de Bolsonaro, quien se ha visto afectado por las supuestas irregularidades en el contrato de intención de compra de 20 millones de dosis de la vacuna Covaxin, de producción india.
El caso lo han destapado el diputado de la base oficialista Luis Miranda, y su hermano, Luis Ricardo Miranda, jefe de importaciones del Ministerio de Salud.
Ambos declararon el viernes en la comisión del Senado que investiga omisiones y fallos en la gestión de la pandemia, causante ya de más de medio millón de muertes en Brasil, y que ahora ha puesto en su mira al jefe del Estado por un presunto delito de prevaricación.
El escándalo se centra en el proceso de negociación para adquirir la vacuna india, durante el cual, según el testimonio de los hermanos Miranda, hubo “presiones atípicas” para llevar a buen puerto la operación, además de una serie de “inconsistencias” en los documentos de compra.
Ambos reunieron todas esas sospechas y se las presentaron personalmente a Bolsonaro en marzo pasado, en el Palacio de la Alvorada de Brasilia, residencia oficial del presidente brasileño.
Según el legislador, el mandatario parecía ser consciente de esa supuesta trama al responderle que eso era un “rollo” del diputado Ricardo Barros, jefe del Gobierno en la Cámara Baja.
Barros es uno de los líderes del llamado “centrón”, un grupo de partidos de centro y centro-derecha que controlan el Congreso y a los que Bolsonaro ha intentado aproximarse a medida que crecía su desgaste como presidente.
El líder ultraderechista prometió a los Miranda poner el caso en manos de la Policía Federal, lo que al parecer no ocurrió. De hecho, la negociación siguió su curso, aunque el Gobierno aún no ha realizado ningún desembolso por esas vacunas.
En este contexto, la cúpula de la comisión parlamentaria sopesa ahora informar directamente a la Corte Suprema para que tome providencias ante los indicios de un supuesto delito de prevaricación cometido por Bolsonaro.
“Hasta ahora habíamos comprobado que hubo omisiones en la compra de vacunas, una estrategia deliberada por la inmunidad de rebaño (vía contagios) y un gabinete paralelo negacionista. Lo único que no teníamos hasta ahora es que todo eso era por dinero”, denunció el vicepresidente de esa comisión, el senador Randolfe Rodrigues.
Bolsonaro, en su peor momento
Toda esta polémica llega en un momento frágil para Bolsonaro, a falta un año y medio para las elecciones presidenciales, a las que pretende presentarse. Según un sondeo de la firma Ipec divulgado el jueves, su popularidad se ha hundido hasta el 24 %, cuando llegó a estar en el 40 % a mediados de 2020.
Las encuestas también le dan la espalda en la carrera electoral, pues, según Ipec, perdería los comicios en la primera vuelta frente al expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, su mayor antagonista político y quien parece que volverá a ser candidato después de ver anuladas sus condenas por corrupción.
Bolsonaro ha empezado ya su particular campaña a través de marchas con miles de moteros en varias ciudades. Después de Brasilia, Río de Janeiro y Sao Paulo, este sábado encabezó una en Chapecó (sur).
“No sirve de nada que ataquen, inventen o quieran calumniarnos porque no lo conseguirán. Solo una cosa me saca de Brasilia: nuestro Dios. No van a ganar en los despachos, ni inventando narrativas”, declaró Bolsonaro ante decenas de sus simpatizantes aglomerados.
Con un claro llamado electoral, el gobernante tildó de “vagabundo” a Lula, sin citarle directamente, y cargó contra los Gobiernos de Venezuela y Argentina.
“Los idiotas aprenden con su propio ejemplo y los hipócritas, que es la izquierda, no aprenden nunca”, exclamó para luego garantizar que en 2023 entregará “un país mucho mejor” que el que recibió en 2019.
Una crisis poliédrica
Los datos ponen en duda su afirmación. La pandemia sigue fuera de control, con una media diaria de cerca de 2.000 fallecidos y 75.000 infectados. La COVID-19 ya ha matado a más 511.000 brasileños.
La campaña de vacunación marcha a un ritmo lento por la falta de dosis. Apenas ha recibido la pauta completa de inmunización un 12 % de la población. Pero, además, el país está sumido en una profunda crisis económica, con el desempleo en niveles récord cercanos al 15 %.
Las previsiones dicen que Brasil crecerá este año un 5 %, pero esa recuperación apenas se sentirá en el bolsillo de los brasileños, con una inflación desbocada que supera ya el 8 % interanual.
Además, el país afronta la peor sequía en décadas, bajo el riesgo de un posible racionamiento eléctrico en los próximos meses ante el bajo nivel de los embalses que alimentan las hidroeléctricas de buena parte del país.