Este jueves el rostro del presidente estadounidense Joe Biden surgió serio, enjuto, dolorido e incrédulo de detrás del cristal polarizado de la limosina presidencial. Por instantes, la silueta contrastó con la pintura roja oscura de la parte lateral de una ambulancia de Miami Beach. Fue como si todo un país estuviera envuelto en sangre.
Resultaba claro que al presidente le costaba creer lo que veía. Tuvo que quitarse los espejuelos marca Ray Ban para ver mejor. Pero queda por saber si, además del escenario de desolación, al mandatario le costaba respirar el ambiente de muerte, de donde se desprendía un fuerte olor ácido y penetrante, apenas mitigado por los chorros de agua con que los bomberos intentaban amortiguarlo.
Observado a lo lejos, era fácil discernir que a Biden le costaba asimilar lo que presenciaba. También le parecía difícil hablar. La alcaldesa de Miami-Dade, Daniella Levine Cava, y otros colaboradores, intentaron preparar al mandatario durante una reunión ocurrida una hora antes; pero en estas tragedias toda explicación siempre se queda corta.
Una semana antes, al inicio de la madrugada, el edificio Champlain Towers South se había desmoronado en segundos atrapando la mayoría de los vecinos mientras dormían o se preparaban para acostarse. Este viernes la cifra de víctimas registradas aumentó: 28 muertos confirmados y 120 desaparecidos. A estas alturas, muchos rescatistas dan pocas esperanzas de hallar gente con vida.
Luego de la primera impresión, Biden se refugió en la mano de su esposa Jil, y se aproximó al muro “de la recordación”, un amplio espacio donde los familiares evocan a sus muertos queridos o colocan sus fotos con la esperanza de que alguien los encuentre. Algo parecido sucedió en Venezuela en 1999 cuando una montaña se vino abajo, enterrando para siempre a unas 3.000 personas. O en Nueva York, en los alrededores del Punto Cero, tras los ataques terroristas de 2001 contra las Torres Gemelas.
En el contexto de la tragedia de Surfside, no se sabe si Biden miró una a una cada foto y leyó sus nombres. Pero se detuvo un largo tiempo en el “muro”. Después, diría en unas cortas declaraciones que fue un momento “conmovedor”, “inolvidable” y “estremecedor”. Después de todo, como dijo un testigo del derrumbe, en Estados Unidos “los edificios no se caen”.
Biden explicó que viajó a Surfside, la ciudad del desastre dentro del área metropolitana de Miami, “para reunirme con las familias. Toda la nación está de luto con estas familias. Lo ven todos los días en la televisión. Están pasando por un infierno, como quienes han sobrevivido al colapso y extrañan a sus seres queridos”, afirmó.
Estando en el lugar de la tragedia, precisó en las declaraciones: “llego un poco tarde porque pasé mucho tiempo con las familias, mucho tiempo. Y me disculpo por haber tardado tanto en llegar aquí porque pensé que era importante conversar con todas las personas que querían hablar conmigo”.
“Me senté con una mujer que acababa de perderlo todo: su esposo y su pequeño bebé; no sabía qué hacer. Me senté con otra familia que perdió a casi todos los moembros: primos, hermanos, hermanas. Y para observarlos. Ellos oran y suplican: “Dios, que haya un milagro. Que suceda algo bueno”, recordó el mandatario.
Cuando Biden se fue del local, Thomas Wilson, un bombero del condado Miami-Dade, se quedó mirando al horizonte, donde se perdía la caravana de autos del visitante y se preguntaba si “esto servirá de algo”.
El presidente abandonó el lugar prometiendo que el Gobierno Federal correría con todos los gastos de la operación de rescate, algo “muy raro pero que se justifica en este caso”, explicó. FEMA, la Agencia Federal de Asistencia a las Zonas de Desastre, se encargará del alojamiento y la protección de las víctimas.
Pero lo dramático, lo que ya es una imagen de la tragedia de Surfside, salió a la luz después de que Biden estaba en el aeropuerto. Una grupo de rescatistas encontró el cuerpecito de la hija de un bombero que también estaba en el lugar. Los datos son pocos, pero una portavoz del condado indicó que el hombre fue avisado del hallazgo. Pidió que lo llevaran al local y, tras recogerse, abrazado por los colegas, se quitó el chaleco del uniforme y lo depositó tiernamente sobre el cadáver de la niña fallecida.
Lo más impactante del desastre del condominio de Surfside, cuyos restos serán terminados de derribar próximamente —en dependencia del desarrollo de la tormenta Elsa, que se aproxima desde el Caribe—, es la sorpresa, lo inesperado y, sobre todo, la gran irresponsabilidad de especialistas que hasta hace unos días aseguraban que un edificio en franco deterioro, como se demostró, era totalmente seguro.
Los bomberos se tiraron de cabeza, acudieron como nunca. Ahora, dicen, les toca a los psiquiatras. “Estamos preparados para muchas cosas, pero algunas se salen de las reglas. Voy a tener pesadillas durante años y ustedes también”, le dijo Wilson a un grupo de periodistas.
Nadie le contestó.