…porque 2×2 siempre son 4
Cada vez que el manager de Matanzas mueve pieza, se forma el alboroto. Víctor Mesa es el gran provocador de la pelota nacional, y genera polémica con la misma facilidad que fecunda conejos el sombrero del mago. Un día tiró tierra a los ojos de un árbitro; otro día amenazó con sacar del terreno a su equipo; otro más, atropelló a algún periodista. Y hace solo unas horas, tapó el pomo…
Quién sabe si por afán de ser la comidilla beisbolera o, simple y llanamente, por probar que su poder excede el de la Comisión doméstica, VM acaba de incluir a Demis Valdés, el villano de la Serie anterior, en la prenómina de los Cocodrilos. Tapó el pomo, repito, y destapó la caja de Pandora.
La patética historia de Valdés fue, en su momento, un suceso trending topic, como suele ocurrir cada vez que la violencia encuentra espacio en las pantallas de televisión. El moreno agredió bate en mano a un lanzador con el quijotesco pretexto de impartir justicia, y después de varios swines (varios intentos de homicidio) fallidos, recibió la benévola sanción de un año fuera del diamante.
Pero resulta que ese año no se cumplirá hasta el próximo febrero, y la gente se pregunta qué diablos hace entonces Valdés en la preselección de Víctor Mesa. Al final, hay un sinfín de voces en el coro, con exigencias que van desde la renuncia de Higinio Vélez –que ya no está al frente de la Comisión, pero sigue sin ser oficial su reemplazo- hasta la confirmación de la condena al pelotero, una especie de Vengador Anónimo de los pantanos.
Sin embargo, VM también tiene defensores. Así, mientras alguien escribe que “se toman medidas arbitrarias y se violan o se derogan como si todo fuera coser y cantar”, otro medio de prensa se esmera en explicar que “para que un atleta pueda ascender desde la reserva a los equipos grandes tiene que formar parte de la nómina oficial que se da a conocer inicialmente”, y que “por tanto, para que Demis Valdés pueda ser llamado desde esas filas hacia el equipo de los Cocodrilos de Matanzas tiene que figurar en su reserva”.
Personalmente, lo tengo muy claro: la sanción a Valdés debió ser mucho más rigurosa, pero el organismo beisbolero del patio volvió a pasar la mano cuando se requería un golpe seco. La pelota cubana vive de paños tibios, y por esas rendijas se le cuelan los fantasmas de la indisciplina, la insolencia y el irrespeto a su trabajo. Víctor Mesa no hace sino aprovechar esos espacios, como quizás haría yo mismo si me dieran la posibilidad de explotarlos en bien de mi equipo.
Pero una cosa piensa el burro y otra el que lo monta (para ser honesto, preferiría ser lo segundo). Individualizar la culpa –esto es, hacerla recaer sobre la espalda del irreverente “32”- me parece la salida más fácil para un caso donde la bruma se concentra en las disfuncionales estructuras existentes en el béisbol insular, gobernado por (y desde) la incapacidad.
De momento, han regresado ya los dimes y diretes en torno al deportista más controversial de este país, y mientras uno y otro bando cruza espadas, él –supongo- sonríe complacido de regresar al ojo del ciclón. Es decir, a su hábitat.