El poder desgasta y cuanto más tiempo se tiene en las manos, mayor es el desgaste. Si no que lo diga la Canciller alemana Angela Merkel, que dirige el país, y a Europa, con puño de hierro desde 2005, y cuyo partido sufrió la resaca de todos esos años en las elecciones de este domingo.
Alemania cambió de color, pero por poco, apenas un 1.6 %, y el triunfo pasó de los democristianos a los socialdemócratas. Pero 24 horas después de las votaciones la nación todavía no tiene gobierno y el estrato político parece no saber qué hacer, porque lo sucedido ahora es algo nunca visto desde que Merkel logró la mayoría absoluta 16 años atrás y gobernó desde entonces con cierta comodidad.
Sin embargo, en los últimos tiempos las cosas se complicaron y la Canciller debió enfrentar grandes problemas por el frenazo económico que la Unión Europea sufrió a causa de la pandemia. Recuérdese que Alemania carga con el mayor peso financiero del bloque al ser el país más industrializado y desarrollado del área.
Además, tampoco faltaron problemas internos, como el tema de la inmigración, la cual Merkel decidió aceptar casi sin restricciones, algo que resultó en el rechazo de muchos alemanes preocupados con la pérdida de los servicios sociales.
Un país fragmentado
Con todo lo anterior como telón de fondo, los comicios dejaron en primer lugar a los socialdemócratas, liderados por Olaf Scholz, y revelaron un país profundamente fragmentado. Por eso todavía no hay gobierno, porque solo una coalición puede ayudar a formarlo, con lo cual se confirmó lo que ya muchos habían previsto: a Alemania le espera una etapa de incertidumbre.
Las dos fuerzas políticas principales del país, el bloque conservador CDU/CSU y los socialdemócratas del SPD, apenas terminaron separadas por menos del 2 % de los votos a favor de estos últimos, un resultado que augura dificultades.
En Alemania, el día de las elecciones rara vez se conoce con certeza cómo será el nuevo gobierno, algo en lo que Merkel fue una excepción. Una vez que se cuentan los votos y se sabe qué tan fuertes son los partidos en el Parlamento, comienza el proceso clave de sondear y negociar para formar una coalición.
Ahora el panorama luce complicado porque de seguro los socialdemócratas solo cuentan con la voluntad de los Verdes. Y así, este proceso podría durar meses. De momento no hay más.
¿Quién liderará el país?
Si bien los socialdemócratas terminaron en primer lugar, eso no les garantiza que logren gobernar. Tanto el SPD como los conservadores anunciaron que quieren liderar una coalición. O sea, que pese que la CDU quedó en segundo lugar, como la diferencia fue muy corta, también tiene posibilidad de gobernar con una coalición que podría nuclear al resto de la derecha.
Esto significa que el foco de atención estará en los posibles socios minoritarios y, en particular, en los Verdes y los liberales del FDP. Los Verdes no lograron su objetivo principal, de terminar en primer lugar, pero sí mejoraron ostensiblemente su resultado en comparación con las elecciones de 2017.
Los liberales también aumentaron su participación parlamentaria y junto con los Verdes lograron atraer votos jóvenes y, sobre todo, electores primerizos. Estos dos partidos, por tanto, podrían determinar cómo será el nuevo gobierno alemán y quién ocupará el puesto de Merkel. Y ya han dado indicios de que podrían incluso negociar primero entre ellos y luego escoger con cuál de los dos partidos mayoritarios gobiernan, algo también inusual en la política alemana.
Pero esas negociaciones no serán fáciles: los Verdes tienen más cercanía con los socialdemócratas, mientras los liberales han sugerido que preferirían gobernar con el bloque conservador.
Independientemente de quién lidere la nueva coalición, lo que parece evidente a estas alturas es que el nuevo gobierno de Alemania estará formado por tres partidos y no, como se acostumbraba, por dos.
En Alemania era habitual que los dos principales bloques, CDU/CSU y SPD, atrajeran diferentes grupos electorales y obtuvieran en las urnas un claro mandato para formar gobierno.
En 2013, por ejemplo, Merkel y su bloque conservador ganaron con el 41.5% de los votos. Y en 1998, cuando ganaron los socialdemócratas de Gerhard Schroeder, lo hicieron con el 40.9%.
En los actuales comicios, CDU/CSU obtuvo su peor resultado de la posguerra y el SPD se convirtió en el ganador electoral más débil. Una razón tiene que ver con los candidatos a Canciller, que no lograron convencer del todo a los electores y que, además, tenían de antemano la meta difícil de reemplazar a Merkel, una líder de mucho peso que, incluso en los últimos meses, continuó gozando de popularidad pese a los retrocesos referidos.
Por ello, estar a la sombra de la Canciller no ayudó a los candidatos de cada bloque y esto, a su vez, dificultó la decisión de los electores, que se enfrentaban al inusual panorama de ayudar a decidir una nueva era política tras los 16 años de Merkel. Hay una generación entera de alemanes que solo la conocen a ella en el cargo.
Los conservadores, en especial, tuvieron problemas para atraer electores sin Merkel como la figura principal, y tampoco ayudó que su candidato, Armin Laschet, hubiera cometido varios deslices.
Pero el resultado electoral también tiene que ver con las divisiones políticas propias del país. Una de ellas es la edad: mientras los electores mayores apoyaron a los partidos tradicionales, una buena parte de los menores de 25 años les dieron la espalda.
Y ello pudiera significar que los grandes bloques políticos no tendrán un peso contundente durante las negociaciones que comenzarán próximamente.