“…hay pocos autores cuya sinceridad sea tan desbordante como la de Norberto”.
Zaida Capote Cruz
Conocer personalmente a Norberto Codina Boeras en el tradicional Sábado del Libro (dedicado en la ocasión a los 50 años de la Editorial Oriente), fue una grata sorpresa. 1 Ya tenía referencia sobre él por Rafael Acosta de Arriba, amigo en común de este reconocido poeta, editor y escritor cubano. Subrayo con toda intención lo de cubano, pues, si bien Codina nació en Venezuela, por sus venas corre la sangre cubana —aunque de padre gallego-venezolano—; sus antepasados maternos por cuatro generaciones son naturales de la Isla, en particular de Manzanillo, ancestros que reconoce con orgullo. Unido a esta referencia de origen, está su prolongado trabajo como editor en La Gaceta de Cuba, una de las revistas culturales más importantes del país y, en los últimos tiempos, la recepción del Premio Nacional de Edición (2021), que ha proyectado a Codina a los primeros planos de las noticias nacionales.
Obviamente, estamos en presencia de un escritor al que no le faltan entrevistas o reseñas valorativas sobre su destacado accionar profesional. En 2020, por ejemplo, en la prestigiosa revista La Letra del Escriba, aparecen varios textos que fueron presentados durante el Taller Crítico realizado sobre su obra en el Centro “Dulce María Loynaz”. A esos y a otros encomiables textos sobre su vida intelectual intentaremos poner de relieve la voz más íntima de este conocido y laureado poeta y revistero cubano.
Desde la infancia fue la lectura una gran aliada en la vida de Norberto Codina. ¿Qué libros recuerda con especial interés y por qué?
Esta pregunta me la han hecho, y me la he contestado, más de una vez, y siempre la agradezco. Por eso, citando a un clásico, prefiero repetirme a la hora de recapitular lo que fueron algunas de mis lecturas formativas, que invariablemente me acompañan. Al cumplir once años (¡santo cielo!, al mencionar esa edad siento que estoy aplicando la prueba del Carbono 14), mi madre me regaló un paquete que ponía ante mis ojos La Isla del tesoro, Moby Dick, Huckleberry Finn y El llamado de la selva. Un dato curioso, el libro de Mark Twain imaginado por su autor para adolescentes, fue suprimido en 1885 por la censura de su país, lo que corrobora su condición canónica. Reto a cualquier librero, y editor, a brindar una propuesta mejor. A esta “primera biblioteca” que cabía literalmente en una caja de tabaco, se sumaron las imprescindibles lecturas escolares —sobre todo los textos de historia— que, al decir de ese poeta y humorista venezolano de mi preferencia que es Aquiles Nazoa, fue el elefante donde nos subimos a conocer el mundo; ese mundo encantado de la infancia. Son libros que no me cansé de leer. La Isla del tesoro es el que más he trajinado, y me complace mucho compartir esa preferencia con mi admirado Eliseo Diego, con el que más de una vez hablamos sobre Jim Hawkins y “el marinero de una sola pierna”; y cuando se retomaron los derechos de autor para los escritores a finales de los setenta, bromeamos con el loro del capitán Flint y su reclamo de “¡piezas de a ocho!”…. Como escribí en un poema de larga data,… mis novelas, Pavel /Korchaguin, Tom Sawyer, Jim Hawkins, /tres camaradas /que con seudónimos de estudiantes de primaria /jugaban a las cuatro esquinas.
Un privilegio que siempre agradeceré fue poder disponer en esos tempranos tiempos de primaria y secundaria de una bien provista biblioteca, propiedad de mi mejor amigo durante más de sesenta años: Rafael Acosta de Arriba —imprescindible en mi cofradía infantil de lecturas y beisbol—, estantería donde campeaban Salgari y Verne, y la nutrida colección juvenil argentina Robin Hood.
El Premio “David” de poesía en 1974 lo hizo visible como poeta dentro del escenario intelectual cubano. ¿Qué les aportaron —consciente o inconscientemente— a su obra las relaciones de amistad establecidas con figuras cardinales de nuestra cultura como Nicolás Guillén, Eliseo Diego, Félix Pita Rodríguez, Roberto Fernández Retamar y Fayad Jamís?
En la época que obtuve el premio era con mucho el más importante para los autores que rompían sus primeras lanzas. Basta citar algunos nombres que me antecedieron, o sucedieron. Pienso en Lina, Wichy, El Chino, Rivero, Lorente, Escobar, y un largo etcétera.
Con Nicolás no tuve amistad ni una relación determinada, salvo la que brinda ser un lector y admirador declarado de su obra y que consiste en haberle dedicado, al cabo de los años algunas cuartillas, y durante las últimas tres décadas haber estado vinculado estrechamente a la fundación que lleva su nombre —ya sea como colaborador o en la actualidad como miembro de su Consejo de dirección—, amén de mi amistad con su familia, en especial con su nieto menor, mi carnal Nicolás Hernández Guillén. Pero atesoro la anécdota de cuando, con mis escuálidos y desarrapados —literalmente— diecisiete años, aceptó recibirnos en su oficina —junto a Filiberto, condiscípulo del Instituto—, y debatir con el desenfado propio de nuestros años y de los suyos, sobre poesía y sobre cómo asumir y dinamitar la preceptiva.
Con Eliseo, Félix, Roberto y Fayad comparto más de una anécdota. Y, claro está, la importancia de su lectura, de la relación personal, y lo mucho que significaron para mí desde mis inicios como aprendiz de poeta; lo he comentado en algún que otro escrito. Acabo de terminar un libro donde, una vez más, los cinco se dan cita en una galería de amigos y nombres ilustres con los que, también, tuve la oportunidad de coincidir.
¿Cuáles son sus poetas preferidos?
Son muchos. Y cada uno ha tenido su importancia en una época determinada de mi bregar como lector y principiante de la poesía. Vallejo, Neruda o Darío lo fueron en mis primeros años, junto a Antonio Machado y la generación del 27. En estos días se le hará un homenaje 2 a Miguel Hernández por los ochenta de su fallecimiento en una cárcel franquista, y saqué del baúl de los recuerdos unos versos que le dediqué hace medio siglo, y que más nunca volví a leer o a publicar, pero los retomo como testimonio de esas lecturas seminales.
Darío fue una experiencia singular. Primero, como tantos otros de mi generación, lo ignoré olímpicamente. Después, gracias a ese poeta y maestro por naturaleza que fue Gonzalo Rojas, lo retomé, y aprendí a leerlo y a admirarlo. Por cierto, esa experiencia fue parecida a la de otros coetáneos, pues, por ejemplo, fue la misma que asumió en el Medellín de su juventud el gran poeta y amigo Juan Manuel Roca. Juan Manuel, junto al venezolano Gustavo Pereira o al argentino Jorge Boccanera, forman parte, para mí, de ese canon poético latinoamericano donde sobresalen Gelman, Dalton, entre tantos otros que Casa de las Américas, su premio, su editorial y su revista, contribuyeron a divulgar entre nosotros. A esos sumaría los cubanos Fina, Eliseo, Retamar, Fayad, Hernández Novás, Escobar, Rodríguez Tosca…para mencionar solo unas pocas preferencias en una lírica tan rica como la nuestra.
¿Se siente satisfecho con lo realizado hasta el momento en La Gaceta de Cuba?
Por estas fechas, a tenor de los sesenta que cumple la publicación el 15 de abril; el Premio Nacional de Edición; y mi flamante “chequera” de jubilado; La Gaceta ha sido otro tema sobre el que he tenido que cavilar en alta voz.
Estuve treinta y cuatro años en La Gaceta…más de la mitad de la existencia de la publicación, y dos tercios de mi vida laboral, que arriba al medio siglo. Más allá de mis poemarios, libros de prosa varia, y otros títulos, ya sean compilaciones o antologías, es sin duda la experiencia más significativa de mi trayectoria profesional, y donde tal vez se resuma mi mínima, pero apasionada contribución, a nuestro panorama cultural…aunque suene inmodesto.
Siempre seré un “revistero”, y ahora traspasadas las puertas de la jubilación, pero no del retiro —porque en nuestra profesión solo nos retira la naturaleza—, seguiré sintiéndome parte de La Gaceta, como de otras aventuras revisteriles.
Ante la escasez de papel que afronta el país y, en consecuencia, la imposibilidad de ver impresa La Gaceta…, ¿podría pensarse la revista en formato digital?
Me reconozco, de manera visceral, como alguien de “la era Gutenberg”, y no me veo, pese a mi condición de revistero nato, editando más allá de las fronteras del papel. Soy un convencido de que, con la proliferación legítima de los espacios digitales debe recuperarse como una prioridad un grupo de revistas, de importancia significativa y con sus perfiles bien definidos, en soporte papel; algo a lo que nunca debemos renunciar, aunque sus tiradas y periodización respondan a nuevos ajustes, acordes con las posibilidades de la realidad.
Cada publicación tiene sus características y valores propios. Y como he apuntado en otras ocasiones, lo limitado de la gran mayoría de nuestros servidores y autopistas virtuales no permite la visibilidad más adecuada. Y una revista digital tiene sus normas y dinámica, que no son las de una revista en pdf.
Hace unos pocos meses, en un panel dedicado a Amnios, hice un llamado para que un grupo de nuestras principales revistas retomen el soporte de papel. Ya sea con tiradas más modestas, impresiones más económicas, privilegiando el perfil y la trayectoria de la publicación —el “igualitarismo” suele ser la peor de las desigualdades, y a estas alturas no se trata de que “florezcan cien revistas”—, y que, como he repetido donde me quieran oír, por lo menos esos pocos ejemplares físicos lleguen a un grupo de manos y espacios puntuales, cerrando el ciclo clásico edición-impresión-lector, y las presentaciones de cada número de una publicación determinada sigan siendo motivo de encuentro, como una fiesta de la cultura.
Hablar de Codina es referirse también al béisbol y a su relación con la cultura cubana. ¿Qué razones le daría a una persona a la que no le gusta la pelota, para hacerlo reflexionar al respecto?
Me gusta hablar del beisbol, sin acento, como se dice en buen cubano, y reconoce el diccionario de la RAE y el Léxico Mayor de Cuba, de Rodríguez Herrera. Y por la importancia de tu pregunta, traigo a colación algo de lo que escribí al respecto.
Roberto Fernández Retamar, contestando una misiva en la cual se criticaba duramente el libro de un poeta —Domingo Alfonso, amigo común y autor que era de la preferencia de Retamar—, daba, entre otros, los siguientes argumentos: “Los gustos son millonarios. No sé, por otra parte, si son ustedes o no lectores habituales de poesía. El arte como el deporte, requiere entrenamiento. Nadie puede jugar ajedrez o apreciar debidamente la pelota sin un entrenamiento más bien largo. No es extraño que lo mismo le ocurra a la pintura o a la poesía”. Una seguidora de este deporte (del beisbol), como la escritora de origen estadounidense Marianne Moore, en su arte poética se refiere a ese desafío de desentrañar las claves del juego: “No admiramos lo que no podemos entender […] /el crítico impasible que se crispa como un caballo /al sentir una pulga, el estadígrafo /el fanático del beisbol- / tampoco es válido / excluir ‘documentos comerciales y textos escolares’, /todos estos fenómenos son importantes…”.
Para alguien que no sabe o que no tiene interés en la pelota, esos hombres parados, rascándose con saña cualquier parte de su anatomía, que de pronto rompen a gritar y a correr, esos tipos locos y obscenos, no le dicen nada. “El beisbol es primordialmente vida síquica. La tensión del bateador con tres en base perdiendo 4-1 en el noveno inning en un juego decisivo, es como para enloquecer a una estatua”, como comentaría el periodista venezolano Roberto Hernández Montoya. O como diría Lisa, la sabia niña de la serie animada Los Simpson: “…amar el beisbol, no como un conjunto de números, sino como un juego impredecible y apasionado…”. Con mucho de metáfora. Y tal vez todo lo antes dicho, por constituir una improvisación contra toda lógica, sea una sinrazón.
Roberto Fernández Retamar lo definió a usted como “El poeta deportivo y tenaz director de La Gaceta de Cuba”, una frase que resume y elogia un tanto su vida personal y profesional, a lo que se añade ahora el más reciente Premio recibido. ¿Luego de tantos años inmerso en el mundo de la edición, y con reconocidos resultados, qué sentimiento le produce ese galardón?
Ante todo, una alegría. Alegría compartida con amigos, colegas, y otros revisteros, pues hasta donde sé, es la primera vez que se le concede el Premio a un editor de revistas, por esa condición. Por eso me quedo con lo que dice el acta del jurado, pues lo recibo como parte de un proyecto revisteril, en una suma de nombres y de años —y entre los primeros quiero destacar con justicia a Arturo Arango, con el que formamos una combinación de short y segunda durante más de un cuarto de siglo—, acta que argumenta a favor del liderazgo “de La Gaceta de Cuba, una de las publicaciones periódicas más importantes de las últimas tres décadas, que ha conseguido delinear un mapa de la mejor literatura (y agregaría ‘y cultura’) actual”, pues apostamos por ser una revista de arte y literatura en su sentido más amplio, más ecuménico.
Gisela y Jimena ¿qué le han aportado al hombre que es hoy en día?
En el magma afectivo que nos es imprescindible, propio del amnios desde el claustro materno, ellas constituyen el núcleo que da sentido a todo lo que haya hecho, esté haciendo, o pueda hacer…y como en un mal chiste… “y así sucesivamente”. Integran mi cauce natural, y a su vez los afluentes necesarios para alguien que —dentro de su condición un poco de ermitaño propia del oficio, el carácter, la miopía, único hijo con única hija—, encuentra en sus protagonismos respectivos los puntos de ese arco voltaico que, al cerrarse, brota del alma como una chispa eléctrica, y completa el ser humano que soy.
En un poema llamado “Personal” y dedicado a Gisela, intento resumir lo que sería esa noble influencia de ellas dos: Por ahora traduces /el código de mis ruidos nocturnos /hasta que la memoria de la hija /defienda /el último dibujo de los dos.
Arribado a los 71 años de edad, gozando de plena salud y con deseos de seguir escribiendo, es decir, como intelectual activo que es, asumo que tiene algunos proyectos por materializar. En ese caso, coménteme cuáles son.
No sé cuándo saldrá esta entrevista, pero los que me conocen saben que, hasta el 9 de octubre de 2022, tendré setenta años. A mí no se aplica esa costumbre del campo cubano, propia de mi difunto suegro o de mi mujer, de ir sumando el año que transcurre. Es una pequeña “licencia vanidosa” que me tomo.
Ahora bien, en mis setenta y medio, suscribo el resto de tu enunciado. Y aunque soy ateo convencido, como buen hijo de la mixtura caribeña soy supersticioso, así que toco madera y cruzo los dedos, para seguir gozando de plena salud —ahora recuerdo la genial respuesta de Raúl Roa en la clásica entrevista que le hiciera Pocho Fornet—; con deseos de escribir, luchando contra mi sempiterna capacidad de dispersión —que puede justificar desde una película, una conversación o un juego de pelota—; y que por gozosa suerte, esos realengos en la escritura no mellan para nada mi capacidad de generar proyectos, propios o ajenos.
En la era digital, en que estamos enfrascados, tengo varios libros entregados. Ya en arte final, por Ediciones ICAIC, una versión significativamente ampliada —más de quinientas páginas— de Cuando el beisbol se parece al cine; y por Colección Sur Editores, Lugares comunes y otros poemas, una antología poética; cuya publicación en papel aguarda hace un tiempo en la Editorial Extramuros. Ambos títulos se deben presentar en la próxima feria del libro.
Fue aprobado para el plan venidero de Cubaliteraria, siempre en soporte digital, un generoso volumen de prosa varia, el Pabellón de los amigos, donde aparecen algunos de los autores aquí citados. Igual está en mano de editores mexicanos una amplia compilación de textos aparecidos en la revista, cuyo título se explica —y mucho me ilusiona—, México en La Gaceta de Cuba.
Y ahora mismo, junto al equipo de La Gaceta y la Asociación de Escritores de la UNEAC, estamos organizando el evento por los sesenta de la revista y, para predicar con el ejemplo, entregamos un número especial que tenemos la legítima ilusión de presentar en ese aniversario. Amén de todos los compromisos habituales: mis colaboraciones periódicas, sobre todo en La Jiribilla; jurados y lecturas; la venidera feria del libro, o mi vínculo con la Fundación Guillén, entre otros proyectos. Como verás, sueños y deseos no me faltan…a mis setenta y medio…
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La Habana, 27 de marzo de 2022
Notas:
1 Fue el 19 de febrero de 2021 en el lobby del Instituto Cubano del Libro (ICL).
2 El 28 de marzo de 2022 en la Biblioteca Nacional José Martí.