¿Cuántas personas recorrerán cada día la calle Zanja de La Habana? ¿Cuántos ómnibus, autos, bicitaxis, camiones? ¿Cuántas historias cotidianas albergará en cada jornada?
Se trata, sin dudas, de una de las arterias más transitadas de la capital cubana, aun cuando no sea la más turística ni la más renombrada, ni sus aceras brinden muchas oportunidades para protegerse del castigo del sol.
Zanja atraviesa buena parte del centro habanero, desde el Barrio Chino hasta la también muy concurrida avenida Infanta. O viceversa. Se intercepta con otras populosas calles, como Belascoaín y Galiano, y conecta dos zonas neurálgicas de la ciudad: una más moderna y cosmopolita, y otra más apegada a su historia y sus tradiciones.
Su nombre lo debe a que por ella corría la antigua Zanja Real, que surtía de agua a La Habana en tiempos de la colonia. Por ese entonces llegó a tener tres puentes para cruzarla, que luego desaparecerían cuando el conducto se fue soterrando y el trayecto fue cambiando su fisonomía hasta convertirse en la calle que hoy es.
Tendría también otros nombres. Se le conocería como como Línea del Ferrocarril, porque por ella también transitó ese medio de transporte, y en 1916 fue bautizada como Carlos Juan Finlay, en homenaje al eminente médico y científico cubano. Pero 20 años después le fue restituido su nombre tradicional, con el que todos los habaneros la siguen identificando.
Hoy, en pleno siglo XXI, ya Zanja no es el paso de agua construido como el primer acueducto de la isla. Tampoco el Barrio Chino es el mismo de antaño, aun cuando se esfuerce por mantener su identidad. Pero, a pesar de las huellas del tiempo, la añeja calle sigue siendo una arteria vital de La Habana, un símbolo de su persistencia.