En el currículo de Marianela Orozco (Sancti Spíritus, 1973) se puede leer este statement o declaración de artista:
“Mi trabajo es íntimo desde lo social y social desde lo íntimo. Es personal sin ser autobiográfico. La circularidad, el vacío de acciones que se repiten, el peso de lo cotidiano, la fijación a sitios y situaciones, la quietud, el paso del tiempo, el sentido de la vida y la actividad humana son temas a los que apelo de manera recurrente. Los detonantes de estas obras son eventos o sitios específicos, aunque los signos o particularidades locales terminen diluidos en lo universal.”
“La circularidad, el vacío que se repite”: oposición a hábitos que se tornan rutinas, a ideas que se estratifican hasta convertirse en dogmas. La frontera permeable entre lo íntimo, o espacio construido, y lo público: jaula diseñada por otros, trama de convenciones sociales que la ciñen hasta hacer difícil la respiración. Los hilos con los que los marionetistas del poder mueven nuestras acciones y hasta los sueños.
Entre tantos trabajos performáticos de MO, destaco uno: Nuevo mundo, 2018, escenificado en un museo de La Rochelle, Francia. Allí se reprodujo la oficina de un esclavista con plantaciones en las Antillas. La artista intentaba dormir a su hijo, a la vista del público, cantándole al oído nanas de las madres esclavas y de sus descendientes. La mujer blanca, presumiblemente opresora, es traspasada, “conquistada” por la inmaterialidad rotunda de la cultura del oprimido. ¿Acaso su condición de mujer y de madre no la somete a otro tipo de esclavitud? ¿No son la maternidad y la sumisión condiciones que transponen el marco de una experiencia existencial para convertirse en normalización universal de las relaciones patriarcales?
De 2009 es el performance Camino, realizado en Montreal. La artista transita en ropa interior por una larga estela de lienzo. Al final, es envuelta —enfardelada— con la tela sobre la que ella misma marchó. Como toda obra de arte, ésta tiene varios niveles de significados, algunos más recónditos que otros. A mí me habla de los límites de la libertad, de la construcción de nuestro propio itinerario. Traspolando términos del lugar común: si uno es lo que come, también es la dirección a donde dirige sus pasos de una manera más o menos consciente.
Marianela trabaja con su cuerpo, con su experiencia, pero, sobre todo, con sus dudas. Es una guerrera que intenta hallar las mejores preguntas al acto de existir. Sabemos que al final todo se reduce a eso: vivir o dejarse vivir. Y en sus indagaciones nos incluye de una manera empática, al compartir su visión paradójica del mundo. Una visión, aunque agónica, cargada de belleza.
Hasta el momento, MO ha realizado seis exposiciones personales y proyectos de arte público: Zoom in, 2014, bipersonal con Ariel Orozco, Galería Servando, La Habana; Playtime, 2012, en Detrás del muro, Malecón habanero, XI Bienal de La Habana; Tránsitos, 2010, Salle Zéro, Alianza Francesa, La Habana; Domesticaciones, 2009, Casa Simón Bolívar, colateral a la X Bienal de La Habana; An Earthly Project (Un proyecto Terrenal), 2005, y Shouting Chamber (Cámara de gritos), 2004, estos dos últimos en el Contemporary Art Forum Kitchener + Area Annual General Meeting (CAFKA), Ontario, Canadá. Además, obras suyas han participado en muestras colectivas en Estados Unidos, Alemania, Francia, Italia, Brasil, España, Venezuela, Portugal, Escocia, Bélgica, Martinica, México, Colombia y Noruega.
Te recibes en Licenciatura en Letras en la Universidad Central de las Villas (1996), y en el 2004, ocho años después, una obra tuya aparece en el Salón de Premiados, Centro de Desarrollo de Artes Visuales de La Habana. ¿Cómo fue ese paso de la Filología a las artes, el salto de Sancti Spíritus a La Habana? ¿Eres totalmente autodidacta?
Sucedió casi sin darme cuenta. Los dos años de servicio social que debía prestar después de graduarme los pasé en un entorno laboral que, por las funciones —en gran parte burocráticas— que debía cumplir, me resultaba opresivo. Fue entonces que empecé a pintar. El único valor que tuvo lo que hice en ese tiempo fue el haber descubierto cómo ocupar las manos en algo que tenía el poder de calmar el desasosiego de mi mente.
Sólo comencé a tomarlo en serio un poco después, cuando tuve la curiosidad de explorar otros medios y, finalmente, la osadía de exponer. No desdeño el papel de la academia en la formación de un artista, al contrario, aunque creo que, en mi caso, el autodidactismo me eximió de los prejuicios que tal vez habría adquirido en una escuela de arte, y me dio el placer y la libertad de disfrutar la creación al margen, en soledad y, sobre todo, con lentitud. La galería “Oscar Fernández-Morera”, de Sancti Spíritus, en su Salón provincial de artes plásticas, que entonces realizaba todos los años, fue la que acogió aquellos primeros pasos. Digo primeros pasos, pero en realidad sigo sintiendo que acabo de empezar.
También coincidieron circunstancias de vida que removieron mis raíces más profundas. El repentino padecimiento y muerte de mi madre me hizo tomar conciencia, de golpe, de lo paradisíaco de mi niñez. Fue un momento de quiebre emocional y espiritual. Desde entonces, la creación se convirtió en mi terapia, en un camino hacia el reducto de ese paraíso, ahora interior.
Mi infancia y adolescencia transcurrieron en una finca familiar de las afueras de Sancti Spíritus, donde convivíamos varias generaciones. Crecí en comunión con la naturaleza, entre árboles frutales, platanales, un pequeño cañaveral, el tabaco que cultivaba mi abuelo y la cañada al fondo, un escenario que era todo misterio y aventura ante mis ojos. La primera casa que guardo en mi memoria es de techo de guano, sin televisión, al menos en mi infancia más temprana. Ahí conocí el placer de la lectura con el incentivo de mi padre, que me compraba libros desde antes de aprender a leer. Eso influyó en que optara por las letras. Y en medio de aquella vida contemplativa, también fue creciendo mi deseo de crear y entender la realidad, algo que varió de forma a través de los años.
Siento un especial afecto por las cosas que hice viviendo allí, y todo concepto relacionado con amor filial, libertad, patria, aún me remite a ese sitio, la finca Los Cipreses, donde nunca vi un ciprés.
Creo que el origen de cada paso que he dado está en ese lugar entrañable.
¿Qué buscas, qué encuentras en el ejercicio creativo?
Busco retener la visión de un mundo recién descubierto. Y lo que encuentro es una emoción, a la vez que profunda, tan efímera que me impulsa a mantenerme en el camino de la búsqueda.
Decía el peruano Fernando de Szyszlo que toda obra de arte es un asesinato. Se refería al abismo que se abre entre lo concebido por el artista y lo plasmado. ¿Te identificas con esta idea? ¿Cómo se da este proceso en ti? ¿Mediante cuál procedimiento llegas a la obra realizada?
Asesinato no es el término que usaría para definirla, pero me identifico con ese abismo imposible de salvar entre la idea y la obra definitiva. Sin embargo, lejos de la angustia por encontrar la perfección, pocas cosas me hacen sentir más viva que el tiempo que permanezco suspendida en ese abismo, cuando no tengo los pies ni en un lado ni en el otro.
Si fuera a definir la obra de arte, para mí es más cercana a la gestación y el parto.
Una mirada particular sobre algo, una impresión, un sentimiento, casi por azar, o siguiendo el curso de los gustos y los afectos, de manera involuntaria se me aloja dentro y ahí permanece. A veces no se convierte en algo concreto y le basta ser contemplación pura, un destello que ilumina de pronto sin urgencias ni exigencias. Otras, crece y cobra forma en muy poco tiempo, o se adormece por años y algún detonante la activa. De lo que nace, voy transformando y podando hasta quedarme con casi nada.
Disfruto más los procesos o, incluso, la obra que no llega a ser obra.
Has declarado que tu trabajo es personal sin ser autobiográfico. ¿Cómo entender esto si en algunas de tus obras trabajas con tu propio cuerpo?
El uso de mi cuerpo en mi trabajo equivale al uso de cualquier herramienta. Soy consciente de que al usarlo estoy añadiendo la condición que me está dada por naturaleza, pero, al mismo tiempo, me importa más lo que nos une como personas —sin obviar lo diverso— que lo que nos separa, y en ese punto cualquier dato de mi vida se vuelve nimio, se diluye.
Pasemos a comentar algunas de tus piezas. En Radio de acción (2004) creo entender que trabajas con la idea de los límites impuestos. La paloma se mueve circularmente picoteando los granos, pero su recorrido ha sido decidido de antemano.
a) ¿El arte está, entre otras cosas, para vulnerar constantemente los límites? ¿Es el tema de la videoinstalación Peleador, también de 2004?
b) ¿De ese proceso existe un video y una impresión digital. ¿Cuál de los dos soportes contiene a la obra en sí?
El arte es una expresión de libertad. Dejaría de ser arte si no vulnerara los límites. Intentar conducirlo, regularlo o ponerle coto, además de absurdo, es antinatural.
En Peleador, un pez peleador lucha constantemente contra los límites de una pecera que es, al mismo tiempo, pantalla de televisión. Los medios masivos de comunicación se han convertido en uno de los principales limitantes del espíritu humano en su búsqueda de libertad. El exceso de información, generalmente consumida de manera pasiva y acrítica, termina reduciendo la visión y encarcelando el pensamiento.
Para Radio de acción documenté el comportamiento de la paloma en dos momentos diferentes, usando en uno la fotografía y en otro, el video. En la fotografía, la paloma termina de comer y se queda dentro del mismo escenario donde se movió. En el vídeo, concluye el círculo ordenadamente, pero escapa, saliéndose de su radio de acción en los últimos fotogramas. Ambas representaciones son la obra, en la que sólo puse un pie forzado, dejando lo demás al azar y al instinto animal, en el que muchas veces reconozco nuestros propios comportamientos.
En Homenaje (2006-7), las hormigas devoran un monumento de azúcar que, a su vez, representa una hormiga. En una obra anterior, Ave (2003), se muestra el desarrollo de un pollo que se alimenta de las entrañas de sus congéneres hasta llegar a la adultez. ¿Cuáles son los puntos de contacto, si los hay, entre una pieza y otra?
En ambas hay un impulso vital que es indetenible y termina imponiéndose.
Asentamiento (2006), Sueño dirigido (2008), Sobre la mesa (2012), Horizontes (2012), Sin título (2014), Nuevo mundo (2018) son obras que exploran el universo femenino desde una mirada en ocasiones ácida y nunca complaciente. ¿Te consideras feminista? Entre tantos, ¿con cuál de los feminismos te sientes más afín?
Me considero feminista más en teoría que en la práctica, pues he estado sujeta a modelos patriarcales toda mi vida. Lo observo continuamente en la calle, los hogares, el lenguaje, en la intransigencia y verticalidad con que se trazan nuestros destinos. Lo duro y rígido asociado a lo patriarcal, a su espíritu agresivo, competitivo, de control y dominación del otro, debería quebrarse y dar lugar a un espíritu más tolerante, intuitivo, compasivo, más cercano a la vida, el amor, la naturaleza. Por eso me siento más afín con un feminismo que no busque igualar ni reproducir los mismos códigos de ese modelo.
Tu trabajo cae dentro de lo signado como “arte contemporáneo”. ¿Te sientes cómoda con esa etiqueta? ¿Todo arte no fue contemporáneo en su momento?
Las etiquetas pueden ser de utilidad para críticos, curadores e historiadores del arte. No me incomodan. Tampoco me obsesionan. Me son ajenas mientras trabajo.
¿Ves en Ana Mendieta un paradigma en cuanto al arte autorreferencial y el body art? ¿En qué otros artistas cubanos y/o internacionales reconoces un antecedente?
Mi acercamiento a artistas y modos de hacer ha sido menos por el estudio historiográfico que por la manera en que me habla su sensibilidad. No es racional, ni tiene que ver con las formas que adopten sus discursos. Ana Mendieta es de esos artistas, como también Esther Ferrer, Marina Abramovic… Además siento que me hablan de cerca la poesía de Pessoa, la obra coreográfica de Pina Bausch, el cine de Tarkovski…
¿Cuánto ha enriquecido la maternidad tu posicionamiento ante las temáticas habituales en tu obra. ¿Hay un antes y un después del parto? ¿Cómo es la experiencia de ser madre y artista a la vez?
Vivir la maternidad ha sido para mí un proceso de metamorfosis. No hay nada en mi vida y mi trabajo que no haya sido tocado y transformado por el inmenso poder del amor y la responsabilidad que se siente hacia ese pequeño ser.
Los sentidos se aguzan, los reflejos se alistan, y ya no hay nada que pueda hacer sin mantener la vista sobre él, preparada siempre para alimentar, abrazar, consolar, educar como mayor prioridad. Eso no admite posposiciones. Ejercer la maternidad es una labor conectada totalmente con la vida. Sin embargo, al mismo tiempo es la más demandante e invisible. La manera en que está organizado el mundo, a pesar de todo esfuerzo por favorecerla, es hostil para los niños y para las madres.
Al limitarse mi vida social —desde antes de la pandemia, pues pasé hospitalizada el último trimestre del embarazo y luego volcada al cuidado del bebé— comencé a recurrir a alternativas para poder mantenerme trabajando a pesar del aislamiento, y eso ha implicado utilizar los recursos que tengo a mi alcance. Mi día a día es una lucha constante por trascender la rutina, pues casi todas mis actividades se desarrollan en el mismo espacio. Como paso mucho tiempo en la cocina, también he llegado a trabajar con comida o con la observación de procesos dentro del entorno doméstico.
Ser madre ha ahondado más mi percepción de mí misma y de lo que me rodea, del poder y fragilidad de la vida.