Matt Dillion -protagonista de películas como Mr. Nice Guy, Something About Mary o Crash– ha regresado a La Habana. El Festival del Nuevo Cine Latinoamericano le sirvió de pretexto para volver a esta ciudad que lo enamora, dijo, porque la historia le salta en cada esquina. Amén de su pasión por los puros cubanos, cuyos aromas lo trajeron cierta vez a la fiesta del habano.
Admirador del cine cubano desde que lo descubrió con Memorias del Subdesarrollo, al parecer al buen Dillon no solo le seducen de Cuba sus películas y sus tabacos: entre los motivos de su visita está buscar información para un documental que prepara sobre el músico habanero Francisco Fellove.
Pero… ¿quién fue este hombre, cuyo nombre no le dice mucho a la juventud, aunque su leyenda ha estimulado el espíritu documentalístico de una estrella de Hollywood?
El poeta, investigador y periodista Félix Contreras me contó sobre este (otro) hijo ilustre del barrio Cayo Hueso: “Si un músico puso ciencia, arte, experiencia y oficio en la mezcla de los géneros de la música cubana, caribeña y estadounidense para expresar un sonido nuevo y diferente, propio y guapachoso, ese fue el gran Fellove”, afirmó Contreras.
Nacido en 1923, Fellove se crió en esa silvestre academia musical que es Cayo Hueso, en cuyas calles convivían el son, la guaracha, la trova y el bolero con las diversas modalidades del jazz, cuna además de algunos imprescindibles de la música cubana, como Vicentico Valdés, Isolina Carrillo y Juan Formell, cuya muerte aún parece mentira.
Dueño de un talento natural para la música, el canto y el baile, Fellove andaba a inicios de los años 1940 con el grupo conocido como “los muchachos del filin”: José Antonio Méndez, César Portillo de la Luz, Jorge Mazón, Niño Rivera, Frank Emilio y Rosendito Ruiz, cuyas influencias musicales iban de Arsenio Rodríguez, Antonio Arcaño y Bebo Valdés a Charlie Parker y Nat King Cole. Buenos tiempos de bohemia, amistad y descargas donde no faltaba el inquieto Fellove, quien grabó algunos clásicos del filin, como “Decídete, mi amor”, de su cofrade José Antonio.
Aunque interpretó composiciones de sus amigos, Fellove fue autor de una pieza que conserva su frescura y ritmo, “Mango Mangüé”. Se inspiró en los pregones de su infancia, aunque su obra también muestra las influencias de viejas guarachas pícaras y relajosas, y en el canto del akpwón, el peculiar solista de los rituales yorubas. Fellove bebió de diversas fuentes rítmicas: los bembés, las comparsas del carnaval, la trova, el canto litúrgico, el swing y el son…
Fue una época fecunda, además, en la que todos parecían querer inventar un ritmo. Fellove creó el chua chua, mezcla de guaracha, jazz y son que perfeccionó al irse a México, en los años 1950. En ese país, ansioso de disfrutar la más auténtica música cubana, vino su consagración. En La Habana había conocido a Vicente Garrido, José Sabre Marroquín y otros mexicanos interesados en el filin.
Parte de su obra quedó perpetuada en los vinilos El gran Fellove, Goza mi ritmo y Fellove, el que inventó la salsa, entre otras joyas fonográficas. Trabajó con el Conjunto Habana, de Tony Taño, y con el mexicano Tino Contreras. La gran Olga Guillot grabó de él “Dos caminos”, entre otros boleros.
Por estos días se cumplieron 30 años de su regreso a Cuba. El popular programa de televisión Para Bailar lo invitó y ahí cantó y bailó su “Mango Mangüé” con un dinamismo inusitado para sus 61 años de edad. Cuenta Contreras que al día siguiente lo saludó en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, y cuando sus viejos amigos le preguntaron de dónde sacaba tanta energía, el mulato respondió sin dudarlo: “Es que la música va conmigo, como también van La Habana y mis amigos”.
El Gran Fellove murió hace casi una década, en México. Ojalá Matt Dillon logre armar un filme que tenga el impacto de “Looking for Sugar Man”, el documental que resucitó al folclorista Sixto Rodríguez, y encima se llevó un Oscar… Historia hay para contar…