La marea informativa que trajo la muerte de Isabel II apenas permitió que lamentáramos el fallecimiento de otro monarca del que sí somos súbditos y que sobrevino tres días después. Aunque con menor tiempo de reinado, el de Xavier I quedará en los registros por su alta importancia en los terrenos literarios, abstractos y concretos. Además, ocurrido su deceso ha quedado vacante el trono de ese lugar llamado Reino de Redonda; como se sabe, notorio gracias a una ingeniosa variación de dimensiones.
“Es gracioso que haya una realidad territorial porque así Redonda tiene las dos dimensiones, la tangible, constituida por un territorio real, existente y la otra; la verdaderamente importante que además es la que me divierte: la legendaria y la literaria y la fantasmagórica. Con esa a mí me basta”, respondió una vez su majestad Xavier I a María José Solano, quien lo publicó en Zenda libros.
La bandera de dicho reino fue diseñada alguna vez por Javier Mariscal, a quien conocí, por cierto, cuando estuvo en el Festival de Cine de Gibara. Entonces no sabía de su tan significativo aporte. Es un estandarte de azulino color como los mares del Caribe y en esa superficie yacen once ojivas que pueden ser también semillas, ojos o lágrimas, o a saber si papayas.
El medio de transporte es allí la bicicleta por una propuesta de Marc Newson; el palacio fue diseñado por Frank O. Gehry y es un edificio para todo el mundo con múltiples puertas; la moneda (de Alessandro Mendini) un juego circular de ensamblaje, el lema: “Ride si sapis”, o sea: ríe si sabes. En palabras del monarca fallecido: “Hay mucho de juego en todo este asunto”.
Xavier I no es otro que el escritor Javier Marías (1951-2022) quien, según relataba en 2006 para Sarah Fay, en entrevista publicada por The Paris Review, después de la publicación de sus libros Todas las almas (1989) y Negra espalda del tiempo (1997) recibió de alguna forma comunicación del escritor Jhon Whyne-Tyson, para entonces rey Juan II en Redonda, con el propósito de, dado el tratamiento e intensidad otorgado al asunto en estos dos libros, ponerle bajo aviso de que abdicaba en favor suyo.
En Negra espalda… había publicado un mapa de esa “isla no lejana de Cuba cuyo nombre viene de una iglesia de Cádiz y que es tan solo el territorio o recipiente superfluo de lo imaginario”. Ya desde el primer párrafo planteaba las cosas de esta manera: “Creo no haber confundido nunca la ficción con la realidad, aunque sí las he mezclado en más de una ocasión como todo el mundo, no solo los escritores sino cuantos han relatado algo desde que comenzó nuestro conocido tiempo, y en este tiempo conocido nadie ha hecho otra cosa que contar y contra, o preparar y meditar su cuento, o maquinarlo”.
La historia de Redonda comenzó en 1880, cuando un banquero de origen irlandés asentado en la isla de Monserrate decidió premiar a su hijo Mathew Phipps Shiel, entonces de quince años y, a la larga, escritor germen tal vez de su propia leyenda, con un islote para que reinara. Y así lo hizo, según se sabe, asentando su condición ante el obispo de la ciudad caribeña en la que vivía.
Comenzaba así lo que también sería litigio, años después, cuando el conjunto de islas pasó a manos de Gran Bretaña los Shiel exigieron su propiedad. Visto el caso por la Corona Británica, respondieron entonces que, en efecto, ellos reinaban sobre aquel territorio, pero sólo podrían hacerlo mientras semejante título “estuviera vacío de contenido”.
Menor en superficie a dos kilómetros cuadrados, el reino de Redonda tendría dominios sobre una Isla de igual nombre que integra las Islas de Barlovento, sobre la que tiene jurisdicción Antigua y Barbudas. En cuanto a recursos, leo que el fosfato de alúmina es abundante debido al guano de los alcatraces que viven allí. También tuvo una comunidad de aproximadamente un centenar de personas, sin embargo, permanece deshabitada desde la II Guerra Mundial.
Marías dijo en una entrevista para The Paris Review haber leído que “Redonda era el equivalente a Transilvania en Europa, por lo cual era apropiada para una leyenda literaria”.
Javier Marías, escritor de poderoso estilo e imaginación, candidato al Nobel en varias ocasiones y voz semanal en el periódico El País, quedó ligado a este lugar que nunca visitó porque no le interesaba, y sin embargo para su reinado contó con la participación cómplice de amigos que llegaban a realizar votaciones anuales para conceder un reconocimiento universal, el Premio de Redonda. Por este medio, como había sido la tradición de sus predecesores, otorgaba el rey ducados a personalidades de diversas nacionales, algunos de los cuales eran sus amigos y con ellos se reunía alguna tarde, a otros solo conocía por las cartas enviadas para este fin.
“Pero, como digo, vivimos en un país singular y llegó un momento en el cual la prensa de aquí siquiera hacía una pequeña mención y ya al final, ni una nota. Nada. Así que un buen día me dije, ‘no tiene sentido hacer esto para que no se entere nadie’”, contó.
Algunos de los nobles de Redonda que se recuerdan ahora son las duquesas de Ontario (Alice Munro) y de Tigre, que así ha de ser el caso de la cubana Mirian Gómez, ya que a su marido Guillermo Cabrera Infante le otorgaron el ducado de tal desde la temprana fecha de 1999. Un paréntesis para recordar que, por la rama materna y según cuenta Marías en Negra espalda del tiempo, sus raíces son cubanas.
Pero, hay más duques y no tantas duquesas aunque ahora solo nombro ocho: los condes de Trémula (Almodovar), Megápolis (Coppola), Diente de León (Bradbury), La Isla de Antes (Eco), Nochevieja (Villoro), Desarraigo (Bourdieau), Corso y Real Maestro de Esgrima (Pérez-Reverte) y Amarcord (Kundera).
Siendo Xavier I, Marías no se limitó al plano de la imaginación. Creó una editorial bajo igual denominación: Reino de Redonda, una apuesta literaria que mantuvo pese al desinterés de la prensa especializada, como muchas veces lamentó. Contaba con el apoyo de quien legalmente sería su esposa (y esta parece ser otra historia), la catalana Carmen López Mercader. Eran sólo ellos dos en el proyecto de recuperar autores.
Marías no se veía como un editor puro. Lo escribió un día en su columna de El País, “me limito a recuperar maravillosos libros olvidados y a ofrecer algunos nuevos que en mi opinión deberían ser conocidos en mi lengua o en mi país”. Para entonces (agosto de 2008), la editorial contaba con unos 16 títulos publicados y la lista, ahora, creo que supera los cuarenta.
Debe uno sentirse triste cuando desaparece alguien que incomoda (como pasaba con Marías en su faceta de articulista) e imagina el mundo de un modo tal que lo trastocaba por completo cuando nos lo presentaba. Detrás deja un reino mitológico y decenas de libros entre los que se encuentra uno de los inicios de novelas más memorables, para mi gusto y por lo que tengo leído, como es el caso de Mañana en la batalla piensa en mí.
Desde el pasado 11, sabemos que ya no está este rey Xavier I, “el gruñón” Javier Marías que dominó un reino el cual “se hereda por ironía y por letra y nunca por solemnidad ni sangre”.