Las cervezas se calientan. La música enmudece de a poquito. La euforia se torna interrogante. En la plaza Cinelandia, corazón festivo del Partido de los Trabajadores (PT) de Rio de Janeiro, invade una tensa calma. Se ganó, pero no como se esperaba.
Con el 99,9% de mesas escrutadas hay un festejo que no fue. Llegan arengas forzadas, preocupaciones mal reprimidas y cálculos apresurados. Yo me quedo con un vendedor ambulante que muy lentamente recoge gorros, vinchas, banderas y camisetas rojas: “Lula presidente 2022”.
– ¿Cómo anduvo la venta, maestro? pregunto para forzar una charla.
– Más o menos, como la economía.
– Está dura la mano ¿no?
– Sí, todo caro, se trabaja mucho y se gana poco.
– Bueno, con Lula tal vez todo mejoré.
– Sí…
Hay una pausa y un silencio que el propio vendedor corta después de mirar a sus costados. Ese gesto que preanuncia una confesión indebida
– ¿Vos no sos de acá no? por el acento. Mira. Yo no voté. Vine a trabajar. Pero si hubiese votado era por Bolsonaro.
Le pido permiso para fotografiarlo. Él posa. Y al momento del clic se tapa el rostro con la bandera de Brasil. El famoso “voto vergüenza”, ese que explica mucho de lo sucedido ayer, aquel que las encuestan no captan, se me torna una nítida y clara imagen.
123 millones de brasileros y brasileras votaron ayer para elegir al presidente y vicepresidente que los gobernará durante los próximos cuatro años a partir del 1 de enero del 2023. También se elegían todas las gobernaciones de los 27 estados y sus legisladores, la totalidad de diputados federales (531) y 27 de los 81 senadores.
La mayoría de las encuestas señalaba una holgada victoria del candidato del PT Lula Ignacio Da Silva sobre el actual presidente Jair Bolsonaro del Partido Liberal (PL). Hablaban de 14 puntos de diferencia y una posible consagración en este primer turno ya que el ex sindicalista y presidente podía obtener más de la mitad del total de los votos válidos.
Lula sacó el 48, 43% de los votos y Bolsonaro el 43,20%. Ninguno de los otros candidatos llegó al 5%. Hablamos de la elección brasilera más pareja y polarizada desde 1989. 9 de cada 10 votantes escogieron entre el ex obrero metalúrgico y el ex capitán del ejército. Ambos se medirán de nuevo el 30 de octubre para definir la presidencia. En este contexto, el segundo turno promete suspenso.
Pero antes de evaluar cómo será esa nueva campaña se nos imponen dos interrogantes: ¿Cómo fueron en detalle los resultados de ayer y cómo se llegó a dicha fotografía electoral?
Es 7 de septiembre. Falta menos de un mes para las elecciones. Copacabana, la postal de la “cidade maravilhosa” de Rio de Janeiro viste de amarillo y verde. Se conmemora el “día de la independencia” brasilera. Una fecha en la que el presidente Jair Bolsonaro y los suyos aprovechan para homenajear al ejército, glorificar las policías, agradecer a dios, defender a la familia y maldecir al comunismo. Pero sobre todo es una demostración de fuerza. La base de Bolsonaro sale a la calle.
Hay camiones con cajas de sonido en las que suena funk y sertanejo. Se ven oraciones comunitarias. Se posa para la foto con armas de plástico. Gente que canta “mito, mito, mito” recordando al presidente. Se escuchan tantas motos crujiendo que casi no oigo lo que me dice Marta, la madre de un niño que se roba todas las miradas porque sonríe uniformado de militar. Camuflado de punta a punta parece un soldadito de juguete.
Me da orgullo ver a mi hijo así. Las fuerzas armadas son héroes. Igual que nuestros policías ¿Cómo puede ser que la izquierda demonice a quien da su vida por la sociedad? Por eso vamos a ganar. No hay que creer en las encuestas. No DathaFolha —uno de los principales diarios de tirada nacional— Sí Dathapueblo.
La elección de ayer, en algún sentido, muestra la progresiva derechización que vive la sociedad brasilera desde, al menos, 2018. En primer lugar, está el “sorpresivo” resultado de Jair Bolsonaro. Pese a la difícil situación económica que vive el país con altos números de inflación, desempleo y hambre; a su polémica gestión frente a la pandemia; y a sus reiteradas expresiones machistas, racistas, homofóbicas y golpistas; al actual presidente ayer lo votaron 51 millones de hombres y mujeres. En 2018 la cifra fue de 49 millones. Es decir, el bolsonarismo amplió y radicalizó su base electoral.
No solo se mantuvo firme la adhesión de evangélicos, milicias, ejército, policías y minúsculos partidos locales sino que se ganó nuevas voluntades. Muchas de ellas no captadas por las encuestadoras más relevantes. Y aquí es donde entra el famoso “voto vergüenza o silencioso”. Aquel apoyo que las y los ciudadanos dan para un candidato tan polémico ante la opinión pública que al momento de la pregunta encuestadora deciden responder ignorando, callando o mintiendo.
Es que Bolsonaro da respuestas concretas a varias de las preocupaciones y sensibilidades que aquejan a importantes sectores brasileros. Para las clases más bajas aumentó el auxilio Brasil —un subsidio mensual creado por Lula— dos veces: de 200 a 400; de 400 a 600 reales (115 dólares aproximadamente). Para trabajadores y comerciantes logró bajar el precio del combustible en un contexto mundial de alza. A las familias nacionalistas y cristianas les responde con el slogan “Deus, Patria e Familia”. A los voceros de la mano dura les promete armas. A las y los jóvenes les regala punzantes tweets, polémicos lives y pegadizos tiktoks. Y repite en coro, una y otra vez, que Lula es corrupción
Pero la derechización nombrada no solo se refleja en la elección presidencial, sino también en el senado y las gobernaciones. El PL eligió 99 nuevos diputados y diputadas y 14 nuevos senadores y senadoras. Es el partido que más bancas tiene en ambas cámaras. Además, ganó cómodamente en Rio de Janeiro y Minas Gerias. Y en Sao Paulo, mientras todas las encuestas le daban el triunfo al candidato del PT Fernando Haddad, la disputa irá para segunda vuelta ya que Tarcísio, aliado de Bolsonaro, ganó con el 42%. Haddad quedó segundo con 35%
No obstante, Lula continúa siendo el favorito para la segunda vuelta. Necesita el 2,5% de los votos y tiene donde conseguirlos. Aunque la política no es aritmética, uno podría imaginar que la mayoría de los votantes de Simone Tebet (4,16%) y Ciro Gomes (3,04%) —los otros candidatos mejores ubicados— tienen mayor afinidad ideológica con el PT que con el partido gobernante. El “frente amplio” deberá ensancharse, algunos cargos cederse, otras banderas flexibilizarse y la persuasión sofisticarse. No hablo solo de la retórica, me refiero, principalmente, a la billetera. Más “presidencialismo de colación” que nunca.
La alianza de Lula con su actual compañero de formular Alckmin —ex candidato del partido de centro derecha Partido Socialista Brasileño (PSB)— va en aquella dirección. No tanto en plantear la elección contra Bolsonaro bajo la dicotomía “izquierda vs derecha”; sino para resignificarla bajo el eje “democracia vs fascismo”. Y algo de eso hay. Hoy Lula representa el único dique de contención realmente existente frente a una sociedad que parece girar diestramente.
Son las 19 horas y el sol se esconde por el poniente. No son los mejores los primeros resultados que muestra la pantalla gigante que los militantes del PT pusieron en la plaza Cinelandia. Aun así se canta, se baila, se bebe. Hasta en las pálidas, la política brasilera es festiva. Laisy revolea frenéticamente una bandera roja. Tal vez sea euforia, tal vez nerviosismo. Lo cierto es que, en cada brazada, parece espantar temores.
Para mi Lula es vida. Para la población trans, negra, periférica, pobre, nordestina, Lula es vida. Y Bolsonaro muerte. La elección es fácil.
En Lapa, el barrio del pecado, hay una tienda de los productos del Movimiento de los Sin Tierra (MST). Hoy, día de la elección, es otra esquina para ahogar en cervezas ciertas ansiedades. Las agujas dan las 21hs. Se ve alegría porque Lula terminó primero después de estar mucho tiempo en segundo lugar. Se olfatea sorpresa y miedo por el segundo turno reñido. Un puñado de jóvenes canta:
Ey Bolsonaro, que te den por el culo
Hay un breve silencio, algunas risas y una nueva canción que sale del mismo grupo
Ey Bolsonaro, que te dé la policía, porque que te den por el culo, yo te lo garantizo, es una delicia
Para ganar, urge cambiar. Olfatear mejor la calle. Potenciar las redes sociales. No sobre representar las minorías intensas. El PT, en mi opinión, comete el error de tratar a la y el votante como un historiador. Endulza un discurso con las mieles de un pasado que queda tan atrás que ya resulta nebuloso. Hay que hablar menos de lo que fue y más de lo que será. La nostalgia es peor consejera frente a la esperanza.
Lula es sin duda el político más importante y sagaz de la historia reciente de Brasil. Es un ajedrecista de partidas múltiples que se especializa en moderar —no superar— complejas contradicciones. Sólo él consiguió fomentar el agro-negocio aliándose al Movimiento Sin Tierra. Reducir drásticamente la pobreza engordando las arcas del capital. No obstante, hay un nuevo Brasil a descifrar. Este no es el mismo que aquel al cual Lula ya gobernó. La victoria en segundo turno y la gobernabilidad, llegado el caso, dependerá mucho de esta adaptación.
Hasta ayer Lula, el PT y los más de diez partidos de la alianza estaban más preparados para el “tercer turno” que para el segundo. Es decir, ponían más cabeza en la larga transición que habría entre la victoria definitiva de ayer y la asunción del 1 de enero de 2022; que en un ballotage. Llegó el baldazo. Un baño de (dura) realidad. En política, como en la vida, no hay que almorzarse la cena. Tampoco hay que exagerar. La mesa sigue servida para los que visten de rojo.
Los de amarillo, por su parte, aprovecharán el envión. No siempre se gana saliendo segundo. Pero también saben que con lo que tienen no alcanza y que llegar a lo suficiente no está fácil. Hay menos de un mes para llegar a los porotos que faltan.
Hace exactamente cuatro años nos preguntábamos en OnCuba qué iba a ser de Brasil tras la sorpresiva victoria de Bolsonaro. En términos generales, el gigante latinoamericano, retrocedió más de lo que avanzó. Con la apertura de este segundo turno vuelve la duda. Traemos de nuevo la misma pregunta porque no es tiempo de certezas. Cuando una moneda gira en el aire solo cabe el silencio.