Carlos Díaz es un pan de Dios. Así dice la gente que lo conoce, y así dijo él que se debía publicar: “Un pan de dios, ponlo así mismo”. No hay nadie en La Habana más accesible que él. Nadie te dirá con tanta ligereza que se ganó el Premio Nacional de Teatro porque le tocaba “por la libreta”.
No hay falsa modestia. No hay pose.
Carlos Díaz se enteró del Premio por Facebook, mientras estaba en Ginebra, haciendo una puesta de Josefina la Viajera. Antes de ganárselo había estado nominado más de 5 veces. Él preparó la premiación de Héctor Quintero, Abelardo Estorino, Hilda Oates… “Para la guagua se hace cola, en los mercados se hace cola, para los premios también se hace cola”, dice.
Ya son un montón de premios: Villanueva de la Crítica, Terry, por mencionar un par. ¿Dónde metes todo esto?
Hay una habitación en Bejucal, donde nací, llena de diplomas, figuritas, premios de esto y de lo otro, pero quiero aclarar algo: no soy una persona adicta a los premios ni que los persigue. Un diploma puede estar metido en cualquier lugar, aquí en la oficina o en mi casa.
Soy una persona que ha trabajado mucho, porque me da mucho placer el teatro. Lo que he logrado ha sido con mucho trabajo. No soy de las personas a las que las cosas se les dan fácilmente. Yo tengo que entregarme mucho en el trabajo para poder tener resultados.
O sea, no hay un lugar donde esté guardado todo eso…
No. Un premio puede estar metido dondequiera. Mira, el de La Celestina está ahí (señala una pared de su oficina), hay otro en la casa de Mónica Guffanti…y así.
¿Este dónde va a estar?
Este se queda aquí en el Trianón. Hay gente que me ha dicho: deberían habértelo dado hace tiempo. Yo creo que hay un orden en las edades, en los resultados de trabajo. Y este año me tocó. Estoy al borde de los 60, pero con el mismo ímpetu de cuando hice la trilogía en el año 89, cuando era mucho más joven.
Este es un Premio que naturalmente lo reciben personas no tan jóvenes. Sin embargo, usted lo recibe más joven que otros como Gerardo Fulleda, Nelson Dorr (con más de 70 años al recibirlo)…
Hay cosas que tocan “por la libreta”. Y me gustaría que lo dijeras así. Esto me tocó “por la libreta”. Yo de niño siempre soñaba con los Reyes Magos. Hay una teatralidad que desaparece en la mente de un niño cuando sabe en realidad quiénes son los Reyes Magos. Este premio es el juguete que te llega cuando has trabajado mucho. Creo que es para bien. Estoy muy contento de poder estar entre los artistas cubanos que lo tienen.
El Premio también quizás quiere decir que se está poniendo un poco viejo. ¿Eso lo pone nostálgico? ¿Cuando mira en perspectiva todo lo que ha hecho, siente nostalgia?
Soy consciente de estar acercándome a la tercera edad. Eso hay que recibirlo con dignidad, y yo me siento muy joven. Yo no soy una persona nostálgica. Cuando miro hacia atrás (y no desde arriba) lo que he hecho, siento mucho placer. Soy una persona que ama el teatro todos los días. No hago teatro por pose ni porque me inspiré hoy, al ver una luz azul en el cielo. Yo tengo muy claro todo lo que quiero hacer.
Por lo general la crítica y la gente hablan bien de las puestas de El Público. Pero tiene que haber quien hable pestes de lo que usted hace. ¿Qué dicen los que hablan mal de su trabajo?
Tiene que existir personas que piensan mal de mi trabajo. Como en el Medioevo, siempre la Peste movía grandes masas. La angustia o la alegría por lo que se haga en un escenario es el derecho que tiene tanto el público como el crítico a decir lo que piensa.
Yo estudié Teatrología y cuando terminé, colgué el diploma en un lugar que no recuerdo. Pensé que el teatro cubano necesitaba más teatro y menos críticos. Nunca he ejercido la crítica, y estudié para ser crítico teatral.
¿Usted también opina que muchos críticos producen poco por sí mismos, que son más bien sanguijuelas chupando lo que producen otros, y devolviéndolo de diferentes maneras?
No te quiero hablar mal de los críticos. Me apena mucho el crítico críptico e incisivo. Ese que escribe y el público no lo entiende. Ese me preocupa porque debería hacer su obra más sencilla y humilde, de manera que llegue a todos. La crítica también es una obra. Pero no debe existir ni para destruir, ni para hacer lisonjas, sino para acercar al público al arte. Los críticos tienen que ayudar y darse el gusto de ofrecer su criterio con dulzura.
Creo que al crítico se le quedan muchas cosas por hacer, y yo decidí que no se me quedaran. A mí me hubiera gustado ser actor también, pero en un momento determinado llegué a la conclusión de que hay demasiados actores, y hacen falta directores para esa cantidad de actores. Un movimiento teatral hay que analizarlo en el sentido ese de qué es lo que está faltando, y qué es lo que hay que fomentar.
¿Qué está faltando, y qué hay que fomentar?
Están faltando directores. Está faltando formación para nuevos directores y también está faltando cuidado al teatro. El teatro es algo que hay que cuidar. Es algo tan efímero. Es como una mascota, que dura muy poco. Dura lo que dura la representación. Si eso tú no lo vigilas, si no lo cuidas, se pierde.
¿Pero qué cosas malas ha escuchado en específico sobre su trabajo?
Es muy gracioso que la gente diga: “Ese desnudo no está justificado”. Si uno agarra un periódico, puede leer también cosas como “la escenografía es funcional”, “el actor es orgánico”. Son como apellidos que se les ponen a las especialidades.
¿Dónde está usted cuando la obra se está representando?
Atrás. Siempre veo las obras de pie, en la parte de atrás. Yo me formé en el ISA, pero mi gran escuela fue el Teatro Irrumpe. Trabajé como asesor de Roberto Blanco muchos años. Él fue el maestro que me dio la oportunidad de hacerlo todo en el teatro: asesoría, asistencia, vestuario, escenografía.
Con él aprendí todo lo que se hace y lo que no. De él conservo la costumbre de mirar la obra desde atrás. En el teatro Mella él siempre veía las obras en la última luneta de la derecha del actor. Son pequeñas “neuras” que tienen los directores.
Por lo general en sus puestas aparecen muchas personas desnudas. ¿Es una metáfora que significa para ustedes algo específico? ¿Por qué tanta gente en cueros en el escenario?
Para que haya personas vestidas tiene que haber algunas desnudas. Existe el interés tanto en la pintura como en la danza y en las artes de forma general, de colocar el cuerpo humano sin tapujos. Hay obras que lo requieren y otras que no.
A mí lo que me preocupa es cuando la gente llama al teatro y pregunta si en la obra hay desnudos, para venir a verla. Creo que el cubano siente una necesidad de desvestir al vestido y de vestir al desnudo. Cuando se hizo La Celestina venían al teatro círculos de abuelos que se marchaban felices con las funciones. Ver a alguien desnudo es lo más sencillo que puede caber en la mente de un ser humano.
Sin embargo, hay gente que todavía se levanta y se va del teatro cuando hay mucho desnudo (sobre todo de hombres). ¿Ha visto personas levantarse de su función e irse?
Por supuesto. Pienso que esa persona tiene todo el derecho de no sentirse agredida. Yo voy a un restaurant y pido lo que quiero comer. En el arte uno escoge. Pero esa persona debería tratarse de manera científica o social, para ver cuál es su problema.
¿Cómo El Público recluta sus actores?
Hay quien viene y se queda, y va haciendo su vida en El Público. Como dice Lorca: las puertas del teatro no se cierran nunca. El teatro es como el buen queso: los ratones corren a él. Y los actores, los diseñadores, los técnicos, saben dónde quieren estar, lo escogen y practican su fidelidad al teatro de esa manera.
No me puedo quejar del equipo de trabajo que he tenido desde el inicio, porque han sido personas muy fieles. Ahora mismo, con una trayectoria ya larga, hay como 30 actores en el grupo.
Yo soy profesor de la Escuela Nacional de Teatro y del Instituto Superior de Arte. Todos los años hago las graduaciones de esas escuelas, y trato de dejar en el grupo los mejores alumnos que veo. Hay quien hace su servicio social aquí, y quien combina su trabajo en el teatro con el cine o la televisión. Aquí hay una libertad absoluta para eso. No soy de los directores que no dejan hacer otra cosa a sus actores.
Los encargados de ponerle nombre a su trabajo han hablado de un teatro posmodernista, que mezcla elementos de lo clásico y lo más contemporáneo. ¿Nadie se ha aparecido a decir que es un teatro queer?
Creo que es muy interesante abordar todas las líneas. Yo también ando por ahí.
¿Por qué las obras de El Público duran tantos meses en cartelera?
¿Quieres que te lo diga?: porque son buenas. Tienes que decir ahí, que son buenas, que le gustan al público. Y yo trabajo para el público. No para las instituciones o los críticos.
La gente se pregunta, con la escasez que hay para hacer arte, ¿de dónde saca Carlos Díaz tantos vestuarios extravagantes, y tantos andariveles?
Yo salgo a buscar lo que haga falta. Tengo muchos amigos, y si algo debo agradecer es la cantidad de personas que se dejan comprometer por mí, para que yo haga teatro.
La tragedia del arte nacional más nuevo (sobre todo de nuestro último cine) quizás sea que no ha logrado desprenderse de la crítica boba y el facilismo del chiste a partir de nuestras carencias económicas. ¿Cuál es la relación de El Público con el humor y la crítica?
Yo hago teatro para que la gente se divierta. Es lo primero que busco. En la diversión uno aprende. Por debajo, puedes pasar lo que quieras. No tengo por qué vender entradas en una taquilla y llenar una sala para hablar de angustias ni problemas que tienen que ser resueltos por otros, no por el arte.
Una pregunta catastrófica, pero no se ofenda. Si mañana a usted le pasara alguna cosa…
¿Cuál?, por ejemplo.
Si saliendo del teatro le pasa un carro por encima. ¿Qué pasa con el grupo? ¿Hay un relevo? ¿Quién puede asumir este relevo?
Si yo muero, como dice Lorca, dejo el balcón abierto…Mira. Lorca dice: Si muero, dejad el balcón abierto. El niño come naranjas. Desde mi balcón lo veo. El segador siega el trigo. Desde mi balcón lo siento. Si muero, dejad el balcón abierto. Si se queda el balcón abierto, ¿qué es lo que me preguntas?
¿Qué pasa con El Público?
No quiero todavía golpes de estado (Risas). Pero si yo no estoy, aquí hay cabezas que llevan este grupo. El Público nunca se va a acabar.
El teatro cubano es también los dramaturgos cubanos. Ahora hay una especie de fetiche nuevo con algunos de los llamados novísimos como Rogelio Orizondo. Pero es común en los novísimos (sin acusar a nadie) la palabrería estéril, el querer epatar todo el tiempo, el sinsentido. A veces te lees un texto de ellos y no sabes qué están diciendo. ¿Se trata de un tipo de teatro para el que uno no está listo todavía?
Estos dramaturgos escriben el teatro que quieren escribir. Los novísimos son un movimiento que salió de Tubo de Ensayo, en el ISA. Es lógico. Cuando uno es tan joven piensa que puede tumbar todas las paredes y borrar todo lo que se ha hecho. Eso es imposible.
Los novísimos tienen mucha fuerza y hay gente ahí con mucho talento, como Rogelio, como Fabián Suárez. Estos dos son los que más conozco. Yo voto por estos dos, al menos. Me arriesgo a trabajar con ellos. Tiene que haber espacio para todo. Para que haya “viejísimos” tiene que haber novísimos. Luego ellos serán viejos y habrá otros que querrán descabezarlos. Es una cadena.
¿Cómo se hicieron del Trianón?
Sobre los 89 no teníamos dónde ensayar. Yo tenía las llaves del Teatro Nacional, porque allí no pasaba nada. Ensayamos ahí nuestras primeras obras. Soñábamos con tener un grupo, hacer un familión teatral.
Un día pasé por El Trianón, que era un cine en ese entonces y estaba cerrado. Alfredo Guevara adoraba este lugar. Aquí estuvo Leo Brower con la Sinfónica Nacional. Luego él decidió no quedarse aquí, y como el cine estaba cerrado fui y hablé. Me pusieron muchas trabas, pero empezamos a ensayar.
Entonces el cine arrancó con la proyección de películas “fiambres” como Tigres en altamar, que se puso como durante un año seguido, porque en esa época entraban pocas películas al país. Nosotros hacíamos funciones alternadas con la proyección de películas, y luego de que se acababa la proyección teníamos que armar toda la escenografía. Como las hormigas y las termitas, nos colamos aquí mucho tiempo, hasta que nos entregaron el cine para hacer teatro.
¿Cómo es un día normal en su vida? ¿Cómo es cuando sale del teatro a la calle?
El teatro no se te quita de arriba. Es una preocupación y no es que yo viva de manera teatral, pero llega el momento en que hablas de manera teatral, y entonces usas “el tono” y dices “Buenas Tardes” (engolando la voz).
El teatro es mentir, y mentir bien, para crear una realidad verdadera, hermosa, un universo de imágenes. Eso va con uno. Llega el momento en que cuando caminas por la calle, no es que estés montando una obra, pero sí estás bebiendo de la realidad, de los colores, de millones de cosas que van entrando en ti, para tu obra. Uno es un saco de historias, de sensaciones, de puntos de vista.
Claro, tengo una vida aparte a eso. Tengo un perro que se llama Federico. En el edificio todo el mundo lo conoce, porque ladra extraordinariamente, como si fuera un dobermann.
¿Es un sato?
Es mestizo: chihuahua con sato. Federico tiene un registro en su voz -o en su ladrido-, como Broselianda (Hernández). Tiene un tono altísimo.
¿Qué grupos cubanos de teatro le gustan? ¿Quizás El Ciervo Encantado? A mí me gusta mucho El Ciervo…
A mí me encanta. Creo que Nelda es de las directoras fuertes de Cuba.
¿Cuándo le van a dar a Nelda el Premio Nacional?
Bueno, Nelda ya está “en punta”. Yo me imagino que en la cola, en el caso de los directores, están Nelda, Rubén Martín y Rubén Darío Salazar. Por ahí anda la cola. Hay que preguntar quién es el último (risas).
En las colas a uno no le gusta el que va delante. ¿Qué habrán dicho los de atrás de usted cuando dijeron que este año el Premio era suyo?
No me imagino. Es que yo he estado nominado mucho tiempo. Como seis veces. Yo preparé las galas de premiación de Abelardo Estorino, Héctor Quintero, Hilda Oates, Armando Suárez del Villar…
Ya veo que tienen el aire acondicionado, porque en todas las entrevistas que leí de usted, se quejaba de eso…
(Risas) Si, ya tenemos el aire. Ya hay que venir con los abrigos, las pieles, las perlas…
bravo mi maestro, es como estar en la oficina llena de gente, tomando café (si es que hay) y hablando de teatro, sin cartones. El Publico es una casa muy acogedora. Oye …y lo del carro por arriba..uff. pa alla pa alla
…uno es un saco de historias, de sensaciones, de puntos de vista… Te felicito Carlitos por tu historia, sensaciones y puntos de vista saludos pepe chedre
Creo que ese premio es muy merecido el público es uno de los mejores grupos de Cuba nada mejor que disfrutar una de sus obras