El 29 de noviembre del 2020 el fútbol despedía a Papa Bouba Diop. Con solo 42 abriles, fallecía el hombre que había puesto a Senegal en los titulares del Mundial del 2002, luego de sepultar a la Francia de Zidane, campeones defensores, y a la Uruguay de “El Chino” Recoba, eternos candidatos. Tras su muerte, nadie podía imaginar que, justo dos años después, Diop volvería a ser inspiración para el once y los fanáticos africanos en una de sus batallas futbolísticas trascendentales del presente siglo.
Se podía sentir, en la barra senegalesa, en el campo, en el banquillo, el héroe de la Copa de Corea y Japón sobrevolaba el Khalifa International Stadium, donde siete senegaleses con su número 19 en la espalda se alinearon en las gradas, mientras otros levantaban una imagen suya en medio de una pancarta rotulada con la frase “Un verdadero león nunca muere”. Diop podía estar en cualquiera de esos rincones del colorido mosaico, pero su figura parecía descender hasta poner la mano encima de Aliou Cissé, su eterno capitán.
Cissé, entrenador de los Leones de Teranga desde el 2015, compartió vestuario con Diop, fue testigo en primera línea de sus goles en el Mundial del 2002 y ahora transmitía a sus jugadores ese espíritu guerrero de su antiguo compañero, en particular a Kalidou Koulibaly, un central con cara de pocos amigos que podría ser, sin dudas, la prolongación de Papa Bouba en el campo.
Koulibaly es un futbolista implacable. Su carácter, recio y seco, es su carta de presentación. A la hora de las definiciones, uno siempre quisiera tenerlo en su banda y no en contra; infunde cierto pánico. Justo esa sensación debió sacudir el alma de los ecuatorianos cuando el capitán senegalés, con el 19 de Diop dibujado en el brazalete, remató al arco de Hernán Galindez un balón suelto en el área e hizo saltar por los aires el empate que Moisés Caicedo había logrado solo unos segundos antes.
Antes de esos instantes de locura en el segundo tiempo, Ecuador había desperdiciado más de medio partido, como si se hubieran conformado con las buenas vibras que transmitieron en los duelos contra Qatar y Países Bajos. Sin rastros del toque mágico que los ubicaba como una de las revelaciones de la Copa, quedaron a merced del desenfrenado ritmo de Ismaila Sarr, Iliman Ndiaye, Idrissa Gueye y Boulaye Dia, quienes pudieron matar en los primeros diez minutos, pero prefirieron dejar la trama abierta al suspenso.
Sin embargo, ni esos avisos ni la compasión de Senegal despertaron a los sudamericanos, que hasta vieron fallar a quien había sido su bastión defensivo en el Mundial: el joven de 20 años Piero Hincapié Reyna. Podemos anotar ese nombre, huele a central de futuro, pero este martes cometió un error de mortales al regalar un penal que Sarr cambió por gol en el primer tiempo. Ahí empezó a irse el Mundial para Ecuador, que tardó una eternidad en reaccionar, y cuando lo hicieron, se encontraron con la respuesta inmediata de Koulibaly, quien definió el pase de Senegal a octavos y puso el cuño en la carta de despedida de los chicos dirigidos por Gustavo Alfaro.
Las lágrimas de Caicedo, la mirada perdida de Hincapié, el desplome de Sarmientos, las imágenes pesadumbrosas de la grada certificaban la eliminación de una escuadra que puede y debe mirar adelante con más optimismo, cuando sane la herida de Qatar. Si mantienen la línea, no dudo que lleguen al Mundial del 2026 con una generación más curtida y un equipo consolidado.
Con los ecuatorianos se despidieron también los anfitriones, aunque ellos comenzaron a decir adiós desde el mismo pitido inicial de la Copa. Qatar, si de fútbol hablamos, nunca estuvo en el Mundial, y esa es probablemente la prueba más contundente de que nunca debieron estar y de que, salvo sorpresa, demorarán mucho en volver.
Su cierre no fue tan bochornoso porque la selección de Países Bajos no tiene muy claro a lo que juega, o no juega muy bien a lo que quiere. Ese dilema existencial les ha surgido en el peor momento y no les ha pasado factura de milagro. Con Senegal caminaron sobre el estambre, pero supieron rematar, ante Ecuador terminaron pidiendo la hora y el cierre frente a Qatar lo solventaron con muy poco brillo, poquísimo para un equipo de su nivel y un rival tan débil.
Pero nada de eso atormenta a Van Gaal, a fin de cuentas, muchos holandeses ni siquiera están siguiendo el Mundial. Para él, lo que vale es mirar la tabla, verse en la cima, con pasaje a octavos y la seguridad de que no tendrán que enfrentarse a Inglaterra en el primer cruce de vida o muerte. Una pesadilla menos. Sin embargo, en la práctica Países Bajos no tiene mucho consuelo –o esperanza– más allá de Cody Gakpo, un futbolista puro y con talento de sobra para ganar partidos a golpe de chispazos individuales, sin importar lo que hagan sus diez escuderos.
A los qataríes les dejó de regalo otro gol, su tercero del Mundial, a uno por partido, algo que en fase de grupos no había conseguido ningún jugador del combinado orange en la historia de la Copa, según los archivos irrefutables de Mister Chip.
La cuestión ahora es ver si este joven de 23 años podrá seguir cargando en solitario con el peso de un equipo histórico en los Mundiales. No le vendría mal que Frenkie De Jong fuera más consistente, que Memphis Depay volviera a vestirse con la piel de un león, o que Van Gaal se saliera del guion y le diera un chance a Xavi Simmons, quien ha crecido meteóricamente al lado de Gakpo en el PSV. Pero nada de esto parece posible de cara a octavos, donde se cruzarán con Estados Unidos.
Los norteños vencieron a Irán con un gol trágico de Christian Pulisic, quien salió golpeado con una contusión en la pelvis. La combinación entre Weston McKennie, Sergiño Dest y el Capitán América fue lo más relevante de un duelo denso, en el que los iraníes chocaron con su propia inoperancia y fallaron en la misión de al menos empatar para asegurar su boleto a la siguiente ronda.
Quizás les pasó factura la presión a la que han estado sometidos, y no precisamente por su rendimiento en el campo. Ellos se situaron en el foco mediático desde que no cantaron su himno durante el primer duelo del Mundial, en señal de apoyo a las protestas contra el gobierno de Teherán por la muerte de la joven Mahsa Amini, quien fue detenida por la policía de la moral del país y después falleció en dudosas circunstancias.
Para añadir más leña al fuego, la Federación estadounidense publicó en sus redes una imagen de la bandera iraní sin un emblema que representa la palabra Allah. Esto desató una tormenta en el desierto. Los persas querían la expulsión de los norteamericanos del Mundial, y estos últimos insistieron en que el asunto de la bandera se trataba solo de una “inocente” muestra de apoyo a las mujeres que luchan por los derechos humanos en Irán.
Si todas estas variables no estuvieran sobre la mesa, quizás la Casa Blanca no hubiera sido tan elocuente en sus mensajes de apoyo a la selección que dirige Gregg Berhalter, el técnico de fútbol que usa unas lujosas zapatillas Air Jordan, tal vez para invocar el americanísimo espíritu triunfal de Michael, el 23 de los Bulls.
We believe that we will win. pic.twitter.com/Q03F8so0mK
— President Biden (@POTUS) November 29, 2022
Por fortuna, las tensiones generadas fuera no entraron al estadio que fue diseñado con la forma de un “gahfiya” (gorro tejido tradicional para hombres y niños que se usa en la región), como mismo relató el periodista Eduardo López, del Diario AS, quien cubrió el duelo desde las mismas tribunas.
“El partido ha sido muy civil, cabe señalar. Los enfrentamientos han sido de porras. Ni abucheos, ni broncas, ni cánticos discriminatorios. Puro fútbol intenso en Al Thumama. Una buena noticia, para rebajar la tensión de los días anteriores. Ambos equipos se han dedicado a jugar”, dijo López en la transmisión directa de un choque que marcó la despedida de Irán, hasta cierto punto lógica, porque ningún equipo que ha permitido seis goles en su primer partido de un Mundial ha logrado después avanzar a octavos.
Mientras se resolvía el conflicto entre Estados Unidos e Irán en el Al Thumama, Inglaterra cumplió su parte del trato y despidió a Gales de la que puede ser su última Copa del Mundo con ese nombre. Quieren que los llamemos “Cymru”, un término galés que significa Gales en el idioma local, y que es casi tan extraño como llamarle “Türkiye” a Turquía.
Pero quizás no tengamos que pasar por eso, teniendo en cuenta lo mucho que ha demorado (64 años) Gales en retornar al Mundial y lo mal que han estado en Qatar. Para entender la magnitud de su bache, habría que ver su partido frente a Inglaterra, un rival que normalmente los motiva. Sin embargo, ni ese factor funcionó, los galeses no estuvieron en el campo y los chicos de los tres leones, al contrario, entraron oliendo la sangre.
Después de un partido gris contra Estados Unidos, los ingleses volvieron a mostrar sus armas, liderados por Marcus Rashford, quien no debería esperar más en el banquillo. Es un futbolista diferencial, explosivo, como Phil Foden, que también tendría que estar más tiempo en el campo que mirando desde la banda. Sobre esto tendrá que definir Southgate, hasta ahora más inclinado a Saka y Sterling como acompañantes de Harry Kane. El futuro de Inglaterra en el Mundial, en gran medida, dependerá de estas decisiones.