He cometido un disparate colosal, acaso una herejía. Le he preguntado a Miguel Chamorro Rocamora qué significan las tres letras en el pulóver de la chica del cuadro. De pie frente a la pintura, miro y miro los ojos huecos de la gente que va en procesión. Así se llama la obra, Procesión. La gente va caminando lentamente, con la mirada perdida, con cráteres en la cara en lugar de ojos, pero no se detienen. Entre la multitud ocre solo sobresale la chica con el pulóver de rayas grises, y en el pulóver tres letras completan la incertidumbre.
Imagino que en esas siglas está la respuesta. También en las manos que aplauden, o piden, vaya uno a saber. Y le pregunto a Chamorro solo para que, con la mayor amabilidad del mundo, me diga bajito que es un secreto y que cada cual debe tejer la historia que quiera. Eso me pasa, pienso, por no prestar toda la atención a las clases de apreciación del arte; aquellas en la que la profesora decía: “no se trata de entender, sino de sentir”.
Me consuelo sabiendo que no soy la única en ascuas. La poeta y ensayista Ileana Álvarez ha dicho que ante la obra de Chamorro, “cada interrogante, cada duda que nos queda al apreciar su labor, nos anima a resistir como un caracol en el desierto, en busca de la humedad”. Pero se me sale lo de racionalista, qué le voy a hacer…
Miguel Chamorro Rocamora no podrá ser acusado de temerle a los recuentos. Como quien se toma el tiempo, incluso, de respirar, ha hecho un alto en su carrera en las artes plásticas para mirar lo que han sido 30 años de creación. Con la expo personal Testimonios, cierra un ciclo de tres décadas apegado a la pesada maquinaria que le permite imprimir conceptos, formas, sensaciones.
Dice que prefiere labrar láminas de metal, pero se ha contentado con la colagrafía porque es más barata y que de todos los movimientos artísticos se siente más cerca del expresionismo alemán de postguerra. Que vio trabajar a Belkys Ayón y le impactó la maestría con que manejaba las prensas y que Durero, el gran grabador español, de tanto crear se acostumbró a escribir al revés. “Porque en el grabado se tiene que trabajar mirando un espejo, para que devuelva la imagen al derecho.”
¿Se supone que fuiste un niño que pintaba?
Sí. Yo nací en Nuevitas y al año mis padres se mudaron a San Joaquín, un batey arrocero en la costa de Florida. Me crié en un entorno rural, pero muy propicio para la creación. Era un lugar de campo, en el que existía, por decirlo de algún modo, un movimiento rústico de personas aficionadas a la cerámica, al trabajo con barro. Eso hizo que naciera en mí el interés por el arte. Luego, en sexto grado, ya vivíamos en Baraguá, el instructor Aramís Carrera comenzó a guiarme por este camino. Recuerdo que él se encargaba de organizar mis muestras en el lobby de la escuela y mandaba mis obras a concurso.
Entonces solo eran dibujos. En la familia no había ningún artista. Por ahí empezó todo. Después me fui a la Escuela Vocacional de Arte y una vez graduado continué los estudios en la Escuela Nacional de Arte. Desde el primer momento tenía muy claro que quería ser grabador. De hecho el pase de nivel lo hice precisamente en Grabado. Era un tiempo en el que no había demasiados problemas con los recursos que necesita esta especialidad. Su complejidad era lo que más me atraía, me gustaba, me retaba.
El grabado es muy sucio, no a todos los artistas les gusta. Sin embargo, el resultado debe ser muy limpio, es contrastante. Además, había un componente afectivo. Yo me había criado entre tractores, carretas, equipos pesados, y el grabado depende de un taller con grandes maquinarias, prensas. Eso me estimulaba.
A Carlos Zaldívar, un profesor egresado de San Alejandro que vino a Ciego de Ávila a impartir clases en la Escuela Vocacional de Arte, específicamente en la especialidad de Grabado, le debo lo que soy; fue mi principal impulsor. Creo que vio en mí un potencial grabador y puso mucho énfasis en mi formación. Me hacía trabajar de noche y gracias a él pude obtener una de las 10 becas que se otorgaron ese año para la Escuela Nacional de Arte (ENA).
Te graduaste en 1991. Ya para ese momento las circunstancias del país habían cambiado y el futuro era incierto, también para las artes. ¿Cómo fue salir de una escuela con ganas de grabar el mundo y encontrar limitaciones materiales que lo impidieran?
Fueron tiempos difíciles y no sabíamos cuánto podría durar. No obstante, el arte no sufrió el rigor desde los primeros momentos. Creo que en cierta medida la creación ayudó a compensar la escasez en otras esferas de la vida. En 1991 todavía existía en Ciego de Ávila un taller de grabado, al cual vine a pasar mi servicio social. Cinco años después las dificultades persistían y se decidió cerrar el taller. Ahí sí empecé a perder las esperanzas desde el punto de vista institucional y me vi obligado a buscar recursos por mi cuenta, porque lo que siempre tuve claro fue mi vocación de grabador. Si hoy estoy celebrando 30 años de vida artística puedo decir que el 90 por ciento de este tiempo se lo he dedicado al grabado.
¿La inserción en las academias de Artes Plásticas, que en su momento tuvo el territorio ─hoy no tiene ninguna─, respondió a una necesidad concreta del espacio para seguir creando, o a una vocación por enseñar y la intención de garantizar el relevo en la especialidad?
En los años en que me formé en la ENA me gradué más como profesor que como artista. Éramos profesionales con el encargo de formar nuevas generaciones. La carrera tenía un perfil pedagógico. Eso ha cambiado hoy. Esta muestra personal, retrospectiva, es también un agradecimiento a todos los maestros que tuve durante mi carrera. Cuando en el 2000 se decide crear las Academias me sentí más realizado. En la década anterior había sido imposible ejercer como profesor. Había perdido las esperanzas de trabajar en una academia, pues estaba suspendido el nivel elemental de las Artes Plásticas y yo había tenido que trabajar como especialista, en la decoración de hoteles, que compensó en cierta medida, pero por otra parte frustraba mi vocación por enseñar. Por eso cuando inauguraron las academias fui el primero en comenzar a dar clases. Graduamos 10 generaciones de grabadores, que hoy están por ahí. Fue una década dedicada por entero a enseñar y no me arrepiento. Al contrario, lamento no poder continuar esa labor. Siento que es algo que me falta.
Hablabas del trabajo como decorador de ambientes en hoteles de la cayería al norte de Ciego de Ávila. ¿Consideras que es este un arte menor?
Para nada. Las tendencias del arte contemporáneo han traído muchos equívocos en este sentido, según como lo veo. El arte podemos dividirlo, al igual que el ser humano, en cuerpo y alma. O sea, en arte contemplativo y en arte conceptual. Mi preocupación ha sido hallar el equilibrio entre ambas visiones. Las obras que se hicieron en ese momento fueron una posibilidad de reforzar la técnica, es cierto que no había un basamento conceptual muy marcado, pero sí se potenció el carácter contemplativo. Que esas piezas estén emplazadas en espacios no “artísticos” no significa que sean arte menor.
¿Por qué Chamorro, a la altura de sus 30 años de creación, no tiene un Taller, a la usanza de otros creadores del país? ¿Es muy difícil lograr ese espacio que, ahora que ya no están las academias, pueda llenar el vacío en cuanto a la formación de nuevos artistas?
Hoy tengo un proyecto, Estamparte, que persigue ese objetivo. La solicitud de un espacio donde emplazarlo está hecha. Un espacio no para mi beneficio personal como artista, sino para la proyección hacia la comunidad, a lo social. Que permita encauzar a esos egresados que son mi responsabilidad, que posibilite su superación. Hoy en la ciudad se priorizan locales con funciones de otra índole, que van más a lo material que a lo espiritual. Estamos en un momento de cambio en el país, y la preocupación de los artistas tiene que ver con que algunas instituciones de la cultura pierdan su valor, su importancia en la sociedad.
Chamorro dice que lo que más lo enamora del grabado es su masividad pero que, irónicamente, es también lo que menos le gusta, porque las condiciones actuales no permiten muchas reproducciones de la misma obra y eso, sin dudas, es frustrante. Confiesa que estos han sido 30 años de pura creación, en diferentes ámbitos: el artístico, el de la familia, y el de dirigente en el sector de la cultura. “Todos los he disfrutado mucho. Tal vez por eso mi obra no es más prolífica”. Supongo que también porque así es su tempo, pausado, sin apuros, como esta conversación. Es, quizás, esa inteligencia sui géneris de los grabadores de mirar el mundo al revés para entenderlo mejor. “El resultado que espero no es la fama. Mi prioridad seguirá siendo equilibrar mi creación entre la obra y la vida sentimental”.