Se inició en las artes plásticas en un grupo de aficionados del poblado de San Francisco de Paula, a unos 15 kilómetros del sureste de la capital cubana. Estudió Historia del Arte en la Universidad de La Habana e hizo las veces de curador de arte y galerista. Es Orlando Boffil (La Habana, 1964), artista radicado en Syracuse, estado de Nueva York, donde tiene su casa estudio.
Piezas de Boffil han sido incluidas en más de sesenta muestras colectivas. Cuenta en su haber con trece exhibiciones personales, entre Cuba, Estados Unidos y México.
Lo singular de su obra es que apenas hace uso de la perspectiva. Sus personajes, resueltos con notable economía de recursos, se integran en composiciones planas, sobrias de color, casi se dirían ideogramas. Su tema central es Cuba, sobre el que discursa con una mezcla de ironía y candor.
¿Cómo era la dinámica del Grupo La Vigía, los métodos de enseñanza de Vergel? ¿Además de ti, otros artistas del colectivo continuaron un camino exitoso? ¿La permanencia de Vigía en la finca de Hemingway te hizo sentir curiosidad por la vida y obra del escritor norteamericano?
El grupo La Vigía se fundó a principios de los años 80 en un local de lo que fue el bungaló de Finca Vigía, actual Casa-museo Ernest Hemingway, como resultado de un taller de artes plásticas impartido por el pintor y escultor Orestes Vergel Portal. Asistíamos unas tres veces por semana a recibir clases de dibujo y pintura. Fue en este taller renacentista —como lo llamo en homenaje a José Lezama Lima— donde un grupo de jóvenes de San Miguel del Padrón comenzamos nuestra formación como artistas plásticos.
La dinámica de las clases estaba dividida en dos etapas. La primera, en función de aprender lo relacionado con los fundamentos de la forma: dibujo, diseño, composición, perspectiva, claroscuro; y la segunda, para dominar las técnicas de la tempera y la acuarela.
A la par de aprender a dibujar y pintar del natural con las herramientas académicas del oficio, Vergel nos estimulaba a desarrollar nuestro propio lenguaje con trabajos libres, personales y creativos. Todo esto se complementaba con la visita a museos y galerías.
También tuvo su peso la influencia de la obra de Orestes Vergel y el estudio y repaso de la historia de las vanguardias artísticas del siglo XX y sus principales exponentes.
En apenas dos años salimos del taller con una formación considerable y un trabajo en ciernes que ya iba perfilando nuestras poéticas e inclinaciones estéticas.
En la actualidad, somos grandes amigos e individualidades bien definidas en cada propuesta artística. En un análisis genérico, considero que nuestro éxito ha radicado en la constancia, y su resultado, en obras y en muestras dentro y fuera de Cuba. Aunque en este momento sólo Orestes Vergel y yo residimos fuera de la isla, los demás miembros del grupo han tenido la oportunidad de viajar y confrontar sus trabajos en espacios internacionales.
El contexto de la casa del célebre escritor fue tierra fértil. Me gustaría definirlo como un complemento muy importante de formación intelectual. El contacto directo con el mundo hemingwayano inspiró dos muestras: “La Vigía en Nuestro Tiempo”, en la Galería del municipio 10 de Octubre, y “Fiesta”, en la galería del propio museo.
Finca Vigía es un ambiente natural espléndido, y en sus objetos y biblioteca, con más de 5 mil volúmenes, se condensa lo mejor de la tradición artística y literaria del siglo XX. Este mágico lugar fue el incentivo para que comenzara a investigar y estudiar la historia del arte y a aficionarme por la literatura. No creo que exista mejor escenario para la formación de jóvenes que aspiran a ser artistas.
Estudias Historia del Arte y vas a dar, después de graduado, a la Galería de Arte de 10 de Octubre, ubicada en la calzada homónima. ¿Las galerías municipales de entonces estaban enfocadas a promover solo artistas locales? ¿Cómo se decidía qué artista exponer? ¿Nos relatas las exposiciones más sobresalientes que estuvieron a tu cargo?
Entre 1985 y 1990 estudio Licenciatura en Historia del Arte en la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana. En 1991 comencé a trabajar en la Galería de arte, junto a Iluminada Rodríguez, su directora. Ambos curábamos y organizábamos las exposiciones con un plan de una muestra mensual.
Los artistas de 10 de Octubre tenían prioridad, pero también trabajábamos con artistas de cualquier localidad que tuvieran calidad en su propuesta. Existía un registro de los artistas residentes en el municipio, que eran muchos y muy buenos —algunos ya consagrados. Hacíamos un trabajo de campo visitando estudios y muchos accedían a participar en proyectos colectivos o personales. Siempre buscábamos un equilibrio en las variables pintura, escultura y gráfica.
Recuerdo con mucho agrado una exposición colectiva colateral a una de las bienales de La Habana, pues tuve la oportunidad de visitar y conocer artistas de la talla de Gilberto Frómeta, Roberto Fabelo y Pedro de Oraá.
En sentido general, recuerdo todas las exposiciones con cariño. Fue una experiencia que aportó a mi formación y, además, me dio la oportunidad de conocer a muchos artistas emergentes, como yo, a los que les hacía ilusión poder tener en aquella pequeña y céntrica galería su primera muestra personal.
En 1996 decides iniciar una carrera como creador independiente. ¿Qué determinó que dieras ese paso? ¿Durante tu etapa de curador hacías arte?
Me considero un creador; ya lo era antes de estudiar Historia del Arte y antes de trabajar como especialista en la Galería de arte del municipio 10 de Octubre.
Opino que la curaduría es una labor muy útil e importante en relación con los museos; pero no me interesa como profesión. Es una práctica intelectual que ejerce de intermediario entre el artista y el público, y casi siempre está sujeta a las filias y fobias estéticas del curador o responde tendenciosamente a intereses políticos e institucionales. Percibo en ello más intenciones que resultados. Los grandes eventos sujetos a proyectos curatoriales casi siempre adolecen de incoherencias y grandes ausencias, son más exclusivos que inclusivos.
Las instituciones, desde una relación de poder, pontifican al curador poniendo al artista en situación de “pinto y si el curador me elige, existo”.
Como creador, rechazo por definición toda intromisión burocrática con relación al arte, sin dejar de reconocer que el arte depende de un circuito institucional para su legitimación, circulación y consumo.
Más que curar, me gusta organizar muestras en función de la diversidad y la calidad. Esto fue esencial en mi labor en la Galería. Siempre he entrado al estudio de un artista con mucha curiosidad y respeto, más en plan colega que de curador.
Estudié Historia del Arte por ser una carrera afín con mis intereses de creador; no para convertirme en un crítico o curador de arte.
En 1996, por estar tan enfocado en la labor como artista, la dirección municipal de cultura tomó la bendita decisión de separarme de mi trabajo. Muchos colegas estaban viviendo de vender sus obras en lo que entonces se conocía como la Feria de la Catedral.
Poniendo obras en los caballetes de mis amigos empecé a vivir de mi trabajo como artista. También arranqué a exponer en la red de galerías de la ciudad y a participar en eventos alternativos, como Proyecto Horizontal, que fueron importantes para promover y comercializar mi obra.
Entre tanto, apareció un art dealer de Barcelona, Jesús Mira Romero, que se interesó en mi trabajo y lo comenzó a promover y comercializar en España.
En algunas de tus obras noto el eco de Jesús de Armas, artista cubano muy notable del que se habla poco. ¿Crees haber sido influido por él? ¿Cuál sería tu genealogía dentro del arte cubano? ¿Qué artistas internacionales has seguido con verdadera atención?
Me emociona que veas en mi trabajo influencias del importante pintor cubano Jesús de Armas. Cuando fui a trabajar en la Galería de 10 de Octubre, Iluminada Rodriguez me habló de él con gran entusiasmo.
Ella era amiga de Jesús de Armas y tenía especial interés en que yo lo conociera, y quizá poder coordinar alguna muestra de su obra. No recuerdo los motivos; pero desgraciadamente nunca sucedió. Más allá de la admiración que siento por su magnífica obra, nunca he trabajado, al menos de manera consciente, bajo su influencia directa, pero ya que lo adviertes, la adopto como tal.
Mis influencias nacionales son una mezcla variopinta. Entre otros, el último Abela, Raúl Milián, Acosta León, Antonia Eiriz…; quizá algún eco de Pedro Pablo Oliva, por lo que él tiene de Abela y Paul Klee. De mis contemporáneos puedo mencionar con entusiasmo a Carlos Rodríguez Cárdenas y José Bedia.
Internacionales, son muchos también, determinado por mi amplia relación con la historia del arte. Entre otros, Francisco Toledo, Miquel Barceló, la transvanguardia italiana, sobre todo Francesco Clemente, Mimmo Paladino y también la poesía del lenguaje rudo y primitivo de Enzo Cucchi. Por supuesto, Picasso, Marc Chagall y Paul Klee: mis personajes están diseñados a partir de su exquisita obra titulada “Senecio”. Las influencias no siempre son formales, también son de espíritu.
Menciona las tres exposiciones personales que consideres más importantes, sea por su alcance o porque en ellas mostraste un segmento de tu trabajo en franco proceso de maduración.
Mis tres exposiciones personales más importantes están relacionadas con tres momentos en tres países: Cuba, México y Estados Unidos. “Tropicollage”, realizada en la galería Domingo Ravenet, llamémosla bipersonal, porque la hice con mi amigo, también de La Vigía, Orestes Castro.
Fue mi primera muestra importante, que tuvo una interesante promoción debido a la interpretación política que se le dio a la asociación de nuestros apellidos. El póster promocional decía: EXPO “TROPICOLLAGE”. MUESTRA DE O. CASTRO-O. BOFFILL.
La serigrafía se ubicó en diferentes lugares y alguien interpretó que estábamos promoviendo una alternativa entre Fidel Castro y el disidente Ricardo Boffill. Se dio un revuelo tremendo, pero el director de la galería, Antonio Fernández Seoane, defendió la muestra y no fue cerrada.
En México, en la ciudad San Miguel Allende, hice mi primera muestra personal fuera de Cuba: “Hecho en San Miguel”, un juego orgánico con obras que había pintado en Cuba, en San Miguel del Padrón, junto a otras realizadas en San Miguel Allende, México. Cuando vine a vivir a Estados Unidos, en 2013, hice “Fantasy”, mi primera muestra en Chelsea, New York, con Art Mora Gallery, que actualmente me representa en Estados Unidos, y ha llevado mi obra hasta Corea del Sur.
¿Cómo defines tu poética?
Mi poética (palabra que me provoca) es una labor que precisamente está en función de lograr la cuota de poesía que persigue todo creador y que es la esencia de todo arte. Soy un pintor figurativo amante del color y pretendo que el hecho estético tenga fuerza e impacto visual en la síntesis. Con mi obra canalizo mis frustraciones existenciales y con ello aspiro a filosofar con el receptor y, de ser posible, que me acompañe en la catarsis.
No me disgusta que una obra pueda quedar en la belleza de su epidermis estética y cualificar un ambiente, pero me interesa más aquella que, además, emite un contenido o mensaje.
¿Tienes un statement de artista que puedas compartir con nosotros?
Como todo creador, tengo un statement sobre mi propuesta artística, pero no me queda claro si pueda resumir en dos o tres párrafos lo que me propongo. Esa síntesis me limita y hasta me asusta.
Considero que cada obra por separado es un statement que lo alimenta y enriquece. En esencia, me considero un artista postmoderno, y ello significa ser muy inclusivo, diverso y promiscuo. Estoy dispuesto a todo tipo de cambios, influencias y dinámicas posibles. Incluso, a renunciar al sello del estilo si alguna obra lo requiere. Hoy se me ocurre resumirlo parafraseando un título de Virgilio Piñera: soy un Jesuita de la pintura.
¿Reconoces temas recurrentes en tus obras?
El grueso de mi propuesta está relacionada con Cuba. Supongo, porque allá me formé y comencé a madurar como artista; es el lugar en el que viví los primeros cuarenta y siete años de mi vida, y con el cual no he perdido contacto. En un escenario que representa la geografía de la isla de Cuba, desarrollo historias que comentan la situación existencial y política de mi país de origen.
Tiene mucho peso el sensible tema de la emigración, que es recurrente en el arte contemporáneo cubano. Más que por moda o snobismo, pretendo comentar y dejar constancia sobre esta histórica realidad que como cubano me atañe, aunque ahora no viva en Cuba y, precisamente por ello, porque también soy un emigrante cubano más.
Recientemente ha aparecido Pinocho como tema. No planifico series, pero a veces un tema me ofrece variantes y orgánicamente deviene serie. No es algo deliberado.
También he ido incorporando temas relacionados con la iconografía que utilizan las distintas aplicaciones de las redes sociales como dinámicas de comunicación a nivel virtual. Me interesa jugar con ello y dar una opinión irónica o metafórica sobre cómo la tecnología ha cambiado nuestra manera de relacionarnos.
Vives en Syracuse, Estado de Nueva York. ¿La pintura es tu única fuente de ingresos o compartes tu tiempo con otras labores?
Desde 2013 vivo en Syracuse. La pintura no siempre ha sido mi única fuente de ingreso, aunque en estos últimos tiempos ello ha mejorado considerablemente, acorde con mi evolución como artista. Justo ahora, y desde hace casi dos años, estoy tratando de sobrevivir como pintor a tiempo completo. Cuando todavía no se ha entrado en el gran mercado es bastante difícil vivir del arte como oficio. Pero de alguna manera poder seguir haciendo mi obra me salva y me da esperanzas. Obras hacen fe.
¿Qué artistas cubanos no deberían faltar en tu colección personal si pudieras adquirir sus obras?
Me gusta mucho el arte cubano contemporáneo. Coleccionar arte es tarea pendiente. En mi colección me gustaría tener a Wifredo Lam, René Portocarrero, Ángel Acosta León, Antonia Eiriz, Manuel Mendive, Flavio Garciandía, José Bedia, Moises Finalé, Santiago Rodríguez Olazabal, Los Carpinteros. Algo de la etapa cubana de Carlos Rodríguez Cardenas, Segundo Planes y Tomas Esson… Es tarea difícil, soy mejor degustador que pintor, la lista sería considerable; por supuesto, entrarían también mi maestro y mis colegas contemporáneos más cercanos.