Colonia Juárez. Ciudad de México. Jueves 2 de junio de 2022. Una pareja de adolescentes, vestidos con uniformes de colegio, cruzan de la mano, con paso apurado la intersección entre la Avenida Morelos y la calle Abraham González. Caminan por la acera de esa última y a unos 15 metros se detienen en un quiosco de bebidas y golosinas, muy cerca de donde estoy parado. Ella pide un chocolate. En el breve tiempo de espera, él le susurra algo al oído y la chica sonríe cómplice. Se abrazan. Se besan.
Retrato esos instantes y el ruido de mi cámara delata mi presencia. La pareja me mira y sonríe, ruborizados.
Hace más de un siglo, en la noche del jueves 10 de enero de 1922, también entre risas, besos y abrazos por las arterias Abraham González y Morelos cruzaron dos jóvenes enamorados. Eran Julio Antonio Mella y Tina Modotti.
—Vámonos por Morelos, Julio. Es más ancha, menos oscura.
Julio le ciñe la cintura bajo la chaqueta negra. Tina quisiera hundirse en su costado, ser con él un solo aroma nocturno. Ojalá tuviera las piernas más largas, caminarían enlazados. «Falta poco”, piensa. A unos metros los espera el abrazo.
Al doblar a la izquierda en Abraham González, un estampido, una raya de fuego la inmoviliza. Otra detonación casi simultánea.
“Es contra él”, piensa Tina. Se da cuenta de que ya no sujeta el brazo de Julio. “Julio, Julio”, ¿grita, nombra, calla? Una sombra se aleja a sus espaldas —“Julio”—, allá va adelante. Lo ve dar tres pasos, otro más y desplomarse. “Julio”, corre hacia él. Grita en todas direcciones. Auxilio, auxilio, Julio, auxilio. Un automóvil, ayuden por favor, un médico, por caridad. Lo único real en la calle es el olor a pólvora en la manga quemada de su chaqueta y entre sus brazos la cabeza de Julio murmurante: “Pepe Magriñá tiene que ver en esto”. Julio desangrándose, y en un supremo esfuerzo: “Muero por la revolución”.
—No, Julio, vas a estar bien, Julio, ahorita —lo besa en la frente.
Las rodillas de Tina se empapan en sangre, Julio no pesa. Se le va, ya casi no es él.
—¡Pronto, señor, un automóvil, por favor! ¿Usted no es médico? Señor, ¿no hay un médico por aquí? ¡Hay que llevarlo al hospital!
Ya no está sola. En la oscuridad las miradas los rodean.
—Mi amor.
Tina lo besa una y otra vez, le acaricia la frente, los cabellos.
Se trata del inicio de Tinísima, novela histórica con tintes de ficción de la escritora mexicana Elena Poniatowska. La escena reconstruye el trágico asesinato de Mella, luego de que dos disparos de revólver 38 segaran la vida del joven revolucionario de 25 años. La primera bala atravesó el codo izquierdo y el intestino; la segunda perforó un pulmón.
Tinísima está basada en la vida real de Modotti. Publicada en 1992 y con una edición de 2006 por Casa de las Américas como parte de la colección Literatura Latinoamericana, explora las relaciones personales y políticas de Modotti, su carrera artística y sus luchas. Una de las partes más apasionadas y tristes del libro es precisamente la dedicada a su relación amorosa con Mella.
Assunta Adelaide Luigia Modotti Mondini, conocida como Tina Modotti, nació en Italia en 1896 y emigró a Estados Unidos siendo adolescente. Allí trabajó como modelo y actriz antes de que el Edward Weston la introdujera en el mundo de la fotografía. Modotti se convirtió rápidamente en una fotógrafa talentosa y de éxito, conocida por su estilo vanguardista y su enfoque en la gente común y los trabajadores.
En 1921 se trasladó a México con su entonces marido, el artista Robo Richey. Allí se involucró en la lucha política y social del país, trabajando con el Partido Comunista Mexicano y otros grupos de izquierda. Además, tomó contacto con el pintor Diego Rivera, quien se convirtió en su mentor y amigo.
Julio Antonio Mella, nacido en La Habana en 1903, hijo de Nicanor Mella Brea, sastre dominicano, y la irlandesa Cecilia Magdalena Mc Partland Reilly, fue fundador del Primer Partido Comunista de Cuba, inspirador de la Reforma Universitaria, organizador de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) y uno de los precursores de la Revolución de 1933. Fundó la Liga Antiimperialista de las Américas. Tras ser perseguido por la dictadura machadista y encarcelado por su intensa actividad política en Cuba, se vio obligado a exiliarse en México.
Modotti y Mella coincidieron en 1927 en ese país, en una reunión de la Liga Antiimperialista de las Américas. Comenzaron a frecuentar los mismos círculos, la casa de Diego Rivera y Frida Kahlo, así como espacios de activismo político. La atracción fue inmediata y pronto se convirtieron en amantes.
La pareja estaba llena de tensiones políticas y personales. Mella era un revolucionario radical, que creía en la lucha armada; Modotti era más cautelosa.
La suya fue una historia de pasión, política y tragedia. La relación duró poco más de un año, pero fue intensa. Basta mirar los retratos que Tina le hizo a Mella, incluso después de su muerte; parece dormido. Por su lado, él hablaba de ella a todos. La llamaba Tinísima (de ahí el nombre del libro) y solía decirle “la flor más bella de México”.
La muerte de Mella fue un golpe devastador para Modotti. Al dolor intenso de la pérdida del amante debió sumar las acusaciones de complicidad en el asesinato. La prensa reaccionaria mexicana la tildó de “prostituta” o “extranjera perniciosa”.
El homicidio de Mella nunca sería esclarecido del todo. Alrededor del autor intelectual del asesinato sobrevuela una vieja polémica. La historia más conocida recoge que la dictadura de Machado lo mandó a matar. Una versión menos tratada apunta a un grupo estalinista liderado por el italiano Vittorio Vidali.
“La orden de eliminar a Mella provino de la Internacional y fue cumplimentada por gatilleros al servicio de Vidali, quien veía en el joven cubano un obstáculo para los designios de Moscú en México”, afirma el escritor italiano Pino Cacucci, autor del libro Tina, biografía que en algunos aspectos difiere con la obra de Poniatowska.
En el juicio, Tina fue absuelta. Poco después dejó México y regresó a Europa, donde continuó su carrera como fotógrafa a la par del activismo político.
La lectura de los libros Tinísima y Tina despertaron mi interés más que cualquier clase de historia. Por esos textos, además, el día que aterricé en la capital mexicana le pedí a mi anfitrión, mi amigo Abel Somohano, que me llevara al sitio de los hechos.
Sobre la pared del quiosco hay dos placas que recuerdan al cubano. Una, con su perfil esculpido en bronce a semejanza de una conocida foto tomada por la propia Tina, fue colocada en 1938 por la Asociación Nacional de Emigrados Revolucionarios Cubanos (ANERC), grupo creado por Mella. La otra, en mármol, data de 1993, colocada por la Federación Estudiantil Universitaria de Cuba (FEU).
Antes de encontrar las placas, preguntamos a gente en los alrededores si conocían el lugar donde murió uno de los grandes nombres de la Historia de Cuba. Indagamos en la esquina, en un puesto de comida; con un mecánico en su taller, justo frente de las tarjas que aún no habíamos visto, y con unos vecinos en la misma acera. Al parecer, nadie sabía de Mella y Tina. O casi nadie.
Cristina, una señora de unos 60 años que atiende el quiosco en el que estaba la pareja de estudiantes, sí conoce. Es más, tiene impresa una breve reseña sobre los míticos jóvenes de izquierda, que reparte entre quienes llegan a su negocio para hacerlos conocer la historia.
Casualmente es jueves, como aquella fatídica noche. Y, para más coincidencia, una pareja de estudiantes se funden en un abrazo y un beso, noventa y tres años después de la muerte prematura de Mella y el llanto desconsolado de Tina. Esta vez, el abrazo tendrá final feliz.