A mí no me gusta hablar en los estadios mientras veo un partido de béisbol. Da igual si estoy en un duelo de escolares, en la Provincial, en la Serie Nacional o en un evento internacional, prefiero abstraerme, meterme en el juego y analizar cada detalle que percibo desde la grada.
Quizás por eso me disgustaba un poco cuando un fanático de Industriales, casi siempre vestido con pullover, gorra o un extravagante sombrero azul, se me acercaba en el Latino a hacerme preguntas y a pedirme criterios. Nunca evité la conversación y respondí a cada inquietud religiosamente, pero no negaré que en el fondo solo quería estar en silencio.
Aquellos episodios no fueron cosa de un día, porque Eduardo Medina Fernández estaba siempre en el Coloso del Cerro, sentado por la banda derecha, justo detrás de los palcos de la prensa. En las noches más frías, en las tardes de sol ardiente, en las jornadas lluviosas, con Industriales arriba, con Industriales en el sótano, ahí aparecía este señor mayor con sus espejuelos y su “candado” lleno de canas para conversar sobre béisbol.
De inicio, yo no sabía que se llamaba Eduardo, de hecho, le pregunté varias veces su nombre y siempre me respondía lo mismo: “Yo soy puro veneno”. Y así, como “Veneno”, le conocían todos en el Latino, por donde se paseaba con su jaba azul y su sonrisa de oreja a oreja, buscando conversación sobre pelota o sencillamente saludando a cuantos se cruzaban por su camino, sin importar de qué equipo fueran.
Con el tiempo, empecé a encontrarme a “Veneno” en muchas plazas beisboleras del país. Viajaba a todas partes sin ningún tipo de apoyo, solo por amor a su equipo y a la pelota. En Santiago, en Las Tunas, en Bayamo, en Matanzas, en Ciego, donde quiera que fueran los Industriales, ahí estaba él, dispuesto a intercambiar y a descubrir los más impensados detalles del juego, lo que se mueve tras bambalinas en los dugouts de cada equipo.
“¿Qué tú crees, este año si gano?”, me preguntó más de una vez, como buscando ese rayo de esperanza que a veces necesitan los aficionados más fieles. Siempre le respondí con sinceridad, lo invité a analizar las realidades y me llamó la atención su capacidad para reflexionar, sin fanatismo. Definitivamente, “Veneno” era un hombre sabio, con mucha sed de información y ganas de aprender.
Una vez, en el Guillermón Moncada, andaba con tres muchachos muy jóvenes a quienes había llevado desde La Habana para que vivieran el clásico de la pelota cubana entre Industriales y Santiago. Sin complejos y desafiando toda la lógica, se paseaban por el feudo de los indómitos con sus trajes azules, chocaban con la conga, debatían, gritaban, pero sin exaltarse ni discutir jamás, porque una de las máximas de “Veneno” era respetar y darse a respetar en cualquier estadio de Cuba.
De hecho, se ganó a la afición de diversas plazas lejos de La Habana. En Matanzas, por ejemplo, el Victoria de Girón lo aplaudía cuando entraba a las gradas con una camiseta mitad azul y mitad roja, que se mandó a confeccionar luego de que Industriales cayera eliminado y los Cocodrilos tomaran como refuerzo a varios Leones.
Cada vez que nos veíamos por ahí me pedía tomarnos una foto y al tiempo, cuando menos yo me lo esperaba, “Veneno” se aparecía con la imagen impresa y firmada para regalármela. Supongo que así mismo haría con tantas y tantas personas que se cruzaban en su camino, las cuales hoy amanecieron con la peor de las noticias.
Eduardo Medina Fernández, o sencillamente “Veneno”, murió abruptamente. En este seco abril del 2023, nos dejó al campo a todos, con ganas de seguir en el juego junto a uno de sus más fervientes fanáticos. De acuerdo con sus familiares, sufrió un infarto este viernes en su casa, poco después de llegar desde Artemisa, donde sus Industriales perdieron por enésima ocasión en la 62 Serie Nacional de Béisbol.
Su corazón se detuvo, o quizás explotó de rabia e impotencia, no por las derrotas azules, sino por el maltrato y el ninguneo de funcionarios de la pelota en la capital, que no le permitieron a él y a una decena de fanáticos regresar a La Habana en la guagua de la reserva de Industriales.
Según relataron los propios peñistas, que se movieron al parque 26 de Julio por sus medios para apoyar a los Leones en uno de sus peores momentos de los últimos años, ya estaban en el ómnibus casi vacío cuando un directivo del béisbol en la capital les dijo que no podían hacer el viaje de vuelta, un acto irrespetuoso con personas que son el verdadero corazón del juego junto a los peloteros.
No hay ni habrá manera de vincular la muerte de “Veneno” a este desafortunado incidente, pero el mismo ocasionó una tremenda molestia, al punto de que estalló y se quebró unas horas después. Este detalle, sin dudas, solo hace más profunda y dolorosa la herida de su partida, que se sentirá particularmente en la banda derecha del Latino. Allí debería levantarse un monumento a “Veneno”, como mismo se hizo con Armandito “El Tintorero” sobre el banco de tercera del Coloso del Cerro.
A mí, que no me gusta hablar en los juegos de pelota, hoy más que nunca hago silencio en este gran estadio beisbolero que es Cuba para honrar la memoria de “Veneno”. Que descanse en paz y que vaya por un camino de luz rumbo a nuevos diamantes.