En el imaginario popular perduran historias del famoso centro migratorio, construido en el pequeño poblado de Casablanca, a principios del siglo xx, a la entrada de la bahía de La Habana, donde pasaron la cuarentena miles de extranjeros al arribar a Cuba. Se habla de que hubo allí abusos sexuales, explotación laboral, robos y vida en condiciones infrahumanas.
Cuba, como país receptor de inmigrantes entonces, necesitaba una institución que ordenara la entrada masiva de ellos y garantizara el control sanitario, en tiempos que la fiebre amarilla y otras enfermedades azotaban al mundo.
Y esta función, con sus luces y sombras, la desempeñó Triscornia que debe su nombre al carpintero de ribera José Triscornia, (Giussepe Tiscornia,) natural de Italia, según investigaciones de Roberto Fernández Roque. Fue propietario de tierras en ese lugar, donde construyó un muelle y un carenero para buques de pequeño calado.
Numerosos barcos encontraron refugio, como el Ciudad de Santander, con 879 pasajeros, dos de ellos enfermos, que en abril de 1887 estuvo incomunicado por órdenes de Sanidad. También fue recibido, en diciembre de 1893, el Séneca envuelto en llamas; las autoridades y la tripulación lograron extinguir allí el siniestro.
Para mejorar las condiciones de ese fondeadero fue dragado durante la primavera de 1897.
Situación insoportable
Durante el período de ocupación estadounidense cambió el destino del sitio. El 7 de septiembre de 1900, el gobernador general Leonard Wood, visitó a las tropas acantonadas en La Cabaña y ordenó trasladarlas para Triscornia, donde ya habían construido edificios para almacenes.
Esta infraestructura serviría para el alojamiento de los inmigrantes que pasarían allí la cuarentena.
Ell país no estaba preparado para recibir la ola migratoria que llegaba sin cesar:
“Muchas y muy amargas son las quejas producidas por los pasajeros que arriban a este puerto, contra la inhumanidad con que son tratados por los empleados de la Sanidad Marítima. El excesivo rigor de las leyes sanitarias americanas, a observar en La Habana, es aumentado por los encargados de aplicarlas hasta el punto de hacerlas insoportables”, publicaba el Diario de la Marina, el 9 de octubre de 1900.
Si en un barco venían enfermos, los pasajeros de segunda y tercera clase eran llevados a un lanchón, donde tenían que estar quince días, a la intemperie, mal atendidos, amontonados, con el peligro de enfermar los sanos.
Además, existía discriminación, pues quienes habían comprado el billete en primera clase podían desembarcar, luego de ser fumigados. Igual privilegio tenían los ciudadanos norteamericanos. La inspección en el vapor era otra causa de molestias porque demoraba cuatro, cinco y hasta más horas.
Creación del campamento
Como aquella situación resultaba insostenible, el Gobernador General firmó una orden, fechada el 6 de noviembre de 1900, que establecía:
“A los inmigrantes que sean inmunes a la fiebre amarilla o a aquellos que tengan alguna ocupación asegurada en la ciudad se les permitirá desembarcar sin demora… los demás serán conducidos por la Compañía en cuyo barco hayan arribado a este puerto, al muelle del gobierno, en Triscornia, donde desembarcarán; y serán custodiados en la Estación de detención, hasta que se les encuentre algún empleo apropiado, con preferencia en los distritos rurales”.
Mientras estuvieran en el campamento debían pagar 20 centavos diarios y solo podían salir con la autorización del Superintendente.
Mejoraron, es cierto, pero tampoco la vida era fácil en Triscornia. Se les trataba como a criminales, según la protesta de un grupo de españoles, en el mes de noviembre. Un cronista del Diario de la Marina relataba en diciembre:
“Ayer, yendo a visitar a un compatriota nuestro, llegado en el Normandie, y enviado con todo el pasaje de tercera a Triscornia, nos sorprendió encontrar allí una multitud inmensa de inmigrantes españoles, extenuados por las molestias del viaje y los rigores del sol, a quienes se hacina en aquel lugar como la carne del circo se hacinaba en el spoliarium (…) se les obliga a trabajos forzados que las leyes españolas aplican únicamente como castigo a los mayores criminales”.
Debían limpiar las letrinas, fregar, limpiar, desyerbar el campo, entre otras labores dentro del área del Centro.
La Correspondencia de España, también reflejaba las arbitrariedades. El 19 de agosto de 1901 publicaba:
“Para que el inmigrante salga del campamento, es necesario que una casa importadora responda por él, que presente el recibo de haberle suscrito a una casa de salud y que pague los días que el desdichado estuvo recluido forzosamente, a tanto el día. Si no tiene casa que responda por él, no es fácil que halle pronto remedio a situación tan violenta.”
El escándalo subía de tono. Entonces el Cónsul General de España, acompañado del director del Diario de la Marina, se entrevistó con el Gobernador para transmitirle su preocupación por las quejas.
El diplomático le sugirió distribuir a los recluidos por toda la isla, con la protección de la Junta de Inmigración y el general Wood prometió que recibirían el mejor trato posible y que les buscarían empleo. También dispuso la creación de campamentos similares en Cárdenas y Santiago de Cuba. A quienes no pudieran pagar los veinte centavos diarios, les darían gratis la comida.
El Departamento de Inmigración y una Comisión de Hacendados gestionarían trabajo a los detenidos. Además, si alguno conseguía empleo mediante un familiar, amigos o contratista también podía salir del refugio. Ya para esa fecha solo iban al centro los viajeros de tercera clase.
Fueron repatriados quienes no lograron patrocinadores, otros por ser menores de edad y algunos que se colaron como polizontes en los barcos. En mayo de 1916 la cifra de reembarcados llegó a 101.
Negocio lucrativo
Una nota aclaratoria del Superintendente de Inmigración, divulgada con amplitud en diversos periódicos durante el mes de septiembre de 1901, informaba que había gran demanda de mujeres para criadas, cocineras y manejadoras. El empleador, con solo presentar una carta de recomendación dirigida al Superintendente, al comprobar que existían buenas garantías, las liberaría.
Esta medida fomentó negocios turbios, pues proxenetas, falsos contratistas, agencias de empleo y otros intermediarios sacaron a mujeres del campamento para prostituirlas. En el caso de los hombres luego tendrían que pagar al “salvador” con su sudor y por tiempo prolongado la deuda. Como la mayoría era analfabeta o con pocos estudios, resultaba más fácil engañarlos.
Usureros sin escrúpulos
El Dr. Pedro Becerra Alfondo, con ironía decía el 8 de septiembre de 1903, en una carta al director del Diario de la Marina: “La oficina de Triscornia es campamento de facturas de inmigrantes (…)”.
La Unión Española denunciaba en 1905:
“En la capital de la Isla se han establecido varias agencias servidas por hombres usureros, sin escrúpulos y sin conciencia que cometen los mayores abusos comerciando con las pocas pesetas que llevan los inmigrantes. Una que se titula (…) «Agencia Central» recoge a los españoles en el campamento de Triscornia que está constituido por unas barracas donde son provisionalmente recogidos los españoles que van a Cuba en busca de trabajo y los engaña con promesas y halagos que después no se cumplen, ofreciéndoles una comida detestable, cobrándoles el doble por cualquier carta o telegrama que tienen que enviar a sus parientes o conocidos dándole para albergue un local que carece de las más esenciales condiciones higiénicas, haciéndoles dormir, de tres en tres, en camas sucias y obligándoles a acostarse en el suelo en la mayor parte de los casos”.
José Rodríguez Sánchez era el propietario de la denominada Agencia Central. Amenazaba a los inmigrantes con devolverlos a Triscornia si protestaban y les retenía sus equipajes. Tuvo que intervenir la Policía Secreta, ante las denuncias reiteradas de afectados. También algunos pagaron a un supuesto contratista que luego se esfumó.
Fugitivos, contrabando y asesinatos
Todos no iban a soportar aquel régimen de vida. El joven español José Linares Moré intentó suicidarse. Algunos decidieron fugarse. Así lo hicieron, a principios de diciembre de 1901, Indalecio Rodríguez, José Planas Alonso y Cristóbal Benítez Torres.
Cuatro años más tarde, la policía detenía en Casablanca a los fugitivos José María Fernández y José Fernández. Otros se lanzaron al mar para ganar a nado la costa apenas el barco echó anclas, como ocurrió con siete pasajeros del vapor francés La Champagne, capturados el 6 de diciembre de 1905.
Un conglomerado tan numeroso no era extraño que incluyera a personas violentas. A la joven de 20 años Eloida Carnicer, su esposo el comerciante Carlos Falcón la asesinó a disparos el 19 de octubre de 1902. A Pedro Campos Molina, español que vivía un bohío cerca del Campamento, de oficio vendedor ambulante, lo mataron en 1903. Ese año habían detenido a varios pasajeros del vapor alemán Prinz August Wilhelen, acusados de contrabando de revólveres. Inicialmente, la Guardia Rural decomisaba las armas a los viajeros. Posteriormente, si tenían licencia para portarlas, podían conservarlas. Igual quienes llegaran temporalmente o quienes se tarsladarían a otras provincias.
Bajo presión
No puede escribirse la historia de Triscronia sin hablar del doctor Frank Menocal, jefe del Departamento de Inmigración ya que fue el hombre encargado de administrar el campamento, desde el período de ocupación militar norteamericana y bajo su mandato, durante décadas, se amplió y modernizó el campamento. Dinámico, muy cercano al poder, disfrutaba de la amistad de los presidentes José Miguel Gómez y Mario García Menocal, con quienes iba de pesquería y solía compartir otras actividades de ocio.
En 1905, con un presupuesto de 60 mil pesos, reformaron las instalaciones y adquirieron equipos. La capacidad del centro, 600 personas, era insuficiente ante la llegada masiva de inmigrantes. Entre el 1 de julio y el 13 de octubre de ese año arribaron 10 230. Necesitaban espacio para 1500, como mínimo. A inicios de 1906 hubo que alojar a 1800 y solo tenían 800 camas. Al año siguiente se construyó un pabellón para desinfectar los equipajes, albergues, un baño, lavaderos y fue fundada la Policía Especial de Cuarentena, con veinte integrantes para prestar allí servicios. Había que trabajar de prisa. Solo en una semana de octubre dieron salida a 1769. Entre octubre de 1900 y agosto de 1907 habían pasado por Tricornia 111 556 inmigrantes.
El factor económico influyó en la necesidad de agilizar y poner orden a la salida de los recién llegados, pues la construcción de ferrocarriles, centrales azucareros, el auge del comercio, la pavimentación y alcantarillado de ciudades demandaban fuerza de trabajo. En febrero de 1908, ante tantos pedidos, no había personal en cuarentena. Según la edición del Diario de la Marina, correspondiente al 1 de febrero de 1908, la distribución por provincias, entre agosto de 1907 y enero de 1908, fue así: La Habana, 12 444; Santa Clara, 985; Camagüey, 996; Matanzas, 817; Santiago de Cuba, 816 y Pinar del Río, 450.
La Liga Agraria, presidida por José Fernández de Castro, con el apoyo de las sociedades regionales Centros Gallego, Asturiano, Balear, la Asociación de Dependientes del Comercios de La Habana, entre otras organizaciones, intervino como intermediaria para garantizar la transparencia en los trámites entre inmigrantes y empleadores. Su oficina estaba en Calle Cuba, no. 53.
Además, por decreto de la Secretaría de Hacienda, las Agencias de Inmigración que causaron tantos problemas dejaban de funcionar en diciembre de 1905. Después, en 1907, el Centro Asturiano inauguró la Sección de Inmigración que gestionaba la entrada a La Habana, sin pasar por Triscornia.
Como requisito, el pasajero tenía que estar inscrito en esa institución por familiares o amigos. O sea, no era tan desinteresada. La cantidad de socios y cuotas creció de manera acelerada. Igual hizo la Asociación de Dependientes del Comercio de La Habana.
A partir de 1909, por parte del Estado, se encargaría de los trámites, servicio gratuito, el Negociado de Agricultura de Trabajo y Colonización. Y, desde 1911, la Secretaría de Sanidad y Beneficencia fue la responsable de la atención médica.
Para enfrentar las campañas mediáticas que denunciaban los males del centro de detención, el Departamento de Inmigración contrató los servicios de Irene A. Wright, historiadora, archivista y periodista estadounidense. Ella redactó el folleto Triscornia, Estación de Inmigrantes del Gobierno en La Habana, ilustrado con fotografías y grabados, impreso Chicago en 1907 y editado en español e inglés. Este volumen describía los antecedentes del Centro y cómo funcionaba.
Menos conocida, en la historia de Triscornia, es la existencia de una colonia infantil inaugurada en el verano de 1914 para 400 niños de escuelas habaneras, con un régimen especial que incluía actividades físicas y culturales.
Ya en ese año, además de los pabellones, existía un hotel de dos plantas. Sus dormitorios eran espaciosos, disponían de dos camas, un tocador y lavabos. El precio de la habitación era de un peso y cincuenta centavos. En la Exposición de San Francisco, de California, obtuvo el Campamento medalla de oro.
Personalidades ilustres
Las compañías teatrales que arribaban a La Habana eran trasladadas a cumplir la cuarentena. Así le ocurrió, por ejemplo, a la famosa soprano italiana Luisa Tetrazzini y sus compañeros en 1904. El actor español Antonio Vico, procedente de México, en 1901, su colega Leopoldo Gil, en 1902. Los músicos españoles Enrique Trigo y Rosendo Vicent, en 1904.
La cantante hispana Paquita Escribano estuvo en enero de 1922 y le causó una impresión favorable, según confesó al periodista José López Goldaras, del Diario de la Marina: “Está la hermosa artista al lado de sus padres. Viene a nuestro encuentro, alegre y jovial (…) me cuenta su cuativerio. Se halla encantada con la prisión. El lugar —me dice— es bellísimo. La temperatura no puede ser más grata. Es delicioso el panorama (…) me parece que estoy en Niza”.
Triscornia despertó la musa de algunos escritores. Por ejemplo, un dramaturgo de apellido Maldonado fue autor del libreto “Pennino en Triscornia”, obra estrenada en el teatro Payret en 1909. El personaje protagónico era José Pennino Barbato, periodista italiano expulsado del país por decreto del presidente Tomás Estrada Palma. Lo acusaban de extrajero pernicioso y había sido el primer desterrado por causas políticas en la joven República.
Al actor Julio Ruiz le inspiró un poema sus vivencias en el centro de detención y el célebre Federico Villoch Vázquez escribió La danza de los millones, que incluyó un cuadro titulado “En Triscornia” y fue estrenada, con música de Jorge Anckermann Rafart, en 1916 en el teatro Alhambra.
Varios cronistas visitaron el lugar y sus testimonios hoy nos permiten saber cómo era la vida cotidiana y las características de las edificaciones. Uno de ellos fue el periodista canario J. S. Padilla, quien narraba en un artículo enviado al Diario de Tenerife, en diciembre de 1909:
“El campamento está situado entre la fortaleza de la Cabaña y el poblado de Regla, a continuación del Cuartel de Artillería. El lugar es hermoso y ofrece un panorama de lo más encantador (…) los dormitorios son de madera, montados sobre pilares a un metro de altura. Cada dos camas tienen una ventana, los techos son de zinc, de doble forro con cámara de aire que se renueva por medio de ventiladores. Las camas son de hierro esmaltado, dobles, superpuestas, provistas del fino bastidor metálico y sus ropas, una lona, una frazada con sábanas y fundas de almohadas blancas, lavadas al vapor.
El comedor es amplísimo, capaz para más de quinientas personas y se comunica con la cocina por medio de una vía férrea. Los servicios de inodoros y duchas están instalados junto a los dormitorios de cada sexo. Los barracones hállense enclavados entre frondosos jardines y comunicándose por paseos arbolados y también cuidados que nadie diría por esas tierras canarias que son funcionarios del Estado los encargados de su conservación. Todos los paseos tienen bancos de madera, con respaldo.
A la entrada del campamento está el almacén para equipajes y un amplio cobertizo abierto por los lados y con piso de cemento, bancos y mesas donde pasan el día los refugiados tertuliando o entretenidos en juegos lícitos. La vigilancia es severísima además del servicio de camarero de ambos sexos hay un puesto de policía especial que ejerce la vigilancia en toda la zona comprendida por las estaciones de inmigrantes y de cuarentenarios. (…) La comida es abundante y bien condimentada”.
Acerca de los jardines hay informaciones curiosas. Tenían orquídeas, claveles, nardos, violetas, jazmines, azucenas, rosas, entre otras. Francisco Guerrero, jardinero del Palacio Presidencial, cuidaba con cinco subordinados las áreas verdes. De acuerdo con un reportaje de Martín Pizarro, divulgado por la revista Cuba en Europa, el jardín poseía 35 mil rosales. Otro dato anecdótico: el automóvil que usó Tomás Estrada Palma, primer presidente cubano, pertenecía al campamento, en 1916.
Voces múltiples
Para acopiar más información, hemos consultado otros testimoniantes. Francisco González Díaz, escritor y periodista, opinaba en su libro Un canario en Cuba, publicado en 1916:
“Lo que yo quería era convencerme de que esa prevención contra Triscornia, generalizada entre nuestros emigrantes isleños, comentada imprudentemente por la prensa de las Islas, no corresponde a la realidad ni, por lo tanto, se justifica. Y este convencimiento me lo arraigó la observación directa. Los que emigran en clase de carga humana, con el trato consiguiente y, después de un viaje atroz esperan en Triscornia su turno para internarse en la República, no podrán decir sinceramente que les apesadumbra el tránsito de aquellas antesalas donde encuentran descanso, hospedaje y sustento en forma satisfactoria”.
En febrero de ese mismo año, el doctor asturiano José María Pérez visitó el centro y escribió en el libro de la institución: “Triscornia terror de los que de lejos no la conocen, es un verdadero paraíso y por lo tanto, un lugar ameno y de estancia agradable”. Estas palabras fueron divulgadas por la revista Cuba en Europa.
Además de lo dicho por viajeros ocasionales, algunos, sin dudas, con el marcado interés de calmar las denuncias de la prensa y tranquilizar a los inmigrantes potenciales, disponemos del testimonio de un sobreviviente de la cuarentena. Se trata de Eloy Vejo, quien en su libro Memorias de un emigrante, editado en 1976, relató:
(…) Seis días permanecí en Triscornia, seis días que fueron un verdadero suplicio, tanto por las condiciones infrahumanas a las que estábamos sometidos (…) como por la preocupación e incertidumbre que para mí suponía aquella situación.
Y por si fuera poco, un altavoz instalado en el campo anunciaba sin cesar con pequeños intervalos de tiempo: El que no tenga entidad o persona solvente en la Habana que responda por él, será deportado sin demora a su país de origen.”
Trisconia, entre el rumor, y la verdad histórica, fue transcurriendo su existencia. No puede negarse que con el paso del tiempo mejoraron las condiciones de vida y hasta sirvió de modelo a instituciones similares en Estados Unidos y otros países. En 1959, al ser clausurado, terminó su devenir. Para unos había sido la penitencia del inmigrante y para otros lugar de sanación y la puerta que, al abrirse, les permitió conquistar la vida soñada.
Fuentes:
Francisco González Díaz: Un canario en Cuba, Ediciones Idea, Santa Cruz de Tenerife, España, 2006.
Cuba en Europa
Diario de la Marina
Diario de Tenerife
El Eco de Santiago
El Noroeste
La Correspondencia de España
La Unión Española
www.nostalgiacuba.com
*Agredecemos al investigador Roberto Fernández Roque, lector de OnCubaNews, las precisiones en algunos datos que han sido corregidos en el texto. (24/02/2024)
Excelente investigación con argumentos muy sólidos q reflejan una etapa en la historia de Cuba con la masiva llegada de inmigrantes en busca de trabajo. Hoy la realidad es otra
Gracias por tu comentario Roberto, saludos.