Una especie de ejercicio creativo para celebrar el centenario de la inmensa poeta cubana Fina García Marruz (La Habana, 28 de abril de 1923 – La Habana, 27 de junio de 2022) me ha hecho incorporar algunos de sus poemas a mi rutina diaria. La idea era fotografiarlos, encontrarlos en las sutilezas de lo cotidiano. Intento evocar así esa capacidad de Fina para llenar de lirismo tantos matices de la vida.
Como si fuera un remedio, una pastillita que hay que tomar diariamente para el bien de la salud —en este caso, para salvaguardar el alma— antes de dormir leo un poema escogido al azar de algunos libros de ella que me acompañan desde hace mucho. Así quedan los versos, viajando durante mis horas de sueño.
A la mañana siguiente desayuno el mismo poema, que se entremezcla con el aroma a café y las migajas de pan. Salgo por la ciudad, en Buenos Aires, a mi quehacer cotidiano, con la cámara en la mochila y el poema revoloteando en mi cabeza. Como, por ejemplo, ese verso que ya llevo tatuado: “la luz es ilusión, también locura”.
Al final del día miro las fotos que tomé de un lado al otro inspirado por Fina y su observación minuciosa de los detalles y la vida en sí misma. Tengo entonces una instantánea para su poesía, como una mezcla de lo personal y lo colectivo, de la realidad y la fantasía, de la experiencia vivida y la imaginación.
Así nació este “Aroma de la vida”, mi homenaje personal devenido también pequeña antología “poético-fotográfica” para celebrar a Fina, este y todos los días. Lo que, en esencia, es celebrar la belleza y la poesía.
Sus palabras, de alguna forma, están inscritas en mi mirada: “La poesía no estaba para mí en lo nuevo desconocido sino en una dimensión nueva de lo conocido, o acaso, en una dimensión desconocida de lo evidente.”
Si mis poemas todos se perdiesen…
Si mis poemas todos se perdiesen
la pequeña verdad que en ellos brilla
permanecería igual en alguna piedra gris
junto al agua, o en una verde yerba.
Si los poemas todos se perdiesen
el fuego seguiría nombrándolos sin fin
limpios de toda escoria, y la eterna poesía
volvería bramando, otra vez, con las albas.
De qué silencio eres tú silencio
¿De qué silencio eres tú silencio?
¿De qué voz, qué clamor, qué quién responde?
Abismo del azul, ¿qué hacemos en tu seno,
hijos de la palabra como somos?
¿Qué tienes tú que ver, di, con nosotros?
¿Cómo si eres ajeno, así nos tientas?
¿Habría sed de no haber agua cierta?
¿O quién vistióme de piedad los ojos?
¿Puedo poseer, pequeña, don inmenso
que faltase a los cielos y a las aguas?
Y él ¿podría morir, sobreviviendo
menor que él, todo el fulgor del cielo,
quedar la tierna luz indiferente
al fuego que, irradiando, ha suscitado?
No, no, memoria…
No, no, memoria del pasado día
vengas sobre este sol y césped santo.
No vuelva yo a invocar refugio tanto
de lo que así se crece en despedida.
Quédeme tu intemperie y mi porfía
de caer, de volver de nuevo a alzarme,
no la raída pasamanería
que alza mi polvo y que tu luz deshace.
No me hartes de mí que hartazgo tanto
no soporta mi poca luz vencida.
Mas mi ayer fue tu hoy: no halle quebranto.
Volver a lo pasado no es mi ruego…
¿Pero y aquel aroma de la vida?
Retenga su promesa, no su fuego.
Toma mi mano…
Toma mi mano,
hazme sentir que estás cerca
en la novedad de esta hora
en que mi mano es nueva en tu mano,
y es mi mano porque tú la tomas
y mi pecho ha quedado silencioso como ella, anhelante,
en el banco arrobado, suspendido por todas las estrellas.
Cuando el tiempo ya es ido, uno retorna
Cuando el tiempo ya es ido, uno retorna
como a la casa de la infancia, a algunos
días, rostros, sucesos que supieron
recorrer el camino de nuestro corazón.
Vuelven de nuevo los cansados pasos
cada vez más sencillos y más lentos,
al mismo día, el mismo amigo, el mismo
viejo sol. Y queremos contar la maravilla
ciega para los otros, a nuestros ojos clara,
en donde la memoria ha detenido
como un pintor, un gesto de la mano,
una sonrisa, un modo breve de saludar.
Pues poco a poco el mundo se vuelve impenetrable,
los ojos no comprenden, la mano ya no toca
el alimento innombrable, lo real.
Una cara, un rumor, un fiel instante
Una cara, un rumor, un fiel instante
ensordecen de pronto lo que miro
y por primera vez entonces vivo
el tiempo que ha quedado ya distante.
Es como un lento y perezoso amante
que siempre llega tarde el tiempo mío,
y por lluvia o dorado y suave hastío
suma nocturnos lilas deslumbrantes.
Y me devuelve una mansión callada,
parejas de suavísimos danzantes,
los dedos artesanos del abismo.
Y me contemplo ciega y extasiada
a la mágica luz interrogante
de un sonido que es otro y que es el mismo.
Ama la superficie casta y triste…
“Sé el que eres”
Píndaro
Ama la superficie casta y triste.
Lo profundo es lo que se manifiesta.
La playa lila, el traje aquel, la fiesta
pobre y dichosa de lo que ahora existe
Sé el que eres, que es ser el que tú eras,
al ayer, no al mañana, el tiempo insiste,
sé sabiendo que cuando nada seas
de ti se ha de quedar lo que quisiste.
No mira Dios al que tú sabes que eres
—la luz es ilusión, también locura—
sino la imagen tuya que prefieres,
que lo que amas torna valedera,
y puesto que es así, sólo procura
que tu máscara sea verdadera.
Cine mudo
No es que le falte
el sonido,
es que tiene
el silencio.
Al despertar
Al despertar
uno se vuelve
al que era
al que tiene
el nombre con que nos llaman,
al despertar
uno se vuelve
seguro,
sin pérdida,
al uno mismo
al uno solo
recordando
lo que olvidan
el tigre
la paloma
en su dulce despertar.
El que solía visitarnos, el que era…
El que solía visitarnos, el que era
de todos más amado, suave vuelve
a la sala sencilla, cada día
más real y más leve, ya de humo.
¿Cuándo tocó la puerta? No podemos
recordarlo. Estaba allí, estaba!
Y no se irá jamás ni puede irse.
No nos trae la memoria las palabras
del adiós. Sólo podrá volverse
por la puerta de un ruido, de un llamado
de ese mundo que borra, ignora y vence.