Acto I
Era una tarde de enero de 2022 y Antón no era Antón. Era ante mis ojos solo un señor de figura estoica apoyado sobre la simétrica y elegante baranda del balcón de una casa. El balcón daba al Paseo del Prado habanero. El señor contemplaba la rutina de un pedazo de ciudad.
No lo reconocí, ni sabía que aquella casona neoclásica era su hogar. Lo que llamó mi atención fue la luz suave del “invierno” caribeño que bañaba la escena. A lo lejos advertí que sonreía. Correspondí lo que percibí como un saludo, direccioné la cámara hacia él y apreté varias veces el obturador antes de seguir camino.
No sería hasta meses después, mientras reorganizaba fotos, que descubriría la identidad de aquel protagonista de mi secuencia, memorable en su cotidiana sencillez. Al aguzar la mirada sobre las instantáneas, me di cuenta de que se trataba nada menos que del escritor Antón Arrufat.
Ahora, a pocos días de la noticia de su muerte, leo el poema “El río de Heráclito”, que escribió en 1969. La primera estrofa bien podría acompañar nuestro cruce azaroso, con La Habana como testigo:
Meditaba estas cosas en el ómnibus:
se ama una ciudad, se vive en ella
con la certeza de que nosotros nos vamos
un día cualquiera, pero esa casa, la reja
de esa puerta, el patio descubierto
en medio de la conversación, sé
que recibirán a otro y otros y lo verán.
Es el amor de quien despide, sin darse
mucha cuenta mientras graba su nombre
en las paredes, o con el silencio que
deja en la boca la sabiduría, contempla la ciudad.
Hay más. Las fotos que tomé aquella tarde acto seguido, a solo unos metros y desde el propio Paseo del Prado, fueron de una pareja de enamorados en primer plano y una madre con su recién nacido al fondo, también en un balcón neoclásico avistando la ciudad.
Con esa imagen vuelvo a otros versos del poema citado, extenso y atrapante texto en el que la voz poética reflexiona durante un recorrido en guagua por la ciudad. La existencia y la perdurabilidad miradas desde un “todo fluye, somos y no somos” de Heráclito de Éfeso. De nuevo los versos arropan la foto.
Mas tú, Habana, eres segura, edificada
como la eternidad para que nos recibas,
nos miras pasar, y creces con nuestro adiós.
Acto II
En las oportunidades en que me crucé con el poeta, dramaturgo y Premio Nacional de Literatura, casi siempre lo vi en contrapicado. Así fue aquel 20 de octubre de 2007, día de la cultura cubana, después del estreno mundial de su obra Los siete contra Tebas en el teatro Mella.
En medio de una avalancha de aplausos, con la escenografía griega de fondo y secundado por actores y actrices, Antón Arrufat subió al escenario. Sonriente y emocionado levantó un ramo de mariposas blancas como quien alza las banderas del triunfo al cabo de una larga batalla.
“Perfúmate el cabello, y ponte para ese día una rosa y un ramo de mirto”, le dice amoroso a su amada Megareo, un soldado que figura en la guerra de Los siete contra Tebas.
En 1968, con 33 años, el joven poeta y dramaturgo Arrufat, escribió en versos Los siete contra Tebas, a partir de la pieza homónima del griego Esquilo.
Los hermanos Etéocles y Polinices rivalizan por el poder de Tebas. El conflicto desencadena una batalla épica que enfrenta a hermanos contra hermanos y trae consigo una serie de tragedias.
El argumento se convirtió en un símbolo de la lucha por el poder, la ambición desmedida y las consecuencias trágicas de los conflictos familiares. La obra revisita temas universales como la moralidad, la justicia y el destino. Las decisiones que tomamos y las acciones que llevamos a cabo pueden tener repercusiones duraderas y pueden alterar el curso de nuestras vidas y las de aquellos que nos rodean.
La realidad se parecería al contenido de la obra misma, entre lo épico y lo trágico. Los siete contra Tebas de Arrufat ganó el Premio de Teatro de la Uneac. El veredicto corrió a manos de un prestigioso jurado internacional. Aparejado a esos lauros, de inmediato rechinó la censura y el autor fue sumergido en el ostracismo por quince largos años.
Así que la noche del estreno, casi cuarenta años después, la famosa obra se vio sobre las tablas por primera vez, con el grupo Mefisto Teatro.
La dramaturgia corrió a cargo del director Alberto Sarraín, el diseño de escenografía Jesús Ruiz y el diseño de vestuario por Eduardo Arrocha entre un grupo de grandes profesionales.
Esa noche, en el programa de la obra podían leerse unas líneas escritas por Antón Arrufat a propósito del inolvidable suceso teatral y que da cuenta de su grandeza:
Estimado público, buenas noches. Les habla Antón Arrufat.
Ocupen sus asientos y hagan silencio, un silencio propicio. Este acto de reparación y de justicia pudo ser un acto póstumo. Pero las secretas leyes que rigen nuestras vidas, no lo dispusieron así.
Cuarenta años después de haber escrito Los siete contra Tebas, de haber sido prohibida y marginada de la cultura y del teatro cubano, sube a las tablas y se presenta ante la consideración de sus espectadores. Y para dicha de Tebas, su autor no ha muerto. Está aquí, ocupa su lugar y su luneta, habla y camina, sonríe y estrecha las manos que se tienden para saludarlo. Otros han muerto, entre ellos muchos de sus grandes amigos y de sus pequeños enemigos, otros viven en tierra ajena, y ni unos ni otros podrán asistir a este espectáculo, que he de ver con vida y salud, sépanlo bien los que me quieren y aquellos que hubieran preferido que esta obra no se estrenara jamás. Este momento supremo ha llegado para mí y para todos los que saben acompañar.
Como conocen mis lectores, Los siete contra Tebas no es la única obra que he escrito. Libros de cuentos y poemas, novelas y ensayos se han sucedido durante estos cuarenta años, y reconocimientos, medallas, premios nacionales me han sido otorgados en mi país. No obstante esta obra permanecía en la sombra, en una sombra ominosa, que se reflejaba en todo cuanto hice hasta hoy. Las circunstancias sociales en que los hombres que la condenaron pudieron llevar a cabo esa desdicha, ya no son las mismas. Han pasado casi tres generaciones. Todos somos más sabios. En ese largo y fructífero tiempo aprendimos que nuestra sociedad y nuestra vida forman una relación contradictoria, desgarrada, creadora entre todos, individuos y Estado. Eso está aquí en Tebas, en esta especie de ágora se han de debatir con lágrimas y lamentaciones, como corresponde a una tragedia. En el mágico espacio del teatro, nos conducirá a otra zona donde la irrealidad se transforma en un saber acerca de la realidad de nuestras vidas. Sobre la permanencia de aquella sombra, abiertas las puertas, caerá una luz potente que a todos sus espectadores, el autor incluido, los hará más luminosos.
Como es costumbre en su ritual de iniciación, Mefisto toca tres veces para que empiece la representación.