Corría el año 1998 en la ciudad portuaria Regio de Calabria, en el cabo de Stivale, sur de Italia, justo frente a la isla de Sicilia. En la añeja provincia, jugadoras cubanas representaban al club local en la liga profesional de voleibol del país. Una de ellas era una joven Zoila Barros Fernández.
Era su primera incursión en un equipo foráneo, viviendo lejos de su tierra y sufriendo las barreras del idioma y la adaptación a un clima que promediaba al año alrededor de 19 grados Celsius; la comida, por su parte, no significó problema alguno para el paladar de la habanera. Las pastas y los vinos la flecharon de inmediato; tanto, que veinticinco años después aún uno de sus antojos es una buena copa de la bebida.
“Fue la primera vez que jugué en clubes. Había muchas extranjeras; eran varias culturas juntas. Desde el punto de vista deportivo era positivo. El nivel se elevaba, pues hacía ejercicios que no estaba acostumbrada a hacer aquí. Como atleta adquieres madurez, maña. Me sentí más cómoda y confiada cuando regresé de jugar esa liga. Era una experiencia nueva. Una se pregunta: ‘Bueno, ¿podré o no podré?’. Primeramente el frío, ¡el clima ese que aquello era increíble! Debíamos calentar una hora antes para adaptarnos. La comida era rica y las muchachas y entrenadores, de buen carácter, te ayudaban muchísimo. Resultó una etapa muy productiva.
“El sistema de juego era 5-1 y nosotras estábamos habituadas al 4-2. Tuvimos que dar un vuelco y trabajar mucho más en el entrenamiento. Ellas no cambiaron su régimen. Yumilka [Ruiz] y yo nos mirábamos y decíamos: ‘A ver qué va a pasar aquí, porque estas niñas están acostumbradas a una cosa y nosotras a otra’. Pero al final se hizo. Las compañeras nos veían como un espejo, las apoyábamos y nos tenían en cuenta; incluso los entrenadores pedían opiniones”.
A propósito de cocina, Zoila y Yumilka hicieron de las suyas y, aunque sus habilidades eran cuestionables, se llevaron nuevos aprendizajes de aquellos meses en la península itálica, famosa por sus platos.
“Cocinando éramos malísimas. Las dos salimos de Cuba sin saber absolutamente nada. De hecho, para probar si el espagueti había salido, una vez lo tiramos contra la pared, vimos que se quedó pegado y dijimos: ‘¡Ahí está! Vamos a servir’. Aprendimos a hacer café y otras cosas. Son situaciones que te preparan para la vida. En el equipo había una sola italiana, una china, dos brasileñas, cubanas, búlgaras, rumanas, polacas; todas en grupitos, y el entrenador dijo: ‘Aquí no se habla más que italiano’. Nos llevaban al cine; no entendíamos nada; pero era para eso, para aprender. De hecho, lo agradezco y hoy por hoy entiendo italiano, me encanta y allí es que lo aprendí. Yumi y yo practicábamos en la casa; al final hasta aquí lo hacíamos”.
El progreso de la jugadora central venía siendo notable; incluso había conseguido debutar como titular con la selección nacional cubana en el Grand Prix de 1998. Zoila recuerda que estaba dispuesta y, a la vez, un poco presionada ante el reto de ser regular; aunque el apoyo del grupo la llevó a seguir adelante.
—Miente el atleta que te diga que no ha sentido presión, porque todo deportista ante una competencia de envergadura se presiona en mayor o menor medida. Presión es una cosa y miedo deportivo es otra.
—¿Cómo se sacude un deportista esa sensación?
—Cuando rompes el hielo. El ambiente que está a tu alrededor es muy importante. Puedes llegar a un partido un poco presionada; no obstante, mientras se desarrolla el juego te vas soltando y te concentras nada más en la cancha y tus compañeras. Así es como baja.
Del torneo salió con la medalla de bronce. Sin embargo, como sucede muchas veces a gran cantidad de atletas, su cuerpo de 188 centímetros de estatura comenzaría a sentir los estragos del alto rendimiento y, para más complicación, con compromisos internacionales muy importantes por delante.
La Copa del Mundo de 1999 y unos Juegos Olímpicos (en Sídney 2000), con los que nunca soñó de niña, ya entonces se habían vuelto su principal anhelo como voleibolista. Y su participación estaba en peligro.
Doce en punto del mediodía. Más de una hora llevo en la parada de G y 25, a la espera del P15 que debe llevarme al encuentro pactado, precisamente, para el mediodía. Por fin aparece el gigante articulado, cuando el sol no podía ser más intenso. Zoila está al tanto de que llegaré más tarde de lo previsto; y advierte que quizá nos demoremos, pues para cuando llegue, al cabo de casi dos horas de viaje, su niña pequeña seguramente estará despierta.
Tiempo después, a sabiendas de que estoy cerca, sale al medio de la calle a esperarme para que no me pierda en las entrecalles de la zona conocida como El Miquito, en el apartado municipio habanero de Guanabacoa.
A una cuadra de distancia pude distinguir sus largas extremidades y el color moreno de su piel. Hace una seña con la mano y a su lado, enganchada a la pierna, hay una niña. Parece enorme para ser la hija de un año y medio. Sin embargo, es, en efecto, la pequeña Mía de los Milagros.
Ya en su portal, sentada en el robusto sillón metálico pintado de blanco, y en los brazos Mía, que no para de escrutar al visitante pese a los intentos de su madre de que se recueste a dormir, Zoila comienza a revivir su vida, que inicialmente estaba del todo desligada del voleibol. No obstante, la niña no cede, y el tío se hará cargo de ella por un rato.
—Esto te cambia la vida —afirma a propósito de su maternidad, y se acomoda en el asiento para empezar el relato.
En la escuela primaria, Zoila Barros practicaba gimnasia rítmica, pero el embullo de unas amigas para ir a ver captaciones del deporte de la malla alta en el combinado deportivo Pepe Barrientos la puso a la vista del profesor Osvaldo González, conocido como “El Caballo”, quien le orientó hacer las pruebas a la desinteresada chiquilla.
Por capricho del destino o intuición del instructor, mientras sus acompañantes quedaron sin posibilidades, Zoila tuvo la “desgracia” de aprobar y la propuesta de entrar a la EIDE: “No quería, porque a mi amiga no la escogieron y no quería ir yo sola”.
Aun con las condiciones idóneas, se empeñaba en enfocarse en todo menos en el juego. Cuando no era una cosa, aparecía otra; daba igual si era un dolor de cabeza o algún malestar en cualquier parte del cuerpo. La maestra Luisa Crespo se veía en una disyuntiva.
“Realmente no estaba pa’ eso; veía los pelotazos, esa gente sudada, y decía para mis adentros: ‘Ay, no, ¡qué va!’. A mí de niña siempre me encantó, bailar, cantar, modelar, me ponía tacones de mi mamá, cogía una suiza como micrófono, declamaba… No tenía afición por el deporte. Fue incrementándose con el tiempo.
“Empecé en la EIDE con mis indisciplinas de no ir a los entrenamientos, porque no me gustaba. Mandaron a buscar a mi mamá y al final dijo: ‘Se acabó, ella no va a hacer más esto. Me la llevo’. Y la profesora le dijo: ‘No, no. Ella tiene muchas aptitudes, a nosotros nos hace falta que usted la incentive’”.
Bajo esa súplica permaneció en la escuela, y de mala gana asistía a los entrenamientos, un poquito cada día. Y otra vez una señal de predestinación, una ley de la divina providencia ajustaba las piezas del tablero para continuar dándole dolores de cabeza a la entonces adolescente Zoila.
“Ese año no hubo Juegos Escolares, donde hacían las captaciones para llevarte al centro nacional de voleibol. Seleccionaron directamente a algunas de varias provincias y nos llevaron al Cerro Pelado para hacer pruebas de aptitud. Imagínate, fue cuando vi por primera vez en persona a Mireya Luis, Magaly Carvajal, Mercedes Calderón, Imilsis Téllez, Tania Ortiz… Cuando vi eso, muchacho, los pelotazos y aquellas cosas dije: ‘¿Es aquí? Yo no quiero’.
“Arranqué a llorar y me senté en un rincón: ‘¡No voy a hacer nada! ¡No voy a hacer nada!’. Estaba Yumilka por Camagüey, Taismary Agüero por Sancti Spíritus, y andaban por grupos haciendo las pruebas de aptitud. Yo seguía en mi rincón, no quería ni moverme. Vi esos rematazos y cómo entrenaban esas mujeres y pensaba: ‘¿Qué hago aquí?’. Era flaca como un pincel. Hasta que la profesora me dijo: ‘Zoila, ya vinimos. Tienes que hacer un salto por lo menos…’. Lo hice, pero cohibida. Y veía a Yumilka tirándose por el piso…”.
Ante todo ese espectáculo se apareció, como ella dice, “el mismísimo” Eugenio George, entonces un total desconocido para ella a sus 12 años.
“Me dio una charla, puso su mano en mi hombro y me preguntó por qué estaba llorando. ‘Profe, es que yo no quiero hacer esto’, contesté y me dijo: ‘¡Cómo no! Si tú has llegado hasta aquí’. Para mí era un entrenador más y le repetía que no quería estar allí. Finalmente me convenció, cogí el balón e hice algo; pero seguía un poco tímida. Un rato después nos reunió a todas y me puse tan dichosa que salí entre las elegidas. Te digo: estaba pa’ mí ser voleibolista. Eugenio explicó que íbamos para la ESPA Nacional, en el equipo cadetes. Llegué a la casa llorando, siempre quise ser otra cosa y mi madre me apoyó: ‘Si tú no quieres, no. Vamos a donde está la profesora’. Y Crespo intentando convencerme, hasta que acepté otra vez”.
En la ESPA Zoila volvió a sentir el rechazo que no la dejaba soltarse. No quería salir del albergue; sin embargo, se encontró con la compañera que tendría por muchos años. Sí, otra vez Yumilka, junto a las muchachas de la prueba del Cerro Pelado.
Becada, Zoila cumplió 15 años, y el deporte fue convirtiéndose en cosa del día a día. Entrenaba en la playa, en la arena y, mientras iba arrancando las hojas del calendario, muestra ineludible del paso del tiempo, llegó a la categoría juvenil, y después a la preselección.
“Eugenio nos llamó a varias para empezar a interactuar sistemáticamente con la selección nacional. Muchacho, yo quería morirme. Ya tú sabes, de nuevo los pelotazos. Éramos las más jovencitas; la suerte fue que ellas siempre nos llevaron muy bien, nos acogieron. Tampoco estábamos fijas, íbamos a algunas competencias”.
Por aquel entonces fue que la actividad empezó a conquistarla. Tenía su espejo en jugadoras como Magaly Carvajal, Regla Torres, Mercedes Calderón y Norka Latamblet, debido a que se desempeñaban en su posición, la de atacadora central.
“Pasé de no estar interesada a terminar mis entrenamientos y sentarme en una esquinita a ver a las mayores entrenar. Miraba los atacazos, esa fuerza, y así me empecé a identificar con ellas”.
A partir de la temporada 94-95 empezó a entrenar a tiempo completo con todas “las caballotas”, como las llama. Desde ese momento, comenzó a competir con esas figuras para conseguir un puesto en el grupo de élite con la desventaja de tener que adaptarse a nuevos retos en la preparación.
“De entrada me impresionó la cantidad de horas de entrenamiento. Tres horas y media por la mañana y cuatro por la tarde. Quienes veníamos de los juveniles no estábamos habituadas a eso. La responsabilidad, la seriedad; era otra cosa. En las categorías inferiores se trabajaba fuerte, pero como tal, ese rigor mi cuerpo se lo sintió en el equipo nacional. Por ejemplo, si me quedaba tiempo libre prefería dormir y descansar para estar lista el próximo día. Sí me chocó en un principio.
“Había que ponerse dura para poder hacer la selección, y para mí fue una escuela. Te costaba, porque había veinte gentes para escoger. Pero jugar con ellas te daba un nivel deportivo alto, el top. Así seguimos hasta que llegué a integrarlo a finales del 96, después de los Juegos Olímpicos y hasta 2008, cuando me retiré”.
—¿De Eugenio qué recuerdas en esos primeros compases de tu carrera?
—Podía estar riéndose, que de momento se encabronaba. Se molestaba mucho; las cosas tenían que salir como era. Yo hasta sentía un poco de miedo. Temía hacer algo mal y que me fueran a regañar. No obstante, demostró hasta los últimos días ser una magnífica persona. Lo identifiqué como familia, nos enseñó y educó en todo, no solo en el deporte.
Mía despertó al cabo de poco más de media hora. Reclama a su mamá. De regreso al portal vuelve a mirarme y con cierto gesto de pertenencia, mueve su mano de un lado a otro como si me despidiera. Zoila la contempla con una sonrisa que le ilumina el rostro.
En 1998, la temporada de liga continuaba en Italia y en Calabria todos seguían los pasos de su club, el cual, si bien nunca fue favorito, había incrementado el rendimiento con la presencia de las cubanas Zoila Barros y Yumilka Ruiz.
La carrera de la central habanera iba en ascenso. Había integrado varias veces la selección cubana y su juego se hacía cada vez más completo. Estaba en condiciones de pelear por un puesto para el Campeonato Mundial de 1998, la Copa del Mundo del 99 y los Juegos Olímpicos de Sídney 2000.
Sin embargo, en pleno transcurso de la liga, una molestia en la tibia izquierda se tornó frecuente. Postergar la visita al médico era una imprudencia; por eso, aunque una mala noticia podía hacer que el mundo le cayera encima, Zoila no dudó un instante. El diagnóstico fue periostitis, una lesión acumulativa provocada debido al agotamiento del hueso, que comienza a astillarse, por sobrecargas deportivas.
“Sentía unos dolores, me hicieron pruebas y se descubrió una microfractura por estrés. Querían operarme allá, pero aquí se dijo que no. Debía regresar para la intervención quirúrgica. Cuando oí la palabra ‘operación’, pensé: ‘¡Esto qué cosa es!’. Directamente para el hospital Frank País. El doctor Álvarez Cambras me operó”.
Comenzó a entrenar un poco antes de lo debido “y fue cuando… de hecho, mírala aquí, oyendo la conversación —se interrumpe y señala la cicatriz en la pierna— me vi obligada a volver al salón. Fui a una competencia con muletas y yeso. Me lo quitaron allí y se volvió a resentir. Dolor otra vez. No podía apoyar bien el pie ni estar en superficies duras y los entrenamientos estaban siendo muy limitados.
“Se hizo otro estudio y Álvarez Cambras planteó que la tibia estaba destruida: ‘Esto hay que hacerlo de nuevo. Y lo haremos como yo diga’. Aquí a veces te querían apresurar un poquito y después de esa segunda operación él dijo: ‘El alta la doy yo. Te hicimos un procedimiento que te vas a poder lesionar de cualquier cosa menos de la tibia’. Y así mismo fue. Estuve más de seis meses sin entrenar y subí de peso; tenía un reposo absoluto”.
—¿Cómo tomaste la noticia de la lesión?
—Pensé que sería el fin de mi carrera. La tibia es un hueso que sostiene al cuerpo entero. Creí que no me recuperaría jamás y no habría más deporte para mí en un momento en el que ya me gustaba muchísimo. Tampoco quería sufrir o que algo me dejara secuelas para la vida futura: esto mismo de ser mamá y poder tirarme en el piso y jugar con mi bebé. Sobre todas esas cuestiones pensé en un momentito y dije: “Si es así, simplemente terminó mi carrera deportiva”. Lloré muchísimo; pero Álvarez Cambras y el team se sentaron conmigo y me explicaron que para nada significaba el fin, que solo debía parar un tiempo y no habría secuela alguna.
Finalmente perdió casi un año y “a correr, Zoilita”, para luchar por la posibilidad de integrar el grupo que participaría en la cita bajo los cinco aros del año 2000, en Sídney, Australia.
“Entrenaba horas extras e iba los domingos. Eugenio me apoyó muchísimo. Me decía: ‘Zoila, ¿tú quieres? Tienes que hacer, porque estás con un déficit de entrenamiento que por favor’. Entre la voluntad y el sacrificio lo conseguí, e hice el equipo para la olimpiada, que era mi sueño”.
Con la niña inquieta en brazos y el sillón balanceándose sin cesar, comienza a repasar los momentos previos a Sídney. Un Grand Prix en el que vencieron a Rusia, en Filipinas, y su labor como jugadora de cambio en la tierra de los koalas y los canguros.
“No era titular. Había atletas de un grandísimo nivel: Ana Ibis Fernández, Regla Torres, Mirka Francia; centrales muy buenas. Aunque todas fuimos importantes. En los Juegos Olímpicos aprendí a sacar saltando en el entrenamiento; algunos rivales lo hacían y Cuba no tenía cómo entrenar el recibo en ese tipo de saque.
“Eugenio mandó a las del banco a hacer servicios en suspensión. Resultó una de las experiencias adquiridas en ese evento, que para mí fue lo máximo. Es el sueño: participar y mucho más ganar. Ves estrellas que nunca imaginaste ver en otra cosa que no fuera la televisión. Se intercambian muchísimas culturas, conoces gente y desde el punto de vista deportivo es algo único, la cúspide. Gané bastante como persona y jugadora”.
Todo lo que representaba el partido final contra Rusia en esa lid y perdiendo 0-2, se refleja en la expresión de Zoila durante la transmisión del choque. Pese a no salir una sola vez a la cancha, su rostro dibujaba la frustración y la preocupación por lo que parecía que estaba a punto de ocurrir en el anfiteatro australiano.
“Tenía 21 años, era muy joven. Estaba llorando en el banco. Dije: ‘¡No puede ser! Primeros Juegos Olímpicos en los que participo y no vamos a ganar’. Era un ambiente para mí más que tenso. Veía aquello: la gritería de la gente, un nivel altísimo. Tensiones hubo, presiones… era para cualquiera, porque las rusas estaban tan preparadas como nosotras. Me tocó vivir desde el banco ese último punto y lo disfruté tanto como si hubiese entrado en acción. Lo sentí y todavía lo recuerdo, me gusta verlo”.
—¿Qué rol asumían las atletas del banco en ese escenario adverso en el cual comenzó la final?
—En el equipo Cuba siempre se ha estilado la comunicación positiva. Todo el tiempo. Se habló, dándonos fuerzas unas a otras, creyéndonos que sí se podía. Nuestro papel era llevarlas adelante y que quienes jugaban se sintieran lo máximo. Se pedía un tiempo y era: ‘¡Coño, chica, sí se puede, vamos…!’, y ahí venían palabras más subidas de tono, pero mirar a tu compañera y transmitirle cosas ayudó muchísimo.
Después de lo que había pasado para asistir a los Juegos Olímpicos, la medalla de oro significó la coronación del gran sueño. Habla del camerino, los abrazos, el llanto y parece que viajara al año 2000. Se ve con todas abrazadas, mientras las rusas lloran, sin poder creer la pérdida de un título en una final que tuvieron 2 a 0 a favor.
Su rostro denota esplendor, el mismo que a partir de entonces debía luchar por mantener en un contexto no tan favorable como el de esa generación, que se hizo dueña de la gloria olímpica en tres ocasiones consecutivas. El inicio del nuevo siglo traería una renovación en la plantilla: algunas figuras no se reincorporaron luego del torneo de Sídney.
“Después fue cuando nos tocó jugar un papel fundamental a Yumilka, Martha Sánchez y a mí. Se incorporaron Nancy Carrillo, Rosir Calderón, Daymí Ramírez… Todas las jóvenes que venían. Teníamos por delante un camino fuerte: Panamericanos, Olimpiadas y debíamos trabajar con ellas, que no sabían lo que eran competencias de alto rendimiento. Ya en aquel período sí estaba a tiempo completo en el equipo regular, tenía un poco más de edad y experiencia.
“Eugenio nos explicó que era un gran reto por delante. Las muchachas venían del juvenil, de la preselección, con otra mentalidad. Asumimos que íbamos a trabajar y así lo hicimos. Nos sentamos primero con ellas y les dijimos: ‘Miren, vamos a mantener el nombre de las Morenas si ustedes quieren. Nadie de la calle lo hará por nosotras’.
“Llegaron con pensamientos algo infantiles, típicos de la edad. Nosotras nos encabronábamos en los entrenamientos y ellas serias decían: ‘Yumilka se pone…’. Nos plantamos fuerte porque debían entender; ya luego del entrenamiento, si había que dar chucho afuera, lo hacíamos. Así se fueron metiendo por el aro. De hecho, yo le gritaba a la de mi posición, que era Nancy Carrillo: ‘¡Oye! ¿Tú eres muerta? ¡Yo soy la titular aquí, no me vas a sacar…! ¡Mira a ver lo que vas a hacer!’, y eso las motivaba a querer dar lo mejor”.
Zoila cuenta que el entrenador les pedía bajar un poco la intensidad y la exigencia; pero reconoce que poner a las novatas contra la pared las ayudaba mucho a crecer en todos los aspectos.
“Ellas no sabían todo el camino que tenían por delante y fíjate si fue tan bueno el trabajo de Eugenio, Calderón, Ñico, que cogimos una medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004, con la que nadie contaba. Ni ellas mismas”.
—Fuiste seleccionada como la mejor sacadora en el Grand Prix de 2001 y en varios torneos posteriores. ¿Qué hizo que te convirtieras en esa gran sacadora?
—Lo había tomado como un ‘bonchecito’ en la Olimpiada y Eugenio, después de la competencia, me dijo: “Llegando a Cuba te vas a especializar en el saque saltando”. Él donde ponía el ojo ponía la bala, de eso no hay la menor duda. Me quedaba haciendo trabajo extra con pelota medicinal, de fuerza, de velocidad, y me encantaba. Disfrutaba mi servicio en suspensión; además, tenía una cosita típica en mí, un pasillito que yo misma ni entendía. Gozaba en las presentaciones con cada punto que hacía así. Me caracterizaba el ataque zaguero y eso influyó muchísimo también: la explosividad, el nivel de salto. Hay que tener una carrera de impulso casi como si fueras a rematar. Me esmeraba para hacerlo y me sorprendía cuando me superaba e iba obteniendo resultados. Cien saques saltando por la mañana y cien por la tarde. Había que hacerlo… Me ponían metas: hacia una mitad del terreno, a una velocidad específica. Ese rendimiento lo tuve porque trabajé como nunca imaginé. Los puntos por saque me llenaban más que un bloqueo o un remate.
—En ese Grand Prix de 2001 fueron cuartas. ¿Cómo se siente una atleta al recibir un premio individual en un torneo que desde el punto de vista colectivo no fue el mejor?
—Duele. A una la complace brillar, pero con su grupo. Me gustaba que el equipo saliera adelante, la idea de perder no estaba en mí; sin embargo, a veces no lográbamos eso por no tener la cohesión. Era un conjunto más joven. No me sentía tan satisfecha al final por lograr ese premio, no era el principal. Interfiere tanto que no llegas a disfrutar la condecoración del todo. Te hace bien, aunque si estuviera acompañada del triunfo se sentiría diferente.
—¿Qué sucedía con los estímulos en metálico que se entregaban en este tipo de eventos?
—De hecho, no es que recibieras el dinero en la mano. Era un cheque que se tramitaba y debía llegar al país. No decidíamos cuánto queríamos, ni cuánto nos daban, porque nosotras no pagábamos ni alimentación, ni atuendo, ni pasaje y había que retribuir de alguna manera eso. Es cierto que en ocasiones había atrasos y esto trascendía a los propios entrenadores. Estaba en manos de un nivel superior, había que reunirse, aprobar; a veces más, a veces menos. En determinados momentos quedábamos satisfechas, en otros no; pero como tal, ¿qué podíamos hacer? Lo nuestro era jugar, ganarlo y entregarlo aquí para la causa que ellos entendieran. Sí, como estímulo, lo necesitábamos para sentirnos mejor.
—¿Esa situación generaba algún inconveniente?
—Sí, cómo no. Estábamos inconformes, porque es un premio conseguido por ti y lo más normal sería que te incentiven. Lo hacían, si bien se demoraban meses. De cierta manera influía un poco. Una contaba con eso. Tú sabes —suelta un suspiro. Aunque tampoco era que nos deprimiéramos. Esperábamos una cosa y era otra. Había que hacer aportes a círculos infantiles, hogares maternos, a lo que se creyera era lo más idóneo en ese momento para el país.
—¿Es cierto que la separación de Eugenio como entrenador del equipo nacional tiene que ver con este tema?
—No puedo decirte ni sí ni no. No lo sé. Eugenio fue una gente que siempre peleó con nosotras, guapeó muchísimo, planteaba las cosas que le transmitíamos a altos niveles, era una persona muy escuchada aquí por nuestros representantes. Qué pasó no lo sé, pero él por nosotras se fajaba, nos representaba y quizá eso haya generado algún malentendido.
“Cuando se tiene un bebé las cosas te cambian de una manera… Una vive agitada. Yumilka me estaba comentando el otro día: ‘Tú eres una vieja. Te digo de ir a tomar algo y nada’. Y yo: ‘Yumi, ya no es lo mismo. Hay que preparar culeros, que si pa’ aquí, esto, lo otro…’. Por la noche es cuando aprovecho, porque por el día ella es caminante y atrás de mí. Es una locura, te lo juro”, dice, mientras Mía de los Milagros vuelve a hacer de las suyas esta tarde.
Para 2002 se avizoraba el primer reto de envergadura que tenía el renovado equipo Cuba; no obstante, el Mundial de Alemania las dejaría en la quinta plaza, con la sensación de poder haber hecho más: los resultados individuales no eran malos. Nancy Carrillo poseía un gran saque; Calderón, un buen ataque y las jugadoras conseguían brillar. Zoila considera que faltó madurez como grupo.
Para borrar esa página lo siguiente que pretendían era recuperar la corona panamericana perdida en Winnipeg 1999; pero un eléctrico conjunto de República Dominicana, local en la edición de los juegos continentales de 2003, las relegó al segundo escaño.
“Me dolió muchísimo. Tenía una vergüenza que no quería ir a comer ni aparecerme en la villa. Podíamos ganar. Influyó el escenario que montaron desde las gradas. Soltaron como un gas que provocó la detención del partido. Nos sacaron del terreno y nos mandaron al camerino como una hora. El equipo no fue el mismo, se desenchufó un poco. La mente de las jugadoras jóvenes no tenía aquella fortaleza de sobreponerse a cosas así y tocó perder. Las dominicanas se habían preparado mucho, independientemente de lo sucedido.
“Nadie estuvo conforme. De hecho, tuvimos una refriega grande, porque pronósticos son pronósticos y se esperaba. Se reunieron con nosotras, nos echaron con el rayo; sin embargo, lo vi bien. Cuando se falla tienes que llamarte a capítulo. Pasó, al mejor pintor se le va, ahora, no se debía ir y mucho menos con Dominicana en ese momento”.
—En 2003 te seleccionaron como mejor atleta de deporte colectivo en el país. ¿Qué significó este reconocimiento?
—Me llenó de regocijo. A nivel personal te das cuenta de que pudiste. Me encantó y mi familia lo vivió conmigo, lloraron y todo; era muy lindo. Fue gracias al trabajo. Del 2000 para acá lo enfoqué de otra manera, me sentía con una inmensa responsabilidad. Era una escuadra de menos nivel y el objetivo era no ir al piso y mantenernos en la élite. Algunos no creyeron en ese conjunto precisamente por la juventud, basados en las otras Morenas del Caribe. Era un reto, y me dije: “Vamos a demostrar que sí”, y me metía mucho en el personaje de mis entrenamientos con el apoyo de Yumilka y Martica (Sánchez). Cuando me dieron ese galardón fue superior a resultar la mejor sacadora en un torneo internacional. Era un premio individual; pero por el trabajo de un colectivo. Nunca será solamente tuyo.
Pese a la posibilidad de ser titular fácilmente ante la llegada de atletas de menos nivel, Zoila nunca se acomodó. Por el contrario, asumió los galones que le tocaban y fue figura en una época en la que vencer no era tan sencillo como lo había hecho parecer la generación anterior. El cambio de escenario era evidente y complejo: de triunfar en casi todo con una facilidad pasmosa a tener que luchar mucho para, la mayoría de las veces, quedar muy cerca de los títulos.
“Ahí está la cosa. Yo tenía de base a esas Morenas que nos antecedieron y todos los entrenamientos y experiencias vividas con ellas, la responsabilidad, la madurez; y es duro ver primero que ganabas de una manera un tanto cómoda y pasar a ver esto que tocaba y no saber cómo encararlo. Choca. Un cambio brusco, pero todo estaba en la mente. Si queríamos, teníamos que hacer el doble en el entrenamiento. Si nos adaptábamos a las jóvenes, nos poníamos a su nivel, y no se trataba de eso; sino de multiplicar tu esfuerzo para subir el nivel de las otras muchachas, para darles el ejemplo y que quisieran llegar a alcanzarnos. Transmitimos el mensaje, nos entregamos y ellas siempre vieron disposición.
Ekaterimburgo es una ciudad de la Rusia central que poco se parece a la región italiana de Calabria. Es una de las metrópolis más pobladas del gigante euroasiático y las temperaturas inusitadas de hasta menos 40 grados Celsius en un invierno que puede durar casi seis meses pondrían a cualquier mortal a pensarse dos veces si quiere visitar la capital de los Urales.
Allí jugó Barros en la temporada 2004-2005 con el club UralochkaNTMK, bajo las órdenes del mítico entrenador Nikolái Karpol y junto a quien era su inseparable compañera de aventuras: la atacadora Yumilka Ruiz. Fueron nueve meses sin ver el sol radiante del Caribe.
“Fue duro. Una vez hubo como menos 25 grados y Karpol dijo que no había entrenamiento. Ni podíamos salir de la habitación. Yo decía: ‘¡Se me va a partir la oreja!’. Las manos rasgadas, con sangre y entizándolas con esparadrapo. El clima y la comida no nos acompañaron para nada. Esa sopilla y ensaladita… Rosir [Calderón] me decía: ‘Zoila, tengo hambre’. Y yo le respondía: ‘Aquí no te van a dar arroz y frijoles… Come esto que es lo que hay’”.
Con Rosir estuvo la siguiente temporada en el Dynamo de Moscú, pues la atacadora llegaba junto a la central Nancy Carrillo y, en una sabia decisión, Karpol separó a las “veteranas” y distribuyó la experiencia.
“Yumilka y yo nos despedimos. Ella se quedó con Nancy en el Uralochka, y yo me fui con Rosir a Moscú. Karpol nos sentó y dijo: ‘No quería distanciarlas, sin embargo, tiene que ser así de alguna manera’”.
Luego de asaltar la cima junto a Yumilka en su primer año en Rusia con el Uralochka, Zoila y Rosir lograron llevar al club de Moscú hasta la tercera posición tras batirse fuerte.
“¡Uyyy! Jugamos contra Nancy y Yumilka y les ganamos —dice con tono de algarabía. Aquello lo gozábamos, porque cuando estaba la red por medio era una rivalidad deportiva, luego nos íbamos a los camerinos y nos daba mucho placer vernos después de meses separadas y cenábamos juntas”.
Zoila tiene sus historias con Karpol. El hombre más cascarrabias que se podía ver en un choque sólo se escondía tras esa fachada, aunque en un principio su temperamento hizo mella en la jugadora habanera.
“Es una gente que me encanta, linda persona. Él tenía siempre como costumbre hablar con sus atletas cara a cara y no era que estuviera discutiendo, es que sentía tanto el voleibol que se ponía a gritar. La primera vez me lo hizo por un fallo… ¡Muchacho! Pidió tiempo y hablaba de cerquita conmigo. La traductora me aclaraba y yo me preguntaba: ‘¿Por qué a mí?’, y empecé a llorar en pleno partido. Él me apretaba la cara y seguía hablándome de cerca y yo le decía a la traductora: ‘¡Dile que no me grite!’”.
“No gritaba groserías ni nada, sino algo como: ‘¡Pónganse duras! ¡Cuando digo que remates para esta zona es para allí!’. Yo sin entender. Así fueron los dos primeros meses. Le dije a Yumilka: ‘Me voy para Cuba, no quiero jugar más aquí. No vine tan lejos a que la gente me esté gritando’. Y Yumi me decía que me tranquilizara, pero ella lo enfocaba de otra manera. Un día se lo dije a la traductora: ‘Dile a él que quiero irme para mi casa’. Cuando la intérprete se lo comentó, él respondió: ‘¡Eres una cobarde… Cobarde… Cobarde… y de aquí no te vas hasta que termine esto!’. Todo eso encabronado también y yo a llorar de nuevo.
“Pero era su forma. Veía que se lo hacía a sus atletas y ellas lo miraban serio. Yo lloraba, porque pensaba: ‘¡Esto qué cosa es! Este hombre me va a dar golpes aquí’. Y después era tan lindo, cuando se acababa el partido ya no ocurría nada, te pasaba la mano, te traía un chocolate, un turroncito y yo decía: ‘Está mal de la cabeza. Primero me quiere matar metiéndome gritos y ahora mira…’”.
Entre temporada y temporada hay una presea con la selección nacional que no puede pasarse por alto en la carrera de Zoila Barros. Un bronce olímpico inesperado en la cita de Atenas 2004, calificado por todos como un oro. Ella no veía tan clara la medalla por los resultados que se venían arrastrando. Se habían preparado; aunque, en su opinión, el equipo no estaba consolidado.
“El primer contrario fue Alemania, a las 9 de la mañana, y perdimos. Cuando vi ese comienzo pensé: ‘¡Oh!, esto está fuerte. Si caímos frente a Alemania, qué quedará para Brasil, Italia o Rusia más adelante’. En el camerino nos tocó hablar con las muchachas, llorando todas, y lo dijimos: ‘Acaba de empezar, si perdimos este juego para darnos cuenta de que debemos entregarnos más y soltar los dientes ahí, bien perdido está. Ahora depende de nosotras seguir avanzando’.
“Las niñas estaban por el piso. En la villa, cuando llegamos, nos volvimos a reunir: ‘¿Ustedes tienen miedo? ¿Qué tienen ellas que no tengamos? ¡Vamos a ganar estos Juegos Olímpicos!’. Ni nosotras lo creíamos; no obstante, había que decírselo, ¿qué íbamos a hacer? De repente Yumilka comentó: ‘Allá ustedes, ya yo tengo medalla’. Y la secundé: ‘Yo también tengo medalla olímpica. Problema de ustedes si vinieron por gusto y no la quieren, porque se van a perder lo del mundo y más. Estamos aquí, vamos a demostrar que sí podemos’. Eso fue como una terapia de choque. Salieron por la tarde pa’l entrenamiento a comerse aquello. Las experimentadas éramos quienes teníamos la lengua afuera”.
Luego del revés inicial vinieron victorias de 3-2 ante Rusia y China y 3-0 contra República Dominicana. Esto les permitió avanzar a cuartos de final pese a ser derrotadas 0-3 por Estados Unidos. En el primer cruce repitieron el reñido 3-2 y dejaron en el camino a Italia, para ceder en semifinales ante China, 2-3. Finalmente, alcanzaron el bronce tras superar a Brasil tres parciales por uno. Si un año antes en Santo Domingo perder no estaba en los planes, esta vez el destino era inversamente proporcional.
“Humberto Rodríguez era el presidente del Inder en ese momento y la medalla se consideró como un oro. Nos estaban esperando en la villa, fuimos el conjunto mejor vestido y más disciplinado a nivel de delegación y nos hicieron un acto lindísimo. Celebramos cantidad, porque sabía a oro. Aquella selección no estaba en los pronósticos”.
—Eugenio dijo luego de Atenas que la meta era entrar en las finales y se consiguió, que ya sabían qué faltaba para los nuevos empeños y confirmarse en la élite mundial… Sin embargo, exceptuando los Panamericanos de Río de Janeiro 2007 y el Grand Prix de 2008, esto se ha hecho cada vez más difícil. ¿Qué sucedió?
—Bajó el nivel de nosotras y subió el del mundo en 2008. No lo considero un mal trabajo de aquí adentro. Todos se preparan, se miden, se insertan.
—¿Qué falta?
—Mucho. Primero, jugadoras. No existe esa máquina de hacer voleibolistas que teníamos antes… Han cambiado cosas, es la misma escuela; pero es lo mismo —Mía casi despierta y Zoila se interrumpe para tararear algo antes de continuar—, no se logra establecer un equipo. Hay quienes están un año o dos y piden la baja y se van. Así no se puede hacer un grupo. Un deporte colectivo necesita de años trabajando en conjunto. No está en manos de ningún entrenador controlar eso.
Mientras Cuba oscilaba entre los primeros lugares de competencias como Norceca y Centroamericanos, Zoila se había ido convirtiendo en una central más experimentada, con el lastre de lesiones que esto conllevaba. El hombro y la rodilla, que decidió no operarse, le ponían delante, en los últimos años de su carrera, dos retos clave: recuperar la corona panamericana en la lid de Río de Janeiro 2007, a la cual llegaban con el aval de campeonas de Norte, Centroamérica y el Caribe, y mantenerse, al menos, en el podio en los que serían sus terceros Juegos Olímpicos, pactados para agosto de 2008.
—Dice Yumilka que en Río les sonrió la suerte…
—Yo diría que, más que suerte, también corazón. Ese encuentro lo catalogo como el más grande que he jugado, porque estábamos en la tierra de ellos. El público en contra, y los brasileños son calienticos.
El choque marcha igualado a dos parciales. Está a punto de comenzar el tie break y el Maracanazinho, teñido de amarrillo, produce un ruido ensordecedor. Al saque va Cuba. Dorsal 18, Zoila Barros. El balón agarrado con las dos manos, la vista puesta en él, su ritual en el servicio: un pie delante del otro y un paso hacia atrás para comenzar la carrera de impulso previa al salto y el impacto de la esférica. Son servicios incómodos y Cuba se va arriba 2-0. Brasil reacciona y pone el marcador 3-2. Zoila empieza a resentirse de la rodilla.
“No se escuchaba el silbato del árbitro. Estaba repleto. Increíble, íbamos perdiendo y las muchachas vivieron por primera vez lo que era un triunfo grande frente a un equipo grande, viniendo de abajo. Yo no pensé estar tan bien. Arrastraba una lesión de rodilla y tenía miedo a resentirme en la hora cero. Nada más le pedía a Dios, por favor, dejarme llegar hasta el final. De hecho, Tony Castro me infiltraba siempre, antes y después de los partidos, para ayudarme a terminar. No pensé aguantar esos cinco sets. Me sentía como una cosa gorda envolviéndome la rodilla. Me daba golpes y le decía: “Duele después lo que quieras; ahora, por favor, ayúdame”. Tenía miedo de que no me fuera a responder. Dolió, pero le dolí más a ella”.
Antonio Perdomo pide tiempo. “Vamos, que las podemos coger”, dice el entrenador principal. Las Morenas parecen reactivarse en primera instancia. Luego, en el cachumbambé, Brasil aprovecha, saca ventaja y se pone 8-5. Las locales continúan delante 9-7, hasta que un remate de Yumilka y un bloqueo a cuatro manos firmado por Nancy Carrillo y Zoila Barros empata el desafío. En el vaivén de acciones, las auriverdes retoman la ventaja hasta ponerse a un punto de vencer en su tierra y con sabor a venganza tras perder el bronce olímpico en Atenas 2004. Está 14-12.
Otra vez tiempo y otra vez la convicción de Perdomo: “Se puede”.
“Hubo un momento determinado que se pidió tiempo y Antonio Perdomo dijo: ‘Es ahora o nunca, son ustedes. Lo ganan o lo pierden. ¡Vamos, muchachas, que podemos!’. Un equipo joven, en ese lugar, en un tie break, perdiendo; entra presión, nervio. Pero mantuvimos la moral arriba y me encantó la actitud de Nancy Carrillo, Rosir Calderón, Yaima Ortiz, Yanelys Santos, Daymí Ramírez…
El enfrentamiento se reanuda después del tiempo técnico. Calderón hace el 13 y a la par que la redonda pica, sale con fuerza de su boca la clásica pareja de malas palabras cubanas en un grito liberador, una declaración de guerra en la cara del local que sigue a un paso de ser campeón. Cuba tiene el saque. Un punto de Brasil y todo termina.
“Es un ataque solamente”, decía el comentarista brasilero. Piensan que esta vez no se les puede escapar. Pero fallan. Tres veces. Dos defensas espectaculares de Daymí Ramírez y Zoila Barros, más un error en la ofensiva brasileña, hacen subir a la pizarra el tanto de la igualada a 14. En el zigzag del tablero, Cuba llega a colocarse por delante, 16-15, gracias a un remate por el centro de Nancy Carrillo.
Match point. A la línea de servicio se dirige Rosir Calderón. Perdomo les pide calma, a la par que se le desprende de un suspiro una sonrisa incontrolable. Detrás, en total contraste, está Eugenio, inamovible, inmutable… Zoila, entre todo el público rival, logra divisar los colores de su bandera.
Rosir saca, las sudamericanas elaboran su embestida y Daymí Ramírez levanta el remate casi lanzándose en diving. La réplica cubana termina con bloqueo sobre una acción de Yumilka Ruiz; pero Calderón, haciendo gala de sus reflejos, impide el punto de las contrarias. Yumilka lo intenta otra vez.
La defensa en la net de Brasil aguanta, regalándose otro sorbo de respiración artificial. Recibo deficiente y pase elevado para Paula Pequeno. Le da con todo. Un balazo que defiende con sus antebrazos y cayendo de rodillas Zoila Barros. La pelota desciende hasta Yumilka que pasa de espaldas, voleando de abajo hacia arriba muy pegadita a la malla. El pase es incómodo para Yanelys Santos, quien hizo lo mejor que podía: remate duro y cruzado sobre la línea…Unos breves segundos de incertidumbre eclipsan el estadio. “¡Adentro!”, canta el árbitro finalmente. El Maracanazinho enmudece y las cubanas, abrazadas entre lágrimas sobre el taraflex, festejan, una vez más, en tierras cariocas.
“Ellos tenían unos ramos de flores grandísimos, bellos, pensando que ganaría Brasil. Y los desaparecieron. Hubo que esperar a que se vaciara aquello para salir. Los brasileños estaban eufóricos. Allí cada jugadora se entregó, todo estaba en la misma sintonía. Terminé con un dolor de cabeza que me duró, creo, hasta llegar a Cuba. Pero fue una experiencia inolvidable. Me encantó esa medalla. Estuve muy contenta con mi rendimiento y más con el del grupo, porque el objetivo se cumplió”.
—La selección había venido alternando resultados buenos y malos. Luego de Río, alcanzaron plata en el Grand Prix de 2008 y el cuarto puesto en Beijing, el mismo año. Después vino otro bache. ¿Por qué comenzó a manifestarse esa inestabilidad?
—El entrenamiento lo teníamos, por entrenadores bárbaros que sabían lo que estaban haciendo. Sobre todo había un trabajo en la mentalidad y la psicología del equipo, concientizar que no era por rachas. Ese factor fue determinante en los altibajos que tuvimos, pues no es posible estar a tope en una competencia y en otra no ser capaz de coger una medalla. Ahí entra la inmadurez deportiva, la responsabilidad de cada uno. La mente se entrena también y aquella convicción de triunfar no se tenía a tiempo completo, sino por períodos.
En 2008 sintió que el cuerpo le ordenaba parar. Con algo de decepción por quedar fuera del podio en la cita bajo los cinco aros de Beijing y esa inconformidad que siempre persigue a los deportistas de élite, dice que le habría gustado despedirse de otra manera. Aunque en realidad no hacía falta.
Ahora se lanzaría a buscar esas cosas de las que se había privado en su vida deportiva; por ejemplo, ser madre. No sin antes sobrevivir a la nostalgia y la sensación de que aún debía levantarse temprano para ir a entrenar.
“Me fui apagando. Tenía 32 años y pensaba hacer mi vida como mamá. Necesitaba y deseaba estar con mi familia y quería retirarme en una forma que se recordaran cosas positivas y no una jugadora hecha pedazos. Hay un momento para cada cosa. Entendí que el mío había llegado”.
Cinco años más tarde, aún sin hijos, apareció la posibilidad de jugar en la liga de Rumanía. Asumió el reto pese a haber estado todo ese tiempo sin hacer prácticamente nada. Se demostró que podía volver a jugar. Puso entonces el verdadero punto final, aunque el club CSM Bucuresti le ofreció otro año de contrato. Para cumplir el sueño que le faltaba debió esperar a sus 42 años.
Mía de los Milagros se ha quedado quieta en su hombro, tal vez hechizada por los cuentos poco convencionales que ha ido narrando su madre. Esta tarde Zoila lleva su mayor medalla aferrada al cuello y entre sus brazos, con una sonrisa que parece incapaz de borrársele.
—Por eso te dije que no me dijeras usted, que tengo 43 y estoy divina —bromea, mientras guardo la agenda.
Zoila Barros es una iluminada. Encadenando hechos y sorteando obstáculos construyó una carrera y una vida llena de milagros. Cada decisión y sacrificio encajaba perfectamente con las piezas del porvenir, como si completaran el rompecabezas de los desvaríos del azar. Su abuela se lo decía: “Tienes que convertirte en una Morena del Caribe, porque son mujeres que se ve que están preparadas”. La señora apenas pudo llegar a ver a su nieta como campeona olímpica; pero ambas supieron, desde ese preciso instante, que nada había sido un capricho.
Esta entrevista se realizó en 2020 y forma parte del libro Tie Break con las Morenas del Caribe, publicado por UnosOtrosEdiciones. Pincha el banner para leer la serie completa: