Cuando tenía entre 8 y 10 años, fuera en la escuela o entre amiguitos del barrio en mi Holguín natal, solía vanagloriarme de ser una especie de amigo personal del Capitán Plin. Como muchos niños de mi época, era un apasionado de las aventuras de la Isla del Coco, y compartía interioridades y secretos sobre el personaje que no se revelaban en la codiciada revista Zunzún, lo que me revestía de cierta aura de exclusividad. Además, disfrutaba mostrando una postal única en la que el famoso gato verde “me felicitaba en mi cumpleaños”. Con evidencias tan contundentes en mi poder, lograba captar la atención de muchos.
En realidad todo era obra de mi fantasía, o casi todo. La postal, que consideraba mía, estaba dedicada a mi hermano mayor. Y quien era amigo de Jorge Oliver Medina, creador del Capitán Plin y verdadera leyenda de la historieta cubana, no era otro que mi padre. En cuanto a los pasajes poco conocidos de Plin, la fuente eran narraciones de mi viejo, que conocía a Oliver por su colaboración con la Organización de Pioneros José Martí. Lo describía como “un Leonardo da Vinci criollo y contemporáneo”.
Aún viviendo en Holguín, fui a La Habana un diciembre para disfrutar del Festival de Cine. En la capital conocí en persona, finalmente, a Jorge Oliver. El encuentro tuvo lugar en la entrada del cine Yara. Alguien comentó que aquel señor delgado, sonriente y canoso era el creador del Capitán Plin. Sin dudar lo abordé y le dije que era hijo de Jesús, que en los 80 había trabajado junto a él y los hermanos Juan y Ernesto Padrón en la Organización de Pioneros. Oliver me dio un fuerte abrazo y comenzó a contarme anécdotas vividas con mi papá. Además, me regaló entradas para el festival.
Con los años me fui a estudiar Periodismo a La Habana y me crucé varias veces con él. Siempre cariñoso y afable.
En 2011, cuando el Capitán Plin y su cautivador universo celebraban tres décadas de existencia y éxito entre lectores jóvenes y adultos, le solicité una entrevista. Ante mi petición, él soltó una risa sonora por lo que consideraba “una formalidad”. Nuestro encuentro tuvo lugar —dónde si no— en los Estudios de Animación del Icaic, escenario de una extensa conversa que ahora recuerdo horas después de saber que Oliver, el genio creador del añorado personaje de mi infancia y amigo de mi padre, acababa de fallecer.
Buscaba mensajes que intercambiamos y, para mi sorpresa, me topé con las fotografías que le tomé aquella vez, así como una parte de nuestra charla1, que a continuación comparto como modesta memoria.
¿Cómo se te ocurrió crear a Plin, un gato verde con espada, botas, capa y boina rojas?
Esa historia es larga. El gato verde no nace como Plin. Y Plin, como casi todos los protagónicos, nace como un personaje secundario. Yo trabajaba en el equipo de propaganda de la Organización de Pioneros José Martí (OPJM). Usaba la historieta como vehículo de comunicación. El problema era que cuando hacíamos propaganda en carteles, historietas, etcétera, sobre las cosas negativas, eran los propios muchachos los protagonistas. Eso no funcionaba. Buscamos un personaje secundario y se nos ocurrió que fuera un gato.
¿Por qué?
Pues, además de ser una mascota, es más independiente que el perro y podía volverse loco, hacer las cosas al revés y que los propios pioneros le llamaran la atención. Ahí salía el mensaje que queríamos transmitir.
¿Y cuándo es que el gato se convierte en Plin?
Esa es otra larga historia. Resulta que Ian Ernesto, el director de Habanastation, de pequeño era muy intranquilo. Su padre, Juan Padrón, creador del Elpidió Valdés, lo entretenía haciéndole cuentos. Un buen día Juanito le fabuló que un gato verde tenía una espada y luchaba contra ratones piratas.
Al otro día me hizo la anécdota y se me ocurrió crearle un mundo completo al gato. Plin y la Isla del Coco vieron la luz posteriormente, por primera vez, en el número 8 de la revista Zunzún. A partir de ahí fueron creciendo los personajes.
¿Cómo desarrollaste ese mundo?
Ante todo no creo en el artista como alguien que está en una torre de marfil, esperando que bajen las musas, haciendo arte. Yo creo que el artista es un deudor de la sociedad. Lo que hago tiene que ser útil para los demás. Por eso yo crecí con Plin.
El personaje me ponía retos todos los meses. Tenía un acuerdo con Zunzún: Plin iba a tener un trasfondo de historieta y tenía que ver con algún valor educativo para los pioneros. Por ejemplo, que lo colectivo sea más importante que lo individual, o que las niñas son igual que los niños. Y las historietas las armaba alrededor de eso. Ahora, el reto fue hacerlo de manera fantástica y creíble. Nada de ladrillos ni teques. Eso trajo que, con el tiempo, como dibujo, la historieta fuera creciendo estéticamente. Ves la primara página y te dan ganas de llorar. Hoy día estoy menos insatisfecho con eso.
¿Y los personajes?
Tomé de la personalidad y el carácter de alguien y lo llevé a un animal, a un dibujo animado. Los personajes de La Isla del Coco existen. Ahí están mis hijos, mi esposa, amigos, gente de mi barrio o compañeros de trabajo.
Por ejemplo…
Juan Ratón Blanco, que es historiador, es Juan Padrón.
¿Desquite por el personaje de Oliverio, el inventor de Elpidio Valdés?
Sí [risas], una “venganza” porque él empezó todo cuando me personificó en Oliverio Medina.
¿Por qué Plin tardó tanto en saltar de la historieta al animado?
Desde que comenzó la historieta me insistieron para llevarla al animado. Creí que no era el tiempo de Plin. En esos momentos no había tecnología digital y me hubiese llevado un año llevarlo a un corto de 4 o 5 minutos. Y yo siempre he vivido un poco apurado. Tenía demasiadas cosas que hacer.
Desde hace un tiempo, en los Estudios de Animación del Icaic, trabajas en la serie de La Isla del Coco para la TV. Plin pasó a ser parte de un colectivo creativo de animadores y diseñadores gráficos.
Exacto. Ahora Plin pertenece a un grupo de gente muy joven, que nacieron y crecieron con el personaje. Son fan a él y saben cuándo funcionan y cuándo no. Aunque el animado me lo sigo planteando como una historieta, luego soy uno más del equipo. La serie para la televisión, de 10 capítulos, debe estar lista en 20122. En estos momentos estamos terminando el número 7. Digamos que con el animado Plin ha llegado al preuniversitario.
Entonces… ¿el otro salto es al cine?
Hace tiempo el mismo Padrón me propuso hacer un largometraje porque el personaje ya tenía más de 400 páginas de historietas, libros, spot de TV y era muy popular. Pero no me decidí porque tampoco era el momento de Plin en la pantalla grande.
Primero porque creo que tenemos una necesidad social de llenar la pantalla de la TV. Para mí es mucho más urgente en el caso de los niños cubanos. Y la otra causa es que hay que calentar la mano. Tú no puede llegar a la Serie Nacional de pelota sin haber pasado por los juegos del barrio y la liga de desarrollo. El largometraje sigue
gravitando. A cada rato sacamos la discusión. Yo pienso que cuando terminemos el capítulo 10, que para TV es un buen paquete de programas, podríamos plantearnos la película3.
¿Alguna vez te apartaste de Plin o te superó el personaje?
Aunque trabajé muchos años como cuadro, mantuve la página de Plin en Zunzún. Confieso que todavía en las reuniones dibujo mejores gatos Plin que cuando me siento hacer una página de historieta. [Risas]
Plin ha pasado de generación en generación. Para mí fue de un entretenimiento a un compromiso y lo dejo de hacer el día que se me acaben las historietas. Y todavía no ha llegado ese día.
¿Cómo han festejado estos treinta años Plin y su padre?
Con una gran fiesta rodeado de pioneros. No puede haber mejor forma de celebrar.
Oliver
1. Una versión de esta entrevista fue publicada originalmente en la edición impresa del diario Juventud Rebelde, en 2011.
2. La serie de 10 capítulos se terminó y transmitió.
3. No ha sido producido un largometraje del Capitán Plin.