La Gramática y la Ortografía, como agentes de orden lingüístico, son repudiadas con frecuencia. Sin embargo, ambos aspectos no son estáticos ni rígidos; solo describen escenarios válidos para un cierto período de tiempo, pues nada hay más característico en una lengua que sus procesos de evolución y cambio.
Estos pueden ser difíciles de comprender en etapas concretas, pero resultan imprescindibles a la hora de reconstruir las modificaciones que ocurren en un margen temporal más amplio. Sobre todo, para poder comprender a cabalidad las dinámicas de ese cambio, las causas que lo provocan y la diversidad de los resultados finales de semejantes transformaciones.
Si tomamos como ejemplo las formas originales del latín de las que nacen palabras del español contemporáneo, podemos hacernos una idea más clara de la naturaleza de esas modificaciones, pero también de la multiplicidad de rutas asociadas a la mutación lingüística, en tanto esta responde no solo a factores físicos, como el clima o la geografía, sino también a variables culturales, económicas o políticas. De ahí, por ejemplo, que de frigidum nos haya quedado “frío”, pero también “frígido”. Ferrum se transformó en “hierro”, pero se preservaron formas menos modificadas como “férreo”, “ferroso”, o la forma verbal “aferrarse”. Magistrum terminó en “maestro”, pero conserva mayores semejanzas con su forma original en “magisterio” o “magistrado”. Y si pauper terminó en “pobre”, aún escuchamos el eco de su origen en el superlativo “paupérrimo” o en la forma verbal “depauperar” y sus derivados.
En estos casos, se trata de procesos que ocurren al interior de la lengua misma. ¿Cuánto más complejo no resultará armonizar esos procesos de transformación en el mundo de hoy, sujeto a una intercomunicación e integración cultural y lingüística tan intensa? Son muchos los términos que pasan de una lengua a la otra, a veces sin previo aviso, en su forma original o camuflados en traducciones y adaptaciones fonéticas: la televisión, el escáner, la fotocopiadora, el fax, la computadora, el test, el chip, la web, el chat, el mouse… Cambian las nomenclaturas de cargos empresariales, los profesores publican papers y no “artículos”, se aplica a un puesto y no se “postula”, y así sucesivamente.
Pero, sin duda, es la comunicación a través de las redes y los nuevos dispositivos la que está marcando una transformación acelerada de la ortografía en estos tiempos. Si hace unos años comenzó a causar cierto pánico la sustitución del “que” por un simple “q´”, asociado a un claro proceso de economía lingüística, ¿qué podríamos decir hoy de las numerosas formas apocopadas para la escritura de mensajes de texto a través de teléfonos móviles o en chats y comentarios de redes sociales.
“Tkm” o “tqm” por “te quiero mucho”; “Lol” como sustituto de la frase en inglés “laughing out loud” (riendo en voz alta, a carcajadas); el cambio generalizado de fonemas como K por Q (“loko”, “kimika”, “riko”, etc.); la simplificación de “De” por “D”, “Te” por “T”, “X” en lugar de “Por”, “PQ” en lugar de “Por Qué” o “Porque” (“d ké t ríes?”, “x eso”, “pq?”, “pq sí”…); o también formas abreviadas como “ABR” o “ABRZ” por “abrazo”, “BS” por “beso”, “DM” por “mensaje” o “mensaje directo”. “Chatear” ya es forma verbal completamente generalizada; escribir “por privado” es hacerlo a través de algún chat; mientras que “estalkear” es revisar de incógnito el perfil de redes sociales de alguien en busca de información, fotos, etc.
Las redes y sus diferentes formatos han generado sus propios códigos, que no por naturalizados resultan menos sorpresivos para los que generacionalmente no crecimos en esa dinámica. “Fb” es Facebook, “Ig” es Instagram, “Ws” equivale a Whasapp y “Twt” a Twitter. “Guasapear” es escribirse por Whatsapp, a la vez que esos mensajes pueden llamarse “guasapitos”.
Un nuevo universo lexical domina ya la lengua de los jóvenes: publicar un “post” o una “selfie”, subir un “story”, comentar un “tweet”, revisar los “estados”, hacer un “reel”. Muchos estados de ánimo hoy en día dependen de los “likes” recibidos, y hay quien los cuenta por categorías según la iconografía sentimental de las redes en “me encanta”, “me importa”, “me enfada”, “me divierte”, “me entristece…”
Facebook resemantizó la categoría de “amigo”, relación que ya no necesita necesariamente de conocimiento previo ni de interacción humana, sino que es accesible a través de un simple “clic”. Los “influencers” no tienen “amigos” en las redes, sino “seguidores”, un ejército telemétrico que se desplaza hacia el punto cardinal al que lo lleve la “tendencia” de moda; mientras más “vistas” tenga una publicación mayor será la posibilidad de hacerse “viral”, que no significa en este caso “infeccioso” sino “pegadizo”.
De ahí que no sea tan extraño escuchar diálogos hoy en día que hace solo 15 o 20 años nadie habría podido descifrar:
– Subí un post con una selfie mía y un poema de Buesa y ya va por 300 lai…
– Haz un caption chulo y tíralo también en los estados, en las stories… Te van a caer pila de seguidores…
– Deja ver, a lo mejor busco un tema pega’o pa´ hacer un reel… Ahí sí me voy viral…
– ¡Vayaaa, pichón de influencer!
En ese nuevo panorama lingüístico también entran nuevas profesiones que ya están reclamando una nueva edición de aquel programa que pasaba la televisión cubana hace unas décadas: “Cuando yo sea grande”. Ante la pregunta sobre sus intereses profesionales para el futuro, muchos adolescentes no dudan en pronunciarse sobre sus aspiraciones de convertirse en youtubers, instagramers, tuiteros, gamers o tiktokers.
Quizá el panorama pueda no gustarle a muchos o parecer hasta cierto punto sombrío, pero, como decía al principio, los procesos de cambio y transformación de una lengua no están pautados ni responden a la voluntad humana. Son el resultado de las complejas interacciones con las condiciones socio históricas y culturales del grupo humano que hace uso de ella.
En medio de un escenario en el que los procesos globales y locales están cada vez más interconectados, o en el que los hablantes tienden a desplazarse y asentarse en territorios de matriz lingüística diferente a su lengua materna, debemos tener el oído bien atento para asimilar las tendencias detrás de las transformaciones y contribuir a su registro y a su comprensión.