Poca gente presume la dicha de tener una tía en Ceiba del Agua. Carmita vive en la calle 100 a tres cuadras del parque. Pasar unos días allí es tomarle el pulso a otra realidad igual y diferente a la nuestra. Allá escasean más las cosas, aunque también existen las ventas de garaje y los pequeños puestos de vendutas en los portales. A ellos les quitan más la corriente que a nosotros. Cuando hay un apagón mi tía Carmita escribe poemas y cuentos con luz de vela. Esa es su protesta. Mi primo es biólogo y va en bicicleta hasta su trabajo que queda a 60 kilómetros de su casa. Mi otro primo está viviendo lejos de Ceiba, y dejó a la gata. A mi tía no le gusta que Rata entre a la casa porque le roba la comida y allá está más difícil de conseguir que aquí en La Habana. Las ventanas y las puertas tienen tela metálica, por los insectos nocturnos. Pero a ella le gusta sentarse en el portal, aunque los bichos se le quieran posar en la nariz. Afuera es el único lugar en el que su teléfono de 2G coge conexión. En lo que se cargan las fotos y los videos de Facebook, ella se espanta los mosquitos con un trapo, mira para arriba y se da cuenta de que las estrellas se ven muy brillantes desde Ceiba del Agua.
Desde que yo era niña, Carmita y yo hablábamos mucho sobre escritura. Nuestras conversaciones comienzan casi siempre con la pregunta: “¿Qué estás escribiendo ahora?”. Ella me leyó “La musa duerme”, un cuento hermoso escrito en apagón. Yo le conté que estaba escribiendo sobre ruinas, que me interesaba el pasado, las marcas de otro tiempo en los espacios físicos y en la memoria colectiva. Le conté que Jorge Ricardo estaba fascinado con fotografiar ruinas, porque siempre le han gustado los paisajes hermosos y llenos de vida. Las ruinas son un reto para sus ojos empecinados en sacarle luz al recinto más oscuro. Entonces me dijo emocionada: “¡Aquí tenemos nuestro Paradero!”.
De la calle 100 nos fuimos a ver a uno de los personajes más notables y carismáticos del pueblo y de la provincia completa: Reinier del Pino. Se trata de un talentoso y laborioso periodista, cantante, clown, narrador, poeta, animador, guionista y papá ejemplar. Ese día haría un alto en su ajetreada vida para llevarnos a la antigua estación ferroviaria de Ceiba del Agua, más conocida como El Paradero.
Acostumbrado a hablar con mi tía de escritura y motivaciones literarias, enseguida quiso hacer su contribución a lo que yo “estaba escribiendo ahora”. Y aficionado como es a la fotografía, insistió en que Jorge Ricardo no podía dejar de hacerle fotos a la ruina más notable del pueblo.
Salimos caminando por la calle principal con Reinier y su hija Aisha que nos iba contando las interioridades de Ceiba, a partir de sus casas y sus espacios. “Aquí dan clases de danza”. “Aquí venden ropa reciclada”. “Este es el parquecito”. “Aquí vive una amiguita mía de la escuela”. “Aquí venden durofrío”.
Mientras la niña nos hacía la historia del pueblo según sus 10 años, el padre, ilustre artemiseño, iba saludando a todos los que se cruzaba en el camino. Fue como andar con un actor de Hollywood por alguna calle ancha de una cosmopolita ciudad del mundo. Luego de nuestro tour guiado por Aisha y acompañados por el hombre más famoso del pueblo, llegamos a El Paradero.
A simple vista, El Paradero de Ceiba parece una casa embrujada. Cuatro columnas firmes sostienen el peso de una estructura que impresiona por su fuerza. La naturaleza ha ido ganando espacio y las enredaderas cubren parte de las paredes y el techo. Aunque el cielo azul contrasta con el verde claro de las malas yerbas, la casona tiene un aspecto sombrío e inquietante. Pero algo invita a entrar.
Dentro han crecido árboles, el suelo parece haberse hundido con el paso de los años y las raíces han destrozado parte del interior. No avanzamos mucho hacia adentro, a pesar del espíritu aventurero de la niña. Rodeamos la edificación y pudimos ver en la ruina de El Paradero las huellas de un pasado remoto y las de un pasado reciente.
Aún se ve intacta la estructura del tanque en el cual se envasaba el agua que repostaba el tren antes de los años 60. Hay envases de cuando consumíamos opíparamente cervezas nacionales. Entre los escombros y los arbustos hay latas de Cristal y Bucanero. Hay botellas que, por su aspecto, bien podrían haber llevado las etiquetas de Bruja o Hatuey. Vi empaques de Momentos y de los otros condones de paquetico gris y nombre extraño, esos que, según los muchachos, eran los mejores. Hay basura, ropa raída y pomos plásticos. Me pregunto de dónde viene tanta basura. No sé si los vecinos de los alrededores han usado la antigua estación como vertedero en algún momento o si alguna lluvia fuerte ha arrastrado los desechos hasta el interior del lugar.
El recorrido estuvo matizado por las dudas sobre el pasado reciente y el pasado remoto. “¿Qué pasaba aquí exactamente?” “¿Por dónde se entraba?” “¿Por qué es uno de los símbolos de Ceiba del Agua?” Reinier del Pino, nuestro amigo todoterreno y amante de la literatura, respondió de un tirón todas mis preguntas: “Yo ya los traje, ahora tienen que leerse el libro de Oscarito”.
Cuando alguien quiere saber algo sobre Ceiba del Agua, cualquiera le dice que le pregunte a Oscarito. El doctor Oscar Rodríguez Díaz nacido en Ceiba del Agua en 1953, es profesor, investigador y autor de varios libros de geografía. El haber nacido en territorio ceibero, sumado a su inteligencia, magisterio y pasión por la investigación, le valió para escribir la historia de su localidad. Ceiba del Agua. Historias, memorias y leyendas, publicado en 2010 por la Editorial Unicornio, es un libro que, como la misteriosa fachada de El Paradero, invita a entrar.
Con su lectura supe que El Paradero fue, por muchos años, uno de los centros de la vida del pueblo. En 1850 ya Ceiba contaba con su estación de ferrocarril y su influencia arrastraba a los pobladores hasta la magia de los trenes. El tren de pasajeros iba cuatro veces al día de Guanajay a La Habana y tenía una parada obligatoria en El Paradero de Ceiba. A las 7 de la noche pasaba el cuarto viaje y se congregaban los pobladores para recibir con júbilo al último tren del día. En 1914 llegó la electricidad al pueblo, pero ni siquiera las nuevas luces fueron recibidas con tanta algarabía como la que provocaba el arribo del tren cada jornada.
De El Paradero salieron cantos de piedra para la construcción de El Capitolio. Las piedras venían en diferentes vehículos de las canteras de Capellanía y ahí esperaban para ser llevadas en un tren hasta La Habana. Cuando estuve en la antigua estación no pensé nunca en El Capitolio, pues desconocía el dato. Ahora, cada vez que vaya por La Habana Vieja, cerca del kilómetro cero y me tope con la cúpula dorada, me acordaré de que estuve en las ruinas de El Paradero.
En los años 60 seguía allí la magia del tren que repostaba el agua y trasladaba caña de azúcar. Los pobladores seguían esperando el paso del tren en El Paradero como el gran acontecimiento del día. Según cuenta Oscarito en su libro, en los andenes se reunían niños y jóvenes varias veces al día. Una parte importante del espectáculo era colocar monedas en los raíles que luego del paso del tren quedaban convertidas en chapas metálicas que brillaban.
Una mujer nacida y criada en Ceiba del Agua hizo una publicación en Facebook hace diez años con unas fotos de El Paradero. Los comentarios, en su mayoría hechos por ceiberos ausentes, tenían un espíritu común de familiaridad y nostalgia. La historia contada en el libro tiene su expresión viva en la memoria de la gente.
“Ahí nos criamos y jugábamos a los escondidos y cuando pasaba el tren y paraba para servir de agua a la locomotora, nos subíamos en los vagones a coger caña rica, y además ese camino nos servía para ir a la escuela”. “Lugar encantador, antología de nuestro pueblo”. “¡Qué bueno ver El Paradero!, lugar conocido por todos. No hay una generación que no haya jugado allí. Recuerdo cuando pasaba el tren que iba hasta el Parque Lenin. Eso es bonito, nos hace recordar nuestras raíces. Aunque estemos fuera, no podemos olvidar de dónde venimos”.
A inicios de los 70 cesó el transporte de caña de azúcar por esta vía y se mantuvo funcionando la estación para el transporte de pasajeros entre Guanajay y La Habana. En 1979 hubo una gran inundación que comprometió diversas áreas y a partir de los estragos del agua, comenzaron a desmantelar las viejas líneas. Quedó en ruinas, que no en el olvido, El Paradero de Ceiba.
El Paradero es más viejo que la ceiba de la rotonda, sembrada a principios de los 40; más antiguo que aquella palma real que resistió en el parque desde 1920 hasta el 96. A pesar de su estado, sigue siendo uno de los símbolos más auténticos de Ceiba del Agua en sus más de dos siglos y medio de existencia. Mi tía Carmita tenía razón al decirme con orgullo: “Aquí tenemos nuestro Paradero”. La niña Aisha y su papá famoso no nos acompañaron a una simple ruina, sino que nos develaron, desde el espacio físico, una parte de la hermosa historia local.
Hay ruinas que son tesoros y la mejor manera de salvarlas es enaltecer su historia. Tal vez habría que limpiar El Paradero, o poner una tarja, o hacer una ludoteca con juegos tradicionales para los niños del pueblo. Tal vez la naturaleza se traga por completo el vestigio de aquella época en la que, según Oscarito la vida en El Paradero era “algo así como el Mississippi y sus vapores para los pequeños héroes de Mark Twain”.
Excelente articulo “Viaje a El Paradero de Ceiba”, de Isabel Cristina Isabel Cristina
Espero que rete la “desidia: abandono, negligencia, incuria, abulia, dejadez, descuido, desgana, desinterés,
inapetencia, holgazanería, pereza, vagancia” de la comunidad de Ceiba del Agua y se organice para una limpieza de ese histórico lugar. Esta acción debiera contribuir a que las llamadas autoridades locales ‘se pongan pa’las cosas’.
Hay que terminar con aquella manía de dejar las cosas en las manos de dios -cualquiera que sea- pues realmente debe estar muy ocupado
Saludos, es muy penoso , pero no preocupen .Nada más aparezca una Empresa Extranjera, aparecen ” los desaparecidos “.
Me ha encantado la historia, que ya veo tiene un tiempo de haberse publicado. Sobre todo, porque tengo parientes y arientes que viven allí, yo sólo conozco la Ceiba…y los campos que alguna vez estuvieron sembrados se cítricos. Aunque pensemos que sólo aquí se dan esos abandonos, no es así. Éste fenómeno es universal y hay cientos de miles de estaciones echadas al olvido y plagadas de la ausencia. Una historia muy linda la que ha hilvanado plagada de datos que no sabía.