Para asistir a la función pasó un buen rato escogiendo ropa adecuada. Se dispuso a tomar el transporte público y allí esperó cerca de 45 minutos. Al tiempo, la proyección comenzó. Para una admiradora del arte no existe nada más molesto y absurdo que llegar tarde. Retornó, se rindió ante la comodidad de su sofá y prendió el televisor con la versión cubana de Internet, pero con una semana de retraso: “el paquete”. Por suerte, encontró una buena película.
Laura Quintana sacó la cuenta y admitió que en los últimos 90 días no había asistido al cine. Cuando estaba en la facultad en la carrera de Filología no dejaba de ir ni un fin de semana.
Su tiempo ahora transcurre distinto o ha cedido horas a la pantalla chica. Solo en contadas ocasiones se enchufa a la televisión cubana; prefiere el volumen actualizado de los estrenos audiovisuales, revistas internacionales, reality shows, series… un todo incluido por sólo uno o dos CUC, depende a quien se lo compre.
Sabe que su vecino nunca se preocupa -como ella lo hace- por la falta de asistencia a una sala de proyección. Él prefiere gastar los CUC y sentarse a ver la última película de acción. Al igual su esposa, quien aguarda ver el show de La Belleza Latina, o el hijo, por el nuevo capítulo de la serie Juego de Tronos.
En Cuba, la crisis económica de los años noventa impactó de lleno en la programación cinematográfica, que al mismo tiempo no pudo competir tampoco con las videocaseteras. Aunque el gobierno intentó regular la importación individual de esos equipos por más de una década, los reproductores de VHS se expandieron para beneficiar el consumo audiovisual en el entorno doméstico. Luego serían los DVD y ahora las memorias flash y discos duros.
La larga tradición de consumir cine en espacios colectivos, vivenciada con intensidad cada diciembre en la capital del país, con los Festivales del Nuevo Cine Latinoamericano, comenzó a resentirse. Durante todo este tiempo han conspirado el estado constructivo de las salas y la ausencia de aires acondicionados en la mayoría de los locales de proyección fuera de La Habana.
Aun así, la gran pantalla arrastra adeptos y hasta escalas con las cuales evaluar las características de la oferta. “El cine Yara es popular y el Chaplin correcto”, asegura Anyer Sablón, cinéfilo consumado y testigo de los diferentes tipos de público que asisten a las salas.
Ambas instalaciones se adscriben al sistema de distribución del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) que cada semana estrena simultáneamente una o dos cintas en las más de 100 salas del país (según los últimos datos públicos, que datan de 2003). A este número más o menos regular, se añaden las obras proyectadas en muestras temáticas, semanas itinerantes y festivales. No obstante, el “negocio” parece fluctuar más hacia las pérdidas; una tendencia mundial de la que Cuba no está exenta.
Cuando en el Yara, situado en pleno corazón de La Habana se exhibía un lunes al mediodía una de las cintas del Festival de cine Francés, algo más de 20 tickets se habían picado, según Isabel Jeréz, trabajadora del centro. Resaltaba el horario y el día de la tanda, sin embargo destacaba aún más las 1380 capacidades que quedaron vacías entonces.
El modelo de las grandes salas de cine parece un diseño cuesta abajo. Hoy la industria busca la opción de los multicines –como el ubicado en la calle Infanta de La Habana– en los que el público accede a una localidad y puede encontrar salas chicas y varias pantallas.
“Por lo general, los filmes exitosos son los de directores reconocidos como los del americano Spielberg o el español Almodóvar, cintas de “fajazón” o los estrenos cubanos”, dice Regla Egusquiza, vendedora de papeletas desde hace 17 años en el Yara.
Ese auditórium fue remozado en noviembre de 2014. Sin embargo, aunque la sala luzca nuevos vinilos, permanece prácticamente ociosa cuando a las espaldas “todo el mundo tiene la película de premier en sus memorias flash, incluso sin ni siquiera exhibirse por la televisión”, subraya.
El paquete se ha entronizado en la sociedad, sin embargo, parte de sus compradores indican que una mayor divulgación y conocimiento sobre la cartelera les ayudaría a decantarse por ofertas de mayor valía
La investigación Apuntes prácticos sobre política y programación cultural en Cuba, de la investigadora María Isabel Landaburo, también señala que estas ofertas deben hacerse más sistemáticas, estables, variadas y de mejor calidad, acorde a lo que la población merece.
Convertirse en consumidora de productos “pirateados” en última instancia no es algo que preocupe a la filóloga Laura Quintana. Sabe que el ritual básico para los fuera de cartelera radica en ver, oír, consumir, y permanecer inmunes a los virales efectos de la cultura de masas.
Interesante mirada a un fen’omeno cada vez m’as presente en la sociedad cubana.
buen trabajo!! lo importante es q haya buen cine, en discos, memoria o cintas.