Arranco mi año con un encuentro casual, que me resulta perfecto como punto de partida para volar a mi isla de rostros, sacrificios y desafíos: Cuba.
Un señor en Buenos Aires, en una concurrida calle, me paró al pasar y, mirándome a los ojos y extendiéndome una estampita de Diego Maradona me deseó “feliz 2024 para usted y los suyos dondequiera que estén”.
Esta usual y aparentemente simple expresión desató una cascada de preguntas en mi cabeza. ¿Quiénes son “los míos”? ¿Familiares, amigos, seres queridos? La respuesta me la da una imagen, y es colectiva, diversa y variopinta. Son los cubanos y las cubanas, con su dosis de alegría y de dolor.
De lucha nadie puede hacernos cuento. Estamos curados de espanto. Por un lado, hace más de sesenta años sufrimos sanciones económicas de sucesivos gobiernos de los Estados Unidos. Y, por otro, hacemos frente a los también durísimos escollos, meteduras de pata y autoritarismos internos.
Cargamos con esa dualidad, con lo ajeno y lo propio, como una mochila que se ha hecho demasiado pesada.
“Los míos” llegan a 2024 en un escenario adverso. La desigualdad y la pobreza son cada vez más visibles; a pesar del triunfalismo en los discursos. La verdad está en la calle. Y es tan contundente que su grito es casi ensordecedor.
2023 fue un año duro y el panorama de 2024 no se presenta muy halagüeño. En el envión de esta nueva vuelta al sol, me aferro sin embargo a la posibilidad de un año en el que “los míos” me devuelvan una imagen, además de colectiva, tocada por la esperanza, y ojalá que por el progreso y el bienestar.