Hace treinta años asistí al estreno de Manteca en el complejo Brecht, dirigida por Miriam Lezcano para Teatro Mío. Como entonces, ahora el público reunido en la Sala Llauradó vuelve a vibrar con la trama urdida por Alberto Pedro, puesta en escena por Alberto Sarraín para el debut de Tebas Teatro.
Hubo risas, aplausos, lleno total, reconocimiento del público en la escena, pues se hablaba de un tema que, por vigente, es por todos lamentablemente conocido: la disrupción de la familia, la escasez de alimentos, la inoperatividad de los servicio básicos.
Los personajes son los mismos, los parlamentos, las situaciones. Lo que ha cambiado es el público, ese ente amorfo, con tres décadas más sobre sus sacrificadas espaldas y menor perspectiva de desarrollo social y personal. Claro que en la sala de la Calle 11 la mayoría de los asistentes no habían estado en aquella mítica función de la década de los 90, pero el debate social de hoy en Cuba trasciende con mucho al del Período Especial.
Hoy vivimos, nos movemos, buscamos un respiradero, en el futuro de aquel pasado. Hemos ido de una a otra oscuridad. Por eso, el discurso de Alberto Pedro, con diálogos brillantes y una fina sensibilidad para asumir lo popular sin caer en la chabacanería, me ha parecido, ahora, naive.
No cabe duda de que Manteca (1993) es un clásico del teatro cubano. Los críticos inscriben la pieza en la vertiente temática que han dado en llamar “del Período Especial”, pero esa clasificación le queda estrecha. Es más. Es mucho más. El equilibrio exacto en el diseño de los personajes hace que no podamos señalar a un protagónico. O tal vez sí, pero referido: es el cerdo que los hermanos engordan en secreto en un apartamento de edificio multifamiliar; su existencia y destino es el motivo de discordia. En medio de la precariedad, con opiniones divergentes sobre todo, los tres convergen en que están urgidos de proteína y de manteca, y que “hay que hacer lo que hay que hacer”.
Dulce (Indira Valdés) se ha encariñado con el animal. Pucho (David Reys), el intelectual, es incapaz de ejecutar con sus manos al cerdo, pero conmina a Celestino (Enrique Bueno), ingeniero graduado en la antigua URSS, para que acabe de sacrificar a la bestia. Dentro de ese marco hay de todo: viejas rencillas, diversas posiciones ante la realidad, distintas historias personales, momentos para la ensoñación, peleas a golpes entre los varones…
Celestino ha perdido a su familia en la diáspora: piensa que hizo lo correcto al permitir que los hijos, junto a la madre, se quedaran en Europa; pero llora por haber hecho lo correcto, que en su caso se traduce, además, en regresar al país, que es como decir a la penuria. Pucho insiste en la creación de una novela de actualidad, busca en el arte una metarealidad, un asidero de metafísica difícil. Dulce parece carente de aspiraciones; su misión autoasumida es mantener unida a la familia. Y así van, con sus angustias y pequeñas alegrías.
Por momentos fantasean. ¿Qué tal si venden el marrano, se compran una “tierrita”, con su cultivo aseguran el autoconsumo y, quizá, alguna entrada de dinero… Mientras todo esto transcurre, devoran mendrugos de pan y brindan con agua con azúcar, alentando la ingenuidad de que los vecinos —que tal vez hagan lo mismo en sus casas— no sientan el hedor ni los gruñidos del “animal de compañía”.
Y no sigo por aquí. Las cuatro funciones que se han dado hasta el momento han estado desbordadas de público. Es de esperar que el próximo fin de semana continúe igual. Y no quiero caer en la grosería del spolier.
El nivel de actuación es parejo al alza, y los demás elementos de la maquinaria escénica, incluida la escenografía y la música, se apegan a los designios certeros del director, quien, según sus propias palabras, se interesa por los actores, pero como parte del espectáculo, de la partitura teatral, lo que da lugar a una puesta brillante, de cuidados matices, rotunda, convincente.
El dramaturgo
Alberto Pedro Torrientes (La Habana, 1954-2005) fue poeta y dramaturgo. Más conocido como lo segundo gracias a piezas como Tema para Verónica (1978), Weekend en Bahía (1987), Desamparado (1991), Pasión Malinche (1989), Delirio habanero (1994), y Mar nuestro (1997), que en su momento gozaron del favor del público y la crítica.
Desde mi punto de vista, su teatro intenta —y consigue— una estilización de lo popular, tanto por el uso del lenguaje como por los tipos —personajes— y situaciones en que se centra. Por momentos, realista; por mementos, alegórico, “desmesurado y absurdo”. Sus obras son de gran eficacia comunicativa. Estaba inmerso en la sociedad que lo contuvo, y por eso supo dónde hundir el escalpelo, qué exaltar, de qué reír y cómo condolerse.
Con Sarraín
Terminada la función, procuro y hallo a Alberto Sarraín, feliz la tarde noche del estreno por el éxito amasado, soñado, de ensayo a ensayo, y al fin logrado.
Dirigir de nuevo en La Habana. Recuerdo que tu último intento fue interrumpido por la pandemia: Maneras de usar el corazón por fuera, de Yerandy Fleites, prevista también para la sala Llauradó. Según me cuentan, tuvo un estreno muy exitoso en Miami. ¿Volverías sobre esta obra?
Sí, está en nuestros planes reponerla; pero ahora mismo la protagonista, que es la esposa de Yerandy, está complicada con la televisión, y prefiero hacer planes alrededor de ella. Maneras… y yo tenemos vínculos importantes. Yerandy había hecho para mí una versión de El Chino, de Carlos Felipe, que como tantos otros proyectos no llegó a nada. Yo era jurado del [Premio de Dramaturgia] Virgilio Piñera, cuando descubrí entre tantas obras Maneras…
Las obras entran con un lema y yo no había hablado nada con Yerandy, estaba leyendo desde Estados Unidos; pero prácticamente desde su exergo supe que era una obra distinta sobre el mismo tema, que solo podía haber escrito Yerandy Fleites.
Ahora no haré Maneras… pero sí otra obra de Yerandy, Exilios, reescritura de un texto suyo estrenado hace algunos años por el grupo Rita Montaner, llamado Mi tío el exiliado. Creo que Exilios es a Mi tío el exiliado lo mismo que Vagos rumores a La dolorosa historia del amor secreto de José Jacinto Milanés de Estorino. Si todo sigue como está planeado estaremos estrenando en La Llauradó el próximo julio.
Tebas Teatro, que debuta ahora con Manteca, de Alberto Pedro, ¿debe su nombre a Los siete contra Tebas, la obra emblemática de Antón Arrufat, estrenada por ti en La Habana en el Teatro Mella el 20 de octubre de 2007? ¿Es un homenaje a Antón? ¿Es un guiño a tu puesta de teatro cubano más significativa, por su importancia histórica y la cantidad de público que asistió a las funciones?
Yo estaba tratando de no tener que fastidiar a nadie para venir a hacer una obra, porque para todas las obras anteriores tenía que buscar un grupo que hiciera frente a la producción. Vine a eso y me aprobaron un proyecto por un año. Ese día, sorpresivamente, murió Antón. Yo siempre le decía a Antón, jugando, que por mucho teatro bueno que hiciera, el sambenito de Los siete… no había quién me lo quitara. Moriría con muchas obras hechas y siempre sería el director de Los siete contra Tebas. Ya sabes cómo serían sus múltiples respuestas.
El funeral de Antón, para el que yo sin proponérmelo estaba aquí, fue algo doloroso, algo que variaría mis venidas a Cuba. Estábamos todos allí, serios, tristes y alguien preguntó qué sería lo próximo que haría y le conté que haría Manteca y del proyecto de trabajo por un año. Me preguntó cómo se llamaría el proyecto y a Omar Valiño le “brotó” Tebas Teatro. Estoy seguro de que fue Antón quien lo sugirió.
¿Cuál es el presupuesto artístico de Tebas Teatro, qué crees que aporte al panorama actual de la escena cubana? ¿Cuenta una sede, un elenco y un cuerpo técnico en plantilla o se convocará a actores y especialistas cada vez que inicies un proyecto?
El presupuesto artístico de Tebas Teatro es el teatro cubano, escrito por y para cubanos. Teatro nuevo, teatro olvidado, clásicos todos cubanos. De momento no contamos con nada más que voluntades. El Centro de Teatro de La Habana ha contratado a las personas, actores, especialistas y técnicos que estamos haciendo Manteca y, por supuesto, harán lo mismo con Exilios. Hay un núcleo central que somos Yerandy, Omar y yo. Y la propuesta para que algunos actores se queden con nosotros, pero todavía no tengo certezas. Los lugares de ensayo los iremos resolviendo según las necesidades, así como los teatros.
Delirio habanero, también de Alberto Pedro, ha sido uno de tus grandes éxitos como director de escena.
Efectivamente, Delirio habanero ha sido uno de mis grandes éxitos. La he repuesto varias veces en Miami. Y estuvimos con ella en Cádiz, Málaga, Madrid, San José, Costa Rica y San Salvador, El Salvador, donde tuvimos un éxito descomunal.
No pondría nunca mi Delirio… aquí porque en la memoria colectiva está la escenificación de Raulito Martín, una puesta muy querida. Mi propuesta de Delirio… es más dura, sin cantantes, con locos que cantan en una ruina que es un hueco. Locos homeless, sucios, feos. La de Raúl es una oda a la cubanía, limpia, bonita, con figuras como Laurita de la Uz, que canta como los dioses. La mía también es la cubanía, pero de otro tipo, una cubanía escindida, dolorosa.
En algunos textos que he consultado se consigna que ya habías llevado Manteca a las tablas.
Dirigí Manteca en 1997 y en 2002. Había venido a Cuba en uno de mis primeros viajes, y fui a la revista Tablas, su directora del momento, Yana Elsa Brugal, me dio Manteca y Delirio habanero.
Manteca marca el inicio del llamado “teatro del Período Especial”, uno de los temas más fructíferos del teatro cubano.
¿Por qué escoger Manteca para el debut de Tebas Teatro? ¿Puede esta obra dialogar con el público cubano del presente?
Manteca dialoga perfectamente con la crisis actual. Muchos han dicho que parece escrita ahora mismo, y eso siempre pasa con la buena literatura, que su dialogo trasciende la realidad inmediata para la que fue escrita. La crisis actual, en realidad, no tienen nada que ver con el perfil de crisis del Período Espacial. Estoy seguro que Manteca podría dialogar con cualquier distopía en cualquier otro país. Lo mismo que dialogó Delirio habanero en Miami, España o Centroamérica.
Con buen pie Tebas Teatro Comienza su andadura. Habrá que esperar del infatigable Sarraín, blindado contra adversidades, más y mayores éxitos.