Mi papá no sabía poner un bombillo. Lo intentaba, de muy buena gana, pero terminaba fundiéndolo o rompiendo la lámpara. Cada vez que se proponía arreglar una ventana, terminaba clausurada. En mi casa siempre ha habido muchas cosas rotas y otras clausuradas. Me casé dos veces y las dos fueron con muchachos torpes para arreglar cosas, como mi papá.
Cuando alguien entra a la casa por primera vez se le dan un grupo de advertencias. “Esta ventana no se puede abrir”. “Esta mesita está coja”. “Este balance se hunde”. “Si la silla se desarma, no te preocupes, que ya estaba rota”. Así he vivido mis 35 años. Por eso, cada vez que conozco a un “arreglatodo” quedo prendada.
Hace unas semanas vino Manolito a arreglar la junta del frío que se quedaba abierto y se formaba tremenda botazón de agua. Por las noches había que ponerle una silla para trabar la puerta y que no se nos echaran a perder los frijoles que guardamos para no cocinar todos los días. Yo pensaba que había que buscar otra puerta, cambiar la junta o hacerle algún procedimiento complejo, Pero Manolito sólo la limpió con desincrustante, le echó agua hirviendo y quedó como nueva.
Como a veces soy un poco picúa, pensé: “¡Ay, eso lo podía haber hecho yo misma!”. Pero enseguida recordé aquel cuento que me hacía mi papá. Me contaba que una fábrica entera se había parado por un problema de funcionamiento. Llamaron a un experto para que lo arreglara. El tipo llegó, le dio un martillazo a una máquina y se arregló toda la fábrica. Pidió un millón de dólares como honorarios por su trabajo. Se preguntaron cómo podía cobrar un millón de dólares por un solo martillazo. Y el experto respondió que por el martillazo sólo cobraría un dólar y el resto del dinero era por saber dónde darlo.
Mi papá era torpe para arreglar, pero sabía valorar el conocimiento que hay detrás de unas manos toscas que arreglan cosas. Un “arreglatodo” no solo posee fuerza y herramientas, tiene además la inteligencia y el ingenio para componer lo roto. Y si el “arreglatodo” es cubano, como Manolito, también tiene que tener inventiva para sustituir importaciones e improvisar en caso de que no tenga lo que tenía que tener.
Aunque él estudió en Moa y se preparó como mecánico automotriz y chofer, con los años aprendió a hacer de todo. Manejó taxis, guaguas, camiones y fue chofer de los soviéticos como parte del servicio de protocolo. Después fue a vivir ocho años en los Estados Unidos con su madre y su hermana. “Allá yo hice de todo. Aunque eran cosas que ya yo las sabía hacer desde aquí”. Sin embargo, perfeccionó sus oficios porque dice que allá en El Yuma hay de todo.
Luego de la muerte de su hermana y su madre, Manolito decidió virar para Cuba porque extrañaba a su hija y ya tenía “una edad”. Hoy tiene setenta y pico de años, sigue haciendo de todo y su hija es la que se va para Estados Unidos. Por suerte, él tiene toda su “documentación americana” y puede ir a verla cuando quiera.
Manolito sabe mecánica, chapistería, carpintería, electricidad, plomería, refrigeración, construcción y, además, arregla cocinas de gas. Cuando le pregunto qué tipo de trabajo le gusta más, me dice que todos. Le insisto y me cuenta que “la refrigeración es muy bonita. Y los trabajos de montaje son muy bonitos también. Pero cuando hay que meterse en rompedera y esas cosas, ya es distinto”.
En un cuarto de edificio de microbrigada en Alamar, Manolito tiene todo su equipamiento. Algunas herramientas las trajo de allá; otras las ha “enjaminado” aquí, inventando con lo que hay.
Abre un closet y empieza a sacar sus tesoros: una tarraja, un bandeador, una mordaza de ajuste, cepillo de carpintería, taladro percutor, pulidora, discos para desbastar, soplete, caladora eléctrica, lijadora eléctrica, serruchos, seguetas, juegos de cubos y un sinfín de herramientas más.
Tiene herramientas de marcas sofisticadas como Hitachi, Makita, Milwaukee, AEG, Bosch, y tiene inventos propios Made in Cuba, como su compresor de aire para pintar. “Mira, mira, a esta tecnología puedes tirarle fotos. Esto que tú ves aquí es un tanque de las primeras balitas de gas, que eran más grandes y más fuertes. Esto otro que tú ves aquí es un motocompresor de un aparato de refrigeración de una máquina de frozen. Esto es un capacitor de arranque; esto es una válvula que se calibra a la cantidad de libras que tú quieras y por aquí mismo por el reloj pushhh… se dispara el sobrante. Aquí adentro hay una contratuerca con un muelle y un balín que es lo que permite llegar a las atmósferas que tú quieres”. Le pregunto si su invento funciona bien. “¡Claro, si lo hice yo!”, me responde.
Ahí también tiene las pistolas de pintar con sus mangueras y los equipos para soldar. “Yo lo mismo sueldo con acetileno que con gas de balita”. Le abro los ojos porque me dan miedo la candela, las explosiones y los hierros calientes. Pero él me dice: “Oye, esto es un trabajo maravilloso y se hace con lo que hay”.
Manolito tiene su forma de hablar, muy particular. Para referirse a su caladora, que es de una de las mejores marcas que hay en Estados Unidos, él dice: “Esta caladora es tremendo caballo.” Y para referirse a la excelencia de su compresor hecho a mano dice: “¡Esto es una yegua!”. Me quedó claro, que para Manolito, padre y abuelo de hembras, una yegua tiene más fuerza que un caballo. En su jerga usa palabras específicas de plomería y carpintería y las mezcla con otras como: maravilloso, bonito, hermoso. Para referirse a todo lo que tenemos roto en la casa nos dice: “Eso es una lima sorda lo que ustedes tienen ahí”. Pero, poco a poco y Dios mediante, nos irá arreglando todo.
Ojalá tuviera un millón de dólares para pagarle a Manolito por todo lo que sabe y que no se quiera ir más para El Yuma, porque aquí somos muchos los que necesitamos un “arreglatodo”.
Me encanta cuanto escribes. Gracias por ser y estar. Por favor en qué dirección encuentro a Manolito.