A finales de 1997, Gloria y Nesta, dos grandes amigas de mi familia que se habían ido de Cuba en los años 60 regresaron a la isla y trajeron tres regalos muy especiales. Como sabían cuán importante era el béisbol en mi vida, se aparecieron con una gorra original de los Yankees y los uniformes en talla pequeña de los Marlins de la Florida y de los Indios de Cleveland, equipos que disputaron la Serie Mundial justamente en esa temporada.
La gorra de los Yankees venía para mí con nombre y apellido, pues siempre había sido fanático de los Bombarderos del Bronx, y los trajes eran para mi hijo y mi sobrino. Recuerdo que cuando Gloria y Nesta llegaron a mi casa en Sitiecito pusieron las camisas y las gorras encima de la cama y dejaron que los niños escogieran, lo cual nunca me pareció buena idea, porque los muchachos suelen escoger siempre lo mismo solo para darse en la cabeza.
Pero no, nada de disputas. De entrada, mi hijo se quedó con la camisa de los Marlins, blanca de rayas con las letras de un verde marino precioso; y mi sobrino prefirió la de Cleveland, azul oscura con el cartel de Indians en rojo intenso y el inconfundible logo del Chief Wahoo en las mangas.
Pensé que estaba todo solucionado, hasta que unos días después de que Gloria y Nesta regresaran a Estados Unidos los dos chiquillos vinieron a verme. Mi sobrino, con cara muy seria, como apenado, me dijo que él quería el traje de ribetes verdes de los Marlins, y mi hijo enseguida soltó atrás, sin rubor de ningún tipo, que él quería mi gorra de los Yankees.
Aunque la propuesta de canje me dejaba sin nada, los complací y, sin darme cuenta, asistí al bautizo de ambos como fanáticos de dos equipos de Grandes Ligas. Mi hijo, que emigró a Estados Unidos, es un férreo aficionado de los Yankees, y mi sobrino, que sigue viviendo en Sitiecito, se desvive por los Marlins, a pesar de los tragos amargos por los que ambos han pasado a lo largo de los años.
De ellos dos, siempre me ha llamado mucho la atención la postura de mi sobrino, que se inclinó por un equipo casi sin tradición solo por unas historias maravillosas que escuchó en aquel viaje de Gloria y Nesta en el año 97. Ellas relataron, a grandes rasgos, el ascenso vertiginoso de un joven cubano que había hecho campeón a los Marlins y había desatado la locura en Miami con el título de la Serie Mundial.
Hablaban, por supuesto, de Liván Hernández, el Jugador Más Valioso de aquel memorable Clásico de Otoño, el veinteañero que lo dejó todo atrás en su país para abrirse camino en Estados Unidos. Muchos años han pasado de aquellos días de 1997, pero todavía el lanzador derecho es un referente de los Marlins, franquicia que, a pesar de su cercanía con la comunidad cubana en el sur de la Florida, no ha apostado tanto por la contratación de peloteros de la isla.
De hecho, solo una docena de peloteros han antillanos ha vestido el uniforme de la organización en sus 31 años de historia. Para descubrir un poco más sobre las aventuras de los cubanos en esta escuadra, “El primero y el último” hoy se acerca hoy a sus hazañas, triunfos, derrotas, sinsabores, decepciones, récords, marcas y curiosidades.
El primero
El lunes 5 de abril de 1993, el primer día que los Marlins jugaron en Grandes Ligas, un santiaguero fue el inicialista y cuarto bate del equipo. Hablamos de Orestes Destrade, quien emigró con su familia a la Florida cuando tenía 6 años y creció en los parques beisboleros de Tamiami.
Bateador ambidiestro, Destrade siempre resaltó por su poder, aunque realmente no se dio a conocer como una gran estrella en Estados Unidos, sino en Japón. En la lejana tierra del Sol Naciente se convirtió en un verdadero fenómeno desde que aterrizó en 1989 para jugar en los Leones de Seibu, con los que logró 4 campañas seguidas de 30+ jonrones y 80+ empujadas entre 1989 y 1992.
El indómito lideró la Liga del Pacífico con 42 bambinazos en 1990, y después repitió la dosis en 1991 (39) y 1992 (41), algo que ningún extranjero había logrado en la historia del circuito nipón. En esos años, además, ganó tres títulos de la Liga Japonesa y fue proclamado Jugador Más Valioso de la final en 1990.
En total, durante esas 4 temporadas de aventura asiática pegó 154 cuadrangulares y remolcó 366 carreras, preámbulo de su regreso triunfal a Estados Unidos con una franquicia recién fundada en la ciudad donde había crecido. Los Marlins lo firmaron como una piedra angular de su primer proyecto, tanto por su poder demostrado en Japón como por su capacidad para atrapar a la amplia comunidad cubana residente en el sur de la Florida.
Destrade respondió a la altura y lideró al equipo en jonrones (20) e impulsadas (87). Fue un puntal durante todo el curso de 1993, con 153 partidos jugados, 145 imparables, 20 dobles, 43 extrabases y 61 anotadas. El santiaguero fue el primer pelotero de los Marlins con una campaña de 20 tubeyes, 20 jonrones y 80 remolques, algo que solo han conseguido otros 22 hombres en la historia de la franquicia.
Sin embargo, su despedida del equipo no fue la mejor. En 1994 su rendimiento bajó drásticamente (solo consiguió 5 jonrones y 15 impulsadas en 39 choques) y los Marlins lo dejaron en libertad en junio.
Otros cubanos en los Marlins
A pesar de ser la organización asentada alrededor de la mayor comunidad cubana en Estados Unidos, los Marlins no han apostado en exceso por la firma de peloteros de la isla en sus tres décadas de historia. Solo 12 antillanos han formado parte del plantel, la mayoría de ellos lanzadores.
Entre estos serpentineros hay nombres que pasaron casi desapercibidos, como Hansel Izquierdo (20 partidos en 2002), el zurdo Raudel Lazo (7 choques en 2015) o el capitalino Odrisamer Despaigne (32 salidas entre 2016 y 2018). Ellos, lamentablemente, no dispusieron de mucho tiempo y oportunidades para probar su valía.
En otro escalón tenemos a Vladimir Núñez y Michael Tejera, quienes sí tuvieron notables cargas de trabajo a partir de 1999, sobre todo en el rol de relevo. Núñez trabajó en 177 encuentros con el uniforme de los Marlins durante 5 temporadas (1999-2004), en las que dejó balance de 14 triunfos, 27 derrotas, 250 ponches y efectividad de 4.77 en 343.1 entradas de labor. Tejera, por su parte, lanzó en 102 ocasiones con la novena floridana, ganó 11 partidos, salvó 3, sumó 13 derrotas y su promedio de limpias fue de 4.95.
Como detalle curioso, tanto Núñez como Tejera formaron parte de los Marlins en 2003, cuando se coronaron por segunda vez en su historia tras superar a los Yankees en la Serie Mundial. Sin embargo, solo Tejera ostenta el anillo de campeón al ser incluido en los rosters de postemporada, honor que Núñez no pudo lograr.
Saliendo del terreno de los lanzadores, son pocos los jugadores de posición nacidos en Cuba que han llegado a los Marlins. Ya mencionamos el caso de Orestes Destrade, pionero de la organización, pero también tenemos al santiaguero Adeiny Hechavarría, al bombardero Jorge Soler y al estelar Yulieski Gurriel.
El torpedero indómito fue el que más tiempo pasó en Miami, un total de 5 temporadas en las que conectó 541 imparables, 70 dobles, 31 triples y 13 jonrones, con 168 remolques, 197 anotadas y 26 bases robadas. En cada uno de esos departamentos, excepto en los cuadrangulares, es el líder cubano de la organización.
Soler, por su parte, tuvo un paso más breve de solo 2 campañas. En la primera se perdió la mitad del curso por lesión, pero en la segunda logró mayor continuidad y pegó 36 vuelacercas, cifra que una temporada solo han conseguido otros 3 peloteros en la historia de los Marlins: Giancarlo Stanton (3 veces), Marcell Ozuna y Gary Sheffield.
Por último tenemos al Yuli, el más mediático de los hermanos Gurriel, quien firmó un contrato de Liga Menor con los Marlins tras su paso triunfal por los Astros. El inicialista jugó 108 partidos con Miami, en los que pegó 16 dobles, 3 triples y 4 jonrones, con 32 anotas y 27 remolques. Casi al filo de los 40 años, no fue la versión más letal de “La Piña”, pero tuvo la oportunidad de jugar cerca de su gente.
Un trono para José “Delfín” Fernández
Entre todos los cubanos que han jugado en los Marlins, resalta un nombre que en muy poco tiempo escaló al olimpo de los serpentineros de la organización: José “Delfín” Fernández.
Su historia es una de las más espectaculares y tristes de Grandes Ligas. El villaclareño llegó a Estados Unidos en 2008, luego de una travesía marítima que lo llevó a México a finales de 2007. Antes había pasado por varios intentos frustrados que hasta le costaron tiempo de prisión en Cuba. Con solo 15 años estuvo a punto de perder a su madre en el mar, pero se lanzó al agua y logró salvarla. Ese momento marcó su vida para siempre…
Fernández, que había comenzado a jugar pelota en Cuba, siguió el mismo camino en Tampa, donde se estableció. Pronto conoció al entrenador Orlando Chinea, con quien comenzó a trabajar para convertirse en uno de los serpentineros más prometedores del béisbol colegial. Gracias a sus credenciales, los Marlins lo seleccionaron en el Draft de 2011 y 2 años más tarde ya estaba encaramado en los montículos de MLB.
Su ascenso fue meteórico. En 2013 debutó contra los Mets en New York, exactamente el 7 de abril. Tiró 5 innings con 3 jits, una carrera y 8 ponches. Una semana más tarde retiró 6 episodios en blanco contra los Phillies en Miami, ciudad que pronto lo identificó como un ídolo, no solo por sus poderosos picheos, también por su personalidad magnética en el box.
Su sonrisa, su energía y su liderazgo contagiaron a los Marlins, que se encontraron con un as en toda la dimensión de la palabra. En su primer año trabajó en 28 partidos, ganó 12 y en 25 encuentros permitió 3 carreras o menos, para una efectividad de 2.19 que lo llevó a ganar el premio de Novato del Año, además de ir al Juego de Estrellas y terminar tercero en la votación del Cy Young de la Liga Nacional.
Al siguiente curso se mantuvo al mismo nivel, pero sufrió una lesión en su brazo de lanzar que lo llevó al salón de operaciones para una cirugía Tommy John. Se perdió varios meses de las campañas de 2014 y 2015, pero regresó igual de dominante y en 2016 volvió a estar en la conversación por el Cy Young, con 16 victorias en 29 aperturas y promedio de limpias de 2.86.
Pero justo en septiembre de ese año todo terminó. Un accidente en un bote acabó con la vida de José “Delfín” Fernández, un lanzador de época, un pelotero que vio truncada su vida y su carrera con solo 24 abriles. En 4 temporadas dejó un legado impresionante, con efectividad de 2.58, la segunda más baja para un lanzador de Grandes Ligas en sus primeras 76 aperturas.
Fernández se metió en el corazón de la fanaticada, conquistó la sonrisa de una ciudad que solo llenaba el Marlins Park para verlo dibujar picheos enigmáticos contra cualquier rival. En Cuba, muy lejos y muy cerca de la Florida, también cautivó a millones de aficionados, entre ellos mi sobrino, que se desvivían buscando alternativas para observarlo y apoyarlo desde la distancia.
La estrella
El último
Después que José Fernández muriera en 2016, los Marlins desmontaron un proyecto que pudo ser brillante. La pérdida del lanzador villaclareño trastocó todos los planes y la franquicia se asomó al abismo, aunque lograron algún viaje a la postemporada como consuelo.
Respecto a la contratación de peloteros cubanos siguieron con la misma política y fueron hasta más estrictos que en años anteriores, al punto de que entre 2017 y 2021 no firmaron a ningún jugador de la isla. La racha se rompió con la llegada de Jorge Soler en 2022 y la de Yuli Gurriel en 2023, quienes parecían destinados a ser los últimos en vestir la casaca de la franquicia.
Sin embargo, en un inesperado movimiento los Marlins firmaron al pinareño Vladimir Gutiérrez este 2024 y le dieron la oportunidad de regresar a Las Mayores tras un largo período de incertidumbre por una lesión que le impidió lanzar en 2023.
El vueltabajero apareció por primera y única vez con la organización miamense el pasado 31 de marzo frente a los Pirates. Trabajó 4 entradas como relevista, permitió 3 anotaciones, retiró a 4 rivales por la vía de los strikes y regaló par de boletos, pero eso no le alcanzó para quedarse como un activo fijo de los Marlins, que lo dejaron libre poco después.
Hasta hoy, Vladimir Gutiérrez es el último cubano en actuar con Miami en Grandes Ligas. A corto plazo, Víctor Mesa Jr. es quien más opciones tiene de tomar el relevo y continuar la historia cubana en los Marlins, que no es tan grande, pero sí muy significativa.