Hace exactamente 133 días Erislandy Álvarez cumplió con la rutina habitual antes de sus combates. El sol sobre Varadero y las cristalinas aguas que distinguen al afamado balneario invitaban a muchas cosas, menos a boxear, pero el cienfueguero solo tenía una idea en mente: subirse a un cuadrilátero para enfrentar al hombre que le había apagado el sueño de convertirse en campeón mundial de los pesos ligeros.
El francés Sofiane Oumiha había llegado hasta allí como parte de la escuadra de su país que buscaba fogueo en la cuna de una escuela de notable prestigio, aún cuando los momentos su mayor esplendor han quedado en el pasado.
Sabía este hijo de marroquíes, nacido hace 28 años y que se curtió como fajador en un gimnasio de Marsella, que sería cabeza de cartel en el tope pactado el pasado 5 de abril para cerrar los entrenamientos conjuntos. Sin embargo, cuando todo estaba listo para que Erislandy tuviera su revancha, los estrategas galos le sustituyeron por un peleador de segunda línea que apenas pudo completar los tres asaltos pactados.
Desde entonces el sureño esperó pacientemente, y quiso el destino que le llegara su momento peleando por la mayor gloria posible en los Juegos Olímpicos de París 2024. Con los cinco aros como testigo y en la mítica cancha de Roland Garrós meticulosamente preparada para la ocasión, ambos peleadores consumaron por fin el duelo pospuesto, ahora en la división de 63,5 kilogramos.
Para llegar a la final Erislandy pasó con solvencia sobre tres rivales, con la máxima de no dejar margen a las dudas. Incluso, cuando llegó con clara ventaja al round final, siguió machacando a su oponente porque, como se cansó de repetir a la prensa, había llegado hasta allí para dejar claro a todo el mundo que no había nadie mejor que él en su división.
Quizás sin saberlo, se estaba preparando por la única estrategia con posibilidad de éxito frente a un Oumiha que hasta ese momento le superaba en experiencia, alcance -diez centímetros más alto- y premios. Como si no fuese suficiente, peleaba en casa y frente a un público entregado a su ídolo, algo que siempre pesa en momentos definitorios.
Erislandy Álvarez asegura a Cuba su primera medalla en París 2024
A todos esos hándicaps se impuso Erislandy, pero sobre todo a la enorme responsabilidad de rescatar el cuestionado honor de un deporte que había merecido, a fuerza de 41 cetros olímpicos, el calificativo de buque insignia de cuantas delegaciones desfilaron por estas lides.
Sobre el encerado hizo lo mismo, pero en busca de un resultado diferente al de aquella votación dividida que le dejó segundo en el Mundial de Tashkent 2023. En un primer momento Oumiha entendió que llevaría las de perder en el intercambio, pero a la larga se convenció que evitarlo tampoco parecía la solución.
Así, ambos se enzarzaron en una pelea entretenida e intensa, porque asumieron la mayor parte del tiempo de que la única forma de defenderse era tirar más golpes que el rival. El cubano, más provocador, consiguió llevar al local hacia el terreno que más le convenía, y con algo más de resto físico terminó convenciendo a tres de los cinco jueces que había logrado consumar su venganza.
Resignado al inevitable desenlace, el público aplaudió su despliegue. En la esquina azul todos respiraron aliviados, y desde el otro lado del Atlántico, millones encontraron finalmente un resultado que en principio parecía incierto, y que apenas servirá para maquillar un descalabro marcado por las caídas sus bicampeones olímpicos Julio César La Cruz y Arlen López, a la postre medallista de bronce.
Para encontrar la última vez que Cuba se llevó solo dos medallas olímpicas hay que remontarse a la edición de México 1968. Desde entonces los totales nunca bajaron de cinco preseas, y solo en Beijing 2008 quedó vacío el casillero de títulos, pero ocho boxeadores subieron al podio.
Cuando todo apuntaba a que se repetiría esa historia y con peor rostro, apareció Erislandy Álvarez como ángel salvador, para no dejar caer otra vez la bandera.
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