Doriam no quería dejarse entrevistar. Le daba pudor. Pero mi insistencia y los buenos resultados que está obteniendo su último filme en festivales, parece que terminaron rompiendo la coraza. Su filmografía incluye los cortos Y si pierdo la razón (Cuba, 1997), F (Estados Unidos, 2015) y Sola no (España, 2023).
Hasta el momento, Sola no se ha presentado en siete festivales internacionales: el Shorts México Festival Internacional de Cortometrajes de México (2023), Festival de Cine Latinoamericano de Toulouse (2024), Philadelphia Latino and Arts Film Festival (2024), Moscú Film Festival (2024), Budapest Short Film Festival (2024), Torino Underground Cinefest (2024) y el Festival Mujeres en escena (Málaga, 2024).
Sola no trata del intento de una anciana por escapar de la ajetreada vida moderna. Al parecer, busca un lugar apacible donde morir, pero encuentra la oposición de su hija, que no puede entender sus motivaciones. Es un filme de dura belleza, contenido, al que no le sobra un fotograma. Minimalista, dice mucho con poco. Lo estelariza Benedicta Sánchez, Goya a la mejor actriz revelación 2020.
Doriam se estableció en Florida en 1997. En 2017 se muda a Valencia, España, donde vive y trabaja.
Vamos al diálogo.
¿Por qué te decidiste a estudiar cine? ¿Eras cinéfila desde el principio o has ido adquiriendo esa condición con el paso de los años?
Primero estudié actuación en el ISA, hasta el tercer año. Luego cine en la EICTV y en Estados Unidos, en el Miami Art Institute. Pero lo que determinó mi pasión por el cine fue la educación de mi madre en mi infancia. Mi madre, Miriam Izada, era profesora del ISA y de la ENIT, y siendo una niña asmática solía ausentarme de mi escuela primaria para acompañarla a sus clases, colarme en las aulas de la universidad y observar en silencio.
Recuerdo una tarde en que mi madre estaba dirigiendo una obra de teatro de tesis con sus estudiantes donde se mezclaban todas las obras de Lorca en una. Llegó la hora del almuerzo y ella, siempre tan maternal, fue a comprar pizza para todos. A modo de broma (pienso ahora) al salir les dijo a los estudiantes que me dejaba como sustituta. Yo tenía 10 años, pero dada mi fisonomía menuda parecía de 6. Y me lo tomé muy en serio. Comencé a interrumpir el ensayo proponiendo cambios. A los estudiantes les hizo mucha gracia. Recuerdo que me subí a una silla del teatro para poder proyectar mi voz. Lo fascinante es que hallaron que lo que decía tenía sentido y comenzaron a preguntar mi criterio. Sentí una gran emoción ese día, dirigiendo. Al llegar mi madre le comentaron que tenía una hija directora de teatro nata. Pero yo aclaré: directora de teatro, no; directora de cine.
Otra peculiaridad de mi madre es que me hacía ver todo tipo de películas sin importarle si eran aptas para menores. Si la película era buena, hasta me la recomendaba. Vi Fresas salvajes, de Bergman, con 8 años. No entendía mucho, pero la escena del anciano mirando su propia tumba me marcó para siempre. Me quedaba de madrugada desvelada viendo Historia del cine y mi madre nunca me mandó a la cama, aun cuando ella se iba a dormir primero. Mi pasión por el cine creció así. Viendo Fellini, Bergman, Truffaut, Tarkovsky, Eisenstein. Con el tiempo me hice asidua a la filmoteca de la Rampa, al Chaplin, que quedaban a unas cuadras de mi casa. Así logré ver los ciclos de mis directores favoritos y desarrollar un gusto cinematográfico.
De 1997 es Y si pierdo la razón, documental-ficción filmado en el Hospital Psiquiátrico de La Habana. ¿Qué te dejó esa experiencia? ¿Trabajaste con los pacientes? ¿Partiste de un guión perfectamente estructurado o la puesta en cámara, tan azarosa en el género documental, fue decidiendo el resultado final de la obra?
Le tengo mucho amor a esta película. Creo que es mi mejor película, porque fue la primera, la más libre y de mayor inmersión. Me tocó dormir en el hospital y vivir con los pacientes para comprender su rutina, su despertar apenas amanecía, la dinámica entre ellos, durante tres meses. Fue un trabajo tan conmovedor que me marcó para siempre.
No partí de nada estructurado. Hoy comprendo que hice una especie de doc-fic, pero en esa época no era consciente de esta forma. Años después, en un taller con Víctor Erice, pude comprender que no existe la línea de separación entre documental y ficción. Esa verdad la experimenté de manera intuitiva con 20 años, cuando filmé Y si pierdo la razón. Me dejaba guiar por las imágenes, algunas surgían en mi cabeza de manera impulsiva, como una palabra, un verso y las diseñaba con la cámara, otras las veía a mi alrededor y me enamoraba de ellas. El trabajo con Lisbet Goenaga como directora de fotografía fue determinante, porque ella es como una hermana para mí y existió la confianza plena entre nosotras durante la creación.
Otra cosa que sucedió es que al protagonista, Ramón, un hombre que había perdido la razón como consecuencia de la caída de un andamio mientras trabajaba en la construcción, le sucedió algo increíble con la película. Él apenas hablaba y no tenía consciencia clara de las cosas. Pues al salir el documental por la TV cubana, su familia lo reconoció, casi 20 años después de haber estado desaparecido. La reunificación fue casi un milagro. Es algo que aún me conmueve. Ramón era un hombre tan puro, tan noble, como un santo, y se merecía que el cine le hiciera ese regalo.
¿Si tuvieras la ocasión, volverías sobre esa idea para hacer un largo de ficción?
Sí, creo que volvería. Siempre me ha fascinado el tema de la locura, la fragilidad y la vulnerabilidad de la mente humana. Además de eso me apasionan los personajes que representan el supuesto “idiota”, pero que en el fondo son sabios.
Sola no es hasta el momento tu obra de más reconocimiento internacional. ¿De dónde surge la idea?¿Has sentido alguna vez el impulso de huir “del mundanal ruido”?
Todos los días siento el impulso de huir del mundanal ruido. Sola no surgió como un grito de desobediencia y rebeldía ante el siglo XXI. Hay una caricatura de Mafalda de pie sobre el planeta tierra donde ella grita: “¡Paren el mundo que me quiero bajar!”. Fue algo así. Yo llevo tiempo sufriendo de hiperacusia. Desde niña lo he padecido, pero de mayor se me ha acentuado. Soy extremadamente sensible a los ruidos. En consecuencia, siempre he amado el silencio. Practico meditación desde hace años porque mi madre, una dedicada yoguini, me enseñó yoga desde los 6 años con la ilusión de que me curara del asma. Para mí el silencio, la necesidad de introspección, el diálogo interior con uno mismo es como respirar, una necesidad esencial y constante. Siento que en la sociedad actual tenemos tantas distracciones y obligaciones, tanta presión social externa que nos aleja de este espacio íntimo para estar a profundidad con nosotros mismos. Sin embargo, es imposible escapar. El mundo te atrapa. Uno tiene una relación de amor y odio con el mundo, con el trabajo, con la familia, con todo. Eso intentaba expresar en Sola no.
¿Qué tan largo resultó el proceso de producción? ¿Dónde se rodó?
Tomó tres años. Hoy día hacer una película cuesta mucho esfuerzo. La gente no tiene idea. Da igual si es un corto o un largometraje. Ambos requieren el mismo esfuerzo. Pero recibí ayuda de mucha gente y fue realmente maravilloso sacarla a flote. Se rodó en Castellón y es gracioso que mucha gente me pregunte dónde se rodó, porque no reconocen el lugar. Era un poco lo que deseaba, encontrar un lugar en medio de la nada. Me metí meses buscando las localizaciones y visité todas las ermitas de Castellón, hasta dar con esa como un regalo, pues la encontré el día de mi cumpleaños.
Me considero una directora paisajista, me inspiran y determinan mucho los entornos donde he de rodar.
¿Cómo fue trabajar con Benedicta Sánchez? ¿Cómo te identificas con el personaje protagónico?
Trabajar con Bene ha sido una de las cosas más bellas que me han pasado en la vida. Bene es un ser de luz, genuina, con una sabiduría espiritual intuitiva que es muy difícil encontrar en estos tiempos. Siempre me decía que la cámara no le preocupaba porque era la misma delante de ella que detrás. Es alguien que no tiene máscaras, ni filtros, muy salvaje en el más bello sentido de la palabra. Cuando sea mayor quiero ser como ella.
Cuando escribí el personaje hablaba realmente de mí, era una reflexión sobre mi muerte. Sin embargo, cuando le escribí a Bene (que en ese tiempo no tenía intención de hacer nada más en cine y andaba escondiéndose de todos) recibí una llamada suya que me sorprendió mucho; me dijo: “Claro que quiero hacer tu película, si tu película soy yo”.
¿Cómo te ha definido Sola no en tu trabajo como directora?
La creación de Sola no me ha permitido encontrarme en un estilo cinematográfico con el que me siento acorde. Busco un estado trascendental con la estética cinematográfica. Sé que no es fácil, pero no me basta con la narrativa. Para mí el poder del vuelo lo tiene la imagen, más que la historia. Busco un sentir de la imagen que transporte al espectador más allá de la realidad inmediata de las cosas, de lo tangible. Casi como un estado místico. Intento conseguir esto con el control del color, con un minimalismo que se apoya en lo poético, con una danza de la cámara sin necesitar recursos como el corte, pero reconozco que aún estoy en proceso de búsqueda. Apenas comienzo el camino. No tengo la menor duda de que el camino del arte se metamorfosea con el crecimiento del artista; si no, no sería sincero.
¿Qué tan difícil es levantar en España un proyecto cinematográfico? ¿Ante la caída de algún proyecto que parecía estar listo para su salida, has pensado en abandonar el oficio y dedicarte a otra cosa?
Hoy es muy difícil levantar un proyecto cinematográfico en cualquier país. Las grandes productoras controlan el mercado y el cine se ha vuelto un elemento de entretenimiento, así que cualquier director que intenta hacer algo más artístico sobrevive en los márgenes de la industria.
Para ser completamente honesta, todos los días dudo de mi camino como cineasta, y todas las noches, al poner la cabeza en la almohada, vuelvo a reafirmarme en él. Es un camino que me priva de momentos con mis hijos, que me priva de certezas económicas, que cuestiona mi sentido práctico y objetivo de la vida. Más aún, convencida de que quiero hacer cine de autor, un cine espiritual que puede considerarse pretencioso. Sin embargo, siento que siendo fiel a este camino soy mejor madre, mejor ser humano. Es algo que no puede explicarse porque para mí tiene que ver con los misterios del alma.
¿Puedes compartir con nuestros lectores tus cinco filmes cubanos favoritos, y cinco entre los internacionales que no deberían dejar de ver?
Suelen ser injustas estas selecciones porque siempre se quedan fuera películas que quieres mucho. Pero bueno, escojo películas que me impactaron desde niña y me exacerbaron la pasión por el cine. Mis cinco películas cubanas son: Lucía (Solás), Los sobrevivientes (Titón), Madagascar (Fernando Pérez), La bella del Alhambra (Pineda Barnet) y Soy Cuba (Mikhail Kalatozov), que no es dirigida por un cubano, pero la considero una película cubana.
Las cinco internacionales que no deberían dejar de ver son: Stalker, Nostalgia, Espejo y Andrei Rublev, todas de Tarkovski; y por último, El Caballo de Turín, de Béla Tarr.
Durante tu etapa de formación participaste como actriz en varios cortos. ¿Volverías a actuar?
Podría volver a actuar si encontrase un papel que signifique mucho para mí.
¿Te ves dirigiéndote a ti misma?
A veces me ha pasado fugaz la idea de dirigirme a mí misma, pero creo que no estoy en ese punto aún, porque no me siento del todo cómoda con mi imagen. Soy muy autocrítica.
Llevas 27 años viviendo fuera de tu país de nacimiento, entre Estados Unidos y España. ¿Quién eres? ¿Cómo has ido construyendo tu identidad?
Esa pregunta me la hago a menudo, sobre todo cuando me preguntan de dónde soy y no sé qué responder. En el Festival Cinélatino de Toulouse se me acercó una mujer conmovida por Sola no y me preguntó si consideraba mi película española o cubana. No supe qué responder. Obviamente es una producción española, pero a la vez hay algo en ella del realismo mágico latinoamericano y de la estética rusa con la que crecí.
Creo que la vida me ha forzado a sentirme ciudadana del mundo, por muy utópico que esto suene. De todas formas, siempre me he sentido como pez fuera del agua con relación a conceptos de idiosincrasia, patriotismo o nacionalismo. Me cuesta encajar en estos socio-sentimientos. He vivido en tantos sitios que no puedo identificarme con una sola cultura. Quizá por eso busco reflejar en mi cine un espacio atemporal que no se sabe dónde sucede exactamente.
Eres habanera. ¿Mantienes algún vínculo emocional con la ciudad? ¿Hay alguna esquina, parque, calle o edificación de La Habana que te venga a la mente con alguna frecuencia?
¡Tantos sitios…! Sobre todo, los cines y los teatros los recuerdo con mucha nostalgia. Pero hay un recuerdo que siempre me persigue, un poco gracioso. En mi infancia solía jugar a los escondidos con los niños del barrio. Como era tan pequeña y delgada solía esconderme en los pasadizos que separaban el fondo de un edificio de otro. Trepaba por los muros y las rejas que protegían las ventanas de los vecinos, y solía mirar en secreto lo que hacían dentro de sus casas. Era una especie de voyeur inocente. Soy consciente ahora que estaba mal hacerlo, pero siendo niña no concebía maldad en ello. Me fascinaba verlos actuar de forma natural, sin saber que estaban siendo observados. A menudo, cuando escribo o dirijo una escena busco esa sensación con mis personajes, esa desnudez. Es una experiencia de infancia que quizá me marcó para hacer cine.
¿Cuándo Sola no termine su recorrido por festivales en cuál proyecto piensas enfrascarte?
Siento mucha ilusión con lograr hacer mi primer largometraje de ficción. Tengo tres guiones escritos. Son historias muy conectadas a mi vida personal que cuestionan el sentido del amor maternal, el amor carnal y el amor espiritual, todos para mí tan contradictorios. Pero me está costando sacar, al menos uno, a flote, porque el haber cambiado tanto de países hace que no tengas conexiones sólidas que te permitan un sólido apoyo profesional. Se ha descubierto que las raíces de los árboles están todas conectadas debajo de la tierra. Para mí es un gran simbolismo de lo que significa crecer y evolucionar en tu patria. Cuando te desarraigas sufres el sentirte muchas veces perdido y demasiado solo. Súmale a eso que hoy es muy difícil hacer cine de autor porque se considera un arte que no genera ingresos, y a mi edad estar en esta odisea del cine como arte es toda una locura. Pero siempre he sido una idealista, y “si no creyera en la locura ¿Qué cosa fuera…?”.
Dicen que el ser humano es un reducto cuántico. Dentro de uno mismo, el desarraigo no existe. Ese sustrato cultural cubano, no te lo quita nadie. Ven a filmar a Cuba. A pesar de los pesares, muchos lo logran. Quizás sea la locura que necesites ahora.
Gracias Felipe. Lo deseo mucho, no creas. Está en mi planes. Sería un sueño hecho realidad.