Mucho se ha escrito del histórico alzamiento de La Demajagua. Mucho, de su líder, el hacendado criollo Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria, el hombre que abrió el camino para la independencia de Cuba.
Volver a él, a su memoria, sin embargo, nunca es ocioso. La Historia no es un hecho distante, acabado; es una fuente inextinguible, un fragor permanente, una llama que alcanza con su luz el presente y también el futuro, y a la que nunca debería dejarse de mirar, de interpretar.
Céspedes, lógicamente, fue más que el 10 de Octubre de 1868. Más que el momento en que, urgido por las circunstancias, enterado de las órdenes de aprensión contra él y otros patriotas, liberó a sus esclavos y adelantó el levantamiento armado contra la metrópoli española.
No obstante, aquel alzamiento libertario, hace 156 años, marcó su vida y el devenir de la isla. Fue un parteaguas, un punto de no retorno, un instante decisivo por sus significados y ramificaciones, por su onda expansiva, más allá de la hora u otros detalles del hecho en sí.
El Céspedes que se alzó en la manigua no era el mismo de días atrás. Cuba tampoco lo era ni lo volvería a ser.
Tardaría años lograr la independencia, costaría sangre y fuego, vendrían más batallas y guerras y mártires, entre ellos él mismo, pero la brecha abierta el 10 de Octubre no podría cerrarse. No había marcha atrás.
Carlos Manuel de Céspedes fue el primer jefe militar de la Cuba insurgente, el primer presidente de la República en Armas, el hombre que antepuso la causa de la libertad a su familia y su orgullo personal y que murió lejos de la consideración que merecía.
Su gloria, sin embargo, era inevitable.
A 156 años del alzamiento de La Demajagua, de su grito de “Independencia o Muerte”, el ilustre patriota sigue presente en Cuba de muchas maneras, simbólicas y tangibles, actuales y necesarias.
Lo recordamos hoy en OnCuba a través de imágenes, de objetos retratados, evocaciones de una impronta ineludible, de una memoria tenazmente enraizada en el cuerpo y el alma de Cuba.