Desde el pasado viernes los días y noches de toda Cuba, o casi toda, son de oscuridad.
Una avería en la termoeléctrica Antonio Guiteras provocó una “desconexión total” en el ya deprimido sistema electroenérgetico de la isla, lo que a su vez se tradujo en un apagón masivo en todo el país. Desde entonces, el sistema no se ha restaurado por completo.
Aunque las labores para la reconexión comenzaron de inmediato y no se han detenido, según han informado las autoridades, nuevas caídas, parciales y totales, han echado por tierra lo ya hecho y obligan a empezar de cero. No una, sino varias veces.
Mientras tanto, la oscuridad ha extendido su golpe, su fiereza. Y con ello la incertidumbre, el malestar, la desesperanza.
Algunos afortunados han podido tener electricidad como resultado de los trabajos realizados por el Gobierno. Luego la han vuelto a perder y, con ella, la mínima alegría.
Otros, menos, la han tenido otra vez o la tienen todavía, y cruzan los dedos para que no haya una nueva desconexión. Otros, muchos, millones, suman horas y horas de apagón continúo, de oscuridades que se encadenan unas con otras, de días y noches que parecen una larga y única penumbra.
Luego de tantas horas a oscuras la vida no es la misma. No puede serlo. Aunque la mayoría de los cubanos lleva meses sufriendo apagones sistemáticos, cotidianos, lo de ahora es distinto, mucho más terrible. Y lo saben porque lo padecen en carne propia.
La comida acumulada —mucha o poca—, se ha echado a perder. La que aún sirve es difícil de cocinar porque el gas también escasea. El agua todavía más. El calor y los mosquitos no dejan dormir. La carga de los equipos —lámparas, celulares, laptops, ventiladores— se acaba. La conexión a internet desaparece.
Mientras algunos se ensimisman, se recogen en medio del apagón, otros, muchos, salen a la calle, a “resolver” lo que sea posible. Las colas crecen allí donde se vende algo, que se va terminando. Algunos precios suben, por la escasez; otros bajan para evitar más pérdidas.
Mipymes y restaurantes rematan sus productos, para que no se pierdan por la falta de refrigeración. Otros negocios persisten en sus precios y ofertas, mientras dura el combustible para sus plantas eléctricas. Algunos cobran por cargar los teléfonos; otros, solidarios, regalan la carga.
Muchos vecinos se han unido en la desgracia, para compartir el apagón, para “desconectar”, para cocinar juntos. Los niños, sin escuela por la crisis, juegan en las calles y las casas oscuras, mientras los adultos buscan a toda costa garantizar la comida y recargar sus equipos donde haya corriente eléctrica.
En algunos lugares la gente ha salido a la calle a mostrar su lógico descontento, a pedir por una solución que demora en llegar. Se han sentido cacerolazos, se han roto vidrieras. El Gobierno ha dicho que la población puede plantear sus “inquietudes” de manera “disciplinada”, pero que no aceptará “hechos vandálicos” ni alteraciones de la “tranquilidad ciudadana”.
Este lunes es ya el cuarto día sin electricidad para muchos cubanos. Las autoridades han dicho una y otra vez que la restauración del sistema eléctrico es un proceso “complejo”, sin dar una posible fecha para la solución definitiva. Las caídas ya sufridas confirman la gravedad de la situación.
Mientras, un ciclón golpea Oriente y se empeña en hacer las cosas más difíciles. Los trabajos para restaurar el sistema eléctrico siguen, a pesar de los pesares. Los cubanos fuera de la isla sienten en la garganta el nudo de la impotencia, del dolor, y se desesperan tratando de saber de los suyos. En Cuba, la gente respira y sigue, o trata de seguir, lo mejor que puede, en la oscuridad.
Personas recargan sus teléfonos en La Habana durante el apagón por la desconexión total del sistema eléctrico de Cuba. Foto: Otmaro Rodríguez.