Lo que leerán no es exclusivo de mi familia. Este relato, e incluso las capturas de pantalla que comparto (con consentimiento), podrían corresponder a cualquier familia cubana. Que el apagón se convierta en tema central de los mensajes familiares es una experiencia compartida entre los cubanos de la isla y su diáspora.
Así como cada familia tiene su libreta y los cubanos hemos crecido dentro de “un núcleo familiar”, ahora que la interacción entre millones dentro y fuera del país pertenece por completo al ciberespacio, cada grupo tiene el suyo en WhatsApp.
Con el apagón prolongado estuve más pendiente que nunca de “Mi familia es un relajo”, el lugar de los míos en esa plataforma. El nombre, digno de una comedia de enredos, refleja a la perfección su dinámica. Hay personajes que bien podrían protagonizar un libreto humorístico. La imagen de perfil es un paisaje de Caletones, el poblado costero en Holguín en el que hemos compartido veranos por más de seis décadas (irónicamente, en este rincón de Cuba la electricidad llegó hace menos de diez años; también allí debimos aprender a convivir con la ausencia de energía).
Ese grupo de WhatsApp es nuestra única forma de mantenernos conectados a diario entre Holguín y La Habana, Estados Unidos, España y Argentina. En medio de las incertidumbres diarias, saber que el grupo sigue activo nos reconforta. A través de este espacio compartimos lo bueno y lo malo, desde pequeñas alegrías hasta los grandes desafíos que enfrentamos.
Los días del gran apagón, los mensajes llegaban de forma intermitente, como destellos en la oscuridad. Mis familiares escribían desde Holguín y La Habana cuando lograban cargar sus teléfonos, pero luego el silencio regresaba, al agotarse las baterías. En esos momentos el grupo quedaba en pausa, esperando que alguien encontrara la reconexión. Era muy frustrante.
A pesar de la irregularidad en las comunicaciones, los mensajes siempre traían una mezcla de hastío, resignación, humor y esperanza.
Como muchos cubanos, mis familiares han aprendido a sobrellevar la adversidad. Sin embargo, había un tema recurrente en los mensajes: la falta de electricidad se había normalizado. Cada día sin luz, no obstante, se sentía más largo que el anterior, y la incertidumbre sobre el retorno del servicio eléctrico era constante.
Para condensar el ajiaco de mensajes familiares, recordé una canción de Frank Delgado de los 90, durante el Período Especial. Con su característico estilo, el trovador mezclaba humor y reflexión, para retratar con precisión la vida cotidiana en Cuba en aquella época. Lo curioso es que, aunque han pasado décadas desde entonces, la isla sigue atrapada en una dinámica similar, o peor: los apagones son una constante, como si el tiempo se hubiera detenido; o, dicen, algunos, más bien retrocedido.
La estrofa dice:
Cuando se vaya la luz, mi negra,
mi abuela va a comenzar
a desatar su mal genio,
y a hablarme mal del Gobierno.
Y mi abuelo, que es ñángara, le va a ripostar
que es culpa del imperialismo, de la OPEP
y del mercado mundial.
Estos versos encapsulan lo que muchos cubanos han vivido (y siguen viviendo): el choque de opiniones en los hogares, la frustración que provoca cada apagón, y la tendencia a buscar culpables. La historia en Cuba parece repetirse en un ciclo interminable, con tintes siempre más dramáticos.
Por eso los mensajes de apoyo y ánimo nunca dejaron de llegar. Cuando uno de los teléfonos se quedaba sin batería, otro miembro del grupo compartía alguna noticia o palabra de aliento.
Finalmente, tras varios días sin luz, el servicio eléctrico comenzó a restablecerse en algunas zonas. “Volvió la corriente”, escribió una de mis tías desde La Habana, con mezcla de alivio y escepticismo. “Pero quién sabe hasta cuándo”, ripostó otra desde Holguín, reflejando la incertidumbre y la desconfianza que muchos sienten. Aunque la electricidad haya regresado, los apagones dejan una huella profunda en la vida cotidiana.
Ya no se trata solo de la falta de luz. Los apagones revelan fisuras más profundas en la vida de los cubanos, una sensación de precariedad constante. La electricidad —más bien su ausencia— se ha convertido en metáfora de un país que parece vivir en pausa perpetua.
Mientras haya un grupo de WhatsApp para compartir nuestras penas y alegrías, mientras existan palabras de aliento, esa oscuridad será un poco menos asfixiante.