Gertrudis Gómez de Avellaneda y Domingo Verdugo
Madrid, abril de 1858. Domingo Verdugo Massieu, coronel de caballería, diputado a Cortes por La Palma, Islas Canarias, quien fue ayudante del Rey de España, entró a la redacción de La Monarquía Española, en la calle del Carmen. Cuando iba a conversar con su escribiente, se le acercó Antonio Ribera, ex subteniente del ejército, que lo ha seguido sigilosamente hasta la sede del periódico. Extrajo un filoso estoque triangular de bastón. Sin titubear hirió dos veces en el pecho a Verdugo.
Vecinos y transeúntes acudieron alarmados por los gritos de la víctima. Ribera huyó por las calles de la Salud y de la Abada. Botó el arma por las rejillas de un sótano. Pero fue capturado por sus perseguidores. Durante el proceso judicial se conoció que era un hombre con antecedentes de violencia, que había sido expulsado de su cargo de vigilante por golpear y herir a un ciudadano de apellido Camacho.
Durante días las primeras planas de los periódicos dieron amplia cobertura al atentado. “Las versiones varían hasta lo infinito”, decía El Valenciano, el 17 de abril. Sobre las causas del intento de homicidio, la tesis más creíble refería que se debió a un incidente en el teatro del Circo. Ocurrió que mientras se escenificaba la comedia de Los Tres Amores, obra de la escritora cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda, esposa de Domingo Verdugo, en el momento en que un actor expresaba la frase, en sentido figurado, “aquí hay gato encerrado”, Ribera soltó un gato en el coliseo, hecho que “produjo la hilaridad general, y la completa derrota de la obra”.
El herido permaneció en estado de gravedad, los facultativos dudaban que sobreviviera. Sin embargo, logró levantarse del lecho, aunque las secuelas serían irreparables. Le recomendaron los médicos asentarse en tierras más cálidas y decidió emigrar a Cuba, con la Avellaneda.
Se habían casado el 26 de abril de 1855 en el real palacio de Madrid, donde la marquesa de Santa Cruz fungió como madrina en representación de la Reina. Domingo Verdugo y Massieu (1819-1863), natural de Santa Cruz de Tenerife, además de militar y político, cultivó la poesía y la pintura. Colaboró en varios periódicos y era gran aficionado del teatro.
Tal vez el amor hacia Tula, como llamaban sus allegados a Gertrudis Gómez de Avellaneda (Puerto Príncipe, Cuba, 1814 – Madrid, 1873), despertó precisamente en la admiración hacia la mujer dramaturga, quien también destacaría como novelista, traductora, editora y poeta.
Domingo llegó a la vida de Tula después de tormentosas relaciones sentimentales de la cubana. En una carta a Ignacio de Cepeda, su gran amor no correspondido, fechada en Madrid el 26 de marzo de 1854, ella confesaba:
En este tiempo de incomunicación, amigo mío, grandes y muy tristes trastornos han ocurrido en esta pobre familia. Mi hermana murió hace dos años de una tisis violenta, dejando tres hijos, el mayor de menos de cuatro años. Mamá, acabada por aquel golpe, se halla paralítica, sobrellevando penosamente una vida miserable, llena de achaques continuos. Yo, dedicada a su cuidado, ni aún tengo tiempo para mis trabajos literarios; porque a más de los disgustos de mi familia, el cansancio del mundo, el hastío de las realidades de esta pícara existencia y el vacío profundo de mi pobre corazón, que tanto ha amado y tan mal ha sido comprendido, todo se reúne para inspirarme lejanía de la sociedad y afecto al retiro.
Al viajar a Cuba, en 1859, donde Domingo se desempeñaría como Teniente Gobernador de la Villa de Cárdenas, a partir de 1860, ya Tula era autora de una vasta obra literaria: Sab (1841), Dos mujeres (1842-43), La baronesa de Joux (1844), Espatolino (1844), El príncipe de Viana (1844), Guatimozín, último emperador de México (1846), Dolores (1851), Flavio Recaredo (1851), El donativo del diablo o La velada del helecho (1852), La hija de las flores o Todos están locos (1852), La verdad vence apariencias (1852), La mano de Dios (1853), La aventurera (1853), Errores del corazón (1853), Simpatía y antipatía (1855), Oráculos de Talía o Los duendes en el palacio (1855), La flor del ángel (1857), Los tres amores (1857), Leoncia (1858) y El aura blanca (1859).
En Cárdenas, provincia de Matanzas, Domingo Verdugo contribuyó al desarrollo urbanístico de la ciudad y fue mecenas de la cultura, gestionó la edificación de la primera estatua de Cristóbal Colón erigida en América y creó un hospital, entre otras obras. La Avellanada colaboró estrechamente en su gestión. Enviado a Pinar del Río, también como Teniente Gobernador, falleció por las secuelas de la heridas recibidas en Madrid.
La Avellaneda, una de las personalidades más reconocidas en la historia literaria de Hispanoamérica, una figura clave del Romanticismo, regresó a España, donde continuó dedicada a su labor creadora.
Dulce María Loynaz y Pablo Álvarez de Cañas
No fue un amor idílico el de la poeta y periodista cubana Dulce María Loynaz Muñoz (1902–1997) y el periodista y publicista tinerfeño Pablo Álvarez de Cañas (1893-1974), pues tuvieron que superar obstáculos que parecían insalvables.
Se habían conocido en 1920. En sus confesiones a Aldo Martínez Malo, ella relató que:
(…) si bien Pablo Álvarez de Cañas fue mi primer amor y mi primer novio, no fue, sin embargo, mi primer esposo. Muchos años después de conocerle, de luchar en vano con la terrible oposición de mi familia que llegó en algunos momentos a adquirir reminiscencias moriscas o medievales; muchos años, en fin, después de despedirme de él —creía yo para siempre—, contraje matrimonio con mi primo Enrique de Quesada Loynaz.
Hija de Enrique Loynaz del Castillo, general del Ejército Libertador en la última guerra independentista, autor de la letra del Himno Invasor, Dulce María comenzó a escribir poesía desde muy joven y en 1919 divulgó en la prensa sus primeros poemas. Graduada en 1927 de doctora en Derecho Civil, en la Universidad de La Habana, su residencia familiar en el aristocrático Vedado acogió a célebres tertulias, donde participaron intelectuales y artistas como Federico García Lorca, Juan Ramón Jiménez, Gabriela Mistral o Alejo Carpentier, entre otros.
Álvarez de Cañas emigró a Cuba en diciembre de 1918.
En un principio tuvo que trabajar como pesador de cañas en un ingenio de Camagüey, pero al poco tiempo se trasladó a LH (La Habana) y se inició como viajante de comercio. Más tarde ingresó en la redacción del diario El País y se hizo cargo de la Crónica Social. Durante varios años ocupó este puesto, que le valió amplia popularidad y adentrarse en la alta burguesía cubana. También colaboró en Excelsior y en El País Gráfico y fue redactor, alrededor del año 1926, del periódico El Siglo. En 1937 fundó y empezó a dirigir la excelente revista Selecta (…).
Una vez divorciada, Dulce María superó los prejuicios de la época y casó con Pablo Álvarez de Cañas, el 8 de diciembre de 1946. El inmigrante canario, quien se distinguió como propagandista del quehacer de sus paisanos en Cuba, mediante artículos periodísticos y la organización de eventos culturales, aportó muchísimo al desenvolvimiento social de la escritora, quien era muy tímida. Rememoraba así en su testimonio a Aldo Martínez Malo:
(…) mi fiel enamorado observaba una conducta nada absorbente, nada frecuente en los varones, por lo menos muy distinta a la que yo había conocido, incluso en mi propia familia. Hombre de muchos recursos y muchas relaciones dentro y fuera de Cuba, lejos de procurar una posesión exclusiva de todas mis acciones, pensamientos, y palabras, era él quien me abría todas las puertas, quien me empujaba hacia la luz. Era él quien me animaba a comunicarme con el mundo, y trataba de fortalecer por todos los medios la fe titubeante que hasta entonces era la única que había tenido en mí misma (…)
La escritora, Premio Miguel de Cervantes, quien recibió asimismo la Orden Isabel La Católica y el Premio Federico García Lorca, autora de los Jardín, Un verano en Tenerife, Poemas sin nombre, Últimos días de una casa, Bestiarium y Fe de vida, entre otros, al igual que Pablo Álvarez de Cañas escribió crónicas para diversos periódicos. Su libro Yo fui feliz en Cuba, los días cubanos de la Infanta Eulalia, compilan una muestra de su labor creadora como cronista.
Por su trayectoria, Dulce María integró la Academia Nacional de Artes y Letras de Cuba, la Academia Cubana de la Lengua y la Real Academia Española de la Lengua.
Pablo y Dulce María viajaron por medio mundo y dejaron constancia documental, fotográfica y literarias de esos itinerarios. Él fue autor de libros con fines publicitarios sobre la sociedad cubana, directorios que hoy constituyen fuentes notables para el conocimiento histórico. En 1961 decidió abandonar el país, pues no estaba conforme con el carácter socialista de la Revolución, regresó a La Habana en 1972. Narró Dulce María sobre aquellos tiempos aciagos:
(…) en realidad nuestro reinado no duró mucho ni duró nuestra felicidad. Tampoco tuvimos hijos, de lo cual no sé ya si alegrarme o entristecerme. De todas maneras, a aquellas soledades antiguas, habría de venir a sumarse una última soledad. Al advenimiento de la Revolución, mi esposo ofuscado, sin verdadero motivo para ello, tomó el camino del exilio. Esta tercera, cuarta, quinta separación duró once años y al cabo de ellos regresó destruido en cuerpo y alma, otro ser enteramente distinto al que se fue.
Pablo falleció en La Habana, en 1974.
Dalia Íñiguez Ramos y Juan Pulido Rodríguez
Juan Ramón Jiménez, una tarde dominical, en enero de 1934, miraba con detenimiento a la joven que recitaba de memoria los mejores capítulos de Platero y yo. Cuenta el escritor Carlos García Fernández, testigo de la tertulia celebrada en el apartamento del poeta, situado en la calle Padilla, de Madrid, frecuentado por ilustres intelectuales:
Era morena y muy guapa, y el poeta atendía más a su encanto y belleza que al de su obra recitada.
Al final, dijo campanudamente: Con su gracia y belleza, que no son pequeñas, ha salvado usted esos capítulos lamentables que corresponden a una época nefanda de mi vida (…)
La joven protagonista de esta anécdota era cubana, por más señas de La Habana, y se llamaba Dalia Íñiguez Ramos. Y estaba acompañada por su esposo, a quien el testimoniante creyó del mismo origen. En realidad, era el barítono canario Juan Pulido Rodríguez.
Dalia Íñiguez Ramos (1901-1995), estudió magisterio y música. Destacó en una primera etapa de su trayectoria artística como recitadora y pianista, luego se consagró en el cine y la televisión de México, donde actuó en 41 películas, radionovelas y 11 telenovelas, entre ellas Senda prohibida (1958) la primera realizada en ese país.
A Juan Pulido Rodríguez (Las Palmas de Gran Canaria, 1891- México, 1972) la prensa lo consideraba en su época el Emperador de la canción en América. Grabó más de 100 discos. Inició sus estudios musicales en su ciudad natal, en la Academia de la Sociedad Filarmónica con el maestro Bernardino Valle. Participó como cantante en algunos eventos culturales, pero la movilización para cumplir con el servicio militar durante tres años interrumpió su carrera. A principios de 1920 volvió a los escenarios, ofreció recitales en Tenerife y en Las Palmas de Gran Canaria. El 18 de noviembre de ese año partió hacia Cuba. Coincidió en La Habana con su paisano Néstor de la Torre y matriculó en la academia que había creado el barítono y profesor grancanario.
Vinculado al ambiente artístico estableció amistad con compositores y músicos cubanos, también conoció al cineasta Ramón Peón, con quien colaboraría después en varios de sus filmes. Peón lo convenció para que viajara a Estados Unidos, en 1923. Establecido en Nueva York se ganaba el sustento como contador en una empresa, pero prosiguió su carrera. Cantó en teatros de esa ciudad, de Tampa, California y Chicago; además, grabó sus primeros discos con la afamada R.C.A. Víctor.
Así que, cuando regresó en enero de 1928 a La Habana, Pulido ya disfrutaba de un amplio reconocimiento por el público y la crítica especializada. Su éxito fue rotundo, a tal punto que tuvo que prolongar la estancia, luego de cumplir el contrato de tres recitales en el Teatro Nacional. Cantó en el Riviera y el Rialto y participó en una gala en el Palacio Presidencial de homenaje a los delegados al Congreso Panamericano. Se dice que en este viaje conoció a Dalia Íñiguez. Y aunque regresó a Nueva York donde grabó discos, actuó en películas, ofreció conciertos radiofónicos, a mi juicio, ya el idilio con la cubana le removía el piso.
El 12 de febrero de 1929 arribaba, nuevamente, a La Habana, en esta temporada que se extendió hasta el 5 de mayo, cantó en los teatros Rialto, Neptuno, Encanto, Payret, entre otros y en una misa dedicada a la Virgen de la Caridad del Cobre, en la iglesia El Salvador, de la barriada aristocrática del Cerro, donde era párroco su paisano José Viera Martín, famoso orador y periodista, nacido en Carrizal, Gran Canaria. Pulido también ofreció su arte en celebraciones privadas y en otras ciudades de Cuba.
Después de pasar una temporada en Las Palmas de Gran Canaria, desde noviembre de 1929 hasta principios de marzo de 1930, volvió a Cuba. Se casó con Dalia Íñiguez, quien lo acompañó como pianista en las presentaciones efectuadas en el Teatro Nacional.
Por compromisos profesionales la pareja se estableció en Nueva York. Juntos realizaron giras por América Latina y Europa, y actuaron en escenarios cubanos. En Canarias estuvieron varios meses en 1934. Actuaron conciertos en el Teatro Leal, de La Laguna, Tenerife, el Benito Pérez Galdós, de Las Palmas de Gran Canaria, en los cines Cuyas, Wood, entre otros espacios culturales, además de estrechar vínculos con artistas y escritores de la talla de Saulo Torón. El apoyo de la sociedad Amigos del Arte “Néstor de la Torre”, de Las Palmas de Gran Canaria, contribuyó al éxito de los espectáculos y sobre todo el hecho de que Dalia incluyó en el repertorio de sus declamaciones poesías de los autores canarios Josefina de la Torre, Tomás Morales, Luis Doreste y Saulo Torón. Luego, en otros países, continuó recitando la obra de ellos, aportaba así al conocimiento internacional de la literatura canaria.
Juan Pulido y Dalia Íñiguez tuvieron un hijo al que nombraron Juan Carlos. En 1944 fijaron su residencia en México. A Pulido el reencuentro con el cineasta cubano Ramón Peón le abrió las puertas del séptimo arte, actuó en más de setenta películas en la época de oro del cine mexicano, entre otras, los largometrajes: Ustedes los ricos (1948), Dicen que soy mujeriego (1949), Necesito dinero (1951).
En México se divorciaron. Dalia mantuvo sus nexos con Canarias, en especial mediante su amistad con Saulo Torón y su esposa Isabel Macario. Da fe de ello su epistolario y fotografías, atesorados en museos e instituciones culturales del archipiélago.
Las páginas de ese libro interminable sobre las relaciones históricas entre Cuba y Canarias conservan múltiples referencias al tema que hoy he expuesto, solo como un botón de muestra.
Fuentes:
- Aldo Martínez Malo: Confesiones de Dulce María Loynaz, Editorial José Martí, La Habana,1999, p. 63
- María Victoria Hernández Pérez: “El coronel y diputado en cortes por La Palma Domingo Verdugo Massieu y su esposa Gertrudis Gómez de Avellaneda”.
- Autobiografía y cartas inéditas de la ilustre Gertrudis Gómez de Avellaneda
- Gertrudis Gómez de Avellaneda