El pasado sábado 23 de noviembre un enjambre de escritores se juntó en el teatro El Picadero, de la ciudad de Buenos Aires. La jornada resultó un cálido encuentro de colegas y lectores unidos en una misma intención, algo que diarios como Página 12 no han dudado en calificar de “acto de resistencia cultural”. El motivo fue la reacción colectiva a un intento de censura y prohibición sobre algunas obras literarias.
Hubo decenas de escritores y escritoras allí, reconocidos y determinantes en mayoría para la literatura argentina de hoy entre los que se mencionaba a Liliana Heker, Luisa Valenzuela, Martín Kohan, Cristián Alarcón, Mariana Travacio, Carlos Gamerro, por citar algunos. Todos leyeron tantas páginas del libro Cometierra, que casi lo repasan de una sentada.
Escrito por Dolores Reyes (1978) y publicado por la editorial Sigilo, en 2019, esta novela tiene por protagonista a una vidente y el argumento parte de su capacidad de develar hechos de violencias que ella misma ha padecido, como es del feminicidio de su madre.
La obra ha sido exaltada por su “lirismo áspero y sensible” (Gabriela Cabezón Cámara) y por el “lenguaje profundamente poético al tiempo que visceral” (Selva Almada) e integra una colección impulsada por el gobierno de la provincia de Buenos Aires, centro de la polémica en las últimas semanas que dio pie a la reunión de escritores el pasado 23.
La colección cuestionada se nombra “Identidades bonaereses” y está destinada a bibliotecas de instituciones de la educación superior de gestión estatal “que dictan las carreras de Formación Docente Inicial, Bibliotecología y Bibliotecario de instituciones educativas”. Reúne diversas “obras literarias y discursivas que se identifican con el territorio de la provincia de Buenos Aires”, según puede consultarse en la web de la dirección de Cultura y Educación local.
En el catálogo de este compendio, con obras de autores como Cesar Aira, Mauricio Kartun, Mariana Enríquez, Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares, entre otros, se resume el argumento de Cometierra de esta manera: “Cuando era chica, Cometierra tragó tierra y supo que su papá había matado a golpes a su mamá. Esa fue solo la primera de las visiones. Este libro pone en juego todas las virtudes del género fantástico al servicio de la más dura verdad mientras nos habla con una voz literaria única”.
Pese a las buenas intenciones y a la diversidad presente en estas colecciones de literatura para ciertos centros de enseñanza, por el momento ya el director general de Cultura y Educación de la provincia de Buenos Aires ha sido denunciado por distribuir obras que incluyen “contenido sexual explícito” y temáticas consideradas “inapropiadas”, según criterios de la Fundación Natalio Morelli que cita el artículo de Página 12.
El tema se disparó cuando la vicepresidenta y también presidenta del senado argentino, Victoria Villarruel, escribiera en su cuenta de X el pasado 7 de noviembre algo que hoy aún puede consultarse:
“Los bonaerenses no merecen la degradación e inmoralidad que @Kicillofok les ofrece. Existen límites que nunca deben pasarse. ¡Dejen de sexualizar a nuestros chicos, saquen de las aulas a los que promueven estas agendas nefastas y respeten la inocencia de los niños! ¡¡Con los chicos NO!!”.
La respuesta de Axel Kicillof, a quien Villarruel menciona en su tuit, actual gobernador de la provincia de Buenos Aires, un territorio con 17.5 millones de habitantes, no se hizo esperar. Publicó una foto en la que lee no solo el libro cuestionado de Dolores Reyes, sino que muestra sobre una mesa otras obras de la mencionada colección, como son los libros Las primas, de Aurora Venturini (1922-2015), Si fueras tan niña, de Sol Fantin (1982), y Las aventuras de la china Iron, de Gabriela Cabezón Cámara (1968).
“Qué mejor que un domingo de lluvia para leer buena literatura argentina. Sin censura”, escribió Kicillof, a lo que reaccionó directamente la vicepresidenta, retuiteando su mensaje: “Nunca es buen día para leer libros que exaltan la pedofilia y sexualizan a los niños, Kicillof!!”.
Villaruel considera que libros como Si no fueras tan niña (“la historia de una niña de 14 años abusada por un adulto de 30”, apunta) es inconveniente para los jóvenes lectores; y además se espanta con que los estudiantes (sin precisar edades) tengan acceso a estas historias: “En serio usás esa tragedia para meterle mierda en la cabeza a los niños y adolescentes de la provincia de Buenos Aires? ¡Con nuestros niños no te metas!”.
Cierto que se trata de la última arremetida del gobierno argentino contra obras literarias, y de paso contra contrincante políticos; pero tendría que acotar que el propio presidente Javier Milei soltó en una entrevista con un periodista de diario La Nación el otro día que Villaruel “está mucho más cerca del círculo rojo” de lo ella llama la alta política”, en resumidas cuentas, de lo que Milei no duda en definir como “la casta”. Al menos en el plano de la opinión pública, estas declaraciones evidenciaron una diferencia en el gobierno.
Leyendo esta polémica también recordaba los tiempos en los que en Cuba se prohibían libros como Paradiso, Fuera de Juego o Lenguaje de mudos, una intención moralista e ideológica que ha fluctuado en el tiempo, y que ha sido la misma que promueve la cancelación de autores, obras o fragmentos de obras, listas en las que han caído desde Bulgakov en Ucrania a Mark Twain en la Florida, Estados Unidos.
En cuanto a Villaruel, parece que no tiene días demasiado buenos en estos tiempos; y como quiera que sea, dicho está por uno de los escritores presentes el pasado sábado en el teatro Picadero, Fabian Casas: “No les importan los libros, ni siquiera los leyeron”.
Otro de los presentes en El Picadero fue el escritor cubano Marcial Gala, cuya obra ya debe tanto a Cuba como a Argentina. Gala escribió en sus redes que aquel sábado solidario le había hecho sentir “el tremendo poder de la palabra”.
“Eso sentí en Picadero”, escribió. Verse junto a tantos autores e intelectuales defendiendo una verdad le hizo pensar en Cuba. “Siento que la gente cubana que escribe fuera y dentro de Cuba podemos hacer mucho si dejamos atrás nuestras rencillas, nuestros odios, nuestra indudable pequeñez, y abogamos por cambiar el horripilante estado de cosas de un país que no parece tener futuro”.
Detractores de la literatura no apuntan hoy contra el censor, sino contra los escritores. Como en las redes sociales se puede decir cualquier cosa, sueltan puyas como: “¿Quién quiere censurarme para que se conozca mi libro?”.
Futilidades semejantes en la misma línea de pensamiento de Villaruel o cualquier otro extremista del mundo, y como los argumentos de la Fundación Natalio Morelli, justifican la cancelación. Todos ellos parten de la idea de que una obra literaria puedo malograr “al hombre puro” o “al hombre nuevo” o al “hombre de bien”, ya que apenas hay diferencias entre cada uno de estos conceptos.
Hago una última acotación, y es que aquel catálogo de la colección en la provincia de Buenos Aires presenta a cada uno de los libros de la polémica con una recomendación. Sugiere el tratamiento que debería seguirse dependiendo de la edad del lector. Para las obras de Reyes, Venturini, Fantin y Cabezón Cámara se advierte lo siguiente: corresponden a un “ciclo orientado” y “requiere acompañamiento docente” para su lectura.