La pregunta de mi amigo y colega me dejó de una pieza. Era muy sencilla, quizás demasiado sencilla, pero congeló mi plan de comenzar a escribir el artículo de esta columna el pasado 26 de noviembre, el Día de los Economistas y Contadores de Cuba.
Para el que no lo sepa, ese día de 1959, Che Guevara fue nombrado presidente del Banco Nacional de Cuba. Tarea difícil en un país subdesarrollado, recién salido de una guerra e inmerso en otras dos, seguro más complejas. La primera, enfrentar el asedio creciente de la administración Eisenhower, empeñada en derrocar a Castro en dieciséis semanas; y la otra, la de intentar enrumbar por el camino del desarrollo y eliminar fallas estructurales —varias de las cuales aún subsisten— que lastraban y aún lastran aquellas aspiraciones.
Los economistas y contadores que estamos hoy en Cuba y otros muchos que no están entre nosotros, en su inmensa mayoría, somos el producto de la enseñanza de la economía a partir de los últimos años de la década del sesenta y todas las décadas posteriores.
Una parte de ellos formados en programas de estudio que intentaron prepararnos para trabajar en una economía socialista centralmente planificada, con una sólida preparación en la economía política marxista. Debo decir, sin embargo, que también dispusimos en nuestra biblioteca de la Facultad de Economía de algunos de los mejores libros del pensamiento económico universal, desde las Obras completas de Adam Smith hasta textos relativamente modernos para aquellos años, como El nuevo Estado industrial (1967) de John Kenneth Galbraith, pasando por varios libros de macroeconomía —que no era una asignatura de la carrera en aquellos tiempos—, los de autores neoclásicos, y de Keynes, Robinson, Samuelson, Hicks, Rostow, Prebisch, entre otros muchos. Todos de libre acceso para profesores y estudiantes, sin tener que pedir permiso de consultarlos, como sí había que hacer en otros países del campo socialista.
Luego, con el cambio de circunstancias sobrevenido en los noventa y con la necesidad de incorporarnos a la economía mundial, principalmente capitalista, los programas variaron y, sin renunciar a la enseñanza de la economía desde la teoría marxista, se introdujeron nuevas asignaturas a fin de dotar a nuestros estudiantes de las herramientas necesarias para conducir una economía que aspira a ser socialista en un mundo que funciona bajo las leyes del capitalismo.
Muchos de los economistas y contadores que se han formado en todos estos años han sido profesionales exitosos, en Cuba y fuera de la isla. Y los que han tenido que desempeñarse en nuestro país, lo han hecho a pesar de la subvaloración que en muchas ocasiones ha existido sobre la actividad que realizan.
Pero también es cierto que no hay una correlación alta y positiva entre la cantidad de profesionales de la economía y la contabilidad, y los resultados de nuestras empresas estatales, que son las que deciden el juego.
Las razones son múltiples, pero muy poco tienen que ver con esa falacia publicada recientemente de que la academia le debe un libro a la empresa estatal socialista cubana. Quien escribió exhibe un gran desconocimiento sobre todo lo investigado y escrito sobre ese tema —tesis de maestrías, doctorados, libros, etc. Y quien lo publicó, poca responsabilidad y desconocimiento sobre la labor de las universidades y del Ministerio de Educación Superior.
Porque no es por falta de libros e investigaciones que las empresas del pueblo no alcanzan a ser lo que debieran ser y no logran echar a andar el motor grande que hale al resto del sistema empresarial cubano. Tampoco es por falta de empresarios capaces —sean economistas o no— ni de capacitación y entrenamiento. Esos mismos empresarios, en otros contextos, han demostrado su valía.
Sigo creyendo que Cuba es uno de los países que más invierte en estos aspectos y probablemente el que menos resultados, en términos de mejora de la eficiencia y la productividad de las empresas del pueblo, logra obtener.
Son otras, definitivamente, las razones; algunas de orden material; otras externas —bloqueo incluido— y otras, quizás las que más años llevan golpeando a esas empresas, causadas por malas políticas, por reglas de juego inadecuadas, por las restricciones a esa necesaria autonomía, que por cierto fue uno de los puntos de discusión en aquella polémica de los años sesenta entre el Sistema de Financiamiento Presupuestario y el Sistema de Autogestión Financiera.
Quizás el mejor ejemplo de lo que la autonomía puede producir lo tengamos en ese sector no estatal y en especial en las mipymes que, en apenas tres años, han logrado, sin un centavo de inversión del Estado, emplear a cientos de miles de cubanos, competir con las sucursales de empresas extranjeras, rescatar y echar a andar fábricas que estaban paradas y almacenes casi en ruinas, romper en parte el bloqueo y abastecer a una parte de la población que el Estado, por razones harto conocidas, no ha podido abastecer.
Si aún somos marxistas, si la práctica sigue siendo el criterio de la verdad, si todavía defendemos la visión que una vez aprobamos, entonces lo que debería suceder es que el sistema regulatorio que se debería aprobar para la empresa estatal apenas se diferencie del que un día tuvieron las mipymes; el mismo que ha sido cercenado una y otra vez , para hacer exactamente lo contrario y no sólo encerrar a las mipymes en la jaula regulatoria de la empresa estatal, sino hacer cada vez más estrecha esa jaula.
La pregunta de mi colega hace dos días fue la que provocó que yo cambiara el tema del artículo que estaba escribiendo para esta semana en OnCuba: “¿Entonces, dime, hermano, qué tenemos que celebrar hoy nosotros los economistas?”
Hay mucho para construir la respuesta a una pregunta como esa. Yo sí celebré el Día de los Economistas y Contadores cubanos, y desde aquí les deseo a todos muchas felicidades.