Es difícil permanecer indiferente ante la belleza de los jacarandás. Tal vez sea su floración efímera, ese recordatorio sutil de que la vida está hecha de momentos que pasan demasiado rápido, lo que los hace tan especiales. Caminar por una alfombra de pétalos lilas, detenerse a mirar las copas iluminadas por el sol, es un ritual que se renueva cada primavera en Buenos Aires.
En el ocaso del año la ciudad se despierta envuelta en un manto de ese color. Los árboles de jacarandás, en su floración, transforman calles, avenidas y plazas en una postal de ensueño. Las aceras se tiñen con flores que caen como una lluvia suave, mientras el aire primaveral regala destellos de frescura. Es el momento en que la naturaleza despliega su magia en medio del bullicio urbano.
El lila, un tono suave del violeta, transmite una sensación de calma, de elegancia. Mientras que el árbol proviene de las selvas montañosas del noroeste argentino. Su nombre significa “fragante” en lengua tupí de los pueblos indígenas asentados hace siglos en lo que hoy es el norte del país colindante con Brasil y Paraguay.
Durante el invierno, el jacarandá pierde sus hojas, y se prepara para ofrecer su espectáculo principal: una floración intensa en noviembre y otra más discreta en los meses de febrero y marzo.
Sus flores tienen una forma tubular que alcanza hasta 5 centímetros. Su copa, ancha y de ramas erguidas, se alza entre 12 y 15 metros de altura, creando un efecto de túneles naturales en calles como Avenida Figueroa Alcorta, Avenida del Libertador o los senderos de los bosques de Palermo y plazas aledañas al cementerio de La Chacarita.
El romance porteño con el jacarandá comenzó en 1893, cuando el paisajista francés Carlos Thays, apenas fue nombrado director de Parques y Paseos, decidió incorporar esta especie al paisaje de la ciudad. Junto al lapacho, la tipa y el palo borracho, el jacarandá se convirtió en parte esencial del alma verde de Buenos Aires, gracias a su adaptabilidad al clima y su deslumbrante floración.
Hoy, más de 11 mil jacarandás están diseminados por la capital argentina, según el Censo del Arbolado Público Lineal. Su importancia es tal que, en 2015, la Legislatura de la Ciudad lo declaró árbol distintivo de Buenos Aires.
Para quienes deseen disfrutar de esta explosión de color lila, la ciudad ofrece opciones como el sitio arboladourbano.com, que permite trazar rutas específicas por barrio o especie para caminar bajo los jacarandás.
La conexión entre el jacarandá y la ciudad no solo es visual. Su presencia ha trascendido al imaginario cultural, inmortalizado en canciones como “Canción del jacarandá” de María Elena Walsh:
Al este y al oeste
llueve y lloverá
una flor y otra flor celeste
del jacarandá.
La vieja está en la cueva
pero ya saldrá
para ver que bonito nieva
del jacarandá.
Se ríen las ardillas,
ja jajá jajá,
porque el viento le hace cosquillas
al jacarandá.
El cielo en la vereda
dibujando está
con espuma y papel de seda
del jacarandá.
El viento como un brujo
vino por acá.
Con su cola barrió el dibujo
del jacarandá.
Tomado de AlbumCancionYLetra.com
Si pasa por la escuela,
los chicos, quizá,
se pondrán una escarapela
del jacarandá.