La mañana del pasado 10 de noviembre, el centenario faro, situado en el municipio Niquero de la provincia de Granma, fue dañado por el movimiento sísmico que afectó al Oriente de Cuba. Eran perceptibles algunas grietas en la torre. Sin embargo, se mantenía erguido, como lo ha hecho desde hace más de un siglo y medio.
Sus orígenes datan de mediados del siglo XIX, cuando la construcción de faros en las costas de Cuba tuvo un avance notable, pues se edificaron, entre otros, en Cayo Paredón Grande, Cayo Bahía de Cádiz, arrecifes de la Cruz del Padre y Cayo Diana.
En la Memoria sobre el progreso de las obras públicas, correspondiente al período 1859-1865, se resumía así la relevancia de los faros:
“Estas importantes luces establecidas en la costa norte de la isla están destinadas a que los navegantes puedan evitar los arrecifes que tiene la misma desde Maternillos a Cayo Piedras, y a facilitar la navegación por el canal viejo de Bahamas, contribuyendo a igual objeto el faro que Inglaterra tiene establecido en Cayo Lobos. La de Cayo Diana es de Puerto, sirviendo únicamente para facilitar la entrada y salida de Cárdenas, pero algunos de los otros sirven también para facilitar la desembocadura a los navegantes que recorran así el canal nuevo de Bahamas, como el de Santaren.”
El proceso inversionista incluyó, entre otros, la edificación de faros en Cabo Cruz y Punta de Lucrecia. En el primero de ellos, ubicado en la costa sur oriental, ya en enero de 1835, el Gobierno español había dispuesto la colocación de un farol de cuatro mechas, según el historiador Gerardo Castellanos; sin embargo, hasta ahora, se desconoce si fue cumplida la orden.
Acerca del entorno de Cabo Cruz, y la importancia de levantar allí un faro agregaba la Memoria citada:
“La costa al Este del cabo donde debe situarse es escarpada con fondo para toda clase de embarcaciones desde Santiago de Cuba hasta el arrecife que se extiende delante de aquel. El seno formado por el arrecife y la costa es un bajo en su mayor parte, que solamente los prácticos pueden pasar cuando los buques se dirigen a Manzanillo. Los otros buques tanto de travesía como de cabotaje siguiendo el rumbo general de E. a O. o viceversa después de reconocer el faro, situándose separados de la costa, y tomando rumbo particular, evitarán los puntos peligrosos conocidos por su posición respecto al faro. El terreno inmediato de la orilla del Este es de piedra y después empieza un arenal que se extiende a larga distancia. El del Oeste es un mégano de arena de una profundidad desconocida a los 8 m solo da fango y sustancias vegetales. El resto de la costa es de manglares, esteros y pantanos”.
Sin camino, ni vereda
El islote pertenecía a Francisco de Céspedes y Luque, quien donó el terreno para la edificación de la torre de sillería donde sería colocado el aparato luminoso y la vivienda de torrero. Optaron por utilizar el foco de Fresnel, inventado por el francés Agustín Fresnel. Como el lente tenía menos grosor que los anteriores, era más factible su traslado e instalación.
En 1858 la Junta de Fomento presentó al Ministerio de Ultramar el proyecto para la construcción del faro y al año siguiente, comenzaron las obras. Sin incluir el aparato luminoso, los inversionistas calcularon un costo de 88 500 escudos. Resulta curioso que Carlos Manuel de Céspedes, iniciador de las luchas independentistas en 1868, el Padre de la Patria, fue vocal contador y el poeta Juan Cristóbal Nápoles Fajardo (El Cucalambé) fungió como pagador.
En el proyecto se había decidido que, en honor al General Brigadier Carlos de Vargas Machuca y Cerveto, Gobernador del departamento Oriental de la isla, sería denominado Faro Vargas.
El 12 de abril fue inaugurado un faro provisional, al lado de la torre que se edificaba, con una altura de 91,2 metros sobre el nivel del mar y luz fija, de quinqué, según informó La Correspondencia de España, en su edición del sábado 7 de julio de 1860.
Las memorias publicadas en 1866 constituyen una fuente documental imprescindible para conocer cómo vencieron los escollos que se presentaron y rectificar algunos errores de la historiografía, en específico acerca de la fuerza laboral empleada:
“Los trabajos preliminares de esta obra continuaron, una vez empezada, con aquellas contrariedades que todas las de su clase experimentan cuando se hallan situadas en una costa desierta y escabrosa, y mucho más en esta, distante 25 leguas (125,7 km) de Manzanillo y 40 (193,12 km) de Cuba (Santiago de Cuba), sin camino ni vereda por donde comunicar por tierra, rodeada de pantanos y montes completamente vírgenes, sin agua para las necesidades de la obra y lleno el terreno de toda clase de dificultades.
Naturalmente, el primer trabajo tuvo que ser el desmonte y tala del arbolado necesario para establecer los barracones, construcción de estos para obreros libres, campamento de tropa y brigada de presidios y negros emancipados; la de los talleres de la torre”.
La carencia de agua potable dificultaba la supervivencia de aquel grupo aislado. Después de largas y extenuantes exploraciones, hallaron en el lugar llamado El Estero, distante por mar a cuatro kilómetros de la obra, un manantial, donde llenaron toneles con el preciado líquido. Como era imposible trasladar por dentro de los manglares los pesados recipientes, construyeron un canal de madera desde el surtidor hasta el mar, allí subían los barriles a una lancha.
Se avanzó con lentitud porque faltaban jornaleros y artesanos para ejecutar el proyecto. Ellos preferían trabajar en la construcción de ferrocarriles donde el salario era mejor y menores las penalidades. No quedó otra opción que contratar personal sin calificación y pagarles sueldos más bajos. También afectó la impuntualidad del dinero presupuestado; en ocasiones demoró hasta seis meses en ser recibido. No se pudieron comprar los materiales necesarios en el momento oportuno.
Para solucionar estos problemas, el 30 de abril de 1864, el Gobierno aprobó un presupuesto adicional de 382 788 escudos. Aunque el progreso continuó lento. La guerra independentista que comenzó el 10 de octubre de 1868 también afectó la ejecución del proyecto. El 5 de mayo de 1871, al fin, fue inaugurado faro de Cabo Cruz. Su luz tenía un alcance de diecisiete millas y la obra estuvo bajo la dirección del capitán de ingenieros Antonio Lloytge.
Roberto Rodríguez Cardona aporta los siguientes detalles:
“La base del faro tiene cuatro metros de altura y forma de rombo octogonal, el resto de su construcción, de 31,81 metros de altura es de forma circular, ligeramente cónica a medida que sube, cuenta con una entrada y una escalera interior en forma de caracol, con 155 escalones y pasamanos de ébano negro importado de Galicia, España y posee 6 descansos intermedios con ventanillas que permiten la vista al mar desde cualquier ángulo.
La cúpula es una celda circular metálica de techo cónico con pararrayos externo, rodeada de un pasillo exterior protegido en forma de mirador que permite caminar alrededor de la torre, tiene ventanillas continuas de cristal que permiten hacer visibles los 4 haces de luz que proyecta el foco giratorio, alumbrado por faroles netamente coloniales. Su movimiento es accionado por un mecanismo de relojería, al que hay que darle cuerda diariamente y cuenta con una planta auxiliar por si falla el suministro eléctrico”.
Completa el conjunto arquitectónico la vivienda de torrero. Con un trazado rectangular, techo de tejas y paredes de bloques de piedra, posee un amplio patio interior, donde hay un aljibe para almacenar agua. Las 15 habitaciones se comunican mediante un corredor.
Desde la terraza de la casona hay una vista preciosa del mar. Ese mar Caribe que dejó de ser inseguro para la navegación gracias a los destellos luminosos del centinela de Cabo Cruz, que a la entrada del Golfo de Guacanayabo, en la provincia de Granma, permanece insomne las 24 horas del día, sobreviviente de ciclones y movimientos telúricos, durante más de 150 años, declarado Monumento Local de Cuba en 1991.
Fuentes:
Memoria sobre el progreso de las obras públicas en la isla de Cuba desde 1ro. de enero de 1859 a fin de junio de 1865, La Habana, Imprenta del Gobierno, 1866.
Emilio Bacardí y Moreau: Crónicas de Santiago de Cuba, tomo III, Tipografía Arroyo Hermanos, Santiago de Cuba, 1925.
Gerardo Castellanos: Panorama histórico. Ensayo de cronología cubana desde 1492 hasta 1933, Ucar, García y Cía, La Habana, 1934.
Aprobación del proyecto de construcción de un faro en Cabo Cruz. Archivo Histórico Nacional, Ultramar,244, Exp.4.
Diario de la Marina
La Correspondencia de España