¿Qué son 726 segundos? Puede parecer mucho tiempo, pero en realidad hablamos de solo 12 minutos, menos de un cuarto de hora.
Si los mortales nos ponemos a pensar en qué hemos invertido cualquier plazo de 12 minutos en nuestras vidas para lograr algo verdaderamente trascendente, quizás nos cueste trabajo encontrar una respuesta. En cambio, algunas personas, elegidas y tocadas por la mano de los dioses, pueden presumir de haber puesto el mundo a sus pies en 12 minutos.
Una de esas privilegiadas es Omara Durand (Santiago de Cuba, 1991), quien en 726 segundos ganó 26 carreras y 11 coronas en los Juegos Paralímpicos desde Londres 2012 hasta París 2024. En todo este tiempo, que se nos ha esfumado casi tan rápido como su paso endemoniado por la pista, la velocista indómita cosechó también 10 récords paralímpicos y cuatro plusmarcas mundiales. Fue simplemente arrolladora.
“Hay quien nos ha dicho, los entrenadores sobre todo, que se planifican de la plata hacia allá. El oro es nuestro. Los rivales lo ven como algo inalcanzable”, revela Omara a OnCuba.
En sus palabras se puede percibir cierto aire de grandeza o superioridad, pero enseguida matiza y nos deja bien claro que, además de su rapidez, lo que más ha distinguido su carrera es la humildad: “Yo digo que, como mismo aparecí yo un día, puede aparecer otra mujer que domine la velocidad, claro que sí”.
De momento, ese trono de las pistas en la categoría T-12 (débiles visuales profundos) ha quedado vacante tras los Juegos de París 2024, que marcaron su retirada del deporte activo luego de casi 25 años de entrenamientos y sacrificios.
De Santiago para el mundo
“Yo me inicié en el deporte cuando tenía 7 años. Estudiaba en una escuela para niños ciegos y débiles visuales en Santiago de Cuba. Tenía un profesor de Educación Física que se llama Reynaldo Gaspar del Castillo, y se dio cuenta de que podía practicar atletismo. Fue él quien me impulsó para meterme en este mundo”, recuerda Omara en un viaje directo a sus orígenes.
Su relato rescata pasajes inocentes de su niñez, el nacimiento de su amor por el atletismo y su recorrido por los distintos niveles de enseñanza, tanto especial como regular, en las que aprendió lecciones imprescindibles para la vida, como ser agradecida: “Siento gratitud eterna hacia todas las personas que me ayudaron en la escuela; todo el mundo no lo hace.
“No sufrí discriminación de los demás muchachos, pero en el aula todo iba más rápido para mí. Me tocó la época de las teleclases y yo no veía ni el televisor. Ahí tuve que buscar mecanismos para seguir adelante, porque no te puedes detener. Tuve la suerte de encontrarme con compañeros que me apoyaron, que se sentaban al lado mío para dictarme lo que escribían en la pizarra”, asegura Omara.
Desde esa etapa comenzó a forjar una personalidad de hierro, enfocada siempre en buscar un poco más, en empujar los límites: “Siempre he intentado superarme y no ver jamás una pared delante por tener una discapacidad, no ver un muro que no pueda cruzar, sentir que tengo obstáculos en mi vida. He sido, además, muy optimista, muy positiva para lidiar con la sociedad, con mi discapacidad y sentirme bien, realizada. Dice mi mamá que desde muy niña me trazaba metas, ya sea en el deporte o en la escuela, y todavía hoy lo hago. Cuando afronto nuevos retos respiro mejor”, afirma la corredora.
Con esa mentalidad se presentó ante los reflectores globales con solo 15 años durante los Juegos Mundiales organizados en São Paulo, Brasil por la Federación Internacional de Deportes para Ciegos, y después estuvo en los Juegos Parapanamericanos de Río de Janeiro 2007.
“Llegar a una competencia internacional fue algo grande. Imagínate, con solo 15 años. Recuerdo que tenía muchos nervios, inquietud, inseguridad, y cometí imprecisiones. Pero por la primera vez se empieza. Después cogí confianza y con el tiempo, tras probar y probar, fui creciendo. Obtuve madurez deportiva, entendí que debía ser más disciplinada y responsable, y así me convertí en lo que soy ahora”.
Christchurch-Londres: la ruta de la fama
Desde 2011 hasta 2024, Omara Durand dejó de ganar solo dos carreras entre Campeonatos Mundiales y Juegos Paralímpicos. Ambas “derrotas” se produjeron en la cita del orbe de Doha 2019, cuando quedó segunda en su heat eliminatorio de los 400 metros y tercera en la clasificatoria de los 200. Esos sucesos no tuvieron grandes consecuencias, porque después dominó la final de las 2 pruebas.
Si queremos encontrar otros tropiezos de Omara en eventos significativos tenemos que retroceder en el almanaque hasta 2008. Esa temporada, en el Nido de Pájaro de Beijing, vivió su debut bajo los 5 aros y no pudo acceder al podio en ninguna de las modalidades en las que se presentó. Sin embargo, esa experiencia con solo 20 años fue la base de sus posteriores triunfos, que tardaron casi un ciclo en llegar.
“Entre Juegos Paralímpicos hay muchas competencias, incluso, existe la Liga de Diamante para personas con discapacidad, pero siempre ha costado encontrar los fondos para participar en esos eventos. Eso no ha cambiado y después que terminé en Beijing competí poco hasta el Mundial de Christchurch, en Nueva Zelanda, donde gané mis dos primeras medallas de oro en un campeonato de máximo nivel. Eso no solo me dio a conocer, sino que me permitió llegar a Londres 2012 con la moral por las nubes”, explica.
Pero su explosión no tiene misterios ni secretos, solo trabajo: “Al final me pasaba todo el año entrenando, en igualdad de condiciones respecto a los atletas convencionales. Me preparaba con el mismo rigor y entrega, de lunes a lunes, a veces sin tiempo para la familia ni para salir como joven de 20 años que era”.
Ericka, la niña que corrió en Londres
Los Juegos de Londres 2012 ocupan un lugar especial en los recuerdos de Omara Durand. En el Estadio Olímpico de la capital británica, la santiaguera corrió tres veces, impuso igual cantidad de récords paralímpicos y ganó los títulos de 100 y 400 metros. Pero hay otro detalle que marcó para siempre esta cita para la velocista antillana: compitió embarazada.
“Yo no lo sabía. Hacía pesas, saltos, cosas peligrosísimas. De saberlo, no me habría arriesgado tanto, pero como no tenía conocimiento hice lo normal de cualquier deportista antes de una competencia de primer nivel”, revela Omara.
“No sentía nada. A lo mejor, el nivel de adrenalina que genera una competencia, el estrés y la concentración que obligatoriamente debemos tener los atletas no dejó al organismo manifestarse”, reflexiona la velocista.
Omara se enteró de todo cuando regresó a La Habana: “De vuelta en Cuba me hicieron unos exámenes y ahí salió que estaba embarazada. No tenía nada planificado, pero cuando supe la noticia fue bienvenida, una bendición. Tuve a Ericka en 2013, con solo 21 años, y para nada me causó problemas en mi carrera deportiva, porque a los 3 meses de parir me incorporé a trabajar poco a poco. Después de ser mamá obtuve los mejores resultados deportivos de mi vida”.
La génesis de una pareja explosiva
Si bien la maternidad no supuso un obstáculo para que Omara Durand volviera a entrenar, su regreso a la máxima competencia estuvo condicionado a una reclasificación para definir en qué categoría le correspondería correr. La santiaguera había estado concursando en la T-13 (débil visual), que no necesita guía, pero tras tener a su niña algunas cosas cambiaron.
“La clasificación la definen oftalmólogos del Comité Paralímpico Internacional. Ellos tienen una plataforma de médicos y en base a estudios deciden en cuál categoría vamos a competir. En mi caso, cada 2 años tenía que pasar por esa reclasificación y después de la maternidad ellos determinaron que debía bajar a la T-12, en la que el guía no es obligatorio, pero yo sentía que lo necesitaba para rendir mejor en determinadas circunstancias”, recuenta la velocista.
“En los grandes eventos, por ejemplo, casi siempre me tocaba competir de noche, y ahí todo se me dificultaba mucho. Otras veces había que correr mientras llovía y también me generaba situaciones con el tema de la discapacidad visual. Entonces, junto a la profesora Miriam Ferrer, mi entrenadora, y el resto del equipo técnico decidimos buscar un guía”, relata Omara, quien al principio tuvo una extraña sensación de incertidumbre.
De entrada, no sabía cómo iba a funcionar la sociedad y si el hecho de correr junto a otra persona limitaría su rendimiento. Sin embargo, las dudas se dispersaron rápido, al menos en la parcela competitiva, pues en el primer examen en pareja durante la cita del orbe de Doha 2015 rompieron todos los cronómetros: 4 récords mundiales y cosecha dorada en los 100, 200 y 400 metros planos.
Yuniol Kindelán, la otra mitad
Industria, entre Habana y Barcelona, justo detrás del Capitolio. Allí creció Yuniol Kindelán, quien de su niñez no recuerda hacer otra cosa que gastar las suelas de los zapatos y devorar kilómetros de asfalto en el corazón de la capital cubana.
“Siempre estuve en el atletismo. Me pasaba el día corriendo y así fue como empecé a practicar deportes. Después subí por la famosa pirámide hasta el equipo nacional, pero no duré mucho”, recuerda con cierta nostalgia Yuniol, parapetado detrás de unas elegantes gafas de pasta y un “espendrú” muy característico.
El escudero de Omara Durand, su otra mitad en las pistas, abraza hoy la fama tras una década de éxitos, pero su carrera estuvo muy cerca de alejarse de los focos: “En el equipo nacional de atletismo todos los años te piden una marca para continuar y yo no lo logré, por lo que me sacaron. Me quedé en el limbo”.
¿Fue traumático?
Por supuesto, pero eso es parte del deporte, una casi oculta, porque por lo general siempre se escribe de los éxitos, no de las derrotas. Yo entrené, me sacrifiqué, di lo mejor, pero la marca no salió. Fue un momento en blanco, aunque afortunadamente breve, pues justo unos días después de salir del equipo nacional Miriam Ferrer habló conmigo sobre la posibilidad de competir con Omara y comenzamos a trabajar.
¿Qué sentiste en ese momento?
Sinceramente, pensé que iba a ser muy difícil. Yo nunca había corrido con nadie y Omara tampoco. Además, ya ella tenía grandes resultados y era un reto tremendo mantenerlos, pero lo asumimos, aunque al principio aquello era un desastre. No es lo que gente está adaptada a ver, lo que pasa es que somos responsables con el trabajo, muy serios, y a la larga logramos la compenetración necesaria y hasta el sol de hoy.
¿Te imaginaste un futuro tan promisorio cuando causas baja?
No, nunca. Jamás pensé llegar a tanto. Además, el deporte para discapacitados no tenía demasiada atención, no lo ponían casi por televisión ni se hablaba en los medios, solo en los Juegos Paralímpicos y ya. Entonces, no sabía del todo a qué me enfrentaba. Al principio decía: “¿Qué es lo que debo hacer aquí? ¡No entiendo!”. La verdad no podía imaginar que después de eso llegaríamos tan lejos.
El cambio para ti fue drástico, no solo por pasar al deporte paralímpico, también por enfrentarte a distancias nuevas…
Sí, siempre fui corredor de 400 metros, no había competido como tal en la velocidad, por lo que resultó un poco complejo al principio, sobre todo en los 100. Por temas de arrancada y otras cuestiones técnicas me costaba bastante, pero las pulí y mejoré.
¿Eso fue lo más difícil de aquellos inicios?
No, qué va. Lo más difícil fue la sincronización para los 2. Sabíamos correr, pero hacerlo atados con una cuerda y en distancias cortas con muy poco margen de error ya se vuelve más complicado. En este tipo de carreras no te puedes equivocar porque pierdes casi toda posibilidad de ganar. Cuando logramos sincronizar fue todo bien.
La silueta perfecta
Con una toma de cámara adecuada, da la impresión de que Omara Durand y Yuniol Kindelán son un solo cuerpo que deja su estela en la pista a la velocidad de la luz. Su silueta es exquisita y apenas se difumina cuando la santiaguera se adelanta al cruzar la meta. Muchos corredores pasan años buscando estos niveles de perfección y a veces no lo consiguen, pero la dupla cubana dio con la tecla en cuestión de un año.
Omara y Yuniol comenzaron a trabajar juntos antes de los Juegos Parapanamericanos de Toronto, pero el capitalino no pudo hacer el viaje a ese evento y su debut en conjunto se retrasó hasta el Mundial de Doha, a finales de 2015. Aunque allí reclamaron todas las coronas vacantes, su verdadera prueba de fuego llegó al año siguiente en la cita estival de Río de Janeiro, Brasil.
Para esos Juegos Paralímpicos ya Cuba se enfrentaba a un escenario desafiante, pues Yunidis Castillo, la reina de las comitivas antillanas en Beijing 2008 y Londres 2012, no parecía en condiciones de reeditar sus hazañas en la pista. De hecho, en la urbe brasileña solo logró un subtítulo en el salto largo y se fue en blanco en las carreras.
Omara era entonces la candidata al trono de Yunidis y lo reclamó a lo grande, consolidando una de las dinastías individuales más espectaculares en el deporte paralímpico. Sin embargo, su paso por Río 2016 fue un reto mayúsculo, pues por primera vez competió acompañada en lides bajo los 5 aros y lo hizo junto a un guía con quien no solo había trabajado unos meses.
“Arrastrábamos problemas de sincronización que nos costaba resolver, hasta que un día, después de mucho tiempo cogiendo palos de Miriam, nos salió todo perfecto. Fue un trabajo duro a la hora de la arrancada y la coordinación del braceo y las piernas. Pero lo logramos y después nunca más nos falló. Llegamos a un punto en que podíamos dejar de entrenar o hacerlo sin la cuerda y cuando regresábamos nos salía a las mil maravillas”, explica Omara.
Aunque ahora parezca un ejercicio de rutina, la realidad es que lograr esa compenetración y dibujar una silueta perfecta en la pista es solo para elegidos: “Creo que eso lo conseguimos a partir de nuestro nivel deportivo, de mi capacidad como atleta y la de Yuniol como guía. Por otra parte, físicamente tenemos características similares, como la estatura. En algunas duplas no es así, te encuentras a guías muy altos al lado de muchachas muy pequeñas. Me imagino que sea difícil, independientemente del talento que tengan.
“Otra cosa, a veces los guías también se desesperan porque quieren que la atleta responda de otra manera, y entonces viene la descoordinación. Y por último, nosotros nos llevamos súper bien. Yuniol no tiene ni que hablar ni decirme nada, solamente de yo percibir el ritmo de la carrera, ya yo sé lo que tengo que hacer”, detalla Omara.
Y hablando de estrategias, me asalta la duda de cómo es el proceso de marcar el paso en carrera. “¿Alguien impone el ritmo?”, pregunto y Yuniol no titubea: “Nadie hala a nadie. No. Eso no existe”, dice convencido.
“Omara es una atleta excepcional y yo tuve que adaptarme a ella, porque es quien marcaba el cronómetro, la que pasaba primero por la meta. Durante los entrenamientos, yo imponía un ritmo, a veces por encima de sus niveles habituales, con el objetivo de ver su capacidad de respuesta. Constantemente nos estábamos probando, un día me iba un poquito por delante y ya cuando ella igualaba ese ritmo se le quedaba grabado en la cabeza. Entonces, en la competencia nadie se adelantaba, sencillamente leíamos lo que necesitábamos y así corríamos”, precisa Yuniol.
Con esta fórmula sentaron cátedra durante casi una década, lapso en el que la incógnita de sus carreras era si iban a quebrar récords, pues su supremacía no era tema de debate: Al respecto, Kindelán asegura que nunca salieron a buscar marcas, solo a correr duro: “Por supuesto, cuando llegábamos a una competencia después de buenos períodos de entrenamiento sabíamos que las posibilidades eran mayores, pero en ocasiones estando a tope no se dieron y en otras, sin llegar al máximo, sí los conseguimos. Son cosas del deporte. Lo que sí tuvimos siempre claro es que uno se puede aferrar a los récords, porque entonces sí es complicado lograrlos”.
Tokio y el obstáculo del confinamiento
El 25 de agosto de 2020 el fuego olímpico iba a iluminar el cielo de Tokio, pero la pandemia de coronavirus congeló la llama de la cita estival. El mundo había entrado en caos desde inicios de año y el deporte no escapó de las suspensiones de eventos, con consecuencias nefastas para todos los atletas que ya estaban listos para asaltar la capital nipona.
“Hubo un momento en que nos percatamos de que el aplazamiento de los Juegos Paralímpicos era inevitable. Estaba todo el mundo en cuarentena, no se podía hacer nada y creo que nadie sabía cómo y cuándo regresaríamos a la normalidad”, recuerda Omara.
¿Qué hacer entonces? “Nunca dejamos de hacer ejercicio. Siempre estuvimos trabajando donde se pudiera y como se pudiera. Yo lo necesitaba para mantener el peso corporal, porque tiendo a subir con facilidad, y para no perder el tono muscular. Eso era básico, porque si te encierras en la casa sin entrenar nada, los músculos se empiezan a debilitar y cuando vas a arrancar otra vez te cuesta un mundo.
“Además, nosotros llevamos muchos años practicando deporte y el corazón está adaptado a esa rutina. Cuando bajas mucho los niveles, así de repente, estás en riesgo de que te suceda cualquier cosa, hasta la muerte súbita. Entonces, había que buscar un equilibrio por la vía del ejercicio”, explica Omara, quien estuvo 5 meses sin trabajar con Yuniol Kindelán.
“Él estaba por su lado y yo por el mío. No había otra opción. Al final nos incorporamos a entrenar juntos en septiembre de 2020, ya pensando en los Juegos de Tokio, que tenían fecha para agosto del año siguiente. Digamos que fue un contratiempo estar alejados, pero a todos les pasó lo mismo. Nuestros rivales también tuvieron que aislarse, evitar el contagio a toda costa y trabajar cuando existieran las condiciones”, rememora la velocista.
La puesta a punto fue desafiante, aunque para ellos no representó un problema mayúsculo: “Como ya hemos dicho, nosotros podemos dejar de entrenar sin la cuerda el tiempo que sea y cuando volvemos a correr con ella lo hacemos sin dificultad. Eso es gracias al trabajo de años, la experiencia y la compenetración”, asegura Omara.
Y en efecto, en Tokio no se notaron grietas en la preparación y dominaron de punta a cabo, incluso, con récord mundial y paralímpico en la final de los 200 metros. De nuevo volvieron a contemplar por el retrovisor a todos sus rivales, rendidos ante el reinado de la santiaguera.
París y la recta final
El retiro no le dio dolores de cabeza a Omara Durand. Asumió ese proceso como algo natural, marcó los tiempos en el almanaque y decidió parar en la cúspide de su carrera, después de llegar a 11 títulos paralímpicos en París.
La capital francesa la vio ascender otra vez a lo más alto en 3 pruebas. En cada una de ellas brilló, corriendo contra el tiempo, contra el cronómetro, su verdadero oponente: “Para eso entrenamos, para mejorar nuestras marcas. Sabemos que no tenemos rivales, las propias corredoras de otros países lo dicen. Pero eso no significa que sea cómodo, ni el hecho de que saquemos mucha ventaja significa que sea cómodo. Nosotros vamos duro siempre, nos esforzamos al máximo, no por gusto entrenamos tanto”.
París 2024 implicó un ejercicio de autocontrol por la simple razón de afrontar 9 carreras en un plazo de 6 días, el total más alto de toda su trayectoria estival: “El calendario nos obligó a dosificarnos. En algunos casos solo corrimos para clasificar, sin muchas exigencias, lo que nos permitió bajar un poco el ritmo, pero siempre muy enfocados, porque al más mínimo error corríamos el riesgo de la descalificación. Todo el mundo estaba pendiente de Omara y no podía fallar nada”.
Por fortuna, no hubo desliz alguno en la Ciudad de la Luz, que la vio despedirse entre lágrimas y reluciente, solo con preseas doradas en su pecho. En su última recta volvió a abrir las turbinas y a poner tierra de por medio respecto a sus rivales, sin presión de ningún tipo: “Cuando eres la mejor del mundo, todos se preparan para derrotarte, pero eso nunca nos pesó. Trabajamos con el corazón y con mucha entrega para lograr un objetivo y casi siempre lo cumplimos”.
Quedó entonces vacante el espacio de honor del movimiento paralímpico cubano, forzado ahora a buscar otro referente para los próximos ciclos. De igual manera se quedó solo Yuniol Kindelán, sin pareja con la que compartir la cuerda mientras corre por la pista. El adiós de Omara probablemente también implique su despedida, aunque siempre hay una puerta abierta.
“Solo he corrido con Omara y la idea siempre fue que cuando ella terminara yo seguiría sus pasos, porque igual llevo mucho tiempo en esto. Aunque no me gusta ser absoluto, si apareciera alguien y yo pudiera mantener la motivación, quizás lo intente unos añitos más, a fin de cuentas el deporte es lo que me gusta”.
Carta de despedida
“Los sueños siempre están ahí y una va tras ellos. En el deporte, con lo primero que soñé fue con participar en un evento internacional, y así pasó. Luego me propuse crecer como atleta y tener muchos resultados, y eso también pasó. Pero lo más impresionante de todo este viaje es que hay cosas que nunca me las imaginé y sucedieron. Eso se lo atribuyo al esfuerzo de todos los días, a la entrega y al gran amor que siento por el atletismo.
“Todavía soy joven, pero llevo muchos años practicando deportes, algo que solo se puede definir con una palabra: sacrificio. Aunque se requiere de mucha concentración, lo más difícil no es competir, sino entrenar. Tramos y kilómetros recorridos, pesas, saltos; mañana y tarde; con sol o con frío. No hay manera de explicar el agotamiento. Ojalá se pudiera competir sin entrenar…
“Y ojalá también pudiéramos competir sin lesiones. Yo me he cuidado mucho, aunque he pasado por malos momentos. Del Mundial de Doha 2019 salí desbaratada y fui a parar a un salón de operaciones. Me recuperé y volví a competir, pero el deporte de alto rendimiento te exige intensidad. El deporte de alto rendimiento obliga a tu corazón a latir fuerte, porque en la competencia vas al máximo, das siempre el extra.
“Por eso decidí no correr más después de París. De ahora en adelante quiero hacer crecer mi familia. Ojalá la vida me de la bendición de tener otro hijo, lo voy a intentar. Igualmente voy a intentar operarme de la vista, quisiera ver un poquito más, estudiar, superarme y, por supuesto, apoyar al deporte cubano en lo que sea necesario.
“Hasta aquí tengo que dar gracias. Yo no me siento famosa, pero he recibido muchos reconocimientos que casi ni me lo creo. Estoy tan orgullosa de eso. La única manera que tengo de retribuirlo es siendo amable con todos. A veces estoy agotada y con deseos de compartir con la familia, pero soy recíproca con la gente que reconoce mi trabajo. Por eso, al que me saluda, yo lo saludo, y al que me pide una entrevista con gusto se la doy. Es bonito, se disfruta.
“No estoy segura de merecer tanto, pero creo que es un premio a lo perseverante que he sido. De alguna manera, como atletas paralímpicos, nos hemos convertido en un paradigma”.