Lo ha vuelto a hacer. Post Card, la muestra pictórica de Eduardo Abela, colateral a la XV Bienal de La Habana, trae más de su estrategia artística y su mundo simbólico, que tanto entusiasman a un sector del público y la crítica.
El artista parte de cierto costumbrismo sui géneris, comentarios de actualidad que se presentan, por lo regular, en un empaque vintage que remite lo mismo a obras de la llamada alta cultura que a personajes de existencia histórica, para deslizar comentarios críticos sobre el presente: apropiaciones, parodias, citas recontextualizadas. Su compromiso civil, su cualidad de hombre preocupado con los avatares del día a día en el mundo al que se ve circunscrito, le reclaman una participación en el debate público de la mejor manera que le es dada: produciendo obras de excelente factura que quedarán como un testimonio ardiente de los tiempos que corren. Habanero de varias generaciones, se exalta y se duele del estado de la ciudad, dama de 505 años que pierde a ojos vista el glamour que le es consustancial.
Entre las diez piezas que pretenden ser tarjetas postales1, destacan, para mí, “Aguas de La Habana”, “Sácame Desetebache”, “Drink Cocacola”, “El maní”, “Foto de estudio” y “El visitante”.
En “Aguas…” aparece Francisco de Albear y Lara (La Habana, 1816-1887), notable ingeniero cubano que, entre otras obras relevantes, diseñó y construyó el acueducto que lleva su nombre, el cual ha llegado hasta nuestros días. Este personaje se presenta delante de la publicidad de una marca de agua mineral de la época republicana, armado de dos cubos, lo que habla de la precariedad en el abasto del imprescindible líquido.
Por su parte, San Cristóbal, patrono de la capital del archipiélago, pide que lo saquen de este bache (¿físico, económico, social?), mientras intenta avanzar por un bosque tupido. Como es habitual en las representaciones de este santo, carga con un niño al que hay que salvar en su inocencia. Destebache es un lugar más que un accidente tópico, una metáfora englobadora, el todo por la parte…
El Caballero de París, personaje emblemático y urbano que llegó hasta bien entrado el Siglo XX, promociona “la bebida del enemigo”. José María López Lledín, que tal era el nombre de este gallego, deambulaba por la urbe, y de tiempo en tiempo cambiaba de “morada”: vivía en los portales, casi siempre al aire libre, no aceptaba limosnas y lanzaba arengas y poemas retóricos y enrevesados a todo aquel que quisiera escucharlo. Era el símbolo de la hidalguía que la miseria no pudo doblegar. Ahora promociona la Coca-Cola.
Un veterano de nuestras guerras de independencia vende maní en el Malecón, con el morro al fondo. Se sabe que muchos de nuestros héroes de las luchas contra el dominio colonial luego fueron abandonados a su suerte, y no pocos de ellos murieron en la miseria. Esta obra nos remite a la desprotección del adulto mayor —que en gran número participaron activamente en el proceso revolucionario—, uno de los sectores más golpeados por la crisis económica en el país.
En “Foto de estudio”, una pareja posa. Él es un mambí; ella, presumiblemente su pareja (¿la patria?), lo arropa con la bandera. Convicción, orgullo, sentido de pertenencia. Tanto el hombre como la mujer llevan una estrella en sus tocados. Todas las imágenes de los mambises que aparecen en la exposición parten de fotos de estudios, de los primeros años del siglo XX.
“El visitante” viene “del frío”. Aquí lo recibe un írime y una grácil bailarina. Cultura popular, que, llevada a la categoría de espectáculo, pasa a ser folclor. A los turistas se les “sirve” una imagen edulcorada del país. Se distorsiona el legado cultural, se tergiversa el origen múltiple de nuestra identidad.
Es satírica la obra de Abela. Usa el “látigo con cascabeles” de una crítica que nunca se lanza desde las cómodas barreras del que observa. Él critica y se critica. Expone y se expone. El artista exterioriza su diálogo interior, interpela a muchos, pero no como masa, sino en su irreductible individualidad.
La tarde que fui a ver Post Card coincidí con un grupo de estudiantes universitarios. Observé sus reacciones ante cada una de las obras. A la extrañeza inicial, seguía el develamiento del código. Intercambiaban miradas inteligentes, se llamaban los unos a los otros para que atendieran este o aquel detalle. Reían. Y ya conocen la paráfrasis: el que ríe, otorga.
Dónde: Museo de Arte Colonial. San Ignacio no. 61 e/Empedrado y O’Reilly, Habana Vieja.
Cuándo: Hasta el 28 de febrero, de martes a domingo, de 9:30 am a 5:00 pm.
Cuánto: Entrada libre.
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En la realización de las obras se ha partido de postales reales, que sirven de fondo a las piezas. Entre estas y los personajes, se crean una relación de intertextualidad, tan cara al arte posmoderno.