El 28vo Festival Internacional de Ballet de La Habana “Alicia Alonso” ya es historia. En lo sucesivo, cuando se recuerden los días en que esta fiesta de la danza sorteó crisis energéticas, el impacto de un huracán y otras tribulaciones de la cotidianidad cubana, probablemente haya en muchos de los organizadores, artistas participantes y público en general una expresión de satisfacción por haber logrado llevar a buen puerto un evento como este.
A pesar de todo, el mundo bailó en La Habana una vez más, desde que la prima ballerina assoluta Alicia Alonso fundara esta cita internacional en 1960. Desde entonces La Habana se convierte, cada dos años, entre el 28 de octubre —coincidiendo con el aniversario de la fundación del Ballet Nacional de Cuba— y el 10 de noviembre, en una vitrina para mostrar buena parte de lo que más vale y brilla en la danza mundial.
Artistas de más de una veintena de países, representantes de una amplia gama de compañías, trajeron sus propuestas en una edición que se caracterizó por ampliar el espectro e ir más allá del ballet clásico: una fiesta de toda la danza.
También hubo motivos para el homenaje y la reverencia a grandes figuras, referentes ineludibles de todo el talento que ha venido después de ellos, como el argentino Julio Bocca, el ruso Azari Plisetski, así como el recuerdo a Fernando Alonso, en el 110 aniversario de su natalicio.
Se abrió el telón el 28 de octubre. Tras el habitual desfile de figuras del BNC y sus vástagos de la Escuela Nacional de Ballet “Fernando Alonso”, estaba una de las leyendas vivas, que vio en primera persona el nacimiento y desarrollo de eso que conocemos hoy como “escuela cubana de ballet”, el método de enseñanza sobre el que se cimenta el desarrollo de este género en la isla.
Sobre el escenario, Azari Plisetski —procedente del Bolshoi, quien fuera primer bailarín del Ballet Nacional de Cuba y partner de Alicia Alonso—, recibió el aplauso de un público que reconoció en él buena parte de la historia del ballet cubano, al que tanto aportó junto a los fundadores Alicia, Fernando y Alberto Alonso, así como al desarrollo de este evento.
“El Festival es útil”, dijo Plisetski días después en un encuentro con la prensa. “Para los bailarines, un festival como este es como un congreso para los científicos. Nosotros podemos contrastar diferentes logros y formas de enseñanza. Por eso yo saludo con ambas manos el esfuerzo que hacen para mantener este acontecimiento. Es importante mantenerlo y desarrollarlo”.
Expectante a lo que ocurriría en cada una de las presentaciones, la audiencia acompañó lo que aconteció durante los días de Festival, entre el gusto de reencontrarse con figuras internacionales fieles a esta cita, la novedad de los debuts sobre la escena y el regreso de no pocos bailarines cubanos que hoy brillan con su arte en otras compañías, alrededor del mundo.
Ahí estaba El peso del instante, un estreno mundial firmado por el sueco Pontus Lidberg —que acaba de ser nombrado director del Ballet de la Ópera de Niza, Francia— e interpretado por los bailarines del Ballet Nacional de Cuba, secundados —o debería decir, irradiados— por la música de Aldo López Gavilán al piano.
Fue grato el regreso de la agrupación mexicana Anajnu Veatem, una compañía interdisciplinaria que lleva las danzas tradicionales judías a otro nivel de disfrute escénico. Con el fragmento de Jeunehomme, de Uwe Scholz, interpretado por el cubano Esnel Ramos y la italiana Rachele Buriassi, ambos de Les Grands Ballets Canadiens, conmocionaron al público, como hicieron en su interpretación del pas de deux Espartaco.
Esta pieza, Espartaco, subió a escena en otra oportunidad del Festival, asumida por los rusos Irina Perren y Marat Shemiunov, del Teatro Mijailovski de San Petersburgo, pero con un toque distinto: esta vez fue una experiencia más impactante, igual que sus Aguas Primaverales. Sencillamente, se metieron al público en el bolsillo.
Estremecedores fueron las apariciones de Danza Contemporánea de Cuba con su fragmento de Mambo 3XXI, de George Céspedes y Súlkary, de Eduardo Rivero. Comunidad, del Conjunto Folklórico Nacional de Cuba llegó con la fuerza de las raíces afrocubanas que Leivan García eleva a otras dimensiones. Con Almas en procesión, Lizt Alfonso Dance Cuba celebró para el público su primera participación en la historia de este Festival.
Estos días de la danza fueron oportunos, también, para la revelación, el trance y la reflexión. Tal vez, si una obra como Mondo, de Susana Pous, hubiera faltado en la programación, este Festival no habría sido el mismo. Mondo fue esa ocasión para hablar del presente interconectado, las violencias, los excesos, las adicciones, el control. En definitiva, abordar desde la danza el presente que nos rodea. En esa línea, Otro Lado Dance Company, agrupación dirigida por Norge Cedeño, llegó con cuatro creaciones que no dejaron indiferentes a los espectadores, desde Inside y Paradoja, hasta Ritual Garden y Folk Room. Malpaso Dance Company, comandada por Fernando Saez, hizo lo propio con Woman with water, Tabula rasa y Ara.
Incluso, alguna novedad escénica resultó familiar para los espectadores. Piezas como Le Parc, coreografía de Angelin Preljocaj, interpretada por Verity Jacobsen y Antoine Debois —ambos del Ballet Preljocaj— ha sido vista en algunas publicaciones de la cuenta de Instagram Cultura Inquieta y ha recibido miles de reacciones de usuarios en esa red social. Así ha ocurrido también con Interlinked, de Juliano Nunes, interpretada por Brandon Lawrence (Ballet de Zúrich) y Tzu Chao Chou (Birminghan Royal Ballet).
Tzu Chao Chou subiría a escena en otra estimulante oportunidad con Liebestod (Muerte de amor). Otro solo exquisito lo protagonizó la estadounidense Emily Bromberg, con Hotel room, con música de Ezio Bosso.
Joaquín de Luz, nuevamente de visita al festival con varias facetas interpretativas, subió a escena en dos oportunidades con su solo de Farruca —pieza cuya autoría comparte con la bailaora española Sara Calero—, y el ruso Daniil Simkin fue aclamado por su Les bourgeois.
El Ballet Nacional de Cuba, compañía anfitriona del Festival, bajo la dirección general de Viengsay Valdés, aprovechó la ocasión para regalarnos nuevamente la gala de celebración por el 20 aniversario de la colaboración con los amigos británicos de la agrupación, con el programa que ofreciera en julio pasado, enriquecido con otras piezas.
Y volvimos a ver Celeste —una década después de su estreno en este evento—, de la belgo-colombiana Annabelle López Ochoa, o el reciente estreno de la compañía, firmado por el danés Johan Kobborg, Lucile, la misma noche del Espartaco de Perren y Shemiunov, así como el pas de deux El Corsario, interpretado por Daniil Simkin y la primera bailarina del BNC, Anette Delgado.
La guinda del pastel fue la temporada de El lago de los cisnes —que arrancó con un tributo a un emocionado Julio Bocca, leyenda argentina de la danza que tuvo su debut y su retiro con ese ballet en nuestro país. Este clásico regresaba a la escena habanera tras años sin ser disfrutada por la audiencia, con un cuerpo de baile muy joven que en su mayoría debutó con la interpretación de uno de los ballets clásicos más reconocidos por el público.
Fueron cinco funciones en las que vivimos el embeleso del príncipe Siegfried con el cisne blanco, el enigma del cisne negro y esa dualidad Odette/Odile que es, sin duda, prueba de fuego del talento de las grandes bailarinas que las encarnan.
Por los roles principales de El lago… vimos pasar desde las primeras bailarinas cubanas Sadaise Arencibia, Grettel Morejón, Anette Delgado y Viengsay Valdés, hasta la bielorrusa Ksenia Ovsyanick (Staatsballet Berlín), la rusa María Iliushkina (Teatro Mariinski, San Petersburgo), así como la portuguesa y descendiente de cubanos, Margarita Fernandes (Ópera Estatal de Baviera). Interpretando al príncipe Siegfried, las primeras figuras del BNC, Yankiel Vázquez, Ányelo Montero y Dani Hernández, así como el cubano Patricio Revé, primer bailarín del Queensland Ballet de Australia, Semyon Chudin, del Ballet Bolshoi y Antonio Casalinho, de la Ópera Estatal de Baviera.
Cada ocasión en que se descorrieron las cortinas el 28vo Festival Internacional de Ballet de La Habana “Alicia Alonso”, los espectadores hicieron el viaje prometido, ya fuera a ese reino del siglo XV en Europa Central narrado en El Lago de los cisnes o a cualquiera de esos instantes que los bailarines querían contarnos.
Un templo de la danza en el mundo: los artistas tienen la palabra
Durante los días de la más reciente edición del Festival Internacional de Ballet de La Habana se suscitaron varios encuentros entre los bailarines y la prensa, en los que OnCuba estuvo presente.
La francesa Mathilde Froustey, antes de subir a escena junto a Riku Ota para interpretar la pieza Delibes Suite —ambos pertenecen al Ballet de Burdeos, Francia— afirmó en ese marco que “venir a este país es muy impresionante para los bailarines porque Cuba es un templo de la danza en el mundo. En todas las compañías hay bailarines cubanos increíbles. Yo tuve la suerte de compartir con ellos durante mi paso por el San Francisco Ballet y fue muy enriquecedor para mí”.
Igual entusiasmo mostraron Irina Perren y Marat Shemiunov, quienes visitaban La Habana por segunda ocasión. “Nosotros somos grandes admiradores de la escuela cubana de ballet”, aseguró Marat y adelantó su interés por realizar futuras colaboraciones con el Ballet Nacional de Cuba, tal vez, con música de Shostakovich como aglutinante.
Mientras, Perren recordó su fascinación, desde muy joven, por la destreza de los bailarines cubanos. “Me había graduado, fui enviada a un encuentro internacional de bailarines donde había representantes de escuelas de ballet de muchos países. Entre ellos había un representante de la escuela cubana de ballet, Rolando Sarabia. Yo quedé prendada de su técnica, fue un descubrimiento fenomenal”.
Marat secundó aquel recuerdo con una opinión. “Para mí, como bailarín, como intérprete de la danza masculina, ha sido de gran inspiración la interpretación de los bailarines cubanos Carlos Acosta, Sarabia, José Manuel Carreño. La naturaleza del bailarín cubano enriquece enormemente la danza clásica, la dota de variedad artística y de talento”.
Uno de esos cubanos que hoy prestigian el sello de la escuela cubana de ballet en otras latitudes y que brilló durante los días de Festival fue Esnel Ramos, primera figura de Les Grand Ballets Canadiens. Contó que “volver a La Habana es algo muy significativo. Conozco mucho el repertorio cubano, pero quería traer algo diferente, algo que normalmente no se presenta aquí. Por eso decidimos traer el Jeunehomme, de Uwe Scholz, un pas de deux muy difícil, dramático, con una música hermosa”.
Su partenaire, Rachele Buriassi, comentó al día siguiente de la presentación que “la experiencia de bailar para los cubanos fue increíble. Cuando estábamos bailando podía sentir al público; estaban con nosotros en ese momento dramático, con esa energía”.
Esnel Ramos manifestó su agradecimiento y orgullo por dominar la técnica cubana del ballet. “Donde quiera que uno llega, no importa en qué país, dicen ‘oh, es cubano’, como expresión de respeto. Pero el hecho de haber experimentado luego otro estilo de baile, te hace evolucionar un poco más: pasas más de la técnica a algo lírico, más sentimental, algo más profundo de actuación”.
La experiencia de vida de Esnel ha sido parecida a la de tantos artistas cubanos que hoy crean en otras tierras. Patricio Revé lleva en Australia seis años. Empezó como cuerpo de baile y ahora es primer bailarín del Queensland Ballet. “Siempre he extrañado mis raíces, volver a mi país, bailar para mi familia, para el público que me vio crecer. Estar hoy aquí, pienso, es el highlight de mi carrera, hasta el momento”, confesó el joven artista, que tras su paso por el BNC se ha curtido en un repertorio, el del Queensland, entre obras de Kenneth MacMillan, Ben Stevenson, George Balanchine, coreógrafos locales australianos y piezas contemporáneas.
“Creo que los bailarines cubanos están preparados para hacer cualquier tipo de estilo de ballet. Tenemos la técnica, la capacidad; es solo hacer el trabajo para sacar otro tipo de habilidades. Es como pulirnos en una manera distinta, pero la base está ahí, solo hay que trabajar”, reflexionó Revé, quien volvió a bailar con el Ballet Nacional de Cuba, esta vez en calidad de primera figura invitada, en piezas como Tres Preludios, de Ben Stevenson y la versión cubana de El lago de los cisnes, junto a la primera bailarina Anette Delgado.
Un evento como este sirve de oportunidad para que muchos bailarines cubanos vivan el dulce reencuentro con la compañía donde se formaron y con el público que los vio nacer como artistas. Son vidas a las que vale la pena acercarse para ver cómo se ha movido el talento cubano del ballet y cómo ha poblado otras realidades y conectado con otras sensibilidades e, incluso, liderado proyectos en el exterior.
Es el caso de Víctor Gilí, quien fuera primer bailarín del BNC y hoy dirige el Ballet Concierto de Puerto Rico. Su presencia en el Festival fue uno de los pilares de esta edición, sobre todo por su apoyo en las clases y ensayos de bailarines. Acudió en representación de su compañía junto a la bailarina puertorriqueña Faviana Quiles, quien se presentó con el pas de deux Las llamas de París, junto al cubano Roque Salvador.
“Esta es mi casa”, dijo Gilí, quien apoya con su experiencia al Ballet Nacional de Cuba siempre que sus compromisos lo permiten. “Me satisface mucho poder venir y apoyar, poder hacer lo poco que pueda, o lo mucho. Me gusta. Yo siempre paso por acá: me llaman, yo vengo; no me llaman y vengo también”.
Por su parte, Faviana Quiles hizo énfasis en sus vínculos con la educación cubana de la danza desde su etapa formativa, influenciada por exponentes como el cubano Joaquín Banegas (1935- 2023) y la puertorriqueña Silvia Marichal (1944-2014).
Quiles tuvo la oportunidad de venir por primera vez a Cuba en 2016, como estudiante, a los talleres internacionales Cuballet. “Siempre he escuchado sobre Cuba porque estamos pegaditos. Me gusta ver, en este viaje, que estamos mucho más involucrados de lo que yo pensaba y me encantaría que en Puerto Rico se supiera más lo involucrados que estamos con este país. Me encanta también ver que acá se apoya tanto el arte, el ballet. En Puerto Rico necesitamos eso”.
Ese mismo sentimiento de simbiosis, de cercanía, fue una sensación compartida por otras figuras invitadas, desde los representantes del Ballet de Monterrey, comandados por su director, el cubano Yosvani Ramos, hasta el bailarín brasileño Marcelo Gomes, quien aseguró que su historia con Cuba empezó gracias a Alicia y Laura Alonso, cuando tenía diez años, también en los encuentros internacionales de Cuballet.
Gomes, una figura consagrada de la danza mundial, antiguo primer bailarín del American Ballet Theatre, vivió los días de este festival al máximo, estrenándose en el rol de Don José en la versión cubana del ballet Carmen, y en otras caras interpretativas. Para preparar su papel, tuvo los mejores ensayadores posibles. Un cuadro de lujo, formado por Azari Plisetski, José Manuel Carreño y Víctor Gilí. “Carmen es un ballet que siempre quise bailar; es icónico y creo que siempre procuro ver qué están diciendo los movimientos. No ejecuto ninguno sin conocer la emoción antes. Eso para mí es lo más importante”, sintetizó Marcelo sobre su estreno.
Otros dos debutantes, pero en los roles principales de El Lago de los cisnes, Antonio Casalinho y Margarita Fernandes, compartieron su historia, explicando que sus vínculos con Cuba vienen casi desde la cuna. Ambos son portugueses y hoy brillan en la Ópera Estatal de Baviera, pero antes fueron formados por la madre de Margarita, la cubana Annarella Sánchez, profesora, quien cuenta con una academia de ballet en Portugal.
Antonio Casalinho reconoció tener los mejores maestros de la escuela cubana “que estuvieron en Portugal y me educaron como bailarín y también como persona. Tuvimos la suerte de pasar por todo eso y, la verdad, siento que esta relación con Cuba siempre nos ha acompañado, porque justo cuando llegamos a una compañía en Múnich encontramos a dos bailarines cubanos —Yonah Acosta y Osiel Gouneo—, quienes nos ayudaron a entender cómo es la vida en una compañía, cómo crecer; siempre han estado presentes”.
Mitad cubana, mitad portuguesa, como reconoció Margarita Fernandes, “parte de mi familia vive en Cuba, en Camagüey. Este país está en mi sangre, en mi casa, en la comida, en todo lo que he vivido. Yo empecé a bailar muy temprano, educada por mi madre. Cuando cumplí diez años ella pensó en enviarme a Cuba, pero vio que había un grupo de niños con mucho talento y llevó de Cuba a Portugal los mejores maestros para darnos clases: Marta Iris Fernández, Elena Cangas, Raquel Agüero, Ramona de Saá, y otros. Estar aquí me llena el corazón. Nunca pensé que mi primer ballet grande, El lago de los cisnes, pudiera ser aquí como invitada”.
Un festival muy diverso
Esta edición 28 del Festival Internacional de Ballet de La Habana respondió una diversidad de presencias y estilos que no dejó indiferentes a ninguno de los asistentes a las presentaciones de la cita. Para Karola Hernández, directora general del Insituto Colombiano de Ballet Clásico (Incolballet), “nos hemos encontrado con un festival muy diverso, con obras que han sido escogidas para mantener un equilibrio, no solamente con lo clásico, lo neoclásico; hemos encontrado apuestas de danza contemporánea impresionantes: la obra de Susana Pous —Mondo, por Mi Compañía— fue conmovedora hasta los huesos”.
La gestora colombiana identificó en el evento “un equilibrio cuidadosamente construido que enriquece tanto al espectador como a esos bailarines que están encontrándose con otras técnicas y estilos. Todo ello hace que nuestra compañía pueda pararse sobre otras miradas, otros lenguajes que harán que aumente su nivel”.
Incolballet llegó a los escenarios habaneros con dos propuestas pasionales, de corte neoclásico —Longing, coreografía de Ricardo Amarante y Nuestros Valses, pieza de Vicente Nebrada, con el acompañamiento musical en vivo del pianista Marcos Madrigal—. Fue una oportunidad, contó Hernández, para constatar el crecimiento de los intérpretes de su compañía, de los cuales algunos habían estado en La Habana en 2014, como estudiantes, y ahora regresaban como artistas profesionales.
Esta visita, para la compañía colombiana, era un orgullo compartido también por su director artístico, otrora primer bailarín del Ballet de Santiago de Chile, José Manuel Ghiso, quien había participado en anteriores ediciones del festival como intérprete y ahora lo hacía desde el backstage. “Es una responsabilidad enorme”, aseguró. “Hay un cariño que se tejió con este público que es espectacular, que reconoció esa parte artística nuestra. Por eso trajimos una propuesta diferenciadora desde el neoclásico”.
Ghiso resaltó la utilidad de las clases que cada día, previas a los ensayos, reúnen a todos los artistas participantes del festival, un momento donde se genera una confluencia de técnicas muy nutritiva. “Muchos de nuestros jóvenes bailarines colombianos salen por primera vez de su país y de repente están en una sala con Semyon Chudin, Joaquín de Luz, Marcelo Gomes, estrellas muy consagradas a nivel mundial; ellos lo valoran mucho. Incolballet tiene 46 años, con una labor educativa y misión social, que está en estos intercambios. Esos chicos que salieron de barrios complicados de nuestra sociedad hoy están en el 28vo Festival Internacional de Ballet de La Habana representando a su país. Ellos no lo pueden creer, pero esa es su realidad hoy”.
Esa labor de crecimiento a través de la danza, de comunión y disfrute mediante el movimiento, también se vio reflejada en las presentaciones de la compañía mexicana de danzas judías Anajnu Veatem, una agrupación interdisciplinaria, explicaron sus directores, porque no hacen un solo tipo de danza folclórica, sino “un bagaje de diferentes estilos y etnias en nuestro folclor y tradiciones, incluyendo la cultura mexicana”.
“Es la fusión de la cultura mexicana con la judía”, sintetizaron los gestores de esta compañía fundada en 1951. “Tenemos obras de origen ladino español e israelí, adaptando influencias contemporáneas al folclor. Surgimos por la necesidad de tener un espacio cultural artístico creativo; somos un gran laboratorio donde damos la posibilidad de buscar diferentes inspiraciones ¿Qué bailamos? Lo nuestro, enfocados en la energía que se siente al bailar”.
Estos artistas llegados de México, que estremecieron la sala Covarrubias con un programa concierto de su repertorio original, se dedican a la danza de forma aficionada. “Lo hacemos por un genuino amor al movimiento y a compartir a través de la danza. Eso lo hace muy interesante y nos da la oportunidad de expresarnos a través de diferentes foros”.
Si de amor y pasión se trata, el público vibró con las interpretaciones del británico Brandon Lawrence (Zúrich Ballet), el taiwanés Tzu Chao Chou (Birmingham Royal Ballet) y la rusa Elena Vostrotina (Zúrich Ballet), en diferentes formatos, entre solos —Liebestod (Muerte de amor), de Valery Panov y La muerte del cisne, en la versión de Elna Matamoros— y dúos —In our wishes, de Cathy Marston, e Interlinked, de Juliano Nunes.
Lawrence y Chao Chou recordaron con admiración la influencia de Carlos Acosta en su forma de ejecutar la danza. “Siento que lo mejor que hace Carlos es romper estereotipos”, sintetizó Brandon Lawrence, quien trabajó con el cubano en el Birmingham Royal Ballet.
Para el taiwanés, “Acosta es una inspiración, no solo por la cuestión técnica. Carlos interpreta el papel, se siente el personaje y eso es lo más importante, porque el arte y el ballet tratan de conectar con el público, para que crean la historia que les cuentas. Su forma de hacerlo me ayudó como artista. Aunque un ballet sea abstracto, siento que puedo contar una historia a través de esa pieza, a pesar de que genéricamente no exista ninguna”.
Otro viaje estimulante lo vivió, y nos lo hizo vivir, Elena Vostrotina. Bailarina del Zúrich Ballet, desde que su directora, Cathy Marston, le propuso la idea de acudir al Festival de La Habana, no lo dudó. “Es increíble comprobar la larga vida de este festival y cómo sigue convocando. El público es realmente cálido, están hambrientos para ver y realmente lo disfrutan. Siento que para todos nosotros es una felicidad presentarnos acá”, comentó.
Vostrotina salió a la escena de la sala Avellaneda con una versión de La muerte del cisne, adaptada por la española Elna Matamoros. “Fui muy afortunada de poder trabajar en esta versión. He conocido a Elna durante años y sucedió este intercambio en una conversión con ella: tenía las notas de su madre, Carmina, quien las había obtenido de su mentor y éste, a su vez, las consiguió de Michel Fokine, el creador original”.
“Los movimientos en esta versión son más animalísticos, rotos, destrozados, que es lo que ella trata de expresar. A través de las estructuras que me dieron todavía tenía espacio para hacer mi propia interpretación. Es la primera vez que presenté esta obra con una versión en vivo de piano (Daniela Rivero) y chelo (Nikolay Shugaev). Ver a los músicos sobre el escenario me dio fuerza y seguridad”.
La presencia de algunos destacados músicos sobre la escena fue otro sello distintivo de esta edición 28 del Festival Internacional de Ballet de La Habana, que por primera vez estableció una colaboración directa con el Festival Habana Clásica. Gracias a ello se suscitó el diálogo entre la flautista Niurka González y los movimientos de Ksenia Ovsyanick en Habanera Intermezzo y Airlines, la participación de los pianistas Marcos Madrigal, Aldo López-Gavilán y Daniela Rivero, así como de los directores de orquesta Nikolay Shugaev (también chelista) y el venezolano Daniel Gil. Un maridaje natural, entre la música y la danza.
En medio de la oscuridad, la luz de la danza
Las últimas veladas del 28vo Festival Internacional de Ballet de La Habana “Alicia Alonso” fueron, sin lugar a dudas, frenéticas y dieron fe absoluta de esa diversidad de la cual hizo gala el evento.
No se fíe de mi afirmación, amable lector. Usted tiene la oportunidad de comprobarlo por sí mismo, pues para aquellos que no tuvieron ocasión de vivir las dos últimas presentaciones del Festival, la función del 9 de noviembre en el Teatro Martí y la gala de clausura del 10 de noviembre en la sala Avellaneda del Teatro Nacional de Cuba, están disponibles —íntegras— en la cuenta oficial de YouTube del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficas (ICAIC). Pero llegar a ese momento demandó un recorrido titánico y fortuito.
El paso del huracán Rafael por el Occidente del país no sólo suscitó un cambio de planes en la programación del Festival. Tras el cese del evento meteorológico, otro energético dejó un país entero sin fluido eléctrico. Fue un reinicio de la cotidianidad de las familias cubanas, un replanteo de los planes: “El peso de la espera”, parafraseando la creación del sueco Pontus Lidberg que abrió el Festival.
Y mientras millones de vidas intentaban sortear esa realidad, mientras pasaban las horas, los días, y el servicio eléctrico se restablecía en un barrio, pero tardaría en llegar en el otro, por un poste caído, por un cable desconectado, el comité organizador del Festival de Ballet de La Habana, los trabajadores alrededor de aquello, también hacían control de daños. Y a medida que se hacía la luz paulatinamente en la ciudad, se hizo en los teatros. Se decidió concentrar las funciones previstas en tres presentaciones. Ello permitiría que las figuras internacionales que estaban en Cuba pudieran presentarse al público y cumplir con lo más importante de la programación diseñada originalmente.
Las dos funciones de El Lago de los cisnes que estaban pendientes se condensaron en una, a las 2:30pm del 9 de noviembre en la sala Avellaneda —primer y segundo acto protagonizado por Semyon Chudin y María Iliushkina (cisne blanco); tercer acto y epílogo, asumidos por Antonio Casalinho y Margarita Fernandes (cisne negro). Luego, ese día, a las 7:00pm, en el Teatro Martí, un programa concierto. Al otro día, como estaba previsto, la gala de clausura en la sala Avellaneda.
Así sucedió y el público secundó la propuesta con un entusiasmo que parecía sobreponerse a una realidad paralela oscura e impenitente. “A mí no me ha llegado la luz todavía, pero necesitaba salir y desconectar un poco”; “Me la pusieron anoche”; “Yo ando con los cargadores en una mochila: fui a casa de unos amigos a cargarlos y pasé por acá a ver un poco de ballet antes de ir a casa”. Eran algunas de las frases que podían escucharse entre conversaciones del público que llenó la sala Avellaneda la tarde del 9 de noviembre.
El Lago de los cisnes a plenas tres de la tarde parecía más necesario que nunca para mucha gente que, tal vez, observaba la escenografía de la pieza abstraída de la realidad, como si de verdad uno estuviera en ese tiempo antiguo en Europa Central —la mente vuela, como los cines, a cada lugar—. Pero delante, en escena, estaban esos titánicos bailarines, sobrepuestos a las circunstancias, secundados por el cuerpo de baile del Ballet Nacional de Cuba, haciendo el trabajo, dando vida a la historia, dándonos vida con su danza.
De la interpretación de María Iliushkina, su cisne blanco, el port de bras, ese alto vuelo de sensibilidad y delicadeza interpretativa, sacamos el aliento para disipar preocupaciones, al menos, por esos instantes en que disfrutamos su vuelo. Horas más tarde, otro cisne nos regalaba la intérprete rusa, en el teatro Martí, cuando salió a escena en La muerte del cisne, la de Michel Fokine.
Lo acontecido en la velada en el Martí fue otra confirmación de una idea que esbozó la bailarina Emily Bromberg en los primeros días del Festival. Decía la intérprete estadounidense que “los bailarines no salvamos vidas, pero quizá nosotros podamos cambiar algunas vidas si hacemos una gran presentación en el escenario”. La noche del 9 de noviembre pasado ocurrió una gran presentación que condensó un extenso programa, con una propuesta tan diversa como todas las nacionalidades congregadas sobre aquella escena.
Desde la primera bailarina Viengsay Valdés, junto al colombiano Felipe Vargas, bailando un fragmento del ballet Nuestros Valses, hasta el estimulante estreno de Folk room, una creación de Norge Cedeño interpretada por los bailarines de su compañía Otro Lado.
Allí estaban Samara Moratinos y Bryan Barrios —ambos del Ballet del Teatro Teresa Carreño, Venezuela— con el discurso intimista de Cenizas, al que se sumaban Marcos Madrigal al piano y Nikolay Shugaev al cello. El estreno mundial de Ara, con música de Aldo López Gavilán, nos mostró lo nuevo de la compañía Malpaso, que unión sobre el escenario al coreógrafo y bailarín Osnel Delgado y a la primera bailarina del BNC Grettel Morejón.
Fue una gala de solos y dúos —a excepción de la propuesta de Otro Lado— engalanada por las interpretaciones de otras importantes figuras de la arena internacional, como la mexicana Elisa Carrillo, los rusos Mikhail Kaniskin y Semyon Chudin, la japonesa Ayaha Tsunaki, el británico Joseph Gray y el brasileño Marcelo Gomes.
De quererte tanto, como una noche de luna llena en la playa, unió en escena a Joaquín de Luz y la bailaora española, de estreno en La Habana, Patricia Donn, un descubrimiento poderoso para el público cubano, amante de las danzas españolas y que encontró en este tándem uno de los momentos más entrañables de este Festival.
Todo estaba listo entonces para la esperada noche de clausura. Quiso el azar que nuevamente este evento contara en su propuesta de cierre con el ballet Carmen, esta vez en la versión cubana creada por Alberto Alonso —de la edición 27 del Festival aún se recuerda con estremecimiento la versión de este ballet presentada por la Compañía Nacional de Danza de España, firmada por el sueco Johan Inger, bajo la dirección de Joaquín de Luz—, como parte de un programa concierto extraordinario.
Volvió la Carmen de Alberto Alonso a la sala Avellaneda del Teatro Nacional, con Viengsay Valdés en el rol titular y el debutante Marcelo Gomes en el personaje de Don José, arropados por los bailarines del Ballet Nacional de Cuba y la Orquesta Sinfónica del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, bajo la dirección del venezolano Daniel Gil.
Volvimos a estremecernos con la mujer vivaz e irreverente, el triángulo amoroso que acaba con su muerte, la música de Bizet, para luego entrar en una espiral fulgurante donde encontramos nuevamente Nuestros Valses, de Incolballet y los estrenos en Cuba de Un dulce hechizo de olvido, por Ayaha Tsunaki y Joseph Gray, Luna nueva, por Patricia Donn, así como Multiplicidad, formas de silencio y vacío —coreografía de Nacho Duato— interpretada por Elisa Carrillo y Mijail Kaniskin, acompañados por Nikolay Shugaev al celo. Invierno, coreografía de la cubana Ely Regina Hernández, asumida por Anette Delgado y Dani Hernández, dejaría los sentidos en estado de gracia para lo que vendría a continuación.
El estreno mundial de Gitanerías fue un broche de oro sublime para el 28vo Festival Internacional de Ballet de La Habana “Alicia Alonso”. Con música de Ernesto Lecuona, Viengsay Valdés y Joaquín de Luz bailaron juntos una coreografía concebida por el español, los vaivenes de un romance a bordo de un barco, un recuerdo a las miles de familias españolas que un día emigraron buscando mejor fortuna y desembarcaron en estas tierras. Fue algo así como una danza de ida y vuelta, como los lazos culturales que unen a cubanos y españoles.
El movimiento se entrelazó con las interpretaciones de Marcos Madrigal y Aldo López Gavilá: a cuatro manos ocurrió el éxtasis final. Y entonces ahí, a ritmo de “La comparsa”, “Malagueña” y “Gitanerías”, recordé una cita del escritor estadounidense Kurt Vonnegut que escuché hace algún tiempo y daba más sentido, si cabe, a todo lo vivido durante este 28vo Festival de Ballet. Dice que “una misión plausible de los artistas es hacer que la gente aprecie estar viva durante, al menos, un corto período de tiempo”.
En estos “tiempos duramente humanos” se agradece tener la oportunidad de seguir viviendo la danza y comprobar que Cuba sigue siendo epicentro de todo el talento fiel a esta tradición. El festival es un bálsamo para esta ciudad, que sigue aplaudiendo el buen arte, latiendo al ritmo de la danza.