La catedral de Notre Dame de París, joya del gótico francés, ha recuperado su lugar como uno de los grandes símbolos de la capital francesa. A su belleza impresionante une los acontecimientos históricos de que ha sido sede.
Allí Napoleón Bonaparte se coronó como emperador el 2 de diciembre de 1804, según se dice, quitando la corona de las manos del papa Pío VII y poniéndosela él mismo sobre su cabeza. Un complejísimo ritual protocolario acordado antes fue estremecido con esta arrogante demostración de poder.
El hecho me vino a la mente cuando vi a Donald Trump junto a Emmanuel Macron en la reinauguración de la catedral en diciembre pasado. Allí había unos cuarenta jefes de estado o de gobierno en ejercicio. Trump, que no ha tomado posesión, fue distinguido especialmente.
Otra vez, las reglas del protocolo pagaron las consecuencias. Como decía el poeta, “no os asombréis de nada”. Es de nuevo Donald Trump.
La verdad es que Trump ha comenzado a gobernar desde el día siguiente a su victoria. Como en su mandato anterior, los medios informativos no consiguen ignorarlo y, con augurios cada vez más complejos, ocupa ya las mentes de políticos y periodistas.
Ahora ha sido el turno de su obsesión por anexarse a Groenlandia y, de paso, a Canadá y por recuperar el canal de Panamá. Y hasta apropiarse del nombre del Golfo de México.
Por supuesto que el propósito, reiterado incluso con la negativa a descartar la opción militar, provocó numerosas reacciones.
¿Cuánto cuesta Groenlandia?
El interés estadounidense por Groenlandia no es nuevo. En 1867, el Departamento de Estado ya contemplaba su adquisición por razones estratégicas. En 1946, bajo la presidencia de Harry Truman, Estados Unidos realizó una oferta formal de 100 millones de dólares en oro —equivalente a más de 1600 millones de dólares actuales— que Dinamarca rechazó categóricamente.
“Groenlandia es una necesidad absoluta para la seguridad nacional de Estados Unidos”, ha declarado Trump, quien ya en 2019 describió la isla como un “gran negocio inmobiliario”. Sin embargo, esta vez el tono es más agresivo, con amenazas veladas que han provocado la inmediata reacción de la comunidad internacional.
¿Qué hace tan atractiva a Groenlandia? Es la isla más grande del mundo. Tiene una extensión de 2 175 600 kilómetros cuadrados y una población de unos 57 mil habitantes. Sería, aproximadamente, como Argentina con la población de La Habana Vieja.
La isla está cubierta en un 80 % por hielo, pero alberga un tesoro de recursos naturales. Se estima que contiene el 10 % de las reservas mundiales de tierras raras, elementos cruciales para la tecnología moderna, además de oro, níquel, uranio y otros minerales estratégicos. Su subsuelo podría esconder hasta 18 mil millones de barriles de petróleo, mientras que sus aguas ricas en pescado representan el 85 % de las exportaciones actuales de la isla.
Groenlandia fue colonizada por primera vez por los vikingos en el siglo X, cuando pasó a ser una colonia de los reinos escandinavos. En 1261 pasó a formar parte del Reino de Noruega, y en 1380 de la Unión de Kalmar; la unificación de las tres coronas escandinavas (Suecia, Noruega y Dinamarca) la colocó bajo el control danés.
Cinco siglos después, en 1814, el Tratado de Kiel puso fin a la corona unificada, y Dinamarca mantuvo el control sobre Groenlandia, las Islas Feroe e Islandia. Desde entonces administró la isla como una colonia hasta que la integró en su reino como un condado más, en 1953. En 1979, los groenlandeses votaron en referéndum por una mayor autonomía que se alcanzó en 2009.
Hay, como era de esperarse, tendencias independentistas que rechazan la idea de convertirse en parte de Estados Unidos.
Ya durante el primer mandato de Trump, Dinamarca desestimó cualquier posibilidad de vender la gran isla. Ahora, el rey Federico X ha cambiado el escudo de armas de la Casa Real danesa para dar mayor importancia en el estandarte a Groenlandia, en lo que muchos interpretan como una respuesta a las pretensiones del presidente electo de EEUU.
En el nuevo escudo de armas pasan a tener mayor peso dos de sus elementos: el oso polar, que representa a Groenlandia, y un carnero, que representa a las Islas Feroe.
La población está formada en un 88 % por la etnia inuit, que se extiende por los territorios de Estados Unidos (los esquimales de Alaska), Canadá y Groenlandia.
Expansión a punta de billetes
Por cierto, esta “operación inmobiliaria” solo tiene de original el momento en que se hace. Es el renacimiento de una vieja práctica que ha convertido el territorio estadounidense en lo que es hoy.
Entre las adquisiciones más destacadas se encuentra la Compra de Luisiana en 1803, cuando Estados Unidos adquirió un vasto territorio de Francia por 15 millones de dólares, duplicando su tamaño y facilitando la expansión hacia el oeste. Posteriormente, en 1819, se compró Florida a España por 5 millones de dólares, consolidando el control en el sureste. La anexión de Texas en 1845, seguida por la cesión mexicana en 1848 tras la Guerra Mexicano-Americana, permitió incorporar aproximadamente 1 370 mil kilómetros cuadrados de territorio que incluye partes de los actuales California, Nevada y Utah. Finalmente, la compra de Alaska en 1867 a Rusia por solo 7,2 millones de dólares resultó ser estratégica.
La reacción internacional
En el caso actual, la respuesta internacional ha sido contundente. Dinamarca ha reiterado con firmeza que “Groenlandia no está en venta“, mientras que el primer ministro groenlandés, Mute Egede, ha enfatizado el derecho a la autodeterminación de su pueblo. La población local se opone mayoritariamente a cualquier cambio en su estatus actual.
El secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, ha tomado distancia de la propuesta de Trump, calificándola como “obviamente no una buena idea”.
Para la Unión Europea es otra de las preocupaciones que le trae la presidencia de Donald Trump. Estresada por la ayuda a Ucrania, y amenazada por el presidente electo con exigir a cada país miembro de la OTAN que dedique el 5 % del PIB al gasto militar de la alianza (en su mandato anterior exigió el 2 %), ha expresado su preocupación por las implicaciones geopolíticas de estas declaraciones. No serán las únicas contradicciones de Trump, aislacionista en política como en economía, con la Europa de la Unión y de la organización atlantista.
Solo estamos comenzando.
El verdadero juego
Bajo esta aparente obsesión “inmobiliaria” se oculta una compleja estrategia geopolítica. Groenlandia, situada estratégicamente entre América del Norte y Europa, es crucial para el control del Ártico, una región donde Rusia y China han aumentado su presencia en los últimos años.
El deshielo de la zona ártica la está convirtiendo en tránsito de rutas comerciales que, por cierto, aliviarían al Canal de Panamá. China, en particular, considera el Ártico como zona por donde pasaría la Ruta de la Seda, su gran canal comercial, en su porción norte. Y no oculta su interés por participar en la economía de la isla.
China ha estado involucrada en varios proyectos mineros en Groenlandia, incluyendo la extracción de tierras raras, uranio, hierro y cobre. Ahora se añade su interés por participar en la construcción de aeropuertos.
“En la actualidad, solo se puede volar a Nuuk, la capital, en pequeños aviones propulsados por hélice. En cuatro años, sin embargo, eso cambiará radicalmente”, nos dice BBC.
El gobierno de Groenlandia ha decidido construir tres grandes aeropuertos internacionales.
“Cada uno de estos aeropuertos será la construcción más grande en la historia de Groenlandia”, resaltó a BBC Aviaaja Karlshoj Knudsen, la gerente de los proyectos.
“Habrá presión de los daneses y estadounidenses para garantizar que la oferta china no tenga éxito, pero eso no detendrá la participación de China en Groenlandia”, añade.
Estados Unidos ya mantiene una presencia militar significativa en la isla desde la Segunda Guerra Mundial, incluyendo la base aérea de Thule, establecida en 1943. La adquisición de Groenlandia no solo aseguraría estos activos estratégicos, sino que también proporcionaría un control directo sobre las emergentes rutas marítimas.
Perspectivas futuras
La propuesta de Trump, aunque parece improbable que se materialice, ha puesto de manifiesto las tensiones geopolíticas en torno al Ártico y sus recursos. Con el cambio climático transformando rápidamente la región, la importancia estratégica de Groenlandia solo aumentará en los próximos años.
Trump, en su mejor estilo, ha difundido un video en el que se presenta a un grupo de habitantes groelandeses, inuits, con gorras rojas que dicen “Make America Great Again”, todas idénticas, y que declaran su acuerdo con sumarse a Estados Unidos. El video, por supuesto, tiene fines propagandísticos.
Pero también es una señal de que el tema dista mucho de estar zanjado. Vendrán otros videos, otros discursos, otras acciones políticas y económicas, otras tensiones con Europa. Las risas con que han sido recibidas las declaraciones de Trump se apagarán.
De su mandato anterior aprendimos que, tras sus declaraciones más disparatadas, hay una voluntad terca, que proviene de una visión imperial del papel de Estados Unidos. Trump recuerda a Teddy Roosevelt en su proyección hacia el mundo. Aquello de “Hablar suave, con el garrote en la mano” y “América primero” se dan la mano en el intervencionismo y la arrogancia.
Por ahora, el mensaje de Groenlandia al mundo es claro: su futuro será decidido por sus propios habitantes, no por acuerdos entre potencias extranjeras. Como ha declarado el primer ministro Egede, su objetivo es “liberarse de las ataduras del colonialismo”, no cambiar un tutelaje por otro.