Dicen los viejos de la zona que aquello se llamaba Finca Cementerio porque había un cementerio de esclavos. Con el triunfo de la Revolución se construyó la Estación Experimental de Pastos y Forrajes Indio Hatuey, alrededor de las casitas de quienes vivían allí. El padre de Manuel fue uno de los campesinos que se quedaron viviendo cerquita de la primera institución de la Ciencia que se creó en Cuba después del 59. Manuel aprendió de su papá las mañas para hacer crecer las plantas y se quedó para siempre, enamorado de la vida del campo. Se especializó en pastos y forrajes y se convirtió en un referente importante por aquellos lares.
Hasta allá llegó Mildrey, en 1994, como una de las mejores estudiantes universitarias del país. Un año después, se quedaría trabajado allí, donde haría carrera hasta hoy. Aquella estudiante de veterinaria se consolidó como una investigadora de renombre que ha viajado a muchos países intercambiando sus saberes.
Hace catorce años se casaron Mildrey y Manuel. Se “juntaron de viejos”, como dice la gente. Cada uno con sus hijos y su trabajo y su vida hecha. Juntos decidieron crear un espacio agroecológico en la antigua finquita del padre de Manuel. Ya la Estación había construido el biodigestor, pero lo demás fue sembrado, levantado y construido por la pareja. Como el terreno de que disponían era de 0.5 hectáreas, no clasificaba como finca, sino como patio. Aprovechando ese nombre familiar, íntimo y alegre, fueron cultivando una vida juntos.
En el Patio Agroecológico La Luz hay árboles, lagartijas, perros, mantecones, abejas meliponas, puercos, conejos y un orquideario. Mezclando teoría y práctica, nuevas técnicas agroecológicas y la sabiduría ancestral de la gente del campo, han logrado desarrollar un sistema de vida y alimentación que inspira y sorprende a quienes visitan. En un perímetro de solo 500 metros consiguen producir el 60 % de su alimentación cotidiana. Y siempre alcanza algo para familiares, vecinos y amigos. Es una maravilla.
La tierra no se trabaja sola; lleva esfuerzo, paciencia, amor y respeto. En eso también consiste su unión: en trabajar cada día con pasión.
Mildrey y Manuel tienen en el portal una pizarrita en la que escriben la lista de tareas. Borran las que cumplieron y ponen otras nuevas. En lo que terminan de atender el funcionamiento del biodigestor, la puerca tiene hambre y el café está para recoger, los frijoles en remojo, las guayabas se caen de la mata, los plátanos se maduran, las flores se abren, las hojas secas se amontonan, el quimbombó resbala por la yuca seca, las abejas llenan las colmenas y llueve y escampa y pasan los días y la pizarrita de las tareas nunca se queda vacía.
Mildrey es veterinaria, pero sobre todo es amante de las plantas. Su mayor pasión son las orquídeas, y tiene la mano santa para las suculentas y los cactus. Me contó cómo cuidaba con celo aquel cactus peludo que un día comenzó a quedarse calvo misteriosamente. Ni todos los años de investigadora en la Estación Experimental, ni sus doctorados y postgrados internacionales le valieron para descifrar la causa de la calvicie. Ya casi se había dado por vencida cuando, de casualidad, vio al zunzún robándole dulcemente los pelitos al cactus con su largo pico. Ella siguió con la vista el vuelo del pájaro y descubrió el nido, hecho completamente con los pelos faltantes del cactus. Así de misteriosa es la naturaleza. Así funcionan las cosas en el Patio Agroecológico La Luz.
Allí a las orugas de los gallegos les dicen mantecón, porque son gordas y blancusas. Cuando se vuelven gallegos, les encanta la luz. Pero mientras son mantecones se comen las raíces de las matas de frijol y se hacen los muertos para salvarse de los depredadores. Dice Manuel que la gente los coge para pescar. Pero no van a buscarlos allí, porque están por todas partes. Lo que sí la gente va a pedirles con frecuencia es un poquito de miel para los enfermos.
Ellos tienen 51 colmenas de abejas meliponas o abejas de la tierra. No tienen aguijón y producen una miel líquida, más ácida y de una textura diferente a la que vemos habitualmente. Esa miel es súper medicinal y cura todas las gripes. Las abejas guardianas cierran los huecos con una especie de cemento que parece un adorno en sus casitas y siempre hay una en la entrada cuidando que no entren extraños a su hogar. Mildrey y Manuel sacan la miel de las colmenas con unas jeringuillas de aguja larga. El procedimiento es cuidadoso y pausado. Las estructuras que forman las abejas dentro de las colmenas son muy hermosas y ellos las contemplan extasiados como si lo hicieran por primera vez. Después de tantos años se siguen sorprendiendo con los milagros naturales de su patio.
En el patio de Mildrey y Manuel hay muchas maravillas. Hay una piedra de moler maíz que tiene más de cien años. Hay 18 tipos de aguacate. Hay quimbombó gigante. Hay dos gatos y dos perros buenos. Y hay trescientas especies de orquídeas.
Dentro del orquideario el clima es diferente, el olor, la brisa, todo es puro. Mildrey atiende sus orquídeas todos los días y, en el afán por que crezcan sanas, se detiene el tiempo. Afuera está el mundo real con sus desastres. Dentro del orquideario solo existen la belleza y la vida.
Para ellos, vivir en el campo es lo más hermoso. Lo que tienen es fruto del trabajo de años. Todo está sembrado como lo soñaron. Hoy disfrutan de una casa linda y confortable. Pero les costó mucho tiempo y esfuerzo levantar las paredes y poner el piso. Poco a poco fueron ampliando el orquideario, arreglando un poquito por aquí, un poquito por allá.
Los hijos de ambos viven fuera de Cuba. Hoy se sientan a la mesa y les cuentan a los amigos sobre los avances de sus hijos en otras partes del mundo. Como tantos padres cubanos, celebran desde aquí la alegría de sus niños y cantan felicidades a distancia en los cumpleaños. Los extrañan, pero saber que están bien los reconforta y aquí en su patio tienen la satisfacción de tomarse un café sembrado por ellos mismos, de comerse los frijoles que el mantecón dejó crecer y de curar las gripes de los vecinos con la miel de sus meliponas.
Lo primero que sembraron fueron los árboles de mamey. Mientras preparaban la siembra enamorados, Manuel le decía a Mildrey: “¿Para qué tú quieres sembrar eso ahí?”. Y ella le respondía: “Porque yo un día me voy a sentar debajo de ese árbol”. Y así fue. Hoy se sientan a la sombra del mamey y se aman más todavía.