Al calor de las descargas de jazz en las noches habaneras, el nombre de Mayquel González (Las Cañas, 1981) es casi omnipresente.
La solvencia musical del trompetista es apabullante. Su instrumento lo ha acompañado en un camino creativo de casi tres décadas. Lo mismo podemos encontrarlo en un teatro junto a alguna big band, que en un bar de La Habana, comandando su propio cuarteto, rodeado de amigos y excelentes músicos, o bajo la batuta de Isaac Delgado (integra su orquesta desde hace casi dos años).
Empezó su andadura musical profesional con AfroCuba, agrupación legendaria del jazz afrocubano, en la segunda mitad de los 90. Luego integró el grupo Mezcla, bajo la dirección de Pablo Menéndez.
En 2019 dio a conocer su primera producción discográfica, Tiempos de paz (Producciones Colibrí), producida por Harold López-Nussa. Le valió el premio Cubadisco 2019 en la categoría de Ópera Prima. Aquella fue una entrada por la puerta grande al universo discográfico cubano.
Ahora llega a la fiesta cubana del jazz, el 40mo Festival Internacional Jazz Plaza, con una nueva propuesta: su segundo disco, Cháchara, una producción independiente.
El material, aún en fase de masterización, verá la luz muy pronto, probablemente durante el Jazz Plaza; así lo desea su autor. Lo que sí puede asegurar Mayquel es que Cháchara tendrá un concierto de presentación el 29 de enero próximo en el Museo Nacional de Bellas Artes.
Aparte de ese momento especial, el destacado trompetista tiene previsto intervenir en una decena de espectáculos de esta edición del festival, como es costumbre en los días frenéticos de la cita, más las descargas paralelas que puedan surgir.
Mayquel González está preparado para la vorágine del Jazz Plaza. Duerme poco, confiesa, pero se nutre del talento con el que comparte escena en cada espectáculo, desde su primera participación, allá por el año 2000.
Cuando queda poco para el inicio de la gran fiesta del jazz en La Habana y antes del estreno de Cháchara, OnCuba conversó con el artista, cuya interpretación de la trompeta hace tiempo no pasa inadvertida. “Soy un medio básico del Jazz Plaza”, bromea.
¿Cuánta Cháchara nos propones en tu nueva propuesta discográfica?
Es un disco de jazz cubano en el que traté de fusionar lo que llega a mí ya mezclado. La idea es mostrar la herencia de procesos y combinaciones de ritmos de los últimos tiempos. Es un material con mucho ritmo, donde todo está mezclado. No sabes si lo que oyes es un chachachá o un blues, pero lo disfrutas.
Participa un montón de músicos amigos. Es una norma en mis proyectos: tocar rodeado de gente cercana. Nunca me ha interesado llamar a alguien para que el disco tenga más visibilidad, ni mucho menos. He tenido la dicha de contar con amigos que, a su vez, son músicos espectaculares. Está todo incluido.
Son nueve temas, de los cuales asumí los arreglos de tres; uno es “My Fanny Valentine”, popularizado por Frank Sinatra.
Parece costumbre, cada vez que grabo un disco nuevo, hacer alguna canción. Me gusta rescatar elementos de la trova y la cultura cancionística que hay en Cuba, que es algo impresionante. Esta vez lo hice con una versión de “La tarde” y otra de “El manisero”, tema de Moisés Simons del que he hecho tres versiones.
Algunos temas son a cuarteto, pero casi todos tienen un invitado. En Cháchara se podrá escuchar a Ernán López-Nussa y a Lara Sprite, joven cantante que está trabajando en el proyecto de Ernán desde hace casi dos años. Lara puso su voz en “My Fanny Valentine” y en “Luces”. Emir Santa Cruz, mi compañero de cuerdas de hace años, se sumó a este proyecto, al igual que Juan Carlos Marín, “El trombón de Santa Amalia”.
Me he dado el lujo de contar con otros grandes amigos, como los percusionistas Adel González, José Julián Morejón “JJ”, Yaroldy Abreu, David Faya al contrabajo, José Puig en el piano, Adner López en la batería, José Arnulfo Guerra y Roberto Vázquez Ley en el bajo. Grabamos en los Estudios dBega, allá con Carlitos dBega, en Víbora Park. Es una producción independiente.
Estamos en proceso de masterización, contrarreloj, pues tenemos el objetivo de tenerlo listo el día 29 de enero, coincidiendo con el concierto.
Creo que el disco está bien equilibrado. Tiene una idea general con mucha coherencia. Estoy feliz.
Es tu segunda producción. ¿Qué tiempo ha pasado entre Cháchara y Tiempos de paz?
Cinco años. Tiempos… se estrenó en 2019 y se llevó el premio Cubadisco en la categoría de Ópera Prima. Desde entonces he tocado bastante la música de ese primer material. Creo que he tenido la suerte —al menos así lo veo— de no dedicar tanto tiempo a hacer mi música, lo que me ha permitido nutrirme de otras muchas experiencias.
La música para mí es una necesidad; todavía no estoy en la situación de decir “el año que viene tengo que hacer otro disco”. No me siento con esa presión y en alguna medida es una suerte porque creo partiendo de un deseo natural, no porque tenga que hacer, vender o proponer algo nuevo.
Puedes estar en un lugar conversando con alguien. De repente te sugieren un tema que da pie a una creación musical. Para mí, de eso se trata. Esto de Cháchara surge de ese ambiente que se genera grabando un disco: las conversaciones, algo natural, un proceso lógico, la necesidad de expresar un sentimiento a través de la música.
Ojalá siempre fuera así, sin la presión de tener que inventarse cosas nuevas todo el tiempo.
Entre el primer y el segundo disco, ¿cuál ha supuesto un mayor reto creativo para ti?
Yo creo que la gran diferencia entre el primero y el segundo es que en Tiempos de paz me faltaba mucha experiencia de producción. Harold López-Nussa fue el productor de mi primer disco y el autor intelectual de aquello (sonríe). Me dijo “deberías hacer un disco” y le metimos mano.
A pesar de que Harold estaba supervisando todo y aconsejando sobre cosas puntuales, yo no tenía la confianza de que la música iba a sonar como sonó. Por supuesto, estoy contentísimo con el resultado de ese disco, pero sentí la incertidumbre rondando en todo momento. Después de grabarlo se lo mostraba a mucha gente buscando reacciones, opiniones. Fue como una lucha conmigo mismo.
Con Cháchara todo ha recaído sobre mí, por mi propia voluntad. Prácticamente no le he mostrado la música a nadie. Me he concentrado en tratar de mantener mi visión, aunque pueda ser un error del que me arrepienta luego. Muchas veces uno tiene que aprender así; tienes que confiar un poco en tu instinto, en tu forma de ver la música y de concebir el sonido.
En cuanto a estilos, sí, quizá algún ritmo va por un camino diferente y alguna propuesta sea distinta. También creo que mantuvimos la estética que le da unidad a los dos disco. Para mí es importante. Quizá el tercero sea una ruptura total; un disco de baladas, de boleros o algo así, no lo sé.
¿Cuál es la sensación más gratificante que has vivido en el escenario?
Es una pregunta complicada, porque siempre he creído que el público cubano es el más difícil de todos. Es exigente. La gente te conoce, entonces sabe qué esperar y quieren que te superes respecto a la última vez que te vieron. Eso te obliga a tener un rigor y un compromiso particulares. Cuando estás fuera, bueno, puedes pretender que eres de tal forma y que ese es el producto; la gente lo recibe. Pero el público cubano lleva un extra.
Por otra parte, a pesar de la escasez y las dificultades técnicas, de alguna manera el Jazz Plaza logra que cada año participe un talento nacional e internacional de un nivel grandísimo; eso también te condiciona y te convoca a darlo todo.
Ahora mismo no me viene a la mente un instante específico, pero sí he vivido momentos muy intensos en todos estos años de trabajo; sobre todo en el Jazz Plaza.
¿Cuándo decidiste que tu camino de vida sería la música?
Empecé a estudiar muy temprano, desde los 9 años. Siempre quise ser músico. El entorno familiar no era favorable, porque yo soy de Las Cañas, un pueblo cerca de Artemisa.
Mi primer contacto con la música sucedió por casualidad. Cuando tenía 8 años, un vecino estaba tocando una trompeta. Fui atrevido y le dije: “Yo quiero tocar”, y él me lo permitió. El señor les dijo a mis padres que tenía condiciones y a ellos les gustó la idea. A partir de ahí esto se convirtió en una obsesión.
No sabía si decidirme por la trompeta o por el saxofón. Pero, como en aquel lugar no había nadie que impartiera clases de saxofón, conseguí un maestro de trompeta antes de entrar a la escuela, un señor que se llamaba Manolo Calzadilla, trompetista que tocó con un grupo local, el Conjunto Artemiseño, bastante famoso en la provincia. Era un gran trompetista y pedagogo.
Con Calzadilla aprendí muchas cosas. El sonido que logro con la trompeta, en gran medida, se lo debo a él. Era poco ortodoxo a la hora de enseñar y a la vez muy recto; me decía: “Lo único que tienes que hacer es tocar esta nota y esta nota”. Eso es lo que se necesita para lograr un buen sonido. Gracias a esos aprendizajes nunca tuve problemas de sonido en mi carrera.
Luego entré a estudiar a la escuela vocacional de arte Juan Pablo Duarte; era una escuela para los estudiantes de la antigua Habana-campo —hoy las provincias Mayabeque y Artemisa—, en Güira de Melena. Esa escuela ya no existe, se trasladó, creo, a San Antonio de los Baños.
Allí, en Güira, cursé cinco años de estudio. Después pasé a la Escuela Nacional de Arte (Ena), y luego al Instituto Superior de Arte, hoy Universidad de las Artes (Isa), de donde me gradué en 2005. A partir de ahí empezó mi camino profesional, aunque desde antes colaboraba con el grupo Mezcla, de Pablo Menéndez, y en otros proyectos.
¿Cómo recuerdas tu debut profesional?
Empecé con AfroCuba; ese fue mi primer grupo. Siempre he tenido obsesión con Roberto García, que es mi paradigma en la estética de la trompeta. Tengo mucha influencia suya. Robertico fue en algún momento director musical de AfroCuba y, poco después de que abandonara el grupo, entré yo. Estaba en la Ena todavía, debe haber sido en el año 1997.
Pasé un período de siete meses tocando con ellos; monté mucha de esa música e hice mis primeras presentaciones en el club La zorra y el cuervo. Para mí aquello era un mundo, un templo; fue súper intenso.
Siempre hago referencia a eso porque cuando eres muy joven sientes la música de otra manera, como los espectadores, esa gente que va y se alucina con cualquier pasaje musical. A veces uno extraña esa sensación porque con el tiempo no es fácil sentir la música igual.
A lo largo de mi carrera he conocido buenos músicos y he tenido la oportunidad de trabajar con intérpretes excelentes. Gracias a eso uno se va nutriendo. Como músico experimentado disfrutas, pero es un sentimiento diferente, como de búsqueda, no sé. Aquella época con AfroCuba fue como estar en una nube permanente.
Describes una sensación que solo puede venir acompañada por la experiencia en el oficio. Pero me imagino que siempre habrá margen para la sorpresa.
Mientras más cosas descubres hay detalles que empiezan a hacerse más palpables a la hora de desarrollar un discurso musical. Sí, se empieza a convertir en un oficio. Trascender ese umbral de lo conocido y llegar a una experimentación real se vuelve cada vez más difícil.
Me pasó mucho con Harold López-Nussa; hicimos muchos trabajos en formato de cuarteto y de trío. Cuando se mantienen los mismos músicos, cuando tienes un colectivo que empieza a entenderse musicalmente, llegas a descubrir muchas cosas. No es algo que suceda todos los días. Hay un día que, mágicamente, empiezas a tocar y tomas un camino que te lleva a lugares interesantes. Lo otro es descubrir eso cuando creas música, cuando la escribes. Llegas a un estudio y los músicos empiezan a entender el camino por el que estás tratando de guiarlos. Cuando eso pasa, todo empieza a tener sentido.
He tenido la dicha de tocar con los proyectos que he querido. Te comento esto y pienso en el trabajo que hago con Isaac Delgado. Formo parte de su orquesta hace casi dos años. No miento cuando digo que nunca me vi tocando con un grupo de salsa que no fuera el de Isaac Delgado.
Soy de la generación que disfrutó mucho de la timba; fue una explosión en los 90. Era estudiante y eso viene casi en vena, pero no me interesaba tocar con nadie de este circuito salvo con Isaac Delgado y mira, después de no sé cuántos años, se dio la oportunidad.
¿Cómo ocurrió?
Fue una sorpresa. En la música uno se mueve por circuitos. Muchos trompetistas están más concentrados en la salsa, pero Isaac estaba buscando un trompetista de sesión y solista; no buscaba una primera trompeta, sino una segunda, que es el trabajo al que me dedico.
En un grupo como el suyo hay muchos solos de trompeta. A él le gusta la vinculación con el jazz. Tiene esa sensibilidad porque, a pesar de que estamos hablando de salsa y de música bailable, hay una pincelada de improvisación y de muy buena calidad.
Los discos de Isaac tienen un valor alto tanto por el desempeño interpretativo de los solistas, como a nivel de orquesta. Siempre he admirado mucho su música.
¿Qué referencias componen tu repertorio?
Siempre he sido un músico bastante empírico, en el sentido del aprendizaje y por todo lo que tiene que ver con la improvisación y las armonías. Empecé tocando el son. Cada vez que aconsejo a algún muchacho que quiere empezar a improvisar, siempre le digo: “Empieza por el son”, porque ese género para mí es el equivalente al blues en Estados Unidos. Es una música muy sencilla que en la mayoría de los casos tiene dos acordes, a veces tiene uno solo. Cuando logras entender cómo funciona un montuno, cómo puedes frasear en ese registro, desarrollar alguna línea melódica, puedes usar el mismo principio para la rumba, el jazz…, lo que sea.
En Estados Unidos te van a decir lo mismo pero con el blues. Puedes aprender muchas frases, muchas escalas, pero lo que define que realmente seas un improvisador es que sepas tocar bien música lenta. Para interpretar música lenta —la balada, por ejemplo— necesitas un nivel de comprensión de la música real que no te dejará mentir. Ahí está el lenguaje real.
El son ha sido una influencia grande para mí. Estuve en una burbuja en el nivel elemental —equivalente a las enseñanzas primaria y secundaria básica— porque en aquel momento no había mucho acceso a la música. Había escuchado algunas cosas de Arturo Sandoval y creo que tengo alguna influencia suya, aunque ahora mismo no puedo decir que sea de mis músicos preferidos. Ojo, le tengo un respeto absoluto, es uno de los top de la historia de nuestra música; pero esta es una cuestión más estética.
A partir de ahí, creo que José Miguel Crego “El Greco” (1958-2021) es uno de los intérpretes que más me han influenciado. Fue de los pocos a los que pude acceder, tener un casete y escucharlo. No teníamos mil opciones, como ahora; te concentrabas en lo que conseguías. El Greco me influyó, sobre todo manejando el smooth jazz; era muy musical, muy buen trompetista, pero además muy buen músico, de los que podías poner a tocar donde sea e iba a ser espectacular.
Después, en la Ena, tuve la oportunidad de acceder a más música. Wynton Marsalis (New Orleans, 1961) ha sido otra fuente, al igual que Freddie Hubbard (1938-2008). Hay gente que asocia mi forma de tocar con Hubbard, aunque no lo he escuchado tanto, pero parece que estéticamente hay alguna conexión entre nosotros.
También creo que tengo un poco de Woody Shaw (1944-1989), uno de los trompetistas más revolucionarios del jazz. Un poco más para acá, Nicholas Payton (New Orleans, 1973), quizá. Uno de mis fliscornistas preferidos es Kenny Wheeler (1930-2014). Creo que es el único trompetista que ha tocado con Keith Jarret, así que ya por ahí saca la cuenta (sonríe). Hay otro, Avishai Cohen (Tel Aviv, 1978), tocayo del contrabajista y compositor israelí. Lo pude ver en vivo y tengo mucha conexión con su forma de tocar.
De los cubanos que más me han influenciado están El Greco, Julito Padrón y Robertico García —no se olvida de Manuel “El Güajiro” Mirabal, de Félix Chapotín—. De cada uno he tomado cosas.
Al final, la forma de tocar de uno es el resultado de lo que va escuchando; eso de que eres original y nuevo es un cuento, todos venimos influenciados. Cuando tienes todas esas referencias, creas cosas que te identifican, y que hace que la gente escuche y diga: “Este es Mayquel”.
Dedicas tiempo a la enseñanza de la música. ¿Qué representa esa faceta para ti?
Es muy gratificante, aunque por desgracia no tengo todo el tiempo que me gustaría para acoger más estudiantes y tener una rutina más enfocada hacia la enseñanza.
Es un trabajo de descubrimiento en ambas direcciones. Actualmente soy profesor en el Isa. Somos varios: Emilio Heredia, que fue mi profesor en mis tiempos de estudiante, Robertico García y yo. Entre los tres nos arreglamos.
¿Qué harás con los proyectos en el horizonte, luego del Jazz Plaza?
Este año iré a Grecia, asumiendo un proyecto con una big band, donde estaré como invitado. Es posible que para el próximo año trabaje con Cosette Justo Valdés, directora cubana que vive en Canadá; vamos a repetir un proyecto que ya hicimos, una serie de conciertos que estamos organizando desde ahora.
Tengo planes con mi agrupación en España, en julio. Ahora toca sacar adelante Cháchara y luego mi otra producción, que planeo sacar dentro de un año. El objetivo es lograr grabar, financiar y producir toda la música que hice hace un año. Es música sinfónica, canciones cubanas llevadas al plano orquestal, que ya están arregladas. Me gustaría hacer un disco con eso.
Siempre me ha gustado escribir para orquesta, de hecho en mi primer disco hay música para este formato, un atrevimiento. Ahora conozco más sobre la orquestación. Es otro mundo en el que me quiero meter con más profundidad. Ese tal vez sea el próximo proyecto.
Sobre el formato que suelo comandar, a veces es a cuarteto o quinteto. Estoy tratando de que sea a cuarteto, sobre todo por el tema de las giras. Intento coordinar algunas fechas, principalmente en Europa. Es muy difícil tocar jazz afuera para formatos mayores que el cuarteto. Desgraciadamente, todos los eventos tienen predeterminado que mientras menor sea el formato, mejor.
Eres un conocedor de la vida cultural habanera. ¿Cuál es tu opinión sobre el estado actual de la escena capitalina?
Realmente, no sé de qué manera nos las arreglamos los artistas en Cuba, pero siempre hay algo que puedes ver. También hay momentos en los que uno dice: “Caramba, si hubieran tenido unas luces habría quedado tres veces mejor”. Pero hay calidad. Es algo de lo que los cubanos deberíamos sentirnos orgullosos, a pesar de todas las cosas que afectan al desarrollo de las artes. A pesar de toda la precariedad, es posible encontrar eventos como un Jazz Plaza, un Festival de Teatro, un Festival de Ballet, un Festival de Cine. La gente viene de todas partes del mundo a ver esto. Es verdad que nos quejamos y decimos que no hay, que no se puede; pero que todavía existan opciones merece respeto. Es necesario que se conozca, que la gente lo valore un poco más.
Como artistas, es difícil que no nos afecte la situación del país. Todo está un poco caótico. En medio de eso, para mucha gente el arte es lo último en lo que piensan, pero creo que es de las pocas cosas que todavía pueden disfrutarse.
Mucha de la música que se hace hoy en Cuba dentro de treinta años no estará. Ese legado se transmite a través de la experiencia oral. Si no se toca, la música se pierde. Si se pierde, será de los peores desastres socioculturales del planeta. Perder una riqueza musical como la de Cuba sería terrible.
He tenido la suerte de viajar y escuchar música folclórica de una calidad inmensa, pero la música cubana es de un nivel muy alto. Hemos pegado ritmos y géneros, bailables, de todo. Es muy duro llegar a Croacia y ver un festival con 10 mil personas bailando salsa y llegar aquí, a la cuna, y ver que ese entusiasmo va mermando.
¿Qué representa el jazz para ti, tú que tanto lo conoces, lo disfrutas y lo compartes con el público?
El jazz es un lenguaje, la forma más útil que encontré dentro de la música para exteriorizar mis pensamientos o lo que siento en un momento determinado. Recuerdo que cuando estudié nivel elemental estaba limitado, pero armónicamente había cosas que escuchaba. “La chica de Ipanema”, por ejemplo, para mí es de los mejores standards de la historia. Recuerdo que tocaba la parte A. Cuando llegaba a la parte B, sentía que aquello no sonaba. La frustración era grande, porque siempre he tenido el instinto de comunicarme a través de la música.
La improvisación es el punto más alto de esa comunicación. Conocer las armonías, poco a poco, va dándote otras posibilidades de expresión. Es algo que no termina nunca.
A veces estás tocando y te equivocas, pero quizá tocas algo que no querías y suena mejor de lo que pensabas. Eso te obliga a estudiar y entender por qué sonó mejor, qué nota tocaste, qué frase hiciste. A veces tocar fuera de las normas te lleva a otros lugares y tocar con músicos que te sigan, y entiendan esa divagación, lleva a todos a otro lugar. Eso es el jazz, un ejercicio de libertad.