En el primer lustro del siglo XX, la venta de maderas y la producción de carbón y cujes de yaya para curar tabaco fueron el sostén de mucha gente. En particular de quienes se atrevían a retar los enjambres de mosquitos y jejenes, la soledad del monte, el apetito voraz de un caimán y el frío de las noches húmedas, alumbradas por la luz tenue de un quinqué.
Además de Morón, tal vez algunos de ellos provenían de Remedios, Yaguajay, Caibarién y Punta Alegre. Habían sido autorizados por el Gobierno español, en octubre de 1897, a establecerse en Turiguanó, sin su familia, para cultivar frutos menores y tabaco.
La colonización de la isla, situada al norte de Morón, en la región central de Cuba, comenzó mucho antes. A finales del siglo XVIII, el hato Turiguanó pertenecía a Francisco García Beloque, de acuerdo con investigaciones del historiador Alipio Alonso Rojas. A partir de 1789, Felipe Santiago de Guevara fue copropietario. Con el nuevo siglo, aquella comarca tuvo varios dueños que disfrutaron desde la distancia; vivían en la villa de Puerto Príncipe de las riquezas obtenidas por la cría de ganado y la venta de maderas.
En 1853, Francisco Comesaña Rodríguez compró la hacienda a los herederos de Pedro Nolasco de Zayas Rodríguez. Al morir dos años después, quedó en manos de su viuda y herederos, entre ellos Francisco Comesaña López, que la convirtió en un feudo, famoso por sus orgías y cacerías de ganado salvaje y venados.
En 1890, Comesaña estaba implicado en un largo litigio con los herederos de Joaquín Polledo sobre la propiedad de la hacienda, de 17 983 hectáreas y valorada en 48 253 pesos. Aunque fue sometida a subasta pública, para solucionar el conflicto, Comesaña la mantuvo entre sus múltiples propiedades hasta que la vendió por 50 mil dólares, el 5 de mayo de 1905, a una compañía estadounidense, hecho que alarmó a la opinión pública, pues Cuba podía perder la soberanía sobre el islote.
El Diario de la Marina, en su sección “Actualidades” del 8 de mayo publicaba:
“El viernes último fue comprada por escritura pública otorgada ante el notario don Antonio Muñoz la isla de Turiguanó y quien la compró fue una compañía americana. Esto no es, precisamente, penetración pacífica, pero sí asedio suave (…) Consignen esa fecha en sus efemérides los periódicos revolucionarios, siquiera no sea más como un recuerdo cariñoso al idioma de los indios, porque los yankees probablemente destrozaran el nombre de la isla que acaban de comprar”.
Al parecer, para no caldear más los ánimos nacionalistas, el mismo periódico divulgó un rumor que nunca se concretó en la edición del 23 de ese mes: “Se dice que la compañía americana que ha adquirido recientemente la propiedad de la isla de Turiguanó va a fomentar un ingenio y establecer algunas otras industrias, que se esperan sean de gran beneficio para la villa de Morón”.
La noticia debió motivar cierta esperanza en algunos moronenses que intentaban restaurar la economía, deprimida por la última guerra independentista y que, para colmo, estaba afectada por una epidemia que había diezmado la masa porcina.
Estafan a los suecos
La empresa estadounidense fue registrada como Turiguanó Land Company. Pertenecía a John Thomas Mccall y Per Vildner, este último originario de Suecia y de profesión periodista. Tuvo la idea de fomentar una colonia con emigrantes de Suecia, avecindados en Estados Unidos, como él, aunque también entusiasmó a residentes en Canadá. Para lograr su objetivo realizó una intensa campaña publicitaria mediante la prensa, un libro y folletos. Incluía en estos escritos fotografías de la exuberante isla, un paraíso para los nórdicos, aburridos de tanta nieve.
La Compañía vendía lotes de 10 acres (4.05 hectáreas), sembrados de plátanos y cercados con malla para criar cerdos, a 2 mil dólares. La mitad del dinero había que depositarla en bancos estadounidenses o en uno de Ciego de Ávila, ciudad próxima a Morón, y el resto cuando las tierras estuviesen produciendo. En el caso de terrenos cubiertos de monte, el precio era diferente. En 1906 comenzaron a llegar las primeras familias, de las 150 que allí se establecieron.
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Gracias al amor por su terruño de Yudit María Pérez Pérez y un grupo de colaboradores suyos reunidos en el proyecto independiente “Fantasmas de una isla” fue recuperado este valioso relato del viajero John Westin, periodista radicado en Nueva Orleans, quien publicó en el diario Svensk-Amerikansk Occidental, el 27 de abril de 1911:
“(…) La colonia cuenta con un barco de pradera que circula entre Turiguanó y Caibarién dos veces por semana. Cuando llegué a los primeros edificios nuevos me recordó a las plantaciones de un incendio forestal nórdico. Todavía quedaban muchos troncos. Allí viven unas 40 familias. Todos, menos un par, son suecos. Se han vendido más tierras y se están construyendo plantaciones para más de 100 hogares. Entonces, en un año más o menos, habrá unas 150 familias de unas 700 personas. La colonia es todavía joven. Se empezó a construir en febrero de 1909 y muchas de las casas son primitivas, pero algunos de los más antiguos tienen casas bastante limpias.
“Los colonos tenían una escuela ordenada, pero aún no tenían un maestro, ni asociaciones, ni teléfono, ni correos, solo misa dos veces por semana, ni prisión, ni cementerio, porque nadie había muerto todavía (…) algunas de las señoras que venían de las compras del mercado en el pueblo (…) se quejaban de que era lento, sin todos los placeres y comodidades a los que estaban acostumbradas. El agua era agua de magnesia dura que es saludable para el reumatismo, pero no es buena para hervir y lavar, razón por la cual la mayoría de la gente tiene cisternas para recolectar agua de lluvia para las necesidades del hogar”.
En La Loma crearon los suecos el primer asentamiento poblacional. Allí, cuenta Yudit María Pérez, establecieron “5 casas de viviendas, Motel de Míster Yepki, una escuela, la tienda, taller de molinos de viento, talabartería, carpintería, matadero, entre otras edificaciones de madera”.
El hotel, erigido en La Loma, de dos plantas y 14 habitaciones, de madera y ventanas de cristal, alojaba a los recién llegados. En la primera planta estaban el comedor, la cocina, la biblioteca y unas habitaciones. En la segunda las demás. Apenas creaban condiciones en la parcela comprada, los emigrantes se trasladaban a ella.
Entre los vecinos se hallaba un personaje pintoresco, el finlandés Karl Selin Suvanto, a quien conoció el periodista Muñiz Vergara, veterano de la última guerra independentista que firmaba sus artículos bajo el seudónimo de Capitán Nemo. En un texto divulgado en el Diario de la Marina el 20 de enero de 1918, rememoró acerca del aventurero:
“En 1909, 10 y 11 traté y tuve a mis órdenes a un finlandés notable (…) Era un buen hombre, de gran fortaleza y vigor físico, industrioso, apto y diligente hasta lo sumo, excelente ingeniero mecánico, carpintero de ribera, herrero, nauta e industrial. Hablaba finlandés, sueco, noruego, ruso, alemán, inglés, holandés y español y había trabajado en Austria y en África del Sur, desde dicho lugar en barco construido y tripulado por él arribó a la isla de Turiguanó, donde se estableció. Poseía entre sus distintas armas un fusil sistema Martini Henry legítimo, de los que sirven para cazar hipopótamos y rinocerontes en África. Luché con empeño porque me lo vendiese y no pude reducirle, ni aunque en trueque le ofreciese el excelente y novísimo Winchester automático. Su hacha noruega, su fusil, su Biblia y su barco constituían su adoración. Recibía revistas y diarios de su país con frecuencia […]”.
Pronto los colonos comprendieron que habían sido engañados. El millar de bananas no se vendía a 7 u 8 pesos, como afirmó Per Vildner. Se cotizaba a apenas $ 1,50. Este dinero no cubría los costos de producción. Quienes decidieron retornar perdieron la inversión, pues la empresa se quedó con las parcelas y no les devolvió el pago que habían hecho.
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Solo quedaron unas 20 familias sin recursos para pagarse el pasaje de regreso. Para sobrevivir cultivaron melones, tomates, ñames, frijoles, maíz, cebollas y naranjas. Una parte de las cosechas era vendida en la ciudad de Morón. Narró la investigadora Marta González que los niños, para regar las plantaciones, utilizaban una carretilla con un tanque de treinta galones de agua. Este recipiente tenía adaptado, a ambos lados, dos tubos que terminaban agujereados en forma de regadera. Se amarraban una soga que cruzaba por encima de los hombros, como si fuera una mochila, mientras el padre empujaba el artefacto por detrás.
Algunos colonos, como los Swamberg, Olsom, Palm y Grand, decidieron mudarse “tierra adentro” y cerca de la ciudad mencionada fomentaron sus fincas dedicadas a producir naranjas. Otros se asentaron más al sur, en el poblado de Ceballos, donde había una colonia de estadounidenses. Clark Norberg fue el último sueco que habitó la isla de Turiguanó. Falleció a principios de la década de 1960.
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Los Barker
En 1912 murió en La Habana, repentinamente, John Tomás Mac Call Travis. Su hermano Elmer y su viuda quedaron con la parte de la empresa que les correspondía. Administraba el negocio entonces T. O. Hamilton.
La Compañía fue disuelta en 1917 y vendió sus propiedades a una nueva empresa nombrada Turiguanó Development Company S.A., que presidía el general Enza J. Barker (padre), asociado con el coronel inglés de apellido Maud y el estadounidense de apellido Lesker. Dos años más tarde se contabilizaron 1 100 cabezas de ganado vacuno. Esta actividad económica era entonces la más importante del territorio, atendida por seis obreros. Al fallecer Barker, su hijo quedó como administrador y con el tiempo compró las acciones que poseían los demás socios.
La expansión de la ganadería requirió desmontes para nuevos potreros, la siembra de yerba de Guinea y la introducción de razas, entre ellas la de Santa Gertrudis, que por primera vez llegaba a tierras cubanas, en 1935, con la importación de 35 toros, provenientes de Kin Ranch, Texas, Estados Unidos. Barker los trasladó hacia el embarcadero, en Morón, y de allí al Estero de Turiguanó. En el corral de San Rafael pasaron la cuarentena. La venta de carne, leche y cueros fue el negocio más rentable del empresario.
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De Barker se cuentan muchas anécdotas. Se habla del robo de bueyes, cuando era uno de los directivos de la compañía azucarera de Punta Alegre, para conducirlos a Turiguanó, de su acoso a las campesinas, de su deuda con los Falla Gutiérrez que lo llevó a hipotecar la hacienda, de su carácter violento. Las fotos lo muestran como un hombre alto, delgado, aficionado a la caza.
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Indagando en la hemeroteca del Diario de la Marina constaté que el 11 de septiembre de 1930 se involucró en una reyerta a tiros con el emigrante español Francisco López, contratista de madera. Recibió dos balazos y su rival hispano también, dos heridas por arma de fuego y varias “diseminadas por todo el cuerpo producidas por instrumento perfora cortante, las que se ocasionó al atentar contra su vida”.
En el pleito, que la prensa llamó “extraño suceso” y del que no se sabían las causas, fue detenido otro participante nombrado John F. Hodggson. Barker no tuvo problemas con la justicia y a partir de entonces funcionó un puesto de la Guardia Rural en la isla. Tenía la misión principal de proteger los intereses del estadounidense.
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Barker tenía a jamaiquinos. Foto: Cortesía del proyecto “Fantasmas de una isla”.
Según un reportaje de la periodista Marta Rojas, publicado en Bohemia el 20 de septiembre de 1963, la sociedad Barker-FalIa Gutiérrez vendió la hacienda y el ganado al senador camagüeyano Pardo Jiménez, en el mes de marzo de 1958. Pardo Jiménez era un testaferro del verdadero comprador: el presidente de la República, Fulgencio Batista.
Sin embargo, el historiador Guillermo Jiménez Soler, en su monumental obra Las empresas de Cuba 1958, refiere: “Finca ganadera destinada a la cría de ganado Santa Gertrudis con campo de aviación propio, situada en isla de Turiguanó, Morón, Camagüey. Era propiedad del norteamericano Ezra J. Barker, quien en 1958 era vicepresidente III de la Asociación de Criadores de ganado Santa Gertrudis y vocal de la Corporación Ganadera de Cuba”. Esta información se reafirma en otro de sus libros: Los propietarios de Cuba 1958.
El investigador de la localidad Alipio Alonso Rojas expuso que, al triunfar la Revolución, el feudo de Barker estaba integrado por 400 caballerías (18 mil hectáreas) de potreros abiertos, tenía entonces 6000 cabezas de ganado Santa Gertrudis y había contratado a 14 hombres, casi todos nativos de la isla.
La hacienda fue intervenida por el Estado y se organizó una granja del pueblo administrada por Manuel Fajardo, comandante del Ejército Rebelde. En la nueva etapa edificaron el famoso pueblo holandés, una carretera para conectar la isla con Morón, electrificaron las comunidades y se construyeron viviendas e inmuebles para prestar diversos servicios.
Fuentes consultadas:
Guillermo Jiménez Soler: Las empresas de Cuba 1958, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2004.
Guillermo Jiménez Soler: Los propietarios de Cuba 1958, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2006.
Alipio Alonso Rojas: “Propietarios cronológicamente de tierras a partir de 1750 y hasta la fecha 2015”, trabajo manuscrito, del archivo de Yudit María Pérez Pérez.
Marta González: “Historia de la Isla de Turiguanó”, monografía inédita.
Archivo del proyecto Fantasmas de una isla.
Archivo del doctor Daniel González Martín
Marta Rojas: “Turiguanó, eslabón de la abundancia”, Bohemia, 20 de septiembre de 1963.
Diario de la Marina
Morón
Felicitaciones José Antonio! Esta historia esta tan interesante que la voy a imprimir porque no la quiero perder.
Gracias!