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Daniella “Ella” Fernández Realin nació en La Habana, en 1995. Es Licenciada en Comunicación Social por la Universidad de la capital de Cuba. En la actualidad cursa una maestría en Cine Sudamericano en la Universidad Nacional de las Artes (Una), Buenos Aires. Ha trabajado como fotoperiodista para la agencia internacional Zuma Press. Sus reportes gráficos han sido publicados en Europa Press, Deutsche Welle, Diario Red, Diario Público, ElDiario.es, Le Temps, Infobae, Mediapart, The Times UK, ABC y L’Humanité, entre otros medios de prensa.
En estos momentos termina su ópera prima como directora: un documental sobre una trabajadora sexual transgénero en Cuba durante la pandemia de COVID-19. Antes de asentarse en Argentina, vivió en Barcelona.
Kaloian Santos, también fotorreportero cubano afincado en Buenos Aires, así se refiere a su colega:
A Daniella casi siempre la cruzo en las marchas y protestas en Buenos Aires. Anda escabullida, con su camarita, tan menuda como ella. Lo mismo entre la algarabía que entre las balas de goma y gases en una represión. En primera fila está ella. Luego ves sus fotos y llama la atención su mirada profunda y comprometida con lo que acontece. Logra llegar a lugares y detalles que muchos de los otros colegas que por ahí pasamos a veces no logramos captar. Ya sea una marcha feminista, de trabajadores o de jubilados, ahí está el registro de Daniella con su sello personal, donde trasciende lo documental y fotoperiodístico para darle una vuelta de tuerca, usando claroscuros, poco saturados los colores, viñetas en las márgenes del rectángulo de ese pedazo de realidad que nos propone, el foco nítido en los gestos y sentimientos de conmoción. Por eso no hace falta ver su crédito para saber que esas fotos son de la cubanita que aparece por todos lados.

Le he pedido a Daniella que presente para nosotros su serie inédita La maldita circunstancia del agua. Ella nos cuenta:
Mi primera cámara propia —no prestada, ni del trabajo, ni de la facultad— la compré en Barcelona, de segunda mano, gracias a la guía generosa de mi mentor y profesor de fotoperiodismo, Carlos ‘Kako’ Escalona. Una Fujifilm xE-2, a la que llamé con afecto El Winche1. Fue una de las pocas pertenencias que me acompañaron en mi segundo proceso migratorio, rumbo a Argentina.
Aterricé en una Argentina pandémica, en 2021, justo cuando comenzaba a vislumbrarse la figura de quien hoy ocupa la presidencia: un mandatario cuya estrategia antiderechos ha trazado una nueva frontera en la historia política del país, y en la manera en que —quienes hacemos o intentamos ejercer la crónica visual— captamos la realidad. Desde entonces, me he sumergido en el cine militante y en el fotoperiodismo documental, con la convicción de que la cámara es un instrumento de lucha: un arma contra la desinformación, un gesto de resistencia, un canal para amplificar los movimientos sociales, los feminismos, las migraciones. Mis compañeros de militancia —los conozca por nombre o no— son los cuerpos que pueblan mis imágenes.
Siempre resuena en mí aquella frase de Aimé Césaire que aparece en La hora de los hornos: “Mi apellido: OFENDIDO; mi nombre: HUMILLADO; mi estado civil: LA REBELDÍA”.
Y, sin embargo, la serie que presento hoy aquí se aleja, al menos en apariencia, de ese tipo de imágenes. No hay represión, ni fuego, ni tomas de calles. No hay gritos. Pero eso no quiere decir que no haya política.
En enero de este año, viajé a Florianópolis, una isla del sur de Brasil. No exploré favelas ni rincones ocultos: simplemente me quedé en la playa. Mi cuerpo y mi mente pedían reposo. De ese descanso —de ese paréntesis— nació la serie La maldita circunstancia del agua. Un conjunto de imágenes que retratan la cotidianidad de la clase media argentina que escapa, por unos días, de una realidad en disputa. Porque pueden. Las fotos respiran una intimidad y una soledad quieta, casi suspendida. Pero esta serie, en el fondo, ni siquiera es sobre ellos. Es sobre el agua. Sobre mi relación con el agua.
Inspirada en los versos de Virgilio Piñera2, más que una lectura política, esta serie es una exploración de la relación profunda, íntima, a veces contradictoria, con ese elemento omnipresente en la vida insular. En la memoria de quienes la dejamos atrás.
Nací en una Cuba compleja, en 1995, rodeada por el mar. De niña y adolescente, el mar fue mi refugio y mi abismo. Soñaba con ser tragada por él: una mezcla de temor y fascinación. El mar no era solo paisaje: era una conexión con algo vasto, algo infinito. Hace casi una década dejé la isla, y desde entonces he vivido en ciudades como Barcelona y Buenos Aires, buscando siempre en el agua una pista, un reflejo, un eco de lo que fui y de lo que soy. Pero fue en Brasil, en enero de 2025, donde finalmente sentí que esa conexión perdida volvía. Allí, entre cielo y tierra, el agua reapareció. No como amenaza. Como reencuentro.
Esta serie es, entonces, un viaje emocional y visual que intenta traducir esa experiencia: la omnipresencia del agua, el eco de la isla, el reencuentro con una misma en paisajes que evocan lo que fue y abrazan lo que es. La maldita circunstancia del agua es también una invitación: a pensar cómo los lugares y los elementos naturales nos moldean, cómo al alejarnos de ellos descubrimos nuevas formas de volver.
En Argentina, el mar no tiene la transparencia que deja ver el reflejo del sol sobre el agua. Pero en Brasil, sí. El agua allí es tan clara que la luz se filtra como un rayo brillante. Esa luz me devolvió a Cuba. A una Cuba no geográfica, sino íntima. Y fue extraño: tuve que irme tan lejos para encontrarla.
Esta serie nació de esa revelación: la forma única del agua en Brasil. Su claridad me otorgó una intimidad que intento capturar en las imágenes, incluso cuando los cuerpos retratados no son conscientes de ella. Fue un espacio donde las personas se dejaron ver en estado de pausa, de serenidad. Y creo que, de alguna manera, yo también.
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Por alusión a “El paso de Yabebirí”, de Horacio Quiroga, perteneciente a “Cuentos de la selva”. En 1987 Tulio Raggi dirigió para el Icaic un corto animado basado en ese relato, que llegó a ser muy popular entre los niños cubanos de la época. El personaje protagónico (El hombre) tenía un fusil Winchster al que cariñosamente llamaba “mi Winche”.
- Se refiere al poema “La isla en peso”, de Virgilio Piñera, cuyos versos iniciales dicen: “La maldita circunstancia del agua por todas partes / me obliga a sentarme en la mesa del café.”