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Los 90. Cuba lidia con la resaca de la caída del comunismo en Europa del Este. Lejos, un fotógrafo cubano busca oxigenar sus bolsillos y se gana la vida en Italia contratado por varios periódicos locales. Es un jinete montado sobre la ola de sucesos locales. Il Tirreno, Corriere di Siena y Cittadino di Siena compran las imágenes de cada jornada y, entre aquellos encargos, todos los veranos sobresale, por imperdible y adorado, uno en particular: el registro del Palio, una jadeante y salvaje carrera ecuestre que hunde sus raíces en el Medievo y que desde el siglo XVII está en los genes de la ciudad toscana o, al menos, es la pasión más compartida entre sus urbanitas.
Treinta años después de esa experiencia, menos impulsivo que entonces, pero igual de creativo y emprendedor, Carlos Torres Cairo (Marianao, 1962) saca a la luz el testimonio de tales registros —todos en película de 35 mm— cribados por su olfato de artista, junto al “ojo clínico” de la curadora Claudia Acevedo.
Se trata de Palio: pasión, arte y tradición, una muestra “a dos obturadores” con el fotógrafo y curador italiano Marco Delogu que puede verse hasta el 25 de mayo, de jueves a domingo, en el edificio de Arte Universal del Museo Nacional de Bellas Artes.
Delogu, (Roma, 1960) presenta su serie “Los Treinta Asesinos”, un conjunto de retratos en blanco y negro de los jinetes del Palio. Captadas entre 1998 y 2021, sus imágenes “exploran la intensidad de estos hombres y su compleja relación con las contradas (barrios históricos) que representan. El alto contraste y los primeros planos revelan no solo el carácter de los protagonistas, sino también la carga emocional que envuelve esta competencia”, se lee en el catálogo de la exposición.

Siena en el corazón y en la retina de un fotógrafo
“Mi relación con Siena es muy profunda, porque desde que llegué me acogieron y es una ciudad muy difícil para que te acojan”, reconoce Torres Cairo apoltronado en el sofá de su casa-estudio del Vedado, cuya fachada exhibe dos carretillas colgadas, remanentes de una de sus exposiciones de arte conceptual.
En el 92, el fotógrafo vivía en Florencia. Sin embargo, unos turistas sieneses que conoció en La Habana lo convencieron de mudarse con ellos a la otra ciudad toscana. Y allí se quedó. “Nunca pensaron que yo iba de alguna manera a integrarme dentro de esta fiesta, que es el Palio de Siena”, cuenta el artista, graduado en 1987 de ingeniero tecnólogo en construcción de maquinaria en la Cujae.
Para Torres Cairo, Siena posee “la plaza más bella del mundo”. Al parecer fue un amor a primera vista con la ciudad fundada en la época etrusca, alrededor del siglo VII a.C. El cubano, que pronto se integró a las rutinas locales y sobre todo a la fiesta del Palio, arrancó trabajando en la cocina de uno de los 17 barrios o contradas (distritos) de la urbe.
“Es que yo camino por la ciudad y ya me siento un poco acomplejado”, dice, riendo, al recordar como muchos, en sus viajes, lo saludan en la calle o lo detienen para cruzar algunas palabras afectuosas. El propio artista ha estado en aprietos al no recordar a sus tantos interlocutores. “¿Y este, de qué contrada será?”, se ha preguntado muchas veces al toparse con caras que ya no reconoce porque pertenecen a generaciones nuevas.

Piazza del Campo, enlistada en 1995 por la Unesco como Patrimonio Mundial, tiene forma de abanico y aloja el Palazzo Pubblico, el ayuntamiento gótico y la Torre del Mangia, un edificio del siglo XIV con vista panorámica que mide exactamente 88 metros de altura hasta su remate, y 102 metros si se incluye el pararrayos. Las contradas históricas de la ciudad se extienden centrífugas desde la plaza.
“Y esos 17 barrios tienen una vida social muy intensa”, dice Torres Cairo. “Esa vida social le sirve para financiar el Palio”, explica. Tan solo pagar a los jinetes o fantini que participan en la carrera —tres vueltas de vértigo a la plaza los 2 de julio y los 16 de agosto de cada año— puede costar entre 300 mil y 400 mil euros.
De 1992 a 1998, el cubano fotografió tales carreras para la prensa doméstica. Sin embargo, en un juego de discriminaciones, solía hacer tomas para los medios y tomas para sí mismo. “Eran muy íntimas, tenían que ver con el tipo de fotografía que yo hacía en Cuba antes de haberme ido, un reportaje artístico un poco más abstracto con referentes como Ródchenko o Giacomelli”.
Negativos bifurcados
Era el tipo de fotografía que gustaba al artista, pero que los periódicos italianos despreciaban toda vez que adolecían de gancho turístico. “Quería hacer una exposición donde el espectador quedara un poco intrigado y así fui reuniendo estas fotos que nunca se expusieron a partir de ir separando negativos”.
El artista encontró muchísimos, tantos que ni el mismo sospechaba que existían. Y ese tesoro respaldó su soberanía estética que le permitió separarse de la manada de reporteros gráficos italianos que captaban las incidencias del Palio.
“Los otros fotógrafos iban con cámaras enormes para coger la crin perfecta del caballo, pero a mí no me interesaba nada de eso y quería distanciarme de la tradición”, recuerda este admirador de la poética de fotógrafos cubanos como Peña, Abascal y Alfredo Sarabia “que murió muy joven”(41 años, infarto) conocido por imágenes de alto contraste y lirismo visual que exploran la infancia y la cotidianidad y del cual recuerda su exposición en la Fototeca de Cuba al ganar el premio de la institución.
La paternidad de la idea de exponer las gráficas sobre el Palio es del propio Torres Cairo, quien se la comunicó al embajador de Italia en La Habana, Roberto Vellano, quien a su vez contactó con su amigo Delogu. “Yo no lo conozco, nos hemos hablado a través de videoconferencia”, aclara el artista cubano sobre su colega italiano.

Contrada della Selva
“Cuando yo los pude ver con sus rostros en la fotografía de Marco me di cuenta quiénes eran y qué transmitían sus miradas. De hecho, reconocía algunos de ellos porque los había visto ahí, porque habían sido corredores de la contrada a la que pertenezco, que es la Contrada della Selva”.
El emblema de este barrio es un rinoceronte bajo una encina, con herramientas de caza y un sol dorado sobre fondo azul. Los colores son el verde y naranja con bordes blancos y su patrona es la Asunción de María, que se celebra el cuarto domingo de agosto.
El oratorio del distrito se localiza en la iglesia de San Sebastiano in Vallepiatta (siglo XVI), centro espiritual de la contrada, que tuvo un origen medieval al surgir como distrito militar, vinculado a cazadores.
En su expediente en el Palio destacan 40 torneos ganados, el último el 2 de julio de 2023. Durante el Palio, sus miembros desfilan con arcos y artefactos para la cacería, rememorando sus raíces históricas. El museo de la contrada conserva trajes y estandartes usados en estas procesiones.
El premio de la carrera, que puede ser ganada por un caballo sin jinete, dado que éste se cayó del animal que se monta a pelo, es el llamado drappellone (gran paño) o Cencio, un lienzo oblongo de varios metros de seda pintado, diseñado y creado cada año por un artista diferente. La contrada ganadora exhibe el lienzo en su museo durante las celebraciones del distrito.

“Vi sacrificar caballos”
¿Todas sus fotos de los 90 son analógicas?
Todo es analógico. En el caso mío son analógicas a negativo entero y algunas se le ve hasta el borde del negativo. En Cuba nos guiamos mucho por un tipo de fotografía que se hizo en los años 40 y 50, que es la fotografía de la agencia Magnum, donde hay firmas como la de Robert Capa o Henri Cartier-Bresson y el orgullo de un fotógrafo es poder hacer un encuadre y disparar. Lo que está es lo que fue captado, sin retoques.
¿Qué cámara utilizaba en Italia en aquellos años?
Creo que fue una Pentax o una Nikon. Nunca he sido fanático de las cámaras. Uso la que me sirve y punto. Y eso me ha permitido, hacer otro tipo de cosas. De hecho, durante un período que estuve viviendo en Inglaterra quise hacer fotografía a partir de lo que veía en mi móvil. No me interesaba tomar una cámara, que cada día que pasa se hacen más invasivas por contraste con la normalización del móvil. La gente está acostumbrada a que todos tomemos fotos con el móvil y la calidad del móvil actual aguanta, se ha superado. Así hice un grupo de fotos que están guardadas, no sé dónde, con los sucesos del barrio británico donde vivía.
Leí en un reportaje de National Geographic que asociaciones defensoras del bienestar animal han denunciado muertes y accidentes equinos en el Palio. ¿En los 90 existían preocupaciones de ese tipo?
En este momento la preocupación que existe por diferentes temas no es la que existía hace 20 ó 30 años.
Yo vi sacrificar caballos. Es decir, en medio de la plaza darle un tiro al caballo porque se le habían partido las patas, sobre todo en una zona de la plaza que es muy complicada, la Curva de San Martino, en la que los animales vienen bajando y se encuentran con una explanada inclinada que propicia choques contra los bancos.
Cuando el caballo se caía, metía las patas dentro de los bancos y se les partían. De un año para otro solucionaron el problema colocando una cerca acolchonada que impide ese tipo de accidentes. Hay un refrán en Siena que es muy famoso que dice: “Si vuelvo a nacer, quiero ser caballo en Palio”. Porque el caballo en el Palio es un dios.
El caballo tiene un veterinario asignado 24 horas, que duerme con el animal; tiene un mozo de cuadra que lo está limpiando y mimando constantemente. Es algo increíble.
Sin embargo, muchas asociaciones animalistas han protestado, pero al día de hoy existe un gran respeto por los animales. De hecho, caballos que se han caído y que se han logrado levantar, pero que quedan cojos, tienen una clínica en Siena, donde pasan su vida solo pastando.
¿Hay apuestas monetarias en el palio?
No se apuesta, es como un pecado. Se trata de una tradición que ha sido cuidada con muchísimo celo. Date cuenta que desde la Edad Media creo que se ha dejado de hacer solo tres veces. Una con la pandemia de coronavirus, otra durante la Segunda Guerra Mundial y otra cuando la peste bubónica en el siglo XVII.
Un gran amigo
¿Alguien le facilitó las cosas en el Palio, alguien como un cicerone, por ejemplo?
Sí, el doctor Fabio Rugani, ya fallecido. De hecho, el catálogo de la exposición está dedicado a él. Es la primera vez que públicamente hablo de este médico de Siena, propietario de uno de los periódicos locales. A su vez, era dueño de una clínica en Siena, la clínica Rugani. Era un tipo extremadamente místico, un personaje único, no he conocido a nadie como él. Me enseñó los símbolos del Palio e incluso me ubicaba en lugares convenientes para fotografiar mientras los fantini (jinetes) hablaban entre ellos, y él me decía “tírame este ángulo, haz esto otro”.
Era como mi padrino en la ciudad. Hasta me buscó palcos que eran carísimos, de 300 ó 400 euros, y para mí eso era algo insólito. Imagínate, yo acababa de llegar de Cuba guapeando.
¿Era difícil conciliar su experiencia caribeña con el modo europeo de vida? ¿Se sentía como pez fuera del agua?
Sí, sí, sobre todo en mis inicios. Ya después… pero uno nunca se deja sentirse extranjero. Siempre sentí que no era de allí y ellos tuvieron mucho respeto conmigo, muchísimo. Igualmente, yo los respeté tanto que no quise ser nunca bautizado en la iglesia de ninguna contrada. Ni en la mía, La Selva, que por cierto ha ganado en las últimas tres veces que he vuelto.

¿Dónde está la foto del árbitro desmayado?
¿Alguna anécdota que sugiera ópticas periodísticas diferentes?
En los días festivos, los fotógrafos me decían: “Me voy de vacaciones, ¿quieres coger mi puesto?”. En aquel momento yo cogía el puesto de lo que aparecía y un día el Cittadino di Siena me manda a hacer un reportaje de todos los eventos de fútbol que había en la zona de la Toscana. Cuando salgo de casa, me pregunto cómo hago foto a todos los partidos en 90 minutos. No se puede. Imposible. Los parques estaban distantes entre sí. Uno estaba a 20 kilómetros del otro.
El caso es que entré al primer partido, tra tra tra, tiré mis fotos y salí corriendo para el siguiente, pero cuando llegué al tercero, esperando que comenzara el juego, se desmaya el árbitro principal. Arranqué de allí y me fui a otro partido y así pude fotografiar unos 7 u 8.
Cuando llegué al periódico me estaban esperando ansiosos y adivina qué foto querían. La del árbitro. Y yo no la había tomado. Ahí me percaté de las diferencias de enfoque, de que no era exactamente un fotógrafo de eventos. Hay una diferencia porque el fotógrafo que está ahí está cazando la imagen. Yo no, yo estaba tratando de hablar con las imágenes. Interesante, ¿no?
¿Qué le aportó la experiencia en Siena?
Una forma diferente de ver el trabajo, la delicadeza, el respeto, porque existe un respeto profundo por la tradición, por el prójimo.
La luz, allá y aquí
Muchos fotógrafos hablan de la exclusividad de la luz tropical en Cuba y ahora, hablando con Ud. me remito a la luz de la pintura del Renacimiento, también exquisita, magistralmente administrada… ¿Dada su experiencia, puede establecer las diferencias?
Normalmente para mi fotografía escojo la luz de la mañana o el atardecer. La otra luz intermedia es muy dura. En Europa, el único problema es que sueles tener muy pocas horas de luz para trabajar. Hay otras diferencias: en Milán iba con mi galerista y de pronto exclama: “Corre, corre”. Y pregunto, qué pasa y me dice: “Que está el carrito de las flores”. Para nosotros las flores y la floresta están presentes los 12 meses del año.
En Toscana no es tan importante la luz como el paisaje, el cual cambia con la luz. El paisaje toscano todo el mundo dice que es manipulado, ¡porque lo ves tan perfecto! La cantidad de calendarios que se venden con imágenes de las colinas toscanas… y todos son diferentes, con sus cipreses y su riqueza arquitectónica. Yo después trabajé también en Francia y en España.
¿Cómo lo explico? Aquella es una realidad fotográficamente más tranquila y más conceptual. En Cuba es lo real maravilloso o lo propiamente surrealista. El otro día, frente al Museo de Bellas Artes, un chofer de bicitaxi con el vehículo roto y levantado sobre sus dos ruedas traseras y de repente vienen unos muchachos enmascarados para asustar a los transeúntes mientras filman el chiste. Esa imagen, digna de un Cañibano, no te la encuentras en Europa, donde la realidad es más acomodada, más tranquila, más codificada.

Un laboratorio como el paraíso y una chica saliendo de una bandeja
¿Cómo llegó a la fotografía?
Junto al teléfono, la cámara fotográfica es una de las invenciones que más me han cautivado. Yo salía con la camarita que existía en aquel momento, que era la Lubitel o la Zenit (soviéticas), ya ni recuerdo, a tirar fotos cuando todavía no me había graduado de ingeniero. En aquel entonces descubrí que en la Cujae había un laboratorio de fotografía y me acerqué a su responsable. Le decían Roberto fuera de foco y él me invitó a conocer el proceso químico del revelado. Me acuerdo todavía de la imagen que salió de la bandeja. Era una muchacha. Y a partir de ahí me dije que no podía ser otra cosa en la vida que fotógrafo.
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Torres Cairo compartía la docencia en la Cujae con el ejercicio fotográfico. Al comienzo hizo de todo: bodas, fiestas de 15 y cumpleaños, “lo que aparecería”, hasta que comenzó a registrar las presentaciones de grupos musicales. NG La Banda, Los Van Van, muy brevemente, y Xiomara Laugart, con quien saldó una buena amistad. Luego vino el Museo Nacional de Bellas Artes y otras instituciones análogas que lo contrataron para reproducir obras de arte. A partir de ahí consolidó su trabajo profesional y su nombre ya no era el de un desconocido.
Curaduría: “No es una postal turística”
Pese a que no se conocían personalmente los fotógrafos, ¿las colecciones de ambos dialogan en la muestra?
Ya en la forma en que se hizo la curaduría por Claudia Acevedo y por mí, que también la trabajé, sabíamos cómo combinar la fotografía y cómo no cansar con los retratos. Eso nos permitió hacer una curaduría que ha gustado. La hemos criticado mucho entre nosotros, hemos discutido, pero al final ha resultado un trabajo muy bien hecho.
“Realmente es la primera vez que hago un trabajo de curaduría”, confiesa Acevedo (La Habana, 1988), editora de libros y directiva de la casa independiente Aurelia Ediciones.
“De hecho, pude comprobar una idea que siempre ha estado en mi cabeza y es que hay muchos puntos en común entre el concepto de curaduría y uno está haciendo un libro. Sobre todo, catálogos de arte, que son libros de fotografía, libros para artistas visuales. Estás pensando todo el tiempo en el lector y en el espectador, cómo hacer convivir fotografías en este caso de dos autores, si utilizas textos o no… En los libros uno deja espacios en blanco, en la exposición también, porque quiere un poco de silencios para el espectador”.
Si consideras la plasticidad de las fotos y la plasticidad de las ideas, de las palabras, de alguna manera se comparte algún tipo de conectividad que te ofrece una lógica de acción…
Exactamente, porque es una estructura y paralelamente fuimos haciendo el catálogo. Entonces, vas curando para un catálogo donde incluso tienes más libertades, porque tienes más espacio: puedes, no sé, insertar más fotos que en la sala, por ejemplo. Y todo lo contrario con el texto, es muy poco lo que puede seleccionarse, porque al final hay que tratar de que las fotografías hablen por sí solas.
Y luego tuvieron que conciliar a los dos autores bajo un mismo techo…
Fue el gran reto de concebir el diálogo entre los dos. Nos preguntábamos si separábamos totalmente las fotografías de uno y otro, o si convivían; porque, además, se trataba de un fotógrafo que no conocíamos. Pero hay un denominador común en el proceso de este sueño cumplido de la exposición desde el primer momento hasta el final: la amistad. Primero, yo conozco Siena a través de Carlos; es decir, la primera ciudad de Europa que visité, hace unos 10 o 12 años, fue Siena, y heredé esos amigos de los que él habla, y coincidí en mi primer viaje con un Palio.
Luego, fue de alguna manera revivir lo que Carlos me comentaba de su experiencia allí. Después veía con él esos archivos de fotos inéditas. Todo ello tiene como fondo la amistad y el deseo de llevar a cabo una exposición que, a su vez, respetara los símbolos elegidos por cada artista para representar el Palio, y que el público entendiera la estructura de la ciudad de Siena, para lo cual dispusimos alguna información de texto y visual muy puntual sobre las contradas.
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Para la muestra, Acevedo desechó la idea de emplear instalaciones —“los autores insistían mucho en respetar la fotografía”— y, buscando economizar el espacio, creó una estructura de pladur en el centro en forma de S que permitió exponer más fotografías.
“Los videos que proyectamos son audiovisuales que envió la municipalidad de Siena y están validados para que se sepa que es una información verídica, de modo que tienen una función didáctica y no artística”, explica la curadora.
En el caso de los retratos de Delogu, el artista romano indicó un formato de 55 cm x 72 cm, y que todas las imágenes estuvieran a una altura media de la visual del espectador, “porque la idea es sentir que tienes delante a ese jinete”.
Por otra parte, la curadora barajó la posibilidad de colgar las banderas de las 17 contradas, pero la idea sucumbió ante lo engorroso de solicitar los permisos a las autoridades sienesas, dado que se trata de bienes patrimoniales.
Felizmente, la propia iluminación de la sala del museo pudo adaptarse a las necesidades de la exposición, para proyectar luz redireccionada sobre formatos a partir de 1,50 m x 1,80 m, que fueron utilizados por Torres Cairo.

Descartes, el dilema
Entre las cavilaciones que de alguna manera atormentaron a Claudia Acevedo estuvo el determinar qué abandonaba de los fondos fotográficos en aras de la síntesis y que el espectador no informado no perdiera en comprensión de lo que es el Palio por los inevitables descartes gráficos.
“Este año pretendo ir al Palio y me preguntaba cómo voy a mirarlo después de haber trabajado en la exposición. Ahora, un espectador que no conozca nada de esta festividad medieval, ¿podrá llevarse una idea básica luego de haber visitado la exposición?”, se pregunta la experta en literatura cubana contemporánea.
Por eso buscó “los símbolos que proponen los fotógrafos, las sombras proyectadas en las imágenes de Carlos, por ejemplo, para conformar identificaciones”, narra, a sabiendas de que “que la exposición la vería de manera diferente quien vive allí y evidentemente muchos de los que estuvieron en la inauguración la verán otra realidad. Esos niveles de significación, de alguna manera, aportan una mirada distinta. Pero sí, se abandona mucho y queda esa sensación, porque en el Palio ocurre mucho, no solo el día de la carrera, sino anteriormente como preparación de un año a otro”.
Aunque, como contrapeso, hay “muchas fotografías documentales que aparecen en el catálogo y no en la exposición”, tampoco logran transmitir “todo lo que se vive en el evento”, con la desventaja de que las fotografías están en blanco y negro, “un recurso dramático de los autores”, pero que de algún modo recorta la generosidad cromática del espectáculo.
Normalmente, las exposiciones que se hacen en Siena a partir de fotógrafos locales son “más documentales y explícitas”, de modo que el espectador aprecia todos los colores de las banderas, el aspecto de la plaza y cómo se mueven los caballos.
“En este caso no”, dice Claudia con un dejo que hace notar la desventaja ilustrativa entre “una postal turística” y una muestra de arte que brinda “una mirada muy íntima y abstracta de estos fotógrafos a partir de su percepción estilística”.
¿La exposición tiene un futuro más allá de La Habana?
Nuestra próxima meta es que pueda moverse a Italia. Es lo que queremos, llevarla a Siena con los amigos que están allá.
Los fotógrafos de la épica
Carlos Torres Cairo es un referente en la edición y promoción de la fotografía cubana, en especial la perteneciente a la llamada épica revolucionaria de los años 60. También se le reconoce su mecenazgo con iniciativas literarias para jóvenes, en el entendido de que representan una solución de continuidad en un país sometido a una crisis multidimensional en que la disgregación y las fracturas también son peligrosamente culturales.
“En 1996, tuve la oportunidad de producir mi primer libro dedicado a la épica revolucionaria. Siempre admiré profundamente a fotógrafos como Raúl Corrales (1925-2006), Alberto Díaz Gutiérrez, Korda (1928-2001) y Liborio Noval (1934 – 2012). Conocía bien su obra y, por azares del destino, se me presentó la oportunidad de trabajar con Corrales y organizar una exposición suya en Italia”.
¿Usted hacía de editor?
Sí, ejercía de editor de manera autodidacta. Me encargaba de todo: buscaba diseñador, organizaba el material, decidía la estructura. Era un trabajo de intuición y mucha pasión.

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Corrales fue un éxito. Entonces, con ese empujón editorial, surgió la posibilidad de hacer un libro sobre Alberto Korda.
Conocido antes de 1959 por su sofisticado trabajo en fotografía de moda, retratos y publicidad, es el autor de una de las fotos más icónicas del siglo XX y la más reproducida de la historia, por la cual nunca cobró un centavo de derechos de autor (Feltrinelli tampoco): un melenudo Che Guevara de 1960, con boina estrellada y gesto grave ante el asesinato de cientos de cubanos despedazados por la explosión del vapor belga La Coubre.
Así repasa Torres Cairo su “atrevimiento” de entonces: “Me acerqué a Korda y le propuse hacer un libro centrado exclusivamente en la en la épica revolucionaria… Korda me preguntó por el título, la tirada y la portada. Le respondí que tenía en mente el título Diario de una revolució” y que la portada no sería la famosa imagen del Che, sino el Quijote de la farola. Korda aceptó, pero me advirtió que no tenía papel para imprimir. Así que viajé a Italia, compré el papel y se lo llevé personalmente. De ahí salió el segundo libro”.
Con el tiempo, estos libros no generaban grandes ingresos, pero solventaron otros proyectos: postales, calendarios —“el primero lo hicimos en 1997 y desde entonces producíamos uno cada año”— y otras publicaciones que ayudaron a difundir la obra de esos fotógrafos y a sostener económicamente Aurelia Ediciones.
A medida que el proyecto crecía, se incorporó Claudia Acevedo como editora. “Ella aportó disciplina y una visión más profesional, gracias a su formación en filología y tecnología”. Bajo su dirección, la editorial se diversificó y trabajó colecciones sobre cultura afrocubana (Iroko, materiales librescos y audiovisuales), arquitectura (como la monografía de Roberto Choy 1947-2014) y literatura.

Padura, un arma de construcción masiva
Aurelia es la única editorial independiente en Cuba que publica al novelista Leonardo Padura (La Habana, 1955) con su permiso y el de su editorial extranjera, la española Tusquets.
“No hacemos grandes tiradas por limitaciones legales y económicas, pero cada actividad con Padura en nuestra galería convoca multitudes. Recuerdo una presentación de la novela Como polvo en el viento. Yo estaba durmiendo la siesta antes de la actividad y desperté por una llamada telefónica en la que alguien me decía alarmado: ‘Oye, Carlos, ¿tú has visto lo que está pasando en tu casa?’. Yo digo: ‘No’. Entonces bajé corriendo las escaleras y cuando me asomo al patio, veo que la gente llegaba a la esquina de 17 y 24 y doblaba más allá. Realmente me asusté”.
La colaboración con el Premio Nacional de Literatura 2012 y el premio Princesa de Asturias 2015 suma, hasta el momento, un par de libros. El primero, La Habana nuestra de cada día, fue un proyecto muy personal.
“Padura, su esposa Lucía López Coll, Claudia y yo nos propusimos rendir homenaje a la ciudad. Yo salí durante seis meses a fotografiar La Habana, mientras Padura seleccionaba y escribía sus textos. El resultado fue un libro de gran calidad, con fotografías sinceras y una edición muy cuidada”, cuenta Torres Cairo.
Posteriormente, la editorial Tusquets les propuso un segundo libro, Ir a La Habana, en el que las fotografías debían ilustrar los textos de Padura de manera más directa. “Aunque este libro también ha tenido éxito, personalmente prefiero el primero, donde pude expresarme con mayor libertad creativa”, zanja el artista.
Además de Padura, Aurelia Ediciones ha trabajado con otros autores como el uruguayo-cubano Daniel Chavarría (1933-2018) y escritores catalanes, siempre con un enfoque en la literatura cubana contemporánea.
Ven-tú: juventud y pluralidad
Ante la crisis editorial en la isla, el mecenazgo de Torres Cairo ha fomentado talleres literarios y de edición, que no solo se ocupan de escritura creativa, sino además sobre derechos de autor, traducción, autopublicación y la relación de la literatura con otras artes.
De esta inquietud nació Ven-tú (verbo + pronombre personal), una iniciativa bajo la cobertura intelectual de Leonardo Padura y Claudia Acevedo.
El objetivo era crear un grupo de trabajo para promocionar las artes, con énfasis en la literatura joven, en una operación que Torres Cairo describe como “meterse por los huecos legales para poder seguir haciendo literatura”.
La idea involucra a escritores, diseñadores y artistas jóvenes, incluso de otros países del Caribe, como República Dominicana y Belice. Uno de sus resultados fue un taller patrocinado por la Unesco para jóvenes de hasta 35 años, que culminó con la publicación de un texto colectivo, Un libro es un show.

En estos talleres participaron figuras como Padura, Gustavo Arcos, Pepe Menéndez, Arturo Arango, Anulfo Espinosa, Rafael Grillo, los Pimienta y Darsi Fernández. Los talleristas escribieron textos de diversos géneros, mientras que otros jóvenes se encargaron del diseño y la maquetación, siempre bajo la supervisión de los expertos.
“El propósito de Ven-tú es que los jóvenes no solo se formen, sino que además vean sus obras publicadas, incluso explorando plataformas como Amazon para darles mayor visibilidad”, dice la editora Acevedo.

CairoStudio-Grupo Creativo
El paso por la ingeniería no solo sirvió al joven Carlos para descubrir la alquimia de la fotografía en un romántico laboratorio de la Cujae, sino para adquirir una racionalidad técnica que ha salido a flote en los últimos tiempos.
Cairo Studio-Grupo Creativo maneja dos talleres: uno de herrería y otro de artes gráficas.
Con el primero atienden pedidos variopintos y hasta algo extravagantes para hoteles e instituciones. Por ejemplo, han reproducido las letras del Havana Riviera en su escala original para sustituir a las viejas y fundacionales del llamado hotel de la mafia italoamericana, o el piano del maestro Frank Fernández, a tamaño natural, para el hotel Paseo del Prado La Habana, una mole de lujo echada a los pies del canal de la bahía y frente al Morro de 1630.
“Ahora estamos haciendo la zona VIP del hotel Parque Central”, adelanta Torres Cairo, mientras muestra el interior de su taller de impresiones gráficas, que a todo tren trabaja los siete días de la semana en turnos rotativos, dotado de electricidad fotovoltaica y plotters japoneses de última generación que solo funcionan si son registrados y reconocidos en la nube digital. En el momento de la visita, imprimían etiquetado para la Feria Internacional de La Habana que acaba de finalizar, mientras afuera, una mata de mangos no dejaba de bombardear el patio con sus frutos prematuramente arrebatados por la ventolera.
El contraste entre el orden productivo de la tecnología, con sus exactas dosis cromáticas sobre el papel, y los desafueros de la naturaleza, era un cruce de significados sobre las dimensiones de la creación, donde el hombre hace de mediador y con suerte, de equilibrista, tal como pretende nuestro fotógrafo y mecenas al jugar con el arte y el mercado como cara y cruz de una misma moneda.
¿O sea, que estoy ante un empresario también?
Un TCP (Trabajador por Cuenta Propia) vamos a decir, porque en el fondo no lo sé. Nosotros somos artistas. Eso es lo que somos y lo que queremos ser.
