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Aunque se la ha llamado “la mejor discípula de Ortega”, María Zambrano es una filósofa de primer orden y una escritora no menos vibrante que el propio Don José. Tan solo haber postulado la “razón poética” —desprendimiento venturoso de la “razón vital” orteguiana— la acredita como pensadora universal. Pues en todo tiempo y lugar, la poesía es muchas veces la encargada de mover las clavijas del instrumento razonante, tensando las cuerdas de la participación hasta involucrar al resto de las potencias de nuestro ser.
En retrospectiva apreciamos que una mirada y una aventura semejantes despuntaban entre los escritores de la generación de Orígenes, ese estelar conjunto de creadores, muy jóvenes por entonces, a los María dio en llamar “la Cuba secreta”, y en quienes la presencia de la ilustre exiliada suscitó entrañables resonancias cuyos ecos resuenan todavía.
El pasado 17 de abril tuve oportunidad de asistir a una clase sobre María Zambrano. Fue en un salón del Rectorado de la Universidad de La Habana, y estuvo a cargo de la profesora, novelista y poeta madrileña Marifé Santiago Bolaños. En la tarde, la encantadora visitante, junto con José María Vitier y la poeta Rosa Cuadrado, ofrecieron un recital de versos y música en el centro donde trabajo, la Casa Vitier García Marruz.
Así como la lección de la mañana fue magistral en todo el sentido de la palabra, el recital vespertino estuvo lleno de memorable intensidad. Al terminar la velada, intentamos agasajar como pudimos a quienes tanto nos dieran.
Las líneas que vienen a continuación se justifican, en primer lugar, por el mandato de nuestro centro de dar a conocer la figura de Medardo Vitier, eminente pensador y maestro cubano. Pero van dedicadas sobre todo a nuestra nueva amiga Marifé Santiago Bolaños, quien viajó a La Habana tras las huellas de María Zambrano, para ofrendarnos, a su vez, una España secreta.
Lo que sigue es un texto descubierto por el investigador Fidel Hechavarría en los fondos de la Biblioteca Nacional. En este Medardo Vitier evoca una clase de María Zambrano en la Universidad de La Habana.
María Zambrano
Por Medardo Vitier
Ya la conocíamos. Está otra vez entre nosotros y explica un curso sobre Ortega y Gasset en la Universidad. Es loable que nuestro máximo centro docente haya invitado en varias ocasiones a esta noble mujer, de resuelta vocación filosófica y formada, además, bajo el fecundo magisterio de tan eminente profesor. Pero es lástima que no hayamos sabido retenerla, como tampoco, en otra esfera de enseñanza a don Américo Castro, para fijarme solo en uno de los profesores españoles que nos han visitado y forman grupo, de fuerte influencia, en México.
La doctora Zambrano expone en su contorno, en su contenido y en su originalidad el sistema de pensamiento que ha articulado Ortega y Gasset, así como sus nexos con la filosofía europea. Como ella tuvo la envidiable ventaja de asistir a varios cursos (parece que a los principales) durante años y vio nacer —podría decirse— la doctrina de su maestro, estas lecciones le fluyen como vena abundosa, aunque al evocar lugares, situaciones, vivencias, en suma, se la ve afectada como quien reprime efusiones o prefiere guardar cosas del alma.
Nos entera del punto de partida de Ortega en lo tocante a su sistema y a doctrinas como la de la sustancia, por ejemplo. Recuerda la tradición del racionalismo, desde los griegos, y el examen que les hizo Ortega de “la razón” como instrumento para captar la realidad y, sobre todo, la más radical y envolvente de las realidades: la vida. Nos recuerda que hacia 1900 la filosofía presentaba tres direcciones: el problema de la conciencia, el de la realidad y el de la vida, y parte de ahí para mostrar la parte crítica y la constructiva del pensamiento de Ortega. Podría seguirla idea por idea, pero ni lo necesitan los que le asisten ni dispongo de espacio para tal resumen.
Creyó conveniente en su primera lección demostrar la españolidad de Ortega y su genuina mentalidad filosófica, que algunos no perciben bien a causa del fragmentarismo y dispersión de los escritos del pensador español. Defendió con las mejores razones lo que a ese respecto se proponía probar.
Por supuesto, casi toda su exposición se mueve en torno a la llamada “razón vital”, “razón histórica”, frente a la razón clásica que funciona desde los griegos formando la ancha veta del racionalismo occidental. Y ha acentuado la importancia del ensayo Meditaciones del Quijote (1914), donde aparece la ya célebre aseveración: “Yo soy yo y mi circunstancia”, llena de implicaciones que ella ha hecho explícitas con positiva maestría.
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Dos impresiones
Oyendo a María Zambrano piensa uno en las aptitudes de profesor que posee Ortega y Gasset y en las resonancias mentales que deja en sus mejores discípulos. El avance lento y gradual de su filosofía, de un curso a otro, el procedimiento de estudios monográficos, la reserva de su concepción metafísica para el final de su larga y coherente serie de instancias filosóficas, los recursos de expresión… todo eso se refleja a maravilla en las disertaciones de la señora Zambrano. Por otra parte, impresiona la cabal asimilación de las ideas de Ortega, que parecen transmutarse en vivencias de su discípula. Los que han leído mucho al filósofo de la “razón histórica” notan enseguida la adecuada comprensión que tiene esta mujer de dicho sistema. Como tal lo expone ella, por su íntima trabazón lógica y por su circularidad, a un tiempo matemática y vital, según nos decía. No hay duda de que Ortega, a más de haber ideado una doctrina que debe considerarse, la ha infundido en sus discípulos aptos, quienes hablan todavía como envueltos en el aura mental del profesor que ayer los formó y los deslumbró.
Tan penetrada está M. Zambrano de la enseñanza oral de Ortega, que no se refiere gran cosa a los escritos. Por ejemplo, hablaba de una de las mejores cosas que le debe: el verse, el sentirse uno a sí mismo, como asistiendo al hecho mismo de su vida interior. Puede ser, claro está, que en la lección de cátedra él pusiera en eso calor y luces insustituibles; pero la tesis se halla en páginas de El Espectador, señaladamente en aquellas que titula “Vitalidad, alma, espíritu”.
La profesora
Hay notoria ordenación lógica en cada lección (aprovecho el momento para notar el mal acuerdo con que decimos “conferencia”). Confío en que no sea necesario razonarlo.
Hay también un visible enlace entre las varias lecciones. Parece esto cosa obvia, y no lo es enteramente. A virtud de esa condición va ella demostrando lo sistemático del pensamiento de su maestro. Y lo relaciona frecuentemente con doctrinas y direcciones metafísicas de épocas diversas. No hay que decir cuánta familiaridad revela en la Historia de la Filosofía.
Algunos (no creo que los mejores observadores) han dicho que es un tanto monótona. Sostengo que no lo es. Lo que ocurre es que no levanta la voz, como suele hacerse innecesariamente, ni la baja con exceso. De modo que al moverse la voz entre límites próximos da cierta impresión de igualdad.
La riqueza de ideas anima la entonación. Esta no ha de referirse solo al lenguaje. Más todavía: es el pensamiento el que entona. La inflexión de su voz no se aleja nunca del hilo que le sirve de patrón. Leves inflexiones le bastan para acentuar o matizar. También para el tránsito de un contenido a otro. Ya así hasta el final.
Desde luego que en función de profesora necesita “ponerse” un poco extrovertida, al menos en cuanto al “saber”, ya que poquísimo en lo concerniente a reservas de esas que en otras provocan efusión. Por ahí no se mueve con desembarazo ni lo pretende. Aun en las meras ideas, uno adivina cautela, miramiento, eso que ella misma llamó “temblor”, ante la verdad o en el camino para hallarla.
Expone más que explica, porque supone a todo el mundo más o menos enterado, en lo grueso, del corpus filosófico general. No le censuro su optimismo, si bien tengo mis dudas. Su exposición, bien articulada, la hace con economía verbal: propiedad en las voces, precisión en los términos, porque la tiene en los conceptos, sintaxis correcta… Recuerdo ahora que Ortega lamenta la poca precisión que halla en América, con excepciones que él salva.
María Zambrano nos deja dos lecciones: la de su curso en sí, es decir, la de la filosofía de Ortega, y la disciplina mental con que ella se conduce, resuelta al fin en lo que Mañach llamó “gracia de la inteligencia”.
Volviendo al tema general del curso, solo puedo preverlo. Cierto que ella leyó el elenco, descompuesto en sumarios, pero cada lección —y ha dado cinco no más— es un cuadro palpitante y por eso imprevisible. Por lo pronto ha necesitado referirse a las direcciones esenciales de la Filosofía para situar la de Ortega a buena luz. En realidad, buena parte de estos estudios registra en la Historia una oscilación entre la ratio essendi, que prevalecía en el pensamiento griego y la ratio cognoscendi, que alcanza el primado en la Filosofía moderna. Creo que a través de las lecciones restantes (hasta catorce) hemos de ver lo que persiste en esas dos instancias en Ortega, o mejor, lo que él rectifica y deja acrecentado. En lo que ella ha expuesto ya, luce bastante esbozada la solución a que se atiene el famoso profesor español.
Sugiero al lector interesado en estas materias que lea (o relea) algunos artículos de El Espectador, sobre todo aquellos que aparentemente no tienen pretensión filosófica, y advertirá la pujanza de vida que allí se desborda: euforia, vibración de lo biológico profundo, voluntad vital, mirada escrutadora, interés de totalidad… Esa raíz humana de fresco impulso es, cuando menos, un factor en la concepción de la filosofía de la “razón vital”. Los escritos a que me refiero son anteriores a 1930. De unos diez o doce años acá, ese clima individual ha cambiado. Pero esto requiere entrar en puntos que no me he propuesto.
Aludía el filósofo a sí mismo cuando, en 1934, escribía: “Después de haber vivido largo tiempo la filosofía de Kant, es decir, después de haber morado dentro de ella, es grato, en esta sazón de centenario, ir a visitarla para verla desde fuera, como se va en un día de fiesta al jardín zoológico para ver a la jirafa”.
Lo que no he podido saber es si María Zambrano está ya, con respecto a la filosofía de Ortega, por la libertad y la objetividad, en condiciones de ir a ver la jirafa.
La persona
Algo de lo apuntado sobre la profesora nos muestra la índole personal de María Zambrano. Quisiera ella el más leve instrumento verbal para manifestarse. Rehúye todo énfasis. Aborrece la exhibición del yo. Su lección corre, en tono menor, con su dulce carga. Parece esquivar aun la mirada. Y sin embargo logra dibujar bien la fisonomía intelectual y hasta individual de Ortega. Voz, dicción, gestos, ademanes, aire del semblante, todo dice levedad, interioridad. La he tratado poco y me parece muy agradable. Pero pienso (mera conjetura) que quien no la conozca o no pertenezca al número de sus amigos, si es sujeto efusivo, deberá contenerse, al acercarse a ella. Su don de gentes y su amable condición no ocultan el plano “desde” el cual vive. Pasa, llega, y es como si dijera: “De mis soledades vengo”.
MEDARDO VITIER
El Mundo, La Habana, 4 de abril de 1948