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La intención de Benjamin Netanyahu de impedir el ascenso de Irán como potencia nuclear en la región, no podía realizarse sin que se cumplieran tres etapas.
La más difícil había sido la de comprometer la participación militar de Estados Unidos en una operación que, por razones logísticas, no se habría podido lograr sin esta. Irán está separado de Israel por casi 2 mil kilómetros de distancia.
Israel cuenta con más de 600 aviones, muchos muy modernos y generalmente comprados a Estados Unidos, de quien recibe una ayuda anual de 3 mil millones de dólares. Por ejemplo, cuenta con 45 aviones F35, cuyo valor oscila entre 80 y 100 millones de dólares cada unidad. Pero son aviones caza; es decir, que operan en distancias cortas, como han sido los escenarios habituales para el poderío aéreo israelí.
Una operación como la que realizó en la madrugada del 13 de junio, con 200 aviones de este tipo recorriendo esa gran distancia, no puede continuarse todos los días. Para bombardear las instalaciones nucleares iraníes, construidas a gran profundidad, requería bombarderos de gran alcance. Como los norteamericanos.
La fase dos, el bombardeo con aviones de Estados Unidos de largo alcance y bombas de 13 toneladas, se realizó el 22 de junio. Juntos cantaron victoria, estadounidenses e israelíes. El asunto parecía resuelto. Adiós a la amenaza iraní.
Pero no se derriba un gobierno enemigo solo con la aviación. Y estaba excluida la participación de tropas en un país con 90 millones de habitantes y más extenso que el Reino Unido, Francia, Alemania e Italia juntos.
El cambio de régimen, como suele llamársele, es la etapa aún no cumplida.
Porque no se cumplió entonces el sueño compartido de Netanyahu y Estados Unidos. Las masas iraníes sí se lanzaron a las calles, dejando a un lado diferencias políticas, para condenar la agresión de que eran objeto, en montañas y en ciudades como Nathan e Isfahán, vinculadas al programa de desarrollo nuclear. Una respuesta fundamentada en su profunda identidad nacional y en un orgullo histórico no disimulado.

Paréntesis sobre Irán y Persia en la historia
Irán es el país de Asia Central con más larga historia política y cultural, y en el Oriente Medio solo Egipto comparte esa trayectoria.
Fue conocida en el mundo entero como Persia, aunque desde hacía mucho tiempo sus nacionales, sin desconocer el peso de la etnia persa (hoy es algo más del 50 % de la población), llamaban a su país Irán. En 1935 cambiaron oficialmente el nombre.
Desde Ciro el Grande, fundador del Imperio aqueménida en 550 a.n.e, los persas mantuvieron no menos de diez imperios y dinastías en el gobierno, hasta la revolución chiita de 1979. A veces todopoderosos, como durante Ciro y Darío, otras en estado semicolonial. (Por cierto, ninguno de los imperios se conoció como Imperio Iraní, como les llamó Trump haciendo “gala” de sus conocimientos históricos. Pero eso es anécdota para otro día).
Europa, en la zona más oscura de su proceso formativo, se benefició de los conocimientos de la ciencia y la historia precedentes, a través de su contacto con la cultura islámica, combinación de las culturas árabe y persa.
Desde el siglo XI, eruditos europeos comenzaron a traducir textos del árabe al latín. Fue a través de estas traducciones que Europa redescubrió gran parte de su herencia intelectual griega, perdida durante siglos, incluidos textos monumentales de Aristóteles, Platón, Galeno, Ptolomeo y Euclides, entre otros.
El Canon de Medicina, enciclopedia que sintetizó el conocimiento médico griego, indio e islámico en general, obra del persa Avicena (Ibn Sina), fue el texto médico estándar y principal manual de enseñanza en las universidades europeas durante más de 600 años.
Los iraníes comenzaron su trabajo de investigación en las ciencias nucleares en la década del 50, hace setenta años, cuando aún regía la despótica y prooccidental dinastía Pahlavi. El Sha Mohammad Reza Pahlavi construyó el primer reactor con asistencia de Estados Unidos y, al ser derrocado, había comprometido la construcción de veinte centrales nucleares.
Las otras narrativas y la desconfianza
Trump ha enfrentado encolerizado cualquier reescritura de su versión de los acontecimientos, en la que se adjudica la destrucción del programa nuclear iraní y su victoria en la guerra junto a Israel. Pero las testarudas realidades han creado una narrativa diferente.
Solo un ejemplo: la foto aérea de la montaña bajo la cual está la gran planta de Fordow, única prueba de la efectividad del bombardeo, ha sido reinterpretada con otros criterios. La narrativa paralela, a partir de una evaluación inicial de la Agencia de Inteligencia de la Defensa (DIA), no encuentra muestras fehacientes de la efectividad de las bombas de trece toneladas en instalaciones que se encuentran bajo tierra a 60 y 100 metros en la montaña.
La lógica común e informaciones del Washington Post asumen que el uranio de la planta había sido transferido a otro lugar oculto. Otros indican que la instalación, toda o en parte, había sido ya trasladada.
Y no hay evidencia de que exista resistencia ni alternativa interna a la forma de gobierno actual de Irán. Una peregrina opción por el único hijo del Shah solo encuentra espacio en los espacios cómicos de los medios.

Todavía hoy se discute si Trump sabía tanto como sus militares y la CIA sobre los planes exactos de agresión directa a Irán. En la versión de Alastair Crooke, veterano diplomático británico, experto en la singular política de la región, la administración Trump fue engañada por Israel, que le presentó una información falseada sobre las intenciones iraníes de producir el arma atómica. Que sería la explicación de por qué Trump negó las informaciones de su propio sistema de inteligencia, que opinaba lo contrario.
Irán se recuperó rápidamente, pese a la fuerza de los golpes recibidos. Las famosas “decapitaciones”, que le han dado al Mossad una fama macabra, no son definitivos en países organizados, donde los escalafones de relevos son orgánicos de los sistemas de las instituciones.
En este caso los vacíos fueron resueltos y el sistema de defensa aérea fue restaurado en 8 horas, dice Crooke.
La aparentemente inviolable defensa aérea de Israel no pudo contener la lluvia de misiles, ni siquiera con la ayuda de los buques de Estados Unidos y de bases norteamericanas en Iraq y Jordania. Objetivos muy sensibles fueron bombardeados, como el puerto de Haifa, que además de su importancia para la economía de Israel, es clave en los planes para oponer una ruta comercial internacional a la ruta de la seda, que auspicia China.
Los iraníes aseguran haber alcanzado blancos militares, edificios gubernamentales y bases de inteligencia. La fuerte censura israelí ha dificultado precisar los efectos de las armas iraníes.
De cualquier modo, esta narrativa alternativa no niega los duros golpes que los ataques de Estados Unidos e Israel causaron en instalaciones y ciudades en Irán, y la pérdida inestimable de cuadros veteranos y de científicos experimentados a manos de los servicios israelíes.
Como era de esperarse, detalles aparte, la prensa occidental respalda la versión difundida por Estados Unidos. La segunda se abre paso también.
Quienes sí están bien informados son los integrantes del famoso lobby sionista, compuesto por judíos y no judíos millonarios, norteamericanos o no, evangelistas de extraña interpretación de los textos sagrados, representantes variados del “estado profundo” y, por supuesto, políticos y congresistas generosamente financiados por el sionismo. Ellos son, en última instancia, quienes conducen, como ha sido siempre, las políticas de cada presidente ante Israel.
Ahora se vive un momento de tensión. El precario cese del fuego sobrevive de milagro. Los estadounidenses preparan el camino para que los diplomáticos intenten un arreglo cuyo supuesto principal, que Irán no refine nunca más uranio, haría que el diálogo muriera al nacer. Han llegado a ofrecer treinta mil millones de dólares a cambio de que sea Estados Unidos quien se encargue de todo su proyecto futuro.
La posición de Irán se ha endurecido. Reiteran que no cederán en sus posiciones.
Y entonces, ¿qué sucede en Israel?
Para Israel no hay descanso. La cohetería iraní logró atravesar la Cúpula de Hierro, la Honda de David, y los sistemas Arrow 2 y 3. El sentimiento de inseguridad ha calado en todos los sectores de la población.
Netanyahu no ha acabado con Hamas, y la comunidad internacional no olvida que ni los 1 200 muertos de las acciones del 7 de octubre de 2023 pueden eliminar la vergüenza internacional que representa el genocidio palestino, que ha causado al menos 56 mil muertos hasta hoy. Ni que sus fuerzas armadas, habituadas a guerras cortas, lleven dos años de movilizadas, exhaustas, ni que los arsenales de municiones se agoten y dependan del suministro norteamericano.
Era ya una sociedad insegura. Sus políticos llegaron a hablar de guerra civil.

Llevará años y generosidad estadounidense reparar el daño que sufre la economía israelí, que tenía uno de los PIB per cápita más altos del mundo. El elevado gasto militar ha disparado el déficit fiscal y ha llevado a agencias de calificación crediticia (Fitch, Standard and Poor, Moody’s) a rebajar la nota del país, es decir, a encarecer su financiación y afectar la confianza de los inversionistas.
La movilización de cientos de miles de reservistas ha mermado la fuerza laboral en sectores estratégicos, incluido el tecnológico, golpeando la productividad y haciendo estallar a los partidos ultrarreligiosos, necesarios para la coalición que preside Netanyahu, y cuyos miembros han estado exentos hasta hoy del servicio militar obligatorio.
¿Terminó la guerra?
Para Estados Unidos, la “Guerra de los doce días”, como le llaman, ha terminado. Trump tiene otros temas que atender. ¿Cuáles? No es importante. Como hubiera dicho un amigo, refiriéndose a los clásicos duelos de las películas del Oeste, Trump “dispara desde la cintura”, en cualquier dirección.
Estaba fresca esta guerra e inesperadamente, dirigió su fuego contra Canadá, o en la Cumbre de la OTAN, cuando el presidente del gobierno español dijo que su país no crecería en el gasto militar hasta el 5 por ciento que Trump le reclamó, sacó la pistola de los aranceles y lo amenazó con duplicar las tarifas comerciales a España. Obviando a la Unión Europea y sus convenios conjuntos. Tirando desde la cintura.

La guerra no ha terminado. La continuó Israel redoblando su fuego sobre Gaza. Porque todo parte de un único y crucial problema: la no solución del problema palestino, el problema de los problemas, evadido con una hipocresía colosal por Netanyahu, es la lluvia de casi ochenta años que ha traído estos lodos. No, no lo hemos visto todo.