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El piano es un instrumento de cuerdas percutidas. Al bajar las teclas accionamos unos martillos que golpean las cuerdas haciendo que estas vibren y, por tanto, suenen; mientras que al levantarlas entran en juego los apagadores que paran dicha vibración para que el sonido se detenga.
Quien esté familiarizado con este funcionamiento entenderá que, lógicamente, ligar el sonido en un instrumento con estas características resulta físicamente imposible. Así que, ¿qué es el legatto en el piano?
El legatto es un tipo de articulación musical. Significa ligar, enlazar un sonido con otro. Rápidamente podemos imaginar el arco de un violín frotando las cuerdas, o el primer instrumento: la voz. Sin embargo, ¿cómo se traduce esta acción a instrumentos cuyo funcionamiento la impide?
El secreto es que es una ilusión que se crea a través de la dinámica. Es un poco complicado de explicar, pero básicamente tocamos una nota a un volumen (determinado por la fuerza del ataque que hace vibrar más o menos la cuerda). Dicho volumen va descendiendo, así que, si escuchamos con atención y, a la hora de tocar la siguiente nota, la hacemos en un volumen menor a la primera (como si saliera del sonido anterior), se crea la ilusión de que están ligadas. Es un resultado completamente subjetivo, podría decirse que metafísico, y más aún cuando tenemos que ligar y hacer crescendo.
En más de un momento de reflexión me viene a la mente esta pequeña curiosidad pianística. Cómo a veces realizar una acción de manera intencional puede lograr un resultado en apariencia imposible; ya que no importa si estamos ligando realmente o no, sino cómo se escucha.
Es casi el mismo principio del fake it ‘till you make it. Cuando uno pretende que algo es de un modo distinto al que es, hasta que eventualmente termina por influir en esa realidad. Es una práctica útil en todas las esferas de la vida. Cuando el cerebro se encarga de sabotearnos en el día a día, al hacernos sentir incapaces sin ninguna razón aparente, es justo pagarle con la misma moneda. Porque, entre la ilusión de ser capaz y no tener fe en nosotros mismos, siempre preferiré la primera. Después de un tiempo, estos pensamientos que asumimos y proyectamos van moldeando poco a poco la realidad. No es magia ni superstición; simplemente una consecuencia.
Cuando enfrentamos una presentación en público con la sensación de que algo saldrá mal, es probable que ese sea el resultado. Ese pensamiento crea un estado de ansiedad e inseguridad que propicia los errores. Se duda de cosas que apenas se cuestionaban o simplemente da lugar a distracciones.
Por eso, antes de cada presentación intento racionalizar mi exaltación como emoción por todo lo que puede salir bien, antes que a nervios por lo que puede salir mal. Al final, si resulta que no era nuestro mejor día, al menos se sufre solo después de la presentación, y no desde antes.
En el piano pasé años pensando que los pasajes con un nivel alto de dificultad mecánica debían costarme por mi mano. “No tengo unas buenas condiciones físicas; por lo tanto es normal que las cosas me resulten difíciles o no me salgan”. Y, aunque es normal tener fortalezas y debilidades, y es positivo reconocerlas, este enfoque me atrasó durante años. Descartaba la posibilidad de que, tal vez, solo tal vez, el problema no fuera mi mano, sino que no la usaba de forma eficiente. Pasé tanto tiempo empeñada en tocar “a pesar de ellas”, que nunca me tomé el tiempo de conocerlas, educarlas y aprender a sacarles provecho.
A veces se asocia la autoaceptación con conformismo; pero el ejemplo anterior es una pequeña muestra de cómo puede ser justo lo que nos falta para desarrollarnos y crecer.
Aceptarnos no significa renunciar a la posibilidad de mejorar, sino hacerlo desde reglas y necesidades propias. No porque no nos guste lo que somos o de donde venimos, sino porque nos amamos lo suficiente para saber a donde podemos llegar.
Al igual que en el piano, hay mucho en la vida que no se sostiene por la fuerza física, sino por la percepción (léase sentido autocrítico) y por el amor (léase determinación y tenacidad) que le pongamos; y debemos aprender a usar ambos a nuestro favor.
Excelente reflexión, Malva. Un enfoque acertado y preciso.